capítulo 18

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Capítulo 18
Athenea Jones
Redgar Kane.


Me acomodo en el asiento del copiloto del auto de Redgar, una esfera de lujo que contrastaba fuertemente con la sensación de inquietud que me producía su silenciosa compañía. A pesar del temor inicial, sentía una extraña seguridad a su lado, como si su presencia fuera un escudo contra cualquier eventualidad. Él conducía con esa tranquila certeza que siempre parecía rodearlo, y yo no podía hacer más que observarlo de reojo, intrigada.
No sabía lo suficiente de él como para juzgar si ese lugar de privilegio a su lado era un santuario o una celda de oro. Su aura era inquietantemente poderosa, provocando un silencio respetuoso en mi interior, que se mezclaba curiosamente con la cacofonía de mis propios pensamientos. Era intimidante, no sólo por su prominente posición en el mundo, sino por la naturalidad con la que parecía llevar su poder.
Sentada allí, no podía escapar al magnetismo de esa fuerza suya. Era como si la gravedad de su poder hubiera establecido su campo alrededor de mí, haciendo inútil cualquier intento de resistirme. No es que quisiera huir; algo dentro de mí se sentía atraído hacia esa fuerza, con la esperanza infantil de descubrir los secretos que se escondían tras esos ojos tan calculadores y esa sonrisa tan controlada.
El silencio entre nosotros se alargaba, y con cada minuto, cada segundo, me preguntaba qué pensaría él. “¿Quién es él realmente?”, me planteaba mientras él conducía con esa eficiencia desapasionada. Sabía de sus logros, su influencia, su reputación impecable de hombre que todo lo podía. Pero más allá de los rumores y admiración que rodeaban su figura pública, había algo ineludible en su ser. Esa manera en que su mirada podía atravesarte, como si leyera algo en ti que ni tú sabías que estaba.

Con cada kilómetro que el auto devoraba, sentía cómo dejábamos atrás mi mundo familiar. Era como internarnos juntos en una realidad paralela, donde el único referente sólido era Redgar. La ciudad se desdibujaba en luces borrosas, y me embargaba la certeza de que estaba entrando en terreno desconocido, tanto física como emocionalmente.
“Aquí estoy”, me decía a mí misma, “protagonizando mi propia novela de suspenso, con un personaje que podría ser tanto héroe como villano”. La incertidumbre no era miedo, no exactamente; era más bien una vibrante anticipación, un deseo de descubrir lo desconocido.
Miraba la carretera, esa cinta oscura extendiéndose ante nosotros, y era como si las respuestas que buscaba estuvieran dispersas en el camino, esperando a ser recogidas una a una. Y aunque una voz interior susurraba que tal vez no hubiera vuelta atrás, decidí que quería sumergirme en el misterio, perderme en el enigma que era Redgar, y quizás, en el proceso, encontrarme a mí misma o algo que nunca imaginé buscar.
──Puedo escuchar tu mente. ──Susurra a mi lado.
Su voz eriza mi piel. 
──Habla… ──más que sentirse como una palabra simple, se siente como una demanda, y mis labios se separan obedeciendo a quien aclamó una acción de mi parte.
──¿Por qué estaba fuera de mi departamento? ──Se mantiene firme al volante. ──. ¿Por qué siempre está observándome?
──No siempre, Athenea. En algunas ocasiones ciertas situaciones me lo impiden.
Juego con mis dedos con nerviosismo, esas; “Ciertas situaciones” me causa tensión.
──Por eso aparcas en las madrugadas también. ──Noto como la comisura de sus labios se eleva poco a poco, y en mi una descarga eléctrica se esparce por esa simple acción que le añade mas atractivo, misterio y perversión a todo lo que él es.
No dice nada, sigue con la mirada al frente.
Trago grueso.
──Tutéame. ──insiste.
Noto que sabe a donde me dirijo, la avenida nos recibe e intento mantener alejados mis pensamientos de las miles de preguntas que se forman con prisa en mi mente.
──Redgar, ¿cómo llegaste aquella tarde? —pregunté, mi voz apenas por encima de un susurro, los hechos del pasado revoloteando en mi memoria como mariposas huidizas.
Él se acomodó en su asiento.
—te estaba siguiendo, Athenea —comenzó, Hice una pausa para digerir sus palabras.
Era extraño, pensar que en medio de la vulnerabilidad de aquel encuentro con el acosador, se hallaba también el principio de una fortaleza desconocida, una seguridad que Redgar había instaurado sin siquiera saberlo.
──No entiendo nada.
──No necesitas entender nada, Athenea. Te seguí, te sigo y estoy seguro que lo seguiré haciendo. ──Dictamina con firmeza.
Me encontré con sus ojos, y en ellos vi reflejada una verdad que apenas comenzaba a comprender. La conexión entre nosotros, invisible y todavía indeleble, había comenzado.  Él a su manera ruda y decidida, se había convertido en un guardián inesperado.
──¿Debo tenerte miedo? ──Inquiero en un leve susurro.
──Si, deberías… ──musita posando sus ojos en mi. ──. Pero no porque vaya herirte físicamente, sino por lo que soy capaz de hacer.
Trago grueso.
Ahora mismo la imagen del hombre en aquel callejón se reproduce en mi mente como una película.
—Gracias —dije finalmente, las palabras cargadas de un peso que solo él y yo podíamos entender. Una gratitud profunda y un nuevo comienzo. Quizás el destino tenía su manera peculiar de entrelazar los caminos, y la nuestra había comenzado sin siquiera yo saberlo.
Él asintió, sabiendo que algunas palabras no necesitaban ser pronunciadas para ser entendidas. Algo había cambiado en la forma en que el mundo tejía sus hilos alrededor nuestro.
Se detiene justo frente al restaurante.
──Puntual como siempre. ──Dice. Observo el restaurante.
──¿Volveré a verte? ──Inquiero y me sorprendo a mí mismo por la pregunta.
──Vendré por ti cuando salgas… dile a tu amigo Julián que puede irse a casa solo está vez. ──Suelta quitando el seguro del auto.
Me giro a verlo cuando nombra a Julián. 
──Hasta la noche, Athenea.
Asiento con nerviosismo.
──Hasta la noche, Redgar.
Dudo en bajarme del auto, y alejarme de su presencia que me llena de seguridad, pero lo hago finalmente para verlo esperar que entre a mi lugar de trabajo, y sólo allí es cuando el motor de su lujoso auto ruge con fuerza siendo seguido por una camioneta negra.
¿Quién es Redgar Kane?


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