capítulo 40

138 34 5
                                    

Capítulo 39
Red.


Athenea gime entre mis brazos mientras el agua caliente cae sobre nuestra piel, su sexo me atrapa de una manera tan adictiva que no deseo salir de allí, y como dije; soy muy malo con las adicciones.
Sus labios están hinchados de tanto besos que hemos compartidos, su cuerpo se cierne al mío con gran exactitud, con tanta que cualquiera pudiese pensar que fuimos hechos el uno para el otro. Su piel se torna roja ante mi toque, y ella agotada por las horas que hemos tenido de sexo, deja caer su cabeza en mi hombro mientras busco un orgasmo más, uno más… Los gesto que hace y los gemidos alimentan mi lado sádico, mi lado más oscuro. Verla desarmarse por mi alimenta a ese monstruo que oculto para que ella no huya de lo que soy.
Muerde mi hombro y gime con fuerza dejando caer su cabeza hacia atrás permitiendo que disfrute de mi nueva adicción, recargo su espalda en los azules y acuno su rostro con una de mis manos para detallarla, es exquisita en todos los aspectos, y si antes… era mía, ahora es parte de mi ser.
Salgo de ella sin llegar al clímax, sólo deseaba verla explotar en mis brazos otra vez.
La bajo con cuidado, y sujeto su cuerpo agotado por la jornada, se pega a mi y recarga su cabeza en mi pecho.
──No has…
──Me diste lo que quería, Athenea. ──Susurro, abro más el grifo para que el agua caliente nos abrigue. Ella se relaja en mis brazos.
Puedo notar como le gusta el agua caliente cayendo por su cuerpo.
Athenea era un susurro de lo efímero, de lo que se desea detener pero fluye, incontenible, entre los dedos. Nos habíamos duchado juntos,  Ahora, mientras ella se recostaba en la cama, su piel aún perlada por gotas de agua, yo me encontraba de pie, secándome con una toalla pero ya pensando en las responsabilidades que me aguardaban.
El maldito cargamento, Tom Hills y la mafia italiana.
Era difícil no observarla, ver cómo la luz jugaba en su cabello, cómo sus ojos seguían cada uno de mis movimientos con una mezcla de curiosidad y esa profunda serenidad que sólo ella poseía. Sin embargo, la realidad era una amante exigente y mi deber me llamaba más allá de las paredes de este breve refugio. Comencé a vestirme, cada prenda un paso más hacia lo inevitable.
──¿A dónde vas? ──La pregunta de Athenea brotó suave pero cargada de un entendimiento más allá de las palabras, un eco de la inquietud que yo mismo sentía.
──Debo trabajar. ──respondí, mi voz firme pero cargada de ese pesar de dejar lo que uno desea por lo que se debe hacer. Vi su mirada seguirme mientras recogía mi arma, ese compañero constante de mis días y noches. La familiaridad con la que se ajustaba a mi mano, el peso balanceado, todo ello era parte de mi ser tanto como el respirar.
Mientras aseguraba el arma en mi arnés, Athenea se levantó de la cama, la gravedad de su mirada encontrando la mía.
──Me gustaría salir un rato. ──dijo, su voz un puente hacia la normalidad, hacia un momento de simple humanidad compartida antes de sumergirme de nuevo en las sombras.
La contemplé.
No soy mucho de hablar. Generalmente, me mantengo al margen, observando, calculando. Sin embargo, Athenea tiene ese efecto en la gente, me incluyo.
──Quiero ir al mercado chino, es martes. ──dice suponiendo que lo sé, y es asi, mirándome con esos ojos llenos de vida y expectación.
Me quedé mirándola un instante, más largo de lo que hubiera querido. En mi cabeza, comenzaron a desfilar toda clase de peligros, como sombras acechando en cada esquina.
──Athenea. ──comencé, la preocupación raspando las orillas de mi voz. ──. no es seguro. Te lo dije, las cosas cambiarán.
Pero ella me interrumpió posando sus manos en mi camisa, ligera como el viento entre las hojas.
──Nadie sabe que existo.  Soy una sombra más en la ciudad, Redgar. Además, iré y volveré antes de que te des cuenta.
Esa confianza, esa despreocupada forma de ver el mundo… Me hizo querer creer que era posible. Sin embargo, la precaución nunca duerme.
──Escucha. ──dije, intentando que mi voz sonara más firme de lo que me sentía. ──. acepto que vayas con una condición.
Ella inclinó la cabeza, curiosa, el gesto llevaba una extraña solemnidad.
──Te acompañará un chofer, Y mantendrá su distancia, pero estará allí. Por si acaso.
Athenea frunce el ceño, está a punto de protestar, pero alzó la mano, pidiéndole paciencia.
──Y no solo él. Tendrás seguridad. Es la única forma, Athenea.
Por un momento, vi una chispa de rebeldía en sus ojos, un brillo desafiante que conocía bien.
──Está bien. ──Accede al final, su sonrisa recuperando su brillo habitual. ──. Vendré para el almuerzo.
──Trato hecho. ───contesté, no pudiendo evitar la sonrisa que se asomaba a mis labios. Y mientras la veía alejarse, con la promesa de un almuerzo compartido flotando entre nosotros, sentí cómo una parte de mis temores se aliviaba.
Observé a Athenea preparándose para salir al mercado, su energía era contagiosa, incluso para alguien como yo, acostumbrado a mantener mis emociones bajo estricto control.
──Acompáñame a mi despacho. ──le pedí mientras ella recogía su cabello en una cola alta, un gesto tan simple pero tan lleno de gracia que no pude evitar notar cómo la ropa que había ordenado comprar para ella le sentaba de maravilla. Su presencia iluminaba la estancia, y por un momento, las sombras que generalmente habitaban en los rincones de mi mente se disiparon.
Ella caminó a mi lado, descendimos las escaleras juntos, el sonido de nuestros pasos resonaba en la mansión. La guíe hacia el despacho, entrando primero. Ella me siguió, deteniéndose justo dentro, mientras rodeaba mi escritorio para tomar asiento.
──¿Por qué el personal se esconde cuando camino por la mansión? ──preguntó, su curiosidad no tenía límites, una de las muchas cosas que me hacían… apreciarla.
Elevé la mirada hacia los ojos de Athenea.
──Es una orden mía. ──expliqué, sintiendo el peso de cada palabra. ──. Pueden hablar… y no puedo permitir que la información de tu presencia aquí trascienda estas paredes.
Athenea se quedó en silencio, procesando mis palabras. Me levanté, acortando la distancia entre nosotros, y le extendí dinero y un teléfono. Ella miró ambos objetos sorprendida.
──Tengo dinero y teléfono. ──dijo, su tono reflejaba su confusión, quizás incluso un poco de incredulidad.
Me erguí, permitiéndome imponer, asegurándome de que mi seriedad fuese comprendida.
──No tienes dinero. Y el teléfono que tienes no sirve. No me desafíes, Athenea.
Ella replicó con suavidad, una claridad firme en su voz.
──No lo hago.
──Toma las cosas. ──Ordené, su mirada se cruzó con la mía, había una mezcla de emociones que no intenté descifrar. Con una leve vacilación, extendió la mano, aceptando lo ofrecido.

El momento tenía un aire de gravedad. Era más que simplemente darle dinero y un medio de comunicación; era una admisión tácita de la seriedad de su situación aquí, en esta mansión y en mi vida. Ella estaba en peligro, simplemente por asociación, y no podía darme el lujo de subestimar ese hecho. Aunque me resistiera a admitirlo, protegerla siempre ha sido una de mis principales prioridades.
Ese gesto, ese intercambio, marcaba una aceptación de las reglas no escritas que ahora regían su existencia. Athenea, con su presencia inesperada y deslumbrante, había traído luz a mi vida de formas que aún estaba intentando entender. Sin embargo, esa luz no debía atraer la oscuridad que siempre parecía acechar a la vuelta de la esquina, lista para engullir todo lo que es mío.
Está por irse, pero la detengo…
No era el tipo de hombre que se dejaba llevar por impulsos irracionales… hasta que Athenea irrumpió en mi mundo. Así que antes de que se aventurara fuera de estas murallas que yo había construido tanto física como emocionalmente, sentía la necesidad de marcar un momento.
──Antes de que te vayas. ──comencé, mi voz más firme de lo que esperaba, ──. debes besarme.
No era una solicitud hecha a la ligera, pero tampoco era una orden. Era una confesión, una sin palabras, de que las cosas entre nosotros estaban cambiando, evolucionando a algo que ni siquiera yo podía prever.
Ella se acercó a mí, con una gracia que parecía pertenecer a otro mundo, uno mucho menos complicado que el mío. El beso fue un sello, una promesa no pronunciada de lo que estaba por venir. Se sintió como aceptar un futuro inevitable, uno que involucraba mucho más que sólo estrategias y seguridad.
Después del beso, guiamos nuestras acciones hacia el frente de la mansión con un silencio cómplice, como si ambos necesitáramos tiempo para procesar ese simple acto cargado de significado. Asigné un chofer y seguridad adicional para ella, no solo como una medida de protección, sino como un acto de entrega. Permitirle irse, incluso a un lugar tan mundano como el mercado, requería de mi resignación a la idea de que no podía protegerla de todo, pero haría lo imposible por intentarlo.

Tony, mi mano derecha, se acercó y se puso a mi lado mientras observábamos a Athenea subir a una de las camionetas blindadas. El silencio se rompió con su voz, una voz llena de advertencias no dichas.
──Fue Giovanni. ──dijo. ──. Jugando a ser grande.
Sentí cómo mi cuerpo se tensaba al instante, una reacción entrenada a cualquier mención de aquellos que buscaban despojarme de mi poder. Pero me controlé, como siempre lo hacía. Mi sonrisa, sin embargo, era todo menos feliz.
──Llama a Alessandro. ──instruí con calma, una calma que no reflejaba la tormenta interior que había provocado la mención del clan italiano.
Había un trato, ellos en su terreno y yo en el mío. Una guerra entre mafias destruiría a New York, y nuestro negocios, así que esto no era un plan de la mafia, esto era el niñito italiano jugando a ser mafioso.
Una sentencia de muerte que él mismo se impuso.
Tony, se pone en marcha. Los choferes y el equipo de seguridad reciben sus instrucciones, mostrando esa precisión que espero de ellos. En ese momento, Camila se aproxima, mi abrigo en mano, un gesto tan arraigado en el día a día que ya forma parte del mobiliario de nuestras vidas.
A pesar de su intento por capturar mi atención, mis pensamientos están lejos, enredados en los asuntos oscuros que rigen mis días, y en Athenea.
──Asegúrate de que toda la ropa de mujer en mi habitación se guarde en mi clóset. Lo quiero todo impecable para mi regreso. ──digo sin mirarla realmente, mi mente en otro lado. Ella solo asiente, un movimiento mecánico, familiar.
Tony y yo nos instalamos en la camioneta, el motor ronronea suavemente, listo para llevarnos a través de la ciudad hasta el corazón de mis operaciones. Es allí, en ese espacio entre sombras y luz, donde manejo los hilos de un juego peligroso con la mafia irlandesa bajo mi dominio.

El camino es corto, pero el silencio dentro del vehículo es absorbente, lleno de un aire expectante. De repente, Tony me extiende un teléfono, su gesto cortando el silencio.
──Es Alessandro. ──dice, una simple frase cargada de significados ocultos.
Tomo el teléfono, sintiendo el cambio sutil en la atmósfera.
──Alessandro. ──mi voz resuena con una firmeza acerada en el espacio confinado. ──. Tenemos un maldito trato.
Del otro lado, escucho su respiración, pesada, resignada.
──Y yo lo he respetado, Red. ──su voz, aunque frustrada, lleva un tintineo de desafío.
──El idiota de tu primo no. ──Casi puedo sentir mi pulso acelerarse, pero mantengo mi tono controlado, letal. ──. Me robó. Lo quiero. Quiero su cabeza en una bandeja.
Un suspiro profundo, casi resignado, me llega a través del auricular.
──Eso no se podrá. No entrego a mi sangre. ──contesta, un eco de antiguo código de honor familiar resonando en sus palabras.
Mi sonrisa es fría, cortante como el filo de un cuchillo.
──Yo iré por ella. Son las clausulas, Alessandro. ──digo, y siento la verdad de mis palabras reverberando entre nosotros.
──Si le haces algo, iré por lo que más te importa.
Cierro mi mano en puño. Tras un breve silencio que parece estirarse, corto la conexión, devolviendo el teléfono a Tony. Él, impasible, solo mantiene la mirada fija en el camino que se despliega ante nosotros.
──Empieza la caza. ──murmuro, más para mí que para Tony.
Sino lo mato muestro debilidad, y si lo hago…
Ella correrá peligro.
Este juego de poder, de lealtades y traiciones, exige su tributo. En nuestro mundo, las palabras tienen peso, y las promesas rotas son deudas que se pagan con sangre.


RedWhere stories live. Discover now