capítulo 49

111 38 4
                                    

Capítulo 49
Tom Hills
FBI



Mientras espero en mi auto, oculto en las sombras de un estacionamiento abandonado, siento cómo el peso de la impaciencia empieza a aplastarme. El frío acero de la pistola en la guantera es un recordatorio constante de la dualidad de mi vida: agente del FBI de día, infiltrado en la policía de New York de noche. Los minutos pasan lentamente, cada uno sintiéndose más pesado que el anterior. A lo lejos, distingo unas luces que se acercan. Mi mano, moviéndose casi por instinto, busca el consuelo frío del metal debajo de papeles y mapas arrugados. Pero cuando reconozco el carro en la distancia, mi tensión se desvanece momentáneamente; es él, mi jefe, mi contacto con un mundo al que apenas pertenezco.
El auto se detiene con un susurro, y él sube, llenando el espacio con su imponente presencia. Se recuesta, y con un gruñido que parece arrancar desde lo más profundo de su ser, dispara las palabras como balas
──Eres un maldito idiota. ¿Cómo pudiste iniciar un tiroteo en el puto barrio chino?
Mis ojos, que hasta ahora habían estado fijos en el parabrisas, contemplando el oscuro vacío del estacionamiento, se desvían, evitando su mirada incisiva.
──Si la tengo a ella, lo tengo a él. ──respondo, mi voz más firme de lo que esperaba. Detrás de esas palabras, yace mi convicción, la única verdad que parece importar ahora.
──Estás en la policía para probar que el jefe tiene vínculos con la mafia, para nada más. No estás allí para atrapar a Redgar Kane. Luego iremos por él. ──me sermonea John, como si no comprendiera el fuego que arde dentro de mí, una llama alimentada por la injusticia y el deseo de hacer lo correcto, de acabar con Redgar Kane de una vez por todas.
De cobrar venganza…

La frustración hierve dentro de mí, y sin pensarlo, golpeo el volante, soltando un grito ahogado.
──¿Qué mierda están haciendo ustedes para atrapar a Kane? ──Mi voz retumba en el confinamiento del auto, un eco de mi desesperación.
John sostiene mi mirada, su expresión imperturbable.
──Lo haremos a su tiempo. Necesitamos solo un caso que lo vincule a algo, y lo atrapamos.
Abro la guantera de nuevo, pero esta vez para sacar una carpeta que lanzo hacia él.
──Pero los asesinatos de los hombres… ──Mi dedo señala hacia la foto que acusa. ──. Fue él, fue Kane. Ella es la clave de todo esto, gracias a ella podremos atraparlo, vincularlo con el trafico de armas, los asesinatos y las víctimas del refugio.  ──La imagen de Athenea en el restaurante es mi as en la manga, la llave que, espero, nos conduzca a desentrañar la verdad.
John examina la foto con una mirada que no consigo descifrar, luego cierra la carpeta con una decisión que me deja helado.
──¿Hay huellas? ¿Un hebra de cabello? No, no lo hay. Haz tu maldito trabajo, dame al jefe de policías y luego iremos por Kane. ¿No lo entiendes? ¿Qué quieres? Qué lo llevemos a juicio y desestimen todo, yo también lo quiero encerrado pero con “pruebas circunstanciales” no lo haremos.
Intento contraatacar, mencionar el cargamento que estaba seguro vincularía a Kane con todo esto.
──Ese cargamento era de Kane. ──afirmo, pero John, con una sonrisa que no llega a sus ojos, simplemente responde.
──Fuimos y no estaba. No hay nada en el galpón. Todo estaba limpio.
La desesperación se apodera de mí. ¡Maldita sea!
──Deje hombres vigilando. ──suelto.
──Estaban muertos, apilados. Y no había nada, ni armas, ni huellas… no tienes nada para atrapar a Kane. Enfócate en lo tuyo, en tu objetivo, o tendré que darte de baja. Yo me encargo de Kane.
──Maldita sea, John.
──Escúchame. También lo quiero tras las rejas pero desatar una guerra no nos conviene. Más si es cierto que tienen al alcalde en sus manos. Se inteligente, Tom o tendré que sacarte del caso.
Las palabras de John resuenan en el aire cargado del auto, una sentencia que no estoy preparado para aceptar. Pero en el fondo, una chispa de desafío se enciende. No importa lo que diga, no puedo, no voy a renunciar. Redgar Kane caerá, y yo seré el catalizador de su caída. Miro hacia la oscuridad del estacionamiento, cada sombra parece susurrarme que este es el camino, no importa cuán solitario sea. 
El motor del coche ruge bajo mis manos, un sonido que promete escapismo, una promesa de olvido en medio de la oscuridad que me engulle. No tengo destino, solo la necesidad imperiosa de huir de mis propios pensamientos. La carretera se despliega ante mí, un lienzo vacío esperando ser marcado por los neumáticos. La velocidad es mi única compañera, despejando la niebla de mis pensamientos, haciendo que mi corazón lata al compás de cada aceleración.
El bar aparece en el horizonte como un faro para almas perdidas. Es un edificio deteriorado por el tiempo, las historias y los incontables desencuentros que albergó. No necesito lujo ni pretensiones; necesito autenticidad, necesito un lugar que entienda el peso de mis pasos. Al entrar, el olor a tabaco y desdén me recibe. Me hago camino hacia la barra, el ruido se desvanece en mi mente. Solo estoy yo y la tempestad que intento calmar.
──Lo de siempre. ──digo al bartender, un hombre que ha visto más noches oscuras y almas quebradas de las que le gustaría admitir. Los tragos llegan uno tras otro, cada uno bajando más fácil que el anterior, cada uno llevando un pedazo de mi desesperación. No busco embriagarme de alcohol, sino de olvido.

Cuando el bartender por fin se planta frente a mí, su rostro es una mezcla de piedad y resolución.
──Amigo, ya no puedo servirte más. Creo que lo mejor es que te vayas. ──Sus palabras suenan distantes, pero son claras. Con desgano, lanzo unos billetes sobre la barra y me levanto, no sin antes sentir cómo la habitación da vueltas a mi alrededor.
Camino tambaleante hacia la salida, la puerta un umbral hacia la realidad que había intentado eludir. El aire fresco de la noche me golpea, un crudo recordatorio de la soledad que me envuelve. Pero no estoy solo; una bienvenida que no había anticipado me espera afuera. Sombras se materializan en mi periferia, tomando forma humana, figuras de hombres que, sin decir palabra, expresan su intención con puños listos.
Intento defenderme, pero el licor y la sorpresa son enemigos feroces. Golpe tras golpe me llevan al suelo, cada impacto es un eco de mis errores, una penitencia que recibo sin entender completamente por qué. La oscuridad se cierne sobre mí con cada puñetazo, arrastrándome a un abismo del que no estoy seguro de querer escapar. Cometo un último intento de resistencia, inútil, antes de que la oscuridad me reclame por completo.
El frío pavimento se convierte en mi lecho, las estrellas en mi única compañía mientras la incertidumbre se cierne sobre mí. Mi consciencia se desvanece, rindiéndose al inevitable abrazo de la noche.

RedWhere stories live. Discover now