sinopsis

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Sinopsis

Desde que tengo memoria, las sombras del abuso se cernieron sobre mi existencia. Aprendí a caminar en un mundo que parecía disfrutar viéndome tropezar, a sonreír bajo la máscara que ocultaba llantos sofocados, y a buscar luz en rincones donde solo se anidaban más oscuridades. Me llamaban Athenea, pero mis batallas no tenían nada de mitológicas; eran crueles, terrenales y rutinarias.
El tiempo solo fue cómplice de múltiples abusos y desencantos, cada uno dejando una cicatriz más en mi arraigada colección de heridas invisibles. Maduré en un caos orquestado por aquellos que debieron ser protectores y no agresores. Aprendí a esperar lo inesperado, y lo inesperado siempre dolía.
Fue en el pico de un atardecer ocre, entre el murmullo de la ciudad que nunca dormía y los susurros de un viento que parecía portar secretos, que Él apareció. Un hombre envuelto en un aura de misterio tan palpable que parecía distorsionar la realidad a su alrededor. No sabía su nombre, solo que sus ojos portaban la misma turbulencia que las tormentas que he enfrentado -y sin embargo, en ellos encontré una extraña serenidad.
Él no ofreció rescates ni promesas vacías. En cambio, me reveló un mundo donde mi dolor podía transmutarse en una forma distorsionada de placer. Sus perversiones, presentadas como un regalo envenenado, me empujaron más profundo en el abismo, pero fue la primera vez que no caí sola. Nos hundimos juntos, y en ese descenso compartido, descubrí fragmentos de vida entre la desolación.
Si bien me sumergió más en aquella penumbra que parecía destinada para mí, también me mostró que incluso en el caos, se podía hallar un pulso, un ritmo, un feroz deseo de sentir que anhelaba tanto. Con él, lo prohibido no solo era accesible, sino que era un manjar al que nos entregábamos sin remordimientos.

Esta es mi historia, la narración no de una superviviente, sino de una guerrera que encontró en la perversión de un extraño, la llave a una existencia donde podía finalmente respirar. Porque a veces, para poder sentirnos vivos, necesitamos a alguien que no nos salve del precipicio, sino que se atreva a saltar con nosotros. Y aunque muchos no lo entiendan, esa caída… es la más viva que he sentido jamás.

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