capítulo 15

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Capítulo 15
Athenea Jones.
Una llamada.


Julián y Mark se fueron hace horas, la soledad nunca ha sido un problema para mí, con la muerte de mi madre y los maltratos de mi padrastro aprendí a refugiarme en mi misma pero ahora justo ahora cuando la noche ha caído, y e decido fingir una especie de gripe para faltar al trabajo me siento llena de pánico.
Debí ir a trabajar.
El noticiero nocturno usualmente era un murmullo de fondo en mi pequeño departamento, un ruido blanco que llenaba el espacio mientras yo terminaba de arreglarme para el trabajo. Pero esa noche, las palabras cortaron el aire como un cuchillo afilado, golpeándome con una realidad que no estaba preparada para enfrentar. “Un incidente violento en un callejón del centro de la ciudad,” anunciaba el presentador con una gravedad que captó toda mi atención.
La noticia del día. No han parado de reportar lo sucedido…
La imagen cambió a una cinta policial ondeando en la brisa nocturna, focos de cámara iluminando una escena que jamás habría imaginado. No necesitaba el nombre; reconocí su rostro incluso pixelado y distorsionado por la prudencia televisiva. El hombre de la farmacia. El que me observaba con ojos hambrientos, el que susurraba palabras agresivas disfrazadas de cumplidos,  Estaba allí, tendido e inmóvil, un capítulo oscuro de mi vida cerrado con puntualidad y violencia.
Un escalofrío me recorrió, conflicto inundando cada parte de mi ser. ¿Debería sentir alivio? ¿Miedo? ¿Acaso una oscura satisfacción? Pero en el torbellino de emociones, una preguntaba retumbaba más fuerte que el resto: ¿Fue él quien tomó mi tormento y lo hizo suyo? Él, el hombre de no más palabras que suspiros, de miradas más profundas que charcos bajo la lluvia. Ese hombre que en un par de encuentros fortuitos pareció entender el peso que me agobiaba, sin yo tener que pronunciar una sola palabra.
Él había prometido protección en gestos sutiles, un intercambio de miradas que hablaban más de lo que yo podía admitir. No teníamos un pasado, no había promesas de un futuro, pero en ese efímero presente, sus ojos sugerían un refugio formidable. Aunque, ¿cómo confiar en alguien tan enigmático? ¿Cómo atreverme a contactarle y preguntar si sus manos ahora llevaban el peso de la justicia y la venganza?
Sacudí la cabeza, intentando alejar esos pensamientos. No, no era alguien que se sumergía en sombras por otra persona, especialmente por alguien que apenas conocía. Pero, ¿y si lo era? ¿Qué haría con ese conocimiento?
Con manos temblorosas, busqué mi teléfono. La pantalla iluminó mi determinación vacilante mientras mi pulgar se cernía sobre su número, no marcado, pero memorizado. Una conversación, un mensaje, una palabra podría ser el hilo que desenredaría toda esta madeja de suposiciones y miedos. Podría ser el principio de algo, o el final de todo.
Respiré hondo, y ante la cruzada de mi consciencia y mi intuición, me debatía entre llamar a aquel hombre de ojos tormentosos que tal vez, solo tal vez, había decidido ser el juez y ejecutor de mis pesadillas
Con el corazón tamborileando un frenético ritmo de dudas, me armo de valor y presiono el botón que enviará mi llamada a través de la red, hacia ese hombre enigmático que tal vez tenga una respuesta a las incógnitas que turbaban mi mente. El tono de llamada resuena, cada pitido un eco en la caverna de mis miedos. No hay marcha atrás ahora.
¿Sí.? ──contesta una voz grave al otro lado de la línea, cortando el hilo tenso de la espera. Su voz es una ola de calma, pero al mismo tiempo, carga con un peso que no logro descifrar.
──Hola, soy… Athenea. ──trato de infundir una seguridad a mi voz que estoy lejos de sentir realmente. ──. Te vi…nos hemos visto, en la farmacia del Bronx y… en el restaurante “Le Lys Noir’ ¿Eres Redgar Kane, verdad?

Un silencio se cierne sobre nosotros, y por un momento creo que puedo oírle respirar, medir sus palabras antes de sumergirse en nuestra conversación.
──Athenea. ──repite mi nombre, como si lo evaluara, lo probara, le diera una forma en su mente. ──. ¿Cómo puedo ayudarte esta noche? ──Su tono es cuidadoso, reservado, como si estuviera consciente del poder latente en nuestras interacciones pasadas escazas pero interacciones al fin.
La pregunta se posa entre mi razón y mi instinto. Ayuda, sí, eso necesito, pero ¿de qué tipo? ¿Busco respuestas, o busco cómplices? Inhalo una bocanada de aire frío nocturno que entra de un resquicio de la ventana. Sé que esta conversación puede cambiarlo todo.
──Vi las noticias. ──empiezo, dejando que las palabras fluyan con la incertidumbre de mi motivación. ──. El hombre de la farmacia… él… ──dejo la frase inconclusa, temiendo las implicaciones de lo que no digo tanto como lo que sí.
──Es una noticia terrible.  ──interviene él, manteniendo un tono neutro, tal vez demasiado neutro. ──. Un acto de violencia, siempre es lamentable.
No sé si estoy decepcionada o aliviada por la falta de reconocimiento en su voz. Quiero presionarlo, desenterrar la verdad de sus palabras, entender si mi sospecha tiene alguna base en la realidad o es solo un fantasma generado por mi estrés y temor.
──¿Sí, lo es, cierto? ──contesto, mi voz es un hilo delgado de escepticismo. ──. A veces creo que la violencia atrae más violencia, y que estamos todos atrapados en ese ciclo.  ──Me atrevo un poco más, cada palabra que pronuncio es otro paso hacia un umbral desconocido. ──. ¿Crees que hay gente… tomándose la justicia en sus propias manos?
La pausa, torturadora como el latir de un corazón condenado, precede su respuesta.
──A veces, la vida nos pone en situaciones que nunca esperaríamos.  ──dice con calma. ──. Situaciones que nos exigen actuar, Athenea. Pero te aconsejaría tener cuidado con esas líneas de pensamiento. Nunca se sabe quién está del otro lado de la llamada.
Me tenso…
El aviso es claro como una campana en la noche. Un temblor me recorre; esta conversación está envuelta en capas de significado que apenas comienzo a entender. Quizás sea una advertencia, quizás un consejo, o tal vez una amenaza velada. Me encuentro en la encrucijada, atada a la voz del otro lado de la línea que parece conocer mucho más de lo que dice.
──Sí, tienes razón. ──concedo, sintiendo el peso de cada decisión, tanto las tomadas como las pendientes. ──. Gracias por escuchar.
──Siempre.  ──su respuesta es breve y aunque algunas preguntas han encontrado respuesta, otras muchas danzan en el aire, como hojas arrastradas por un viento cambiante. ──. Puedo ahora yo hacerte una pregunta… ──susurra.
Trago grueso.
──Eh si.
──¿Cómo has conseguido mi número de teléfono?
──El restaurante… la reserva.
Se hace un silencio.
──¿Te molesta? ──Inquiero casi con el corazón a mil.
──No. Solo tenía curiosidad. ──el susurro de su voz me hace quedarme sin aliento. ──. Deberías intentar dormir, Athenea.
Recuerdo que sabe mi nombre… y no fue porque lo dije hace rato.
──Ahora quiero yo hacer otra pregunta.
──Hazla.
──¿Cómo sabes mi nombre? Y no me digas que es porque lo dije, porque en la farmacia ya lo sabías…
Puedo escuchar su respiración en la bocina.
──El restaurante. ──Suelta sin más. ──. Lo pregunté.
──Mmm ya.
──Deberías dormir… intenta.
──Sera complicado pero, Buenas noches.
──Buenas noches.
Colgamos. La pantalla se oscurece, igual que la noche fuera de mi ventana. Y yo me quedo allí, sumida en el eco de una conversación llena de espacios vacíos, preguntándome si acabo de hablar con un protector o un predador.
La incertidumbre es una compañía fría en mi solitaria vigilia.

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