capítulo 22

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Capítulo 22
Red.

No recuerdo cuándo fue la última vez que una cama me pareció un lugar apropiado para pasar la noche. Las estrellas, ahora pálidas testigos de mi insomnio, fueron mi único consuelo mientras la bruma del tabaco se mezclaba con la brisa del amanecer. No eran más de las cinco de la mañana, pero para mí, el día y la noche se habían fundido en una única y larga vigilia.
El whisky, fiel compañero de mis noches de desvelo, reposaba con pereza en el vaso que sostenía en mi mano temblorosa. Cada sorbo era un intento por calmar los demonios que danzaban en mi mente, pero su danza era demasiado frenética esta noche. Mis pensamientos giraban en torno al dinero. Ese sucio y bendito dinero que ahora se escurría entre mis dedos como granos de arena fina.
El chasquido de la puerta me alertó de la llegada de Tony. No necesité girar para saber que era él; su presencia se hacía notar por un particular crujir de botas contra el suelo de madera.
—¿Otra noche con los fantasmas, Red? —preguntó, en un tono que ocultaba su preocupación bajo capas de humor áspero.
Tony tomó asiento a mi lado, sin esperar invitación. Conocíamos el baile de nuestras conversaciones nocturnas demasiado bien. Él miraba hacia el horizonte, donde el cielo comenzaba aclarar, anunciando un nuevo día que ninguno de los dos había pedido.
—Tenemos que moverlo pronto —dije, girando el vaso entre mis dedos—. Cada minuto que pasa nos expone demasiado.
—Los preparativos están listos. Mañana por la noche, el dinero estará en camino —respondió Tony.
—¿Y nuestro informante?
—Boca cerrada. No soltará ni una palabra.

Nos quedamos en silencio durante varios minutos. El humo de mi cigarrillo se enredaba con la primera luz, creando sombras que solo nosotros podíamos entender.
Finalmente, me levanté y me acerqué a Tony, que seguía sentado, contemplando la llegada del amanecer como si fuera un espectáculo que no había visto nunca antes.
—Tony —dije con una seriedad que surgió del núcleo de mi agitación—, aquello que viste ayer…
Mis ojos se clavaron en los suyos, un reflejo del mismo infierno que sabíamos compartir.
—Ni una palabra a nadie. Esto no puede salir de aquí, ¿me entiendes? —El tono de mi voz no admitía réplica.
Tony asintió, su respuesta era superflua, nuestras miradas ya lo habían acordado todo.
──¿Quieres que la cuide por ti?  ──Sopeso la idea.
Alejarme de Athenea será muy difícil. Niego.
Él se levantó, ajustó su chaqueta y se dirigió hacia la puerta. Su silueta se recortaba contra el umbral, como un presagio de los oscuros días que nos aguardaban.
Después de que se marchó, la soledad regresó a mí con una familiaridad insoportable. Apuré el último trago de mi whisky y arrojé el cigarrillo al vacío, observando cómo sus últimas ascuas se extinguían al caer.
La noche sin dormir había pasado, pero el peso de lo que se avecinaba sería un insomnio aún más largo.
Decido darme una ducha, buscando que el desagüe se lleve mis pensamientos.
La ducha debería haber sido mi santuario, un alivio temporal de la red de pensamientos enredados que me mantenían prisionero. Pero incluso aquí, bajo el caudal implacable y caliente, la imagen de Athenea se filtraba a través del vapor como una visión persistente que se negaba a disiparse.

Era una tortura autoimpuesta, esta penitencia líquida, donde intentaba lavar su esencia de mi memoria, sabiendo muy bien que estaba tan grabada en mí como los tatuajes que marcaban mi pasado y mi poder.
Poderoso. Eso es lo que soy. Un mafioso no solo por circunstancia, sino por elección, por naturaleza. En mi mundo, los sentimientos son debilidades, vulnerabilidades que no me puedo permitir. Pero Athenea, con su rebeldía silenciosa y su indiferencia calculada, había logrado infiltrarse en los rincones más oscuros de mi mente.
Abrí el grifo más, el agua caía más fuerte, casi tanto como las realidades que pesaban sobre mis hombros. Mi existencia no permitía distracciones, mucho menos una obsesión. ¿Cuántas veces había escuchado historias de hombres que caían porque una mujer se convertía en su talón de Aquiles? Eso no podía ser yo; mi imperio se basaba en el control, el miedo y el respeto, no en las fantasías de un sentimiento que podría destruirme.
Me apoyé en la pared azulejada, las manos apretadas en puños, peleando contra el impulso de abrazar aquellos pensamientos prohibidos. La imagen de su rostro, iluminada por la luz tenue de algún lugar clandestino que habíamos frecuentado, era suficiente para hacerme cuestionar todo lo que había construido con sangre y lágrimas.
──No. ──musité contra el ruido del agua. ──. No puedes hacerlo, Red. ──Pero el susurro de su nombre en mis labios desbarataba mi firmeza, como el agua desgasta la piedra con la insistencia del tiempo.
Cuando finalmente apagué la ducha, me envolvió el silencio. Un silencio pesado, cargado de decisiones no tomadas y emociones sofocadas. Athenea era un enigma, una llama en la oscuridad que amenazaba con consumirme. Y en el fondo sabía, con un temor que me rozaba el alma, que ya tal vez era demasiado tarde para retroceder.
Me miré en el espejo empañado, mi reflejo distorsionado apenas reconocible. Un mafioso no se deja llevar por los sentimientos. Eso simplemente no existe en mi mundo. Y sin embargo, aquí estaba yo, luchando contra la corriente de lo inevitable.
***

El aire en el almacén estaba cargado con el olor metálico de las armas y el aroma distante del tabaco. Mis hombres se movían con  urgencia, cada uno sabiendo su papel en este teatro de acero. Yo dirigía la orquesta de caos con una calma que había perfeccionado a lo largo de los años.
──Ojo con esas cajas, Paolo. ──mi voz cortó el murmullo tenso que llenaba el espacio, yo solo necesitaba mantenerme ocupado.
Las palabras eran innecesarias; Paolo conocía el valor de lo que transportaba, pero mi advertencia era una recordatorio de que no toleraría errores.
Las armas, ahí amontonadas en su crudo esplendor, eran llaves para cerraduras que muchos no se atrevían a tocar. Las vendíamos a quien pagara bien, sin mirar a los ojos que se escondían detrás de los billetes manchados de posibles pecados futuros.
──Ricco, confirma la ruta con los conductores. No quiero sorpresas en el camino. ──indiqué con una mirada tan filosa como las armas que nos rodeaban. Ricco asintió, su rostro impasible, y se alejó con pasos firmes y decididos.
Volví la mirada hacia la operación, inspeccionando cada detalle. Nada de esto podía ser dejado al azar. Un solo error podía costar más que dinero; podía costar vidas y el precario equilibrio en el que se balanza nuestro poder.
──Asegúrense de que las cajas estén marcadas correctamente. ──mi tono era el de la advertencia, Su lealtad era mi fuerza.
Tony, se acercó con la lista de inventario.
──Todo está contabilizado, Red. Estamos listos para movernos cuando tú lo digas. ──Sus ojos me buscaban confirmación, y se la di con un asentimiento mínimo
Tomé un momento para contemplar la escena, el sonido sordo de las cajas sellándose, los hombres hablando en susurros, la tensión palpable de la inminente transacción. Aquí, en esta guarida de hormigón y sombras, era donde me sentía más en control, donde el mundo exterior y sus juicios se quedaban a la puerta.
──Al anochecer, que todo esté en marcha. No quiero ni un alma cerca del lugar. Todo limpio, todo silencioso. ──comandé con la autoridad que había forjado junto con cada ladrillo de mi imperio.
Mientras ellos se movían al sonido de mi voz, sentí el peso familiar del poder. Era un peso que cargaba con orgullo y precaución. Cada arma que salía de este lugar era una promesa de poder, un símbolo del alcance de mi mano sobre la ciudad que se desplegaba más allá de estos muros fríos.
Y mientras el mundo giraba, ajeno a los hilos que movíamos desde la oscuridad, yo permanecía, firme y decidido, el pastor de lobos vestidos de hombres que seguían mi llamado hacia la noche que nos esperaba pero mi mente iba directo hacia ella.
Athenea.


RedWhere stories live. Discover now