capítulo 10

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Capítulo 10
Red
Ajedrez.

Me recuesto en la silla de cuero de mi despacho, el murmullo de la ciudad filtrándose a través de las gruesas paredes como un coro distante y constante. El humo de mi cigarro se retuerce y asciende en espirales perezosas, cada una contando una historia de sombras y poder.
La puerta se abre con un susurro tan bajo que podría confundirse con el rumor del viento, pero yo sé quién es antes incluso de que su figura se recorte contra la luz del pasillo. Tony. Nadie más osaría interrumpirme sin una cita, excepto él: mi mano derecha.
──Jefe. ──dice con su voz rasposa, un tono que guarda ecos de todas las calles oscuras y negocios turbios que ha transitado.  ──. Un oficial está aquí, dice que con información. ──Su silueta avanza, cada paso una declaración de su existencia implacable y necesaria.
Apago el cigarro lentamente, la brasa muriendo con un siseo suave. Levanto la vista hacia él, mis ojos acostumbrados a la penumbra captan cada detalle. Su gesto es severo, el aviso de una noticia que no puede esperar.
──Que pase. ──ordeno.
Me inclino hacia delante, mis codos apoyados en el escritorio oscuro, mis dedos entrelazados.
Tony asiente y se gira para dar paso al informante. Permanezco inmóvil, mi mente ya trabajando los ángulos, prediciendo posibles escenarios y sus consecuencias. La puerta se cierra detrás del soplón con un click definitivo. El juego comienza ahora, y como siempre, juego para ganar.
Se acerca, depositando su peso en uno de los sillones frente a mi escritorio. El silencio no es incómodo, es una pausa llena de significados, un idioma que ambos entendemos. Finalmente, se decide a romperlo.
──Hay un video de usted, señor. ── comienza Mark, su tono mezcla alivio con un matiz de confusión.
No muestro sorpresa.
──¿Y?
──Y… ── se detiene un segundo, eligiendo sus palabras con la precisión de un ajedrecista. ──. Mi compañero lo vio. Lo reconoció.
Mantengo la expresión imperturbable.
──Hoy fuimos a visitar a la víctima. ──Los músculos de mi cuerpo se tensan. ──. Ella quería saber quien la había ayudado, mi compañero no dijo nada y yo tampoco, señor. Pero, Tom mi compañero es un novato con hambre.
──Haz que entienda que hay ciertas cacerías que no valen la pena. ──Musito con calma.
──¿Y si no escucha? ──Mark frunce el ceño, y entiende el subtexto tan bien como cualquiera.
──Entonces nos aseguraremos de que se alimente de otra cosa. ──digo, dejando que un dejo de amenaza se cuele en mi voz. ──. No quiero que esto se convierta en un problema, Mark. Haz que sepa los riesgos, y los beneficios, si elige mirar hacia otro lado. Creo que no debo explicarte lo que tienes que hacer.
Mark asiente, conoce el negocio; manipular verdades y realidades es un arte que ambos practicamos, aunque en escenarios diferentes.
──Lo haré, jefe. ──asegura y sé que pondrá todo su empeño. Su supervivencia depende de ello.
Cuando se va, me quedo solo con el eco de sus pasos y el sutil crujido de la puerta al cerrarse. En el tablero de ajedrez de la vida, cada pieza cuenta, y yo no tengo intención de perder a la reina por un alfil que aún no entiende el juego.
Me recuesto en mi silla, una pieza tallada a mano y tan llena de historia como el edificio que la alberga. Los hilos invisibles de mi imperio se entrelazan con el espíritu mismo de New York, y siento su poder latiendo bajo mis dedos.

Mis negocios, se pueden decir fraudulentos por aquellos con una brújula moral rígida. Pero vivimos en un mundo donde la moralidad es un lujo que pocos pueden permitirse. He aprendido a leer las oportunidades entre las líneas de la ley, para mí, la diferencia entre el bien y el mal es una línea borrosa que se dibuja con el verde de los billetes.
El dinero. Ese ha sido el artífice de mi ascenso y mi compañía más constante. Me ha enseñado que en las calles de esta ciudad indomable, es el verdadero detentador del poder. Con él, he construido imperios y he visto caer principados. He comprado silencios y vendido favores, cada transacción un poema al dominio que ejerzo.
Cierro los ojos y respiro profundo. El olor de la madera antigua y el cuero trabajado se entremezclan con el aroma distante del mar y la pólvora. New York. La ciudad que nunca duerme, pero que siempre sueña. Y en los sueños de esta ciudad, soy tanto el guardián como el cazador.
La clave ha sido entender que el poder no se muestra, se ejerce. Se manifiesta en los susurros casi inaudibles en los vestíbulos del poder, en los apretones de manos en habitaciones oscuras donde las promesas pesan más que los votos.
Deslizo la mano por el escritorio, sobre los contratos camuflados como acuerdos empresariales, las inversiones en proyectos de fachadas altruistas, cada uno un engranaje en la máquina de mi poder. Este es el juego que juego, uno que he dominado observando a los titiriteros que una vez intentaron manejarme.
La lealtad no se puede comprar, eso me decían, pero yo sé que simplemente no estaban ofreciendo lo suficiente. Puedo contar en una mano los hombres y mujeres a los que no he podido doblegar con la promesa del oro o la amenaza del plomo.
Los rascacielos centinelas fuera de mi ventana emiten un destello ocasional, como estrellas fugaces que caen a la tierra solo para contarme sus secretos. Susurros de transacciones, gemidos de alianzas quebradas y el dulce canto de la victoria sobre mis enemigos.

Abro los ojos, y el reflejo del skyline en la oscuridad de mi oficina me devuelve la mirada. El poder y el dominio en New York vienen a un precio, y yo… yo pagué al contado.
En el silencio de mi fortaleza, hago un brindis silencioso con el lugar que llamamos la Gran Manzana. New York, eres mía tanto como yo soy tuyo. Y en este juego de sombras, llevo todas las de ganar.
Y yo no voy a perder ante un simple oficial de policía.
Jamás.
Me levanto finalmente de mi silla cuando la noches empieza a caer, Athenea debe estar camino a su trabajo, está semana su horario es una mierda absurda, no entiendo cómo puede trabajar tanto y vivir de esa manera.
Quisiera poder ayudarla, siento está necesidad correr por lo cuerpo como un fuerte corriente de agua que nada la detiene salvo los pecados y las sombras que me siguen.
Quiero verla, así que es hora de arreglarme. Camino por toda mi mansión mientras mis empleadas se mueven de un lado a otra haciendo brillar cada adorno y cuadro, todo esta pulcro.
La habitación donde me preparo es un santuario de poder y conquista, un refugio donde cada esquina respira mi autoridad. Cada noche, antes de salir, se convierte en una ceremonia, un acto de preparación calculado y meticuloso. Esta noche no es diferente, salvo por la presencia de Athenea en la lejanía de mis planes.
Mientras me alisto, ella aparece en la antesala de mis pensamientos, una figura etérea que despierta un apetito diferente al que estoy acostumbrado a saciar. Me pregunto si estará observando la ciudad con sus ojos de observadora astuta, con la misma distancia con la que yo ahora la imagino.
──Su traje, señor Red. ──dice una voz suave detrás de mí, interrumpiendo mis reflexiones. Es Camila, una de las mujeres que componen el teatro de mi vida diaria. En esta narrativa de piel y seda, ella sabe su papel: facilitadora de mis caprichos, silenciosa y eficiente.
Me giro para permitirle que me ayude, observando cómo sus dedos hábiles trabajan con precisión. La tela del traje roza contra mi piel, y aunque es suave como la seda, pesa con la promesa de la noche. Poca ropa cubre su cuerpo, una estrategia de distracción para otros, pero una mera casualidad para mí. En este juego de poder, yo soy un jugador demasiado concentrado en mi próximo movimiento para distraerme.
Sus pasos alrededor mío son parte de la danza, un ritual que conozco de memoria. El ajuste de mi corbata, el acomodo de la solapa, cada gesto meticuloso añade al mito de Red, al misterio que soy para quienes me rodean.
Camila no distrae más de lo que distrae una pieza de ajedrez a un maestro de la partida. No hay coqueteos, no hay palabras innecesarias; solo la función que desempeña con la discreción que exijo. Pero en la tersura de su trabajo, en su silencio, encuentro un refugio momentáneo antes de enfrentar la tormenta que se avecina.
Cuando ella termina y da un paso atrás, asiento con aprobación. Mi reflejo me devuelve la mirada. Vestido para el éxito, vestido para la estrategia, vestido para la danza. Camila se retira tan silenciosamente como entró, y me quedo solo una vez más, con la imagen de Athenea acechándome desde la distancia como una promesa o una amenaza.
La noche me espera, y Athenea también. Me encamino a la puerta, decidido a enfrentar lo que vendrá, consciente de que incluso en la presencia de la guerra y el conflicto, hay batallas que se libran en la quietud de una mirada, en la sombra de lo que podría ser.

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