capítulo 36

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Capítulo 36
Athenea Jones
Intimidad.



Desde el umbral del despacho, el mundo se acomoda a un segundo plano; la mirada de Redgar, penetrante y serena, crea un universo donde el tiempo y el espacio parecen plegarse entorno a nosotros. Sus ojos son faros en una noche etérea, y mientras cruzo esa corta distancia que nos separa, puedo sentir que en su cosmos soy la única mujer, la única verdad palpable.
Con cada paso, una fuerza me atrae hacia él, un misterio tan oscuro como el terciopelo de la noche, peligroso en su belleza, pero irresistiblemente magnético. Es gravedad en su forma más pura; un llamado al que mi alma no puede resistirse, aun sabiendo que cada paso podría ser tanto un encuentro como una rendición.
Redgar no ha quitado su mirada de mí, aún envuelto en el halo de humo que escapa con cada calada pausada de su cigarrillo. El tintineo suave de las piedras de hielo contra el cristal de su whisky acompaña la melodía silenciosa de nuestra conexión. Se inclina levemente hacia adelante extendiendo su mano, un gesto que habla más que mil palabras.
El contacto de nuestras pieles es el cierre de un circuito largo tiempo esperado. La energía que nos envuelve se torna espesa, cálida, un ambiente cargado de electricidad palpable. Trago grueso, mi garganta un pasaje desértico, y armándome de un valor que parece frágil y poderoso a la vez, acepto la invitación muda y me acomodo en su regazo, consciente de la trascendencia de ese simple acto.
Con la suave caricia de sus dedos recorriendo mi brazo descubierto, la piel se me eriza, un mar de sensaciones que cartografían un camino directo a mi alma. Cada toque es poesía sin palabras, promesas susurradas en el lenguaje secreto de los cuerpos.

Su voz rompe el silencio, grave y reconfortante, una ancla en la tempestad de sensaciones.
──¿Cómo estuvo la jornada de trabajo? ──La pregunta, mundana en su naturaleza, se siente como un puente entre dos mundos: el suyo y el mío.
──Agotador pero calmado. ──logro responder, mi voz un hilo delgado en el tejido de la tensa calma. Y aunque en mi día a día las complejidades son muchas, ahora, aquí, en la seguridad de sus brazos, el mundo exterior parece distante, borroso, desvaneciéndose en la profundidad de nuestros compartidos y oscuros universos.
El silencio del despacho es un manto que nos cubre con su calma. La intimidad del acto se manifiesta no sólo en el contacto físico sino también en la comodidad emocional que me brinda. Sentada en sus piernas, más allá de la vulnerabilidad que sugiere la cercanía, una sensación de seguridad se ancla en mi pecho. El reconoce la gravedad del momento y su voz suena cuidadosa, teñida de una preocupación genuina.
──No quiero que te sientas incómoda. Si prefieres, puedo pedirle a Tony que te lleve a tu apartamento. ──Me habla con esa honestidad sencilla que siempre me desarma. Pero la idea de separarme de él, de esa energía que me completa y me ancla, es lo último que desearía.
Con un movimiento negativo apresurado de mi cabeza, afianzo mi decisión. No quiero irme. No cuando todo mi ser clama por permanecer a su lado; no es lo que deseo. Las palabras se amontonan en mi garganta, luchando por encontrar una salida entre los nervios y la verdad que bulle en mi interior. Trago grueso, intentando suavizar el camino de las palabras que necesito decir, las palabras que ambos necesitamos escuchar.
Y entonces, en un suspiro que lleva mi voluntad y mis miedos, encuentro el valor.
──Quiero dormir contigo. ──confieso. ──. Nunca he dormido tan bien como cuando estoy a tu lado.

Él asiente, su gesto es de comprensión, de aceptación. Sus dedos vuelven a recorrer suavemente mi brazo, trazando promesas sobre mi piel. Cada roce habla de su disposición a escuchar, a entender.
──Haré todo lo que quieras, sólo debes decirme qué deseas. ──su voz es un voto de confianza, un compromiso. ──. No haré nada que te haga sentir incómoda. ──Su afirmación es un faro en la oscuridad, una oferta de luz que promete mantener las sombras a raya, no importa qué tan juntos nos encontremos en la profundidad de la noche.
En ese espacio entre los latidos del corazón y el crepitar de la madera en la chimenea, descubro la fuerza que emana de la vulnerabilidad compartida y la conexión que se forja en el lenguaje silencioso de las miradas y las caricias. Con Redgar, la intimidad se vuelve un puerto seguro, un refugio donde, por primera vez, puedo ser completamente yo.
Permanezco en su regazo, sintiendo la firmeza de sus muslos debajo de mí mientras él termina su trago de whisky. Su respiración es serena y en ella puedo detectar el aroma dulce y ahumado de la bebida. El cigarro entre sus dedos baila con cada inhalación, una pequeña antorcha que titila antes de morir en el cenicero con un suspiro de ceniza.
──Vamos. ──dice, y la profundidad de su voz envuelve el aire, cargada con promesas tácitas.
Nos levantamos juntos, la habitación se desdibuja en la penumbra salvo por la luz tenue del pasillo que nos guía. Mi mano en la suya, me dejo llevar por su presencia que reina en este espacio. El aroma de su colonia se mezcla con el vestigio de humo, y me embriago de él, una droga sin nombre que aviva cada uno de mis sentidos.
Caminamos en silencio hacia las escaleras, cada paso un preámbulo del deseo. Pero antes de que podamos ascender, Tony se planta ante nosotros, la urgencia tallada en su rostro.
──Red, debo hablar contigo. ──dice con un tono que corta nuestro mundo aparte.

Redgar me mira, sus ojos buscando permiso, disculpa y promesa en la misma mirada.
──Espera en la habitación. ──pide. ──subiré enseguida.
Asiento, y aunque una parte de mí desea protestar, lo veo alejarse hacia una conversación que devora nuestra intimidad. Me encamino a la habitación; es un santuario que Redgar ha preparado para mí, y aunque él no esté, su esencia está tejida en cada detalle.
El bolso sobre la cama atrapa mi atención, mi bolso. Lo abro y encuentro mi ropa, desordenada pero familiar, y junto a ella, prendas nuevas, con etiquetas que ostentan precios que sólo en sueños había contemplado. Un lujo inesperado que me hace preguntarme qué papel juego en la vida de este hombre.
Decido bañarme, despojarme de la máscara del día. Los productos de higiene femenina dispuestos en su baño me dicen que estaba esperándome, que esta noche fue diseñada conmigo en mente. El agua caliente lava las dudas y me envuelvo en la seguridad que él me inspira. Cada gota es una caricia permitida, un susurro en la distancia.
Después, me deslizo en una de las nuevas pijamas y su tela besa mi piel con suavidad. Dejando mi teléfono a un lado, veo la hora avanzada. El cansancio lucha con la ansiedad de esperarle, de sentirle cerca una vez más.
Finalmente, la puerta se abre y él está allí. Redgar, con su sombra llenando la habitación, cierra el espacio entre nosotros con su presencia inconfundible. Él me observa en la cama, y aunque no dice una palabra, la forma en que sus ojos se entrelazan con los míos hace temblar el mundo bajo mis pies.
La intimidad trasciende con fuerza. Arrastrándonos a ambos. 
──¿Pasa algo? ──pregunto, mi voz apenas un susurro en la habitación cargada de preguntas no formuladas.
Redgar me observa detenidamente, sus ojos oscuros como la noche parecen esconder innumerables secretos protegidos por barreras inviolables.
──Es mejor que te mantengas al margen. ──responde con solemnidad, su tono revelando tanto como sus palabras ocultan.
Aunque su respuesta me hace sentir incómoda, entiendo. Comprendo que hay un mundo del que él prefiere mantenerme alejada, un mundo atravesado por sombras y peligros que no deberían tocar mi vida. Me resigno a ese entendimiento, al peso de lo que no será compartido.
Redgar se acerca a mí, pidiendo disculpas en su silencio. Yo niego con la cabeza, no hay necesidad. Estaba esperándolo, en todos los sentidos posibles. Y en ese instante, una verdad se moldea en el aire: Quiero estar aquí, incluso sabiendo que hay partes de su ser que me serán negadas.
Él se despoja de la camisa, y su torso desnudo se presenta ante mi, y mi cuerpo se enciende como un cerilla, no puedo apartar mi mirada de él, ¿Y quién lo haría? Nadie, de ello estoy segura. Su cuerpo es musculoso y puedo notar algunas cicatrices en el, No siento miedo, solo la voluntad pura de sentir su calor, de acercarme para buscar el ritmo de su corazón que late bajo su piel morena.
Me acuesto a su lado, sin palabras, sin promesas. Solo la certeza de estar en el lugar donde debo estar. Su calor se convierte en el manto bajo el que me cobijo, y con cada latido de su corazón, sé que formo parte de un momento intocado por el tiempo que lo engulle todo.
──Existen cosas en mi mundo que es mejor que no sepas.
──Lo sé. Lo entiendo.
──Deberías dormir.
──No quiero dormir, quiero hablar…
──¿De que? ──Su voz resuena en toda la habitación.
──De ti, de mi. Quiero saber que somos, y como funcionará esto. ──Susurro sin dejar palabras en mi mente. ──. Por favor.


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