capítulo 41

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Capítulo 41
Athenea Jones
La Feria.

Desciendo de la camioneta a unas calles del bullicioso mercado, el chofer y la seguridad que Redgar dispuso me siguen a distancia. La brisa acaricia mi rostro, mientras una sensación agridulce de ser vigilada se mezcla con una extraña tranquilidad gracias a la protección indirecta que Redgar me brinda en la distancia. Cada paso me acerca más al mercado, donde la vida palpita con una intensidad que apenas había experimentado antes.
Me gusta venir para acá me hace sentir normal, sin daños, sin pasado, soy alguien más buscando un espacio.
La noche compartida con él sigue fresca en mi memoria, su presencia me sigue presente en cada centímetro de mi piel y en mi mente. Su aroma, tan familiar y provocador, se entrelaza con mis sentidos, despertando una mezcla de nostalgia y deseo.
Es una noche que no olvidaré jamás, mi cuerpo lo siente con cada paso que doy, y para ser sincera lo extraño con locura.
Caminar por las estrechas calles del mercado me sumerge en un mundo de color y texturas. Los puestos rebosan con esencias que danzan en el aire, con delicias culinarias que invitan a probar sabores nuevos, con obras de arte que cuentan historias olvidadas y con prendas de segunda mano que susurran antiguos secretos. Por primera vez en mucho tiempo, encuentro una calma genuina, como si el frenesí de mi vida se desvaneciera por un breve instante.
Es entonces cuando un grupo de niños que juegan con globos amarillos atrae mi atención. Me acerco, cediendo a la inocencia y alegría de los pequeños, que preguntan por los precios, sonrío al ver sus rostro llenos de felicidad, y la verdad es que se me contagia.
El gesto generoso de Redgar resuena en mi mente, y sin dudarlo, saco un poco de dinero y les compro globos a todos. Sus risas y sonrisas inundan el lugar, esparciendo felicidad a su paso, se abalanzan sobre mi provocando una risa de mi parte.
──De nada, disfrútenlos.
Corren alejándose con sus globos, y la señora de la ventana me extiende uno.
──Para usted.
──Oh no…
──Por favor. ──Insiste. Y lo recibo.
──Gracias.
Me adentro al mercado con mi globo en mano, antes no hubiese podido hacer ese gesto con los niños, y la verdad me hace sentir bien, diviso un puesto a lo lejos donde relucen prendas de plata. Mi curiosidad me lleva hasta allí, y me detengo en frente a un escaparate lleno de cadenas y collares brillantes. Pido  al amable vendedor que me muestre una cadena en particular, y mientras él me explica las virtudes de la pieza, una sensación de conexión se cuela entre ellos.
No se porque pero me recuerda a Redgar. Le pregunto el precio y saco dinero para pagarle, el señor se dedica a envolver la pieza en medio de la conversación, retumban detonaciones a lo lejos. Ambos nos giramos en busca del origen del ruido, la inquietud y el misterio flotando en el aire. La calma del mercado se quiebra momentáneamente, recordándome que incluso en medio de la belleza y la calidez, la sombra de la incertidumbre y el peligro siempre acechan.
Mas detonaciones y el escándalo se inicia, gritos, y gente corriendo.
¿Qué pasa?
El dueño del puesto, me tomó del brazo, sus ojos llenos de miedo.
──¡Corre, corre!. ──me instó. Su voz temblorosa resonaba en mis oídos mientras intentaba buscar a la seguridad encargados de protegerme, pero la confusión reinante lo volvía imposible.

Un hombre de la seguridad me agarró del brazo, su mirada firme indicándome que lo siguiera. Solté el globo que tenía en la mano y me lancé tras él, esquivando a la multitud en pánico que se interponía en nuestro camino.
Las detonaciones continuaban, cada vez más cerca. Tropecé con algo en el suelo y caí pegando mi frente al duro concreto. La muchedumbre desesperada pasaba por encima de mí, pisoteándome sin piedad. Podía sentir el intenso dolor en mi espalda. Mi seguridad trató de levantarme, pero otro individuo lo apartó con violencia, impidiéndole ayudarme.
Con esfuerzo, logré ponerme de pie, sintiendo el dolor en cada fibra de mi ser. Antes de que pudiera reaccionar, fui arrastrada hacia atrás por aquel que había atacado a mi guardia. Cuando finalmente pude distinguir su rostro, el miedo se apoderó de mí. Era Tom Hills.
──Suéltame. ──Grito con todas mis fuerzas mientras intento zafarme de su agarre.
Me vi envuelta en un remolino de caos y miedo, las detonaciones retumbaban a mi alrededor mientras la multitud huía despavorida. En medio de ese pandemonio, su mano fuerte se aferró a mi brazo con determinación.
Mi instinto me gritaba que me alejara de él, pero parecía empeñado en apartarme del peligro que se avecinaba.
──Estoy tratando de protegerte. ──sus palabras sonaban sinceras, pero las advertencias de Redgar resonaban en mi cabeza, sembrando dudas y temores. “No confíes en Tom Hills”, esa era la voz que se repetía una y otra vez en mi mente.
Redgar había sido claro, había algo en Hills, algo que no debía ser pasado por alto. ¿Por qué Tom estaba tan interesado en Redgar? Mis pensamientos se agolpaban mientras él me arrastraba hacia una patrulla. Las lágrimas surcaban mis mejillas, una mezcla de miedo, confusión y desesperación inundaba mi ser.
Intenté resistirme, luchaba por liberarme de su agarre, pero sus fuerzas eran superiores a las mías. Me vi obligada a subir al auto contra mi voluntad, sintiendo una sensación de claustrofobia y desamparo. Las lágrimas seguían fluyendo mientras mi mano temblorosa intentaba abrir la puerta del vehículo, una puerta que permanecía cerrada con llave, impidiéndome escapar de mi incierto destino. La frustración crecía en mi interior, sintiéndome atrapada en una red de intrigas y peligros de la que no sabía cómo salir.
No debí dejar la mansión.
Forcejeaba tratando de abrir la puerta de la patrulla. Mis ojos se posaron en una escena frenética que se desarrollaba a pocos metros de mí. La seguridad que Redgar me había colocado atacaba a Tom Hills con fiereza, desatando una pelea cuerpo a cuerpo intensa y brutal.
Los golpes resonaban en el aire mientras yo seguía luchando por liberarme de la patrulla. El hombre que había estado cuidándome golpeó a Tom con una fuerza inusitada, haciéndolo caer al suelo con un estrépito sordo. Aprovechando ese momento, se apresuró hacia la puerta de la patrulla y con determinación me sujetó con firmeza, arrastrándome hacia una camioneta cercana.
Me sentí como una marioneta en sus manos, temblando de pies a cabeza mientras el caos se desataba a nuestro alrededor. La gente corría en todas direcciones, la policía llegaba a toda prisa al lugar. Con manos temblorosas, logré subir a la camioneta con la ayuda del hombre, quien a paso rápido se ubicó al volante y puso el vehículo en marcha.
Mientras el paisaje se desdibujaba por la velocidad, el conductor me miró a través del espejo retrovisor y me preguntó con voz calmada.
──¿Está bien?
Mis labios apenas lograron articular un débil.
──sí. ──mientras mis manos seguían temblando, incapaces de contener el torbellino de emociones y peligros que acababa de desatarse en mi vida.
Mientras avanzábamos a toda velocidad en la camioneta, puedo escuchar la conversación entre el chófer y el escolta.
──¿Qué fue eso? ──preguntó uno de ellos, con un deje de incredulidad en su voz. El otro respondió con un tono grave.
──Un tiroteo, parece. Alguien perdió los estribos. ──La mención de un tiroteo hizo que mi corazón se acelerara, preguntándome por qué Tom Hills estaba en medio de todo, por qué me había sujetado y metido en la patrulla. Las dudas y la sospecha se arremolinaban en mi mente mientras la camioneta aceleraba su marcha por las calles de la ciudad.
──El jefe va a matarnos. ──Gruñe el chófer golpeando el volante.
Llegamos a un edificio imponente y desconocido para mí. La entrada oscura del estacionamiento del sótano nos recibió, sumiéndonos en una penumbra inquietante.
El miedo se instala en mi pecho pero al adentrarnos, distingo la figura de Redgar, parado junto a la puerta como un centinela en la sombra. Su rostro palideció al verme descender de la camioneta. Antes de que pudiera reaccionar, sacó su arma y la apuntó hacia el chófer, su mirada estaba oscurecida.
Poso mi mano lo más rápido que puedo sobre el arma, y niego.
──Ellos me protegieron. Hicieron su trabajo.
Redgar me observa.
La tensión se disipaba lentamente, dejando un sabor agridulce de traiciones y lealtades cruzadas en el aire. La incertidumbre y los secretos latentes flotaban a nuestro alrededor, susurrando promesas de revelaciones y peligros por venir.
──¡Afuera todos! ──Grita.
Redgar me tomó en sus brazos con delicadeza, colocándome en una repisa de madera como si fuera lo más frágil del mundo. Su rostro reflejaba preocupación y cuidado mientras inspeccionaba mis heridas con ternura, mi cuerpo marcado por la intensidad de lo sucedido. En ese momento, su presencia reconfortante me recordó que, a pesar de todo, estábamos juntos.
Tony llega con una pequeña caja en sus manos y la abre, para extenderle unas vendas a Redgar.
──Ardera un poco. ──Susurra hacia mi. Empieza a limpiar la herida que tengo en la cabeza.
──Hubo un tiroteo. Unas pandillas… ──informa Tony a Redgar, quién permanece en silencio limpiando mi herida la cual arde, arde demasiado. ──. Pero…
Lo interrumpo.
──Estaba Tom Hills. ──Suelto llamando la atención de Redgar, deja la gasa en el aire. 
──Tony… ──gruñe.
──Ya me pongo en ello. ──Tony sale dejándonos sólo, puedo sentir la pesadez y el aura de Redgar inundando el lugar.
Puedo incluso verlo transformándose en eso que tanto dice ser, un mafioso.
Se semblante se ensombrece.
Red está frente a mi.

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