capítulo 33

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Capítulo 33
Athenea Jones
Un beso



Desde el primer roce, supe que un beso de Redgar no sería uno más del montón. Había en él una urgencia, un reclamo que iba más allá de lo que nuestras interacciones hasta la fecha habían sugerido. En la penumbra del baño, su cercanía se volvió mi universo entero, su aliento se mezcló con el mío y, cuando finalmente sus labios tocaron los míos, algo dentro de mí se encendió.
Fue romántico, sí, pero también posesivo, como si cada suave presión de su boca estuviera marcando territorio, borrando cualquier duda de a quién pertenecía ese momento. La pasión con la que me besó no era suave ni tímida; era exigente, casi desesperada, como si quisiera capturar algo escurridizo y efímero entre nosotros.
Mi corazón latía desbocado, ritmos desenfrenados que no podía silenciar, y mi cuerpo respondía con un temblor que no conseguía controlar. El beso fue un torbellino, uno que pareció apoderarse no solo de mi respiración, sino de mi alma. Era un choque de fuerzas, una lucha y al mismo tiempo una danza; un cruce de caminos donde su esencia y la mía se reconocieron y se entrelazaron.
Redgar se alejó, su respiración era agitada, sus ojos, un torbellino de emociones que no se atrevía a pronunciar.
──Te esperaré en la sala. ──dijo con voz ronca, y algo en su tono me hizo entender que, aunque el beso había terminado, lo que empezaba entre nosotros apenas se estaba desvelando.
Tardé unos momentos en reencontrar mi equilibrio, en volver a habitar un cuerpo que parecía ajeno, vibrante de la energía que Redgar había infundido en él con aquel beso. Finalmente, me obligué a salir hacia mi habitación y cambié mi ropa con movimientos mecánicos, casi autómatas, la mente aún embotada por la intensidad de la pasión.

Al encontrarme con él en la sala, Redgar sostenía algo entre sus dedos. Era una fotografía desgastada por el tiempo, la imagen de mi madre y yo, una captura de un pasado más inocente. Él extendió la foto hacia mí con una mano que no traicionaba emoción alguna, pero sus ojos… sus ojos me contaban una historia distinta, una de preocupación y resolución.
──Las cosas a partir de ahora se harán como yo diga, Athenea. ──sentenció, con una determinación que me heló la sangre. ──. Es la única forma en la que puedo mantenerte segura.
En ese instante, comprendí que mi vida estaba a punto de cambiar para siempre.
──¿Lo entiendes?
Asiento en silencio con la fotografía en mis manos temblorosas.
──Mataría por ti, mataré por ti eso ni lo dudes ni un segundo.
Nunca imaginé que la seguridad pudiera vestirse con ropajes oscuros, ni que la promesa de protección llegara de labios marcados por secretos sombríos. Pero la vida a menudo se ríe de lo predecible, y ahí estaba yo, encontrando refugio en los brazos de Redgar, el hombre cuyo nombre susurraba peligro tanto como prometía salvación.
──Haré lo que sea necesario para mantenerte a salvo. ──Susurro, y cada palabra resonaba en mi mente como un voto sagrado. Su firma era invisible, pero su compromiso era tan palpable como la firmeza de su abrazo. Nunca nadie había tejido un capullo de seguridad a mi alrededor; mi vida había sido un constante batallar contra la vulnerabilidad. Pero con Redgar, algo se asentaba en mi pecho, algo cálido, algo parecido a un hogar.
Viene hacia mi con pasos firmes, dominando el entorno y mi ser, nuestras miradas se cruzan.
Sí, su mundo es tenebroso, lleno de esquinas sin luz donde las conspiraciones se entrelazaban como telarañas. Redgar, es el líder del clan de la mafia irlandesa, un hombre que desplegaba poder y peligro como otros mostraban sonrisas amables.
A pesar de todo ello, o quizás por ello, me sentía segura a su lado. En su oscuridad, había una promesa de protección que no podía ignorar. Sabía que habrían cosas que preferiría no saber, verdades que se clavarían en mi conciencia como espinas venenosas, pero estaba dispuesta a cerrar los ojos para preservar esa sensación inquebrantable de seguridad.
Quiero estar con él. Quiero ser la claridad en su penumbra, la calma en su tempestad. Y aunque el peso de su mundo amenazaba con aplastarnos a ambos, había algo de redentor en la idea de compartir esa carga, de ser su refugio como él era el mío.
──Acepto. ──dije.
Sonríe levemente quemando con ello alguna duda que quedase en mi.
Se inclina hacia mi rostro, mi aliento se esfuma cuando noto como observa mis labios, y traga grueso para venir nuevamente hacia mi, hacia mis labios especialmente.
Es un beso de aquellos que no solo roban alientos ajenos, sino que se llevan consigo la soledad que una vez anidó en el pecho. Ese beso erradicaba, con la suavidad de los pétalos y la ferocidad de las olas en tempestad, la inseguridad que se había adherido a mi piel. Seguridad… cómo ansiaba su promesa.
Deseaba, con una intensidad que rozaba la desesperación, ahogarme en ese mar de sensaciones prohibidas. Quería perderme en la tempestad de su abrazo, dejarme arrastrar por la corriente de sus manos que, con cada roce, prometían un mañana incierto, pero compartido.
En esos labios, los de un mafioso que recitaba poesía con sus besos mientras componía sinfonías con sus caricias, encontré mi paraíso clandestino. Su boca navegaba sobre la mía, el estaba desarmándome con cada movimiento sincronizado, con cada suspiro compartido.
Con Redgar, y por Redgar, me dejé llevar. Respondí al baile milenario que nos dictaban nuestros cuerpos, en un vaivén que rompía todas las reglas que una vez juré seguir. Su deseo se fundía con el mío, derrumbando todos los muros, liberando cada pedazo de mi ser.
Porque a pesar de la oscuridad que lo rodeaba, y tal vez porque un pedazo de mí también danzaba con mis propias sombras, entendía que el sitio más seguro para mi corazón era junto al suyo. Con el, estaba dispuesta a caminar al filo del abismo, porque él era el guardián de mi alma, el arquitecto de un santuario construido en las mismas profundidades que muchos temían.
Me rendí a la paradoja de encontrar la luz en la oscuridad, la paz en medio del caos. Porque con cada peligro que enfrentábamos juntos se convertía en un hilo más en el tejido de nuestra unión, una prueba de fuego que nos definía, que nos fortalecía. Y yo, con la certeza temblorosa que otorga el amor, elegía ese fuego, esa fortaleza, elegía a Redgar.
Sus labios se separan de los míos lentamente, su nariz roza ligeramente la mía.
──No esperes de mi romance, ni caminatas en medio de la calle o idas al cine, no esperes que sea de rosas, lo que si puedo asegurarte es que nadie, absolutamente nadie en esta vida te cuidara como yo.

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