capítulo 47

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Capítulo 47
Alessandro Gambi.
Mafia italiana.


El viento fresco de la tarde me acaricia la cara mientras estoy de pie, en la espaciosa terraza que da hacia los jardines de la mansión familiar, justo en las afueras de New York. En mi mano, un vaso de whisky, tan costoso como raro, un pequeño placer que me doy en momentos como este. Mis ojos se desvían hacia donde mis sobrinos juegan en el césped, risas inocentes que llenan el aire, un raro contraste con el mundo en el que me muevo día a día. Más allá, mi hermana y mi madre conversan con esa facilidad que solo años de intimidad pueden dar, ajena a los oscuros negocios familiares.
A mi alrededor, mis hombres, los leales miembros de mi clan, discuten con esa mezcla de seriedad y camaradería sobre apuestas y las mujeres que han llenado el hotel que usamos como nuestra base de operaciones. Es un sonido de fondo constante, uno que he aprendido a filtrar cuando necesito pensar.
De repente, un sonido interrumpe mis reflexiones. Pasos apresurados sobre el mármol del salón resuenan en la noche, acercándose. Me giro instintivamente y veo a Matteo. Su rostro, generalmente impasible, está torcido en una expresión de puro pánico, y eso, más que nada, hizo que mi corazón se acelere. En sus manos, una caja adornada con un lazo, un contraste casi cómico si no fuera por la tensión que corta el aire como un cuchillo.
Mis hombres se dan cuenta del cambio en la atmósfera y se levantan, sus conversaciones a medio terminar. No necesito hablar; un gesto mío es suficiente.
──Mantengan a la familia en el jardín. ──ordeno a mi guardaespaldas con una calma que no siento. Él asiente y se marcha, su presencia imponente asegurándose de que nadie pregunte ni desobedezca.

Matteo avanza, su nerviosismo palpable, y deja la caja en la mesa del comedor. Todos mis sentidos están en alerta. Esta caja, este objeto fuera de lugar, podría significar muchas cosas, ninguna de ellas buena. Matteo y yo intercambiamos una mirada; ha sido mi mano derecha durante años, y en su expresión leo el miedo a lo desconocido, un sentimiento que compartimos en este momento.
La caja sobre la mesa, un ominoso recordatorio de que en nuestro mundo, los errores se pagan caro. Desde que Giovanni, mi primo, desapareció, había intentado mantener la mente fría, centrarme en el problema, buscar una solución sin desesperarme. Pero Giovanni nunca fue conocido por su prudencia. Robar armas a la mafia irlandesa, a Red, era un acto tan temerario que me costaba creer que alguien de mi sangre pudiera cometer tal estupidez. Hay reglas no escritas que incluso en nuestro oscuro submundo se respetan con religiosidad. Y Giovanni había cruzado una línea no solo con Red, sino con el entendimiento tácito que manteníamos entre clanes.
Red y yo habíamos intercambiado palabras por teléfono, una conversación tensa, cargada de advertencias y amenazas veladas. Su reputación le precedía; un hombre implacable, de medidas extremas. Pese a mi posición y poder, sabía que este conflicto no se solucionaría con palabras ni con negociaciones. Red se cobraría su deuda, de una forma u otra.
Ordené a Matteo abrir la caja con un tono de voz más calmado de lo que me sentía. Los hombres que me rodeaban, fieles a la familia Gambbi, compartían una mirada nerviosa, presintiendo el contenido antes incluso de confirmarlo. Al retirarse la tapa, el contenido nos golpeó con la crudeza de una traición no solo a una de las familias más influyentes de nuestra red sino a todas las reglas no escritas que nos habían mantenido en una paz tensa.
Una pierna, ya morada por los moretones y el inicio de la descomposición, yacía en la caja. La pierna de Giovanni. Un mensaje tan claro que no necesitaba palabras. Red tenía a mi primo, o lo que quedaba de él.
──Lo tiene Red. ──gruñí, y el aire se cargó de una tensión palpable. Mis hombres se tensaron, comprendiendo inmediatamente las implicaciones.

En nuestro mundo, los mensajes se enviaban de la forma más brutal y directa posible. La pierna de Giovanni no era solo un mensaje de Red; era una declaración de guerra, un desafío directo a mi autoridad y un recordatorio macabro de su poder. En el rostro de mis hombres vi reflejado mi propio conflicto interno: la necesidad de venganza chocando con el pragmatismo de la situación. Cada uno de nosotros sabía lo que estaba en juego, las vidas que podrían perderse en un conflicto abierto con Red y su organización.
Giovanni, con su acción impulsiva y suicida, había desatado una cadena de eventos que irrevocablemente nos arrastraría a todos. Y en ese momento, rodeado por mi familia y mis más cercanos colaboradores, supe que debía tomar una decisión. No solo por el honor de mi familia, sino para asegurar nuestra supervivencia. La venganza contra Red exigiría más que ataques impulsivos; requeriría todo el ingenio y recursos a mi disposición.
Este era el mundo en el que vivíamos, un mundo donde las decisiones se tomaban no solo con el corazón, sino con la mente fría y calculadora de quienes saben que el próximo movimiento podría ser el último. Y mientras mis hombres esperaban mi orden, la única verdad que conocíamos era que la sangre llama a más sangre, y que esta batalla, ya inevitable, definiría el futuro de nuestra familia.
La tensión era palpable, un manto espeso que envolvía la habitación, infiltrándose en cada rincón como una neblina densa y silenciosa. Mis hombres, leales hasta el final, estaban listos para desatar un infierno en respuesta al macabro mensaje entregado por Red. Pero entre el caos y las ganas de venganza, una voz, rasposa y decidida, cortó a través del silencio como un cuchillo caliente.
──Deme la orden jefe, y no quedará nada de Red. Nada… Le incendio todo. ──Piero, uno de mis sicarios más eficientes, me mira con esa intensidad impasible, esperando mi consentimiento para dar rienda suelta a la tormenta.
Le devuelvo una mirada, fría, severa, una que comunica más que mil palabras, una que lo hace callar de golpe. En ese instante, las estrategias y la venganza se mezclan con las imágenes de mi familia, disfrutando de la serenidad del jardín, risas y conversaciones que se sienten a mundos de distancia de este acalorado debate.

Matteo, no menos impaciente, rompe el nuevo silencio.
──Alessandro, tenemos que atacar.
Mi vista se desplaza entre los rostros de mis hombres, marcados por la determinación y la rabia, y luego vuelve al jardín, un recordatorio vivo de lo que realmente importa. En ese momento, las palabras fluyen, marcadas por el peso de una decisión que podría cambiarlo todo.
──Dejen de pensar con las malditas armas. ──digo, mi voz cargada de una firmeza nacida del dolor y la responsabilidad. ──. Giovanni aún está vivo, y sabemos muy bien cómo es… ──Esa revelación carga cada palabra con un nuevo significado, redirigiendo el curso de nuestras acciones. ──. Piero, organiza mover el éxtasis de la casa. Matteo… protege los hoteles y nuestras mujeres. ──Mis órdenes son claras, directas, un reflejo de una estrategia que apuesta por la defensa y la preservación antes que la destrucción sin sentido. ──. Ese maldito va a atacar con todo.
Mis palabras sirven como un recordatorio de lo que está en juego, más allá del orgullo y la venganza. Red es un enemigo formidable, de eso no hay duda, pero responder al caos con caos solo nos llevaría a una espiral destrucción que podría arrastrar a todos quienes nos importan.
Mis hombres asienten, la resolución en sus ojos ahora mezclada con un nuevo entendimiento. Este no es un juego de hombres impulsivos actuando bajo el calor de la ira; es una guerra de mentes, donde la estrategia y el control serán clave para nuestra supervivencia.
Mientras Piero y Matteo se ponen en marcha, ejecutando las órdenes dadas con la eficiencia que los caracteriza, vuelvo mi mirada una vez más hacia el jardín, hacia mi familia. En su risa, en su inocencia momentánea, encuentro la determinación para seguir adelante, para proteger lo nuestro a toda costa. La batalla que se avecina requerirá de todo lo que soy y de todo lo que tenemos. Pero en este momento, la certeza de Giovanni aún vivo nos pone en un punto álgido.
No se qué es peor, que siga vivo o que lo maten.
──Alessandro. ──la voz de mi hermana, mi guardaespaldas se apresura para tapar la caja pero Alessia ha sido mucho más rápida que él, lleva inmediatamente sus manos a su boca y palidece. Le hago señas a mi seguridad para que saque la caja de aquí.
Alessia se sienta en una de más sillas.
──¿Eso…? ¿eso era una pierna? ──inquiere con manos temblorosas, sus ojos se llenan de lágrima.
No estoy para esto en estos momentos.
──¿Alessandro?
La vista de la pierna, trágicamente reconocida como perteneciente a nuestro primo Giovanni, la sacudió hasta el núcleo. Se levantó bruscamente, su silla raspando contra el suelo con un chirrido áspero.
──¿Es de Giovanni? ──Su pregunta, cargada de un terror tembloroso, no necesitaba más que una confirmación simple. Asentí, incapaz de formar palabras que pudieran suavizar el golpe de esta brutal realidad.
Alessia estalló en llanto, las emociones desbordándose como una cascada que no podía ser contenida. Mientras se acercaba, sus palabras salieron entre sollozos, una mezcla de rabia y desesperación.
──Maldita sea la mafia y sus negocios sucios.
Sus palabras, tan crudas como sinceras, forzaron mi atención lejos de la estrategia y la venganza, trayéndome de vuelta a las consecuencias humanas de este juego peligroso en el que estábamos atrapados. La observé, esos momentos de fraternidad siendo golpeados por la realidad de nuestro mundo.
──Gracias a mis negocios sucios te vistes de marca y tus hijos van al mejor colegio. ──le respondí. Mi tono no llevaba orgullo, solo una dura aceptación de las ironías en las que se fundaba nuestra vida. Era un recordatorio tanto para ella como para mí de las complicaciones inherentes a nuestra existencia, arraigada en el poder, el dinero y el peligro que nos rodeaba.
Ella contraatacó, su voz teñida de un miedo fundamentado.
──Pero vamos a morir por culpa de ustedes. ──Su acusación golpeó una cuerda sensible, la posibilidad de un final trágico que siempre merodeaba en las sombras.
Le aseguré, con una determinación que esperaba sonara convincente.
──Lo evitaré por mi vida. ──Mi compromiso con la seguridad de mi familia era inquebrantable, una promesa forjada en el amor y la obligación.
Fue entonces cuando Alessia, secando las lágrimas que manchaban su rostro, soltó una revelación que congeló mi sangre.
──Giovanni tenía contacto con el FBI. ──Esa sencilla frase me tensó hasta el límite. Los engranajes de mi mente, ya sobrecargados por los recientes eventos, giraron frenéticamente. La implicación de tales contactos podría desentrañar no solo el delicado equilibrio que había intentado mantener contra Red y sus fuerzas, sino que también amenazaba con exponer nuestras operaciones a una luz que no podíamos permitirnos.
Miré a Alessia, su rostro aún manchado por las lágrimas pero sus ojos ardían con una mezcla de miedo y desafío.
──¡Explícate! ──exijo.
──Lo escuché hace semanas hablando por teléfono en el jardín. Estaba hablando sobre un galpón y unas armas… pensé que era algo de tus negocios pero luego soltó que cuántos oficiales lo ayudarían. ──susurra. ──. Luego hablo de que esperaba que cumpliesen su palabra. Qué el FBI no es de fiar pero es lo único que tenía.
Cierro mis manos en puños, empujó a Alessia haciendo que su cuerpo pegue contra la pared.
──¿Desde hace cuanto lo sabías? ──gruño.
──una semana. Ya te lo dije. ¿Quién envío su pierna? ¿El FBI?
Niego.
──Red. ──sus cejas se elevan. ──. ¿Lo entiendes ahora? Tú querido primo y amante… le robó armas a Red. A la mafia Irlandesa. Prepárate porque la guerra que se nos viene derramará mucha sangre.

RedWhere stories live. Discover now