capítulo 52

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Capítulo 52
Athenea Jones
Un comensal.

Sentada en la parte trasera de la camioneta, los edificios y luces de la ciudad pasaban como manchas borrosas a través de los cristales. No podía evitarlo; los pensamientos sobre Camila y Redgar inundaban mi mente, sus imágenes juntos se entrelazaban con mis inseguridades y sospechas. Cada vez que cerraba los ojos, veía la forma en que ella lo miraba, una mirada cargada de algo más que simple profesionalismo o cortesía. Era como si cada gesto hacia él tuviera un propósito, una intención de llamar su atención de una manera que no podía ignorar.
Los celos eran una sombra fría en mi corazón, una sombra que crecía con cada pensamiento de ellos dos juntos. Algo había pasado, podía sentirlo en mis huesos, pero enfrentarme a esa realidad… admitir que podía haber algo más entre ellos, era una pregunta a la que temía encontrar respuesta.
──Nikkos, llévame al restaurante. ──dije, intentando mantener mi voz firme, dispersar las nubes de dudas que me asediaban.
Noté cómo Nikkos se tensaba al escuchar mi petición.
──Eso no le va a gustar a Red. ──me advirtió con cautela. Sus palabras eran como el eco de mis propios miedos, reflejando la tormenta que se desataba en mi interior.
Hundí los hombros, derrotada pero decidida.
──Debo ir. Ayer falté y necesito cubrir un turno para compensar. ──expliqué, aunque en el fondo sabía que había razones más profundas, emociones más complicadas detrás de mi decisión.
El viaje continuó en silencio, cada segundo extendiéndose como si fuera una eternidad. Mientras nos acercábamos al restaurante, mi teléfono comenzó a sonar, vibrando con insistencia contra la tela de mi bolso. La pantalla iluminada mostraba un número desconocido, pero no necesitaba responder para saber quién estaba del otro lado. Con cada tono de llamada, una parte de mí quería escuchar su voz, escuchar cualquier excusa o explicación que pudiera disipar mis temores. Pero la parte más fuerte de mí, la parte herida y celosa, rechazaba esa posibilidad. Ignoré la llamada, decidida a mantener mi mirada firme en el camino que tenía por delante.
──No creo que la mujer del jefe deba trabajar de mesera.
──Nadie sabe que soy la mujer del jefe. ──Replico hacia Nikkos quién me observa por el retrovisor. ──. Así que… iré a trabajar.
Hoy llegué al restaurante justo cuando empezaban a abrir. El aire aún conservaba ese frescor matutino, mezclándose con el aroma a limpieza que se esparcía desde el interior. Nikkos, bajó rápidamente con un gesto amable, tomó mi bolso y me guió hacia la entrada.
──Debo decirle a donde te traje. ── dijo con una mirada que no supe descifrar del todo. Asentí, sin encontrar palabras para contestar, consciente de lo que implicaba su comentario.
Antes de entrar.
──Supongo que te quedarás por aquí cerca para cuidarme, ¿verdad? ──Su sonrisa fue reconfortante, una muestra de complicidad y protección.
──Sí, tengo órdenes de hacerlo. ──respondió, su sonrisa no desaparecía.
Al ingresar al restaurante, el contraste fue inmediato. El olor a limpio era intenso, y el equipo del turno de la tarde ya estaba en plena acción preparándose para el día. Mi jefe, con una mirada que parecía atravesarme, me escaneó de pies a cabeza con evidente disgusto.
──Pensé que te habían cortado una pierna y por eso no viniste a tu turno ayer. ── dijo con un tono que no escondía su molestia. Sin embargo, por primera vez, me sentí capaz de hacerle frente.
──Lo importante es que estoy aquí para cumplir con mi turno. Y no, no me han cortado ninguna pierna. De hecho, podría bailar si fuera necesario. ──repliqué con más valentía de la que pensé tener.
Su reacción fue una mezcla de sorpresa y resignación. Inclinó su cabeza, como dándome la razón a regañadientes.
──Mejor ve acomodar las mesas. En una hora abrimos. ──Concluyó, cambiando el tema rápidamente.
Al llegar al vestuario para cambiarme, el primer instante de sosiego se desvaneció en cuanto saqué mi uniforme del bolso. La camisa y el pantalón presentaban cortes precisos, imposibles de ignorar. Gruñí, más por la frustración que por la sorpresa, y me tensé al instante. esto no había ocurrido en el restaurante; acababa de llegar. Debió pasar en la mansión, no había otra explicación.
Y eso me lleno de más frustración.
Con una mezcla de enojo y resignación, me dirigí hacia mi jefe. No estaba de humor para explicaciones largas o excusas.
──Necesito un uniforme nuevo. El mío está dañado. ──Su primera reacción fue mirarme como si yo fuera la responsable del problema, con esa cara que reservaba para los momentos en los que preferiría estar en cualquier otro lugar.
Sin embargo, se levantó y fue hacia un clóset donde guardábamos algunos uniformes de repuesto. Buscó hasta encontrar uno de mi talla y me lo entregó con un gesto que, supongo, era su versión de ser servicial.
──Gracias. ──dije, más por cortesía que por gratitud genuina, y me dirigí a cambiarme lo más rápido que pude.
Una vez con el uniforme puesto, me sumergí en el trabajo, ayudando a mis compañeros a preparar las mesas y asegurándome de que todo estuviese listo para recibir a los clientes. Sabía que se avecinaba un día largo, pero, sinceramente, prefería mil veces lidiar con el estrés del trabajo que soportar el espectáculo en la mansión. La idea de ver a Camila intentando seducir a Redgar me resultaba insufrible, y lo peor era que él parecía disfrutarlo.

El ambiente es tranquilo, casi inusualmente pacífico para lo que suelen ser mis días aquí. Los comensales de la tarde, en su mayoría millonarios buscando disfrutar de una buena comida, exigen atención pero se comportan de manera amable. En este entorno, mi tarea fluye sin sobresaltos, permitiéndome atenderles con la misma cortesía que reciben por su estatus.
El cambio de turno llega y con ello la noche, ya mis pies duelen.  Julián, entra por la puerta de empleados, Su presencia me llena de un calor familiar, algo muy necesario dada mi situación actual. Nos saludamos con el cariño acumulado de todos los días que no hemos podido vernos. Aunque mi descanso es breve, decido aprovecharlo al máximo para ponerlo al día.
──Te he extrañado mucho. ──dice con sinceridad, añadiendo que pasó por mi apartamento ayer, solo para descubrir por el vigilante que había partido hace días. Asiento con una mezcla de tristeza y resignación; mi vida ha dado un giro inesperado y aún estoy tratando de asimilarlo.
Decido abrirme con él, sabiendo que Julián siempre ha estado allí para mí.
──Estoy viviendo con Redgar. ──confieso, esperando ver su reacción. No me decepciona: sus cejas se elevan tanto que casi desaparecen bajo su cabello.
──Pero si apenas lo conoces desde hace un par de semanas. ──protesta, claramente sorprendido y, sospecho, un poco preocupado.
Tomo sus manos entre las mías, buscando transmitirle un poco de la seguridad que siento.
──La conexión que tengo con Redgar es algo que nunca podré explicar del todo. Sé que tienes tus reservas respecto a él, y a lo rápido que ha avanzado todo entre nosotros. Pero si pudieras ver, o mejor aún, sentir, lo que yo siento cuando estoy a su lado, lo entenderías. ──Pause por un momento, queriendo que mis palabras realmente calaran en él.
Julián me mira, procesando lo que le acabo de decir, y después de un momento que parece eterno, asiente.
──No diré nada entonces. Si a ti te hace feliz, eso es lo único que importa para mí. ──me asegura con una sonrisa que me reconforta.

Justo en ese momento, nuestro pequeño reencuentro es interrumpido por la entrada de mi jefe en el vestidor, quien, con un chasquido de dedos y una expresión impaciente, me recuerda la razón por la que estoy aquí.
──Tienes clientes en tu mesa. Y son importantes. ──dice con un tono que no admite réplicas.
Aunque mi conversación con Julián fue corta, me dejó con una sensación de apoyo y comprensión que me fortalece. Me despido de él con un gesto y me encamino hacia la sala principal, lista para enfrentar lo que el resto del día me depara.
No tenía mucho tiempo para digerirlo, ya que mi trabajo me esperaba. Al dirigirme hacia la mesa que debía atender, mi jefe me detuvo en el pasillo con una instrucción sumamente específica.
──Es Alessandro Gambi, un italiano importante, lleno de millones. ──dijo con una sonrisa que pretendía ser reconfortante, pero que en el fondo cargaba un peso de advertencia. ──. Sonríe y sé buena. ──añadió, dando por sentado que sabía cómo manejar la situación.
Giré para mirarlo, sorprendida no tanto por la instrucción sino por el nombre en sí. Gambi. Una oleada de ansiedad me recorrió. Las cartas que tenía en la mano ahora parecían el único vínculo con mi calma anterior.
──Ve. ──fue la única orden que me dio antes de retomar su camino, dejándome sola con mi nerviosismo creciente.
Con cada paso que daba hacia la mesa, mi mente me recordaba un solo hecho: estaba a punto de servir a Alessandro Gambi, el conocido jefe de la mafia italiana, y enemigo declarado de Redgar. Y creo que estaba allí, por mi. Mis piernas se sentían como plomo, cada paso más pesado que el anterior. Antes de acercarme a la mesa, desvié la mirada hacia el ventanal que daba a la ciudad, buscando un poco de aire. Allí estaba Nikko, con el teléfono en su mano, probablemente vigilando. Tomé una respiración profunda, armándome de valentía.

Con una sonrisa forzada, pero espero que convincente, me acerqué a la mesa.
──Buenos noches, señores. Bienvenidos. Mi nombre es Athenea y seré la responsable de atenderlos hoy. ──anuncié con la mayor firmeza que pude reunir. El italiano, de porte duro y mirada penetrante, fijó sus ojos oscuros e intensos en mí. Su sonrisa, inesperadamente amable, logró sorprenderme.
──Athenea... ──empezó, su acento italiano marcando cada palabra. ──. Qué nombre tan bello y con tanto significado. ¿Sabes a quien pertenece? ──asiento tragando grueso. Se dirige a uno de sus acompañantes. ──. Athenea, era una de las diosas más importantes de la mitología griega. Es la diosa de la sabiduría, de la estrategia y de la guerra, así como de la justicia y de la habilidad. ¿Tienes tú esas cualidades?
──Estoy segura que si. ──suelto sin más.
Sonríe con prepotencia. 
──Entonces, Athenea diosa griega. ¿Qué me recomiendas hoy?
Firme, mantener firme, Athenea.


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