capítulo 17

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Capítulo 17
Red.



Cuando entré al oscuro rincón de aquel bar de siempre en la Pequeña Irlanda, un susurro de respeto me precedió como una sombra fiel. Mis pasos, deliberados y firmes, marcaban el ritmo de mis pensamientos y reflejaban el poder que había consolidado a lo largo de los años. Hoy no era una reunión cualquiera; hoy, los lazos de sangre y honor se entretejerían aún más fuerte con los negocios que mantienen a esta ciudad en un constante vaivén de poder e influencia.
En la mesa, el brillo del whisky en los vasos añadió un aura de misterio a las expresiones endurecidas de mis socios. Los entendía como si fueran partes de mí. Después de todo, eran la extensión de mi voluntad en este ajedrez subterráneo que jugaba con la ciudad como su tablero.
──Comencemos. ──dije, mirándolos uno por uno a los ojos. Mi mirada se quedaba unos segundos más en los ojos claros de los que habían probado su lealtad en el lodo y la sangre de las calles. ──. Nuestros negocios ocultos están floreciendo más allá de lo que nuestros padres podrían haber soñado. Pero con éxito viene la envidia, y con la envidia, los traidores. Saben,  tan bien como yo que nuestros ‘amigos’ de la otra costa están inquietos. Quieren una porción más grande del pastel, y no me refiero solo a los embarques que entran por el puerto. ──declaré, dejando que las palabras colgaran en el aire cargado de humo de tabaco.
Murmullos de confirmación y manos que se movían instintivamente hacia los bolsillos internos de chaquetas que nunca se desgastaban, a pesar de sus años, seguían mis palabras.
──Esta noche, solidificamos nuevas alianzas. Esta noche, demostramos que aunque el mundo cambia, hay algo que siempre se mantiene constante: Nuestro control sobre nuestros asuntos internos. ──Con un gesto, señalé a O’Reilly, quien desplegó unos planos detallados de una operación nueva, un esquema fresco que prometía una mayor discreción y una rentabilidad aún mayor.
Uno a uno, mis socios comienzan a hablar, reportando el progreso de nuestras operaciones en las sombras de la ciudad. Escucho, siempre atento a los detalles, mientras los números bailan en el aire, narrando una historia de éxito y cuidado equilibrio en el filo de la navaja.
──Mick, ¿cómo van los bares? ──pregunto, asegurándome de que nuestra fachada siga siendo tan sólida como los cimientos de los edificios que, en teoría, solo nos proporcionan una portada.
──Todos en verde, Red. Las bebidas fluyen, y el dinero… bueno, el dinero también. ──responde Mick, con un deje de orgullo que no puede ocultar.
Asiento, satisfecho.
──Bien. Necesito que eso continúe. Son nuestros ojos y oídos en las calles y, más importante, nuestro método más fluido de limpieza.
La discusión se torna más técnica. Discutimos rutas, contactos dentro de los bancos, empresas que en los papeles parecen tan limpias como la conciencia de un recién nacido. Es un arte, el lavado de dinero; uno que hemos perfeccionado con la precisión de un relojero.
──El lavado de dinero no es solo una necesidad. ──empiezo, mis palabras como siempre deliberadas, ──. es una afirmación. Con cada dólar que hacemos ‘respetable’, marcamos nuestro territorio tanto como con una bala o una palabra susurrada en el oído correcto.
Algunos de los más jóvenes parece que quieren protestar, ansiosos por expandirnos a otros campos, probar nuevas aguas. Los comprendo, pero también sé que la paciencia es la compañera menos apreciada y más necesaria de la ambición.
──Haremos movimientos. ──aseguro, sintiendo sus miradas clavadas en mí, . ──. pero en nuestro tiempo. Por ahora, consolidad lo que tenemos. Asegurándonos de que nuestras operaciones sigan siendo invisibles a los ojos que no deben ver.

A medida que la reunión avanza, dicto las órdenes con la certeza que viene de ser uno con el pulso de la ciudad. No es crueldad lo que cargo en mi voz, es el peso de la seguridad de mis hombres y sus familias, de nuestra gente. Finalmente, cuando todos los puntos están cubiertos y cada socio sabe lo que se espera de él, me levanto. Mi silueta recorta un perfil disciplinado, inmutable, pero siempre vigilante.
──Pueden irse. ──digo con firmeza.
Cuando la puerta se cierra a mis espaldas y me dejo envolver por la tarde que nos sirve de manto, siento la familiar mezcla de adrenalina y soledad. Los nuevos tiempos demandaban nuevas reglas, y yo, era tanto su creador como su guardián. Como líder de una de las familias más temidas en New York, cada encuentro era un delicado baile de poder y amenaza velada. Pero ahora, solo en la calle, el aire frío me golpeaba el rostro, contrastando con el calor de las palabras de hace momentos.
Los Kane no eran solo una mafiosa leyenda, eran mi sangre, mi legado, la fuerza que corría por mis venas desde que recordaba. Pero cada mañana al salir a ese mismo lugar, mi duro corazón, curtido en batallas y negociaciones oscurecidas en tabernas de mala muerte, se ablandaba al verla, así que tomo la llave de mi deportivo, y me alejo siendo seguido por Tony quién es mi segunda sombra.
──Mantendré mi distancia, señor. ──ya he salido varios días sólo, y cualquiera puede estar esperando que vuelva a suceder.
──Solo tú.
──Cómo desee.
Con puntualidad casi irlandesa, ella salía de ese edificio en ruinas que llamaba casa, caminando hacia el trabajo con ese aire de no pertenecer a su entorno, como una deidad griega perdida en el tiempo. Cada día me mantenía a distancia, oculto en la sombra de los callejones o en el interior de mi deportivo, tintado apenas para ocultar la mirada de predador que se clavaba en su figura cada vez que cruzaba la calle.

Pero esta tarde, algo impulsó mis pies a permanecer plantados en la acera, el motor del coche apagado, las gafas oscuras descansando en el asiento de pasajero. Sentí la adrenalina, esa compañera fiel en mis negocios ilícitos, pulsar en mis sienes. Y cuando sus ojos se encontraron con los míos, no hubo lugar oscuro ni muro que pudiera servirme de escondite.
Athenea se detuvo a mitad de paso, su expresión de sorpresa bien esculpida en su rostro perfecto. Por un momento, pensé que daría media vuelta, que huiría de mi presencia oscura y peligrosa como bien debería. Pero no lo hizo. En lugar de ello, caminó hacia mí, con esa elegancia innata que la caracterizaba, cada paso un compás de valentía que desafiaba mi mundo, mi ser.
Se paró frente a mi deportivo, sus ojos brillando con una mezcla de curiosidad y desafío.  Contemple la posibilidad de bajarme del auto, y pararme frente a ella, pero lo presencia aquí llamaría la atención de muchos, ya mi auto lo hace, no necesita ojos indiscretos sobre ella, baje la ventanilla y me enfrenté a un destino que no estaba escrito en las estrellas de la mafia, sino en el brillo determinado del azul de sus ojos.
──Hola, Athenea. ──en ese momento, supe que todos los caminos oscuros que había recorrido no me habían preparado para ese simple encuentro bajo la luz del sol creciente de New York.
──Señor Kane. ──dije cortando el bullicio de la ciudad. Era la segunda vez que escuchaba mi nombre saliendo de sus labios, y resonó con una nota de música que nunca había asociado con esa sutil amenaza que era mi existencia. ──. No es la primera vez que se detiene aquí, pero si es primera vez que permite que yo lo vea. ¿Por qué?
Sonrío al darme cuenta que ya me había visto aquí.
──Anoche me tuteaste, porque hoy no lo haces… ──puedo notar como se tensa.
──Anoche estaba escuda detrás del Teléfono, hoy lo tengo en frente y tengo que admitir que usted es… ──tensa sus labios. ──. Algo intimidante.
Se sentía como el peligroso preludio a una sinfonía que solo nosotros podíamos componer.
──Tu eres la única persona que no debería intimidarse conmigo.
──¿Por qué dice eso?
──Sube, y quizás te lo diga.
Mira hacia los lado, y nota lo mismo que yo, varias personas observando mi deportivo, y estoy seguro que alguno de ellos sabe quien soy.
──¿Qué me asegura que estaré a salvo?
──Yo te lo aseguro. ──Sentenció con firmeza, se aferra a su bolso y cuando creo que va a marcharse lejos, su cuerpo rodea mi auto y sube a mi lado impregnando el pequeño espacio con un delicioso aroma a coco.
Aferro mis manos al volante y aceleró con ella a mi lado.
Con Athenea Jones a mi lado.

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