Sin City

By AceiteyAgua

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-Lo sé, ¡¡Por el amor de Dios!! Pero no podemos hacer tonterías -protesta Aziraphale, preocupado. -Tampoco no... More

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By AceiteyAgua

Gabriel le hace un poco de pat pat entrando a la sala de reuniones. Raguel... ha traído a los Arcángeles nada más porque bastante terrible ya le parece todo esto y está agobiado.

Suficiente, gracias Raguel. Ahí va a sentarse como cabeza de la mesa.

Ojos en blanco.

—Os preguntareis porqué os he citado hoy aquí —empieza Gabriel.

Miguel se sienta a su lado, como sieeeeeeeeeeeeempre. Uriel la mira con cierta cara interrogante.

—Pues... un poco, sí. Especialmente pensando en los acontecimientos recientes... —asegura Azrael.

—Justamente de esos acontecimientos quiero hablaros.

—Por Dios... ahora empiezo a temer cuando dices esas cosas.

—No deberías. Pero supongo que todos sabéis a estas alturas que he sido bendecido con el conocimiento y la guía de nuestra señora una vez más.

Ojos en blanco de... Azrael. Y un poco de Raguel pero más discretamente.

Remiel le mira mordiéndose el labio. Sariel le mira con la boca abierta un poco en admiración y Uriel con una ceja levantada un poco escéptica, más preocupada porque Miguel no le ha hecho ni un gesto

Miguel es que... ni mira a Uriel porque sabe que la va a regañar.

—Todos sabéis que el plan del infierno para mermarnos en fe y hacernos pecar pasa por intentar venir a hacernos lo mismo que el demonio Crowley empezó con el principado Aziraphale —sigue Gabriel.

(Aziraphale... dice que no le vuelvas a hablar en la vida)

Raguel se humedece los labios, escuchando.

—No parecía haber esperanza para nosotros, más que una lucha un poco infinita de resistencia imposible ante lo que los demonios están naturalmente preparados para hacer... hasta ahora.

—Hasta ahora... ¿Ajá? ¿Qué vas a decirnos? —insiste Azrael, impaciente.

—Dios ha proveído. Un contraataque. Lo ha puesto en evidencia para mí y es lo mismo para todos nosotros, así que propongo que nos defendamos atacando primero.

Miguel abre la boca para decir algo... y la cierra.

—¿Qué? ¿Pero cómo? —pregunta Uriel.

—Con amor. Y una ceremonia religiosa —se levanta—. Se llevara a cabo en las fiestas de semana santa. Somos siete Arcángeles. Hay siete príncipes en el infierno. Algunos de nosotros ya tenemos uno. Es cuestión que el resto elijáis uno y lo hagáis... amar. Y... nos unamos con ellos antes de que todos caigamos en el pecado uno a uno. Creedme, sé lo duro que es eso.

El parpadeo... generalizado. Gabriel levanta las manos para intentar calmarles antes de que se desencadene un pandemonio.

—Sé que esto os puede parecer una locura ahora mismo, pero es el camino más lógico.

A ver... es que... Sariel se gira a mirar a Uriel boca abierta en plan... ¿¡le escuchas?!

Uriel no está segura de estar entendiendo lo que cree que está entendiendo porque no puede ser que Gabriel esté diciendo eso.

Raguel... es que quiere llorar otra vez.

Llora, si quieres... Pues... Pero es lo que pide

Es que... maldita sea. Esto es JUSTO lo que hubiera querido en otros tiempos. O no justo pero algo así.

—Bien, os recomiendo que, los que quedáis, os pongáis en marcha cuanto antes porque falta bastante poco para semana santa.

—¿¡Q-Que quieres que... qué?! —es Azrael el que... está convencido de que se ha vuelto loco.

—Elijas a un príncipe del infierno y te asegures de hacerle quererte. Antes de que sean ellos los que intente venir a tentarte

—Estas... ¡pero para encerrar!

Ojos en blanco, de Gabriel porque ya se esperaba esto.

Miguel está demasiado en shock para hacer algo pensando en... lo que acaba de pedirle.

—Miguel, por favor, ¿puedes decirle?

—¿D-Decirle?

—Aja. Tú apoyo. Miguel es una de las que ya tiene un objetivo claro e incluso está manos a la obra.

—¿P-Perdona?

—¿¡Miguel?! ¿¡Manos a la obra?! —pregunta escandalizado Azrael.

—Me lo has dicho antes fuera ¿no es así?

Miguel abre la boca estúpidamente, pensando... desde luego, en el objetivo en la mira. Gabriel le sonríe.

—No te-tengo manos a-a la obra pero... a-a-apoyo... e-en alguna medida la i-idea.

—¿No me dijiste que estabas enfocada en el traidor, Lucifer? Bueno, de todos modos... tal vez pueda explicarnos Raguel entonces.

—¿¡En Lucifer?! ¿¡Yo?! ¡No! —Gabriel incendiándolo todo... más o menos.

Raguel fulmina a Gabriel con la mención suya, especialmente después de mencionar al traidor de Lucifer.

Pues lo ha mencionado para Miguel

Ya, ya... el asunto es que Belcebú ha mencionado a Lucifer también.

—¿Qué hiciste tú con Belcebú? La has traído para demostrarnos? —pregunta Raguel un poco en pánico.

—No, ella ya se ha ido. Por eso creo que, además, tú no deberías preocuparte de Lucifer —sigue para Raguel, que se cruza de brazos, y le fulmina aún más.

—Eso dices tú...

—Créeme, ella mentía.

—Y lo dices tan tranquilo.

—No entiendo qué está ocurriendo... paren, PAREN —protesta Azrael

—¿Qué es lo que no entiendes, Azrael? —protesta Gabriel con cansancio.

—¡Nada! ¿¡De qué hablas con Miguel y el traidor, y qué tiene que ver Raguel aquí?!

—Vamos a ver —se gira a la pantalla tactil que tienen en la pared, tomando un bolígrafo para escribir. Hace dos columnas, en una escribe los nombres de los siete Príncipes del infierno y en la otra a los siete Arcángeles

Azrael le mira y mira a los demás, o sea ¿¡si están oyendo todos lo que dice!?

—¿Vas a... emparejarnos a todos con alguien?

—¿Yo? No. Vais a emparejaros vosotros —traza una línea de Miguel a Lucifer, otra de Mammón a Raguel y vacila antes de hacer una de su nombre a Belcebú.

Raguel chasquea los dedos y borra la suya.

—Ragueeeeel, no empieces —e gira a mirarle.

—Tienes que empezar a prestar atención, Gabriel.

—¿Atención?

—Aamón y Mammón, no son el mismo demonio.

—Ah, bueno, da lo mismo —hace bien la línea esta vez.

—No da lo mismo, ¿te emparejo a ti con Leviatán? —protesta Raguel que ya está así muy a modo... Ira incontenible todo el rato. Gracias Aamón. Esto debe ser gracias a ti.

—¿¡Por qué estás emparejando a Raguel con... alguien?! —Azrael escandalizado—. Y a las chicas... ¿tú sabes lo riesgoso que es todo esto?

—Ya lo he arreglado, ¿no es eso? —Gabriel se vuelve a Azrael—. Porque, a diferencia de ti, en vez de lloriquear por todo está cooperando.

—¿Cómo va a estar cooperando? ¡Debería estarte riñendo! ¡Raguel dile!

—Yo... no puedo comentar sobre este tema de manera objetiva —suelta Raguel.

—Yo no pienso elegir nada —protesta Uriel.

—Es que... ¿¡con un príncipe del infierno?! —pregunta agobiada Sariel.

—¿Y qué quieres? ¿Un demonio menor?

—No quiero un demonio...

Gabriel suspira con eso porque ya se lo esperaba.

—¿¡Por qué iba a querer un demonio?! Es decir... es que no entiendo tu... o el principado Aziraphale qué es lo que les ven. Son terribles todos, huelen mal, son malos, desagradables, no tienen fe y son traicioneros.

—Eso no importa, porque esto es un ataque preventivo. No he dicho que tú le quieras.

—Esto... ¿solo va de hacer que nos quieran? Pero son demonios, ¡no pueden querer!

—Sí que pueden, créeme, por eso os lo pido.

—¿Y cómo vamos a hacer eso?

—Pues... eso es cuestión de probar.

—¿Tú lo has conseguido con Belcebú?

—Sí.

Azrael se pellizca el puente de la nariz.

—¿¡En dónde dice que debemos hacer esto?! Me lo recuerdas, por favor.

—Pues Dios me lo ha dicho.

—Es que es algo... ¡Enorme y complejo!

—Pues nadie dijo que los designios divinos fueran fáciles.

—No estoy seguro de que sea un designo divino.

—Yo sí —interrumpe Miguel con voz bastante clara y a buen volumen.

—Gracias.

—Lo hemos intentado detener de diversas formas... y no hay como —mira a Uriel de reojo

Uriel le gesticula "¿de qué va todo esto?" A Miguel solo con los labios.

"No funcionó" responde Miguel, encogiéndose de hombros discretamente.

"¿Y AHORA LE APOYAS?"

"No me dejó opciones! Ahora hablamos"

—Bien —Gabriel da una palmada—. ¿Entonces?

—Deberíamos votar —suelta Azrael.

—¿Disculpa?

—Votar.

—Entre... ¿qué opciones?

—Entre si hacer lo que dices, o... destituirte.

—¿A mi? —levanta las cejas—. ¿Vas a oponerte al plan de Dios?

—Voy a oponerme a que destruyas todo por una interpretación. ¡Necesitamos al menos valorarlo un poco mejor! Últimamente no pareces estar muy... lógico.

—Azrael... ten cuidado con lo que insinúas! —protesta Miguel.

—¿Qué tiene de destruir todo que vayas a darle un poco de amor a un demonio? ni siquiera te he dicho que tú tengas que sentirlo.

—Perdona, Gabriel... ¿Quieres que... bajemos al infierno a... eso? —pregunta Remiel.

—No, no... no. ¿Verdad? —Miguel mira a Gabriel —. Es decir... eso no es muy seguro.

—No. Podemos... citarles aquí en el cielo a ver quien de ellos se atreve a subir o... ¿cómo lo haces tú?—le pregunta a Raguel, que abre la boca... y la cierra. Y la abre... y la cierra.

—¿Raguel? ¿Pero qué tiene que ver Raguel aquí?

—Raguel también tiene puesta en marcha esta operación, por eso tiene ya a un demonio asignado.

What?!

Gabriel señala la pizarra donde está escrito.

—Pero ¿¡y ese quién es?!

—Según esto... —suelta Remiel leyendo en su teléfono—. Es el señor de la ira.

—¡Que absurdo, Raguel! ¿Cómo vas a estar tú con el señor de la ira? —Azrael hace los ojos en blanco—. Tienen que ponerle con el de la pereza o algo así.

—Belfegor —puntualiza Remiel mirando el teléfono.

—¿Y desde cuándo estáis tú y Miguel en esta locura también? —pregunta Uriel a Raguel, que mira a Uriel... y se sonroja.

—Yo... quizás debería contarles una cosa.

Uriel inclina la cabeza y Raguel vacila un poco, pero pareciera que... es el momento correcto de hacer esto.

Wait... —le detiene Remiel cayendo en la cuenta—. Hace días que quiero preguntaros... ¿esto tiene que ver con lo de vuestra voz al cantar?

Raguel mira a Gabriel de reojo. Traga saliva.

—Sí. No tiene caso seguir ocultando toda esta situación.

Gabriel lloriquea un poco con eso.

—Yo... estuve en una relación con Aamón hace dos mil años —suelta la bomba—. Cuando perdí la voz.

Uriel levanta las cejas y Remiel parpadea. Sariel se lleva las manos a la boca un poco impresionada. Miguel levanta las cejas también, y abre la boca.

Gabriel suspira y se acerca a él, poniéndole las manos en los hombros para confortarle y apoyarle.

—Raguel?! RAGUEL!? TU? Pero... —Azrael hace aspavientos.

—Calmaos todos. No hay de qué escandalizarse —replica Gabriel.

—Espera... ESPERA... esto fue... —Miguel levanta una mano haciendo memoria.

—Miguel —advierte Gabriel.

—Lo recuerdo... él quería que tú... Quería que él se encargara de los asuntos del infierno.

—¿Necesitáis una prueba más clara?

Raguel suspira, mirándose las manos, porque Miguel, sin querer... es quien lo desencadenó todo.

—¿Una prueba de qué? —pregunta Remiel.

—¡De amor! El demonio estuvo con él hasta pedirle a Miguel misma que Raguel se ocupara del infierno —casi se ríe de lo cómico que resulta—. Y Raguel se fue por DOS MIL AÑOS. Y el demonio se puso a llorar como un bebé cuando volvió a verle.

Ay, Gabriel. Raguel se gira a él, en un solo movimiento bastante rápido y fluido... y un poco agresivo. Gabriel parpadea sin esperarse eso, porque según él le estaba ayudando.

Es que querría arrancarte la lengua por esa última frase.

Pues es que él lo vio eso. Raguel... es que pareciera imposible explicarle a Gabriel lo que dice mal.

—No te burles de él por hacerlo.

—No me estoy burlando, Raguel, es una prueba.

—Yo también le quiero —establece. Solo por si acaso—. Es un riesgo que tienen todos. Van a querer a su demonio.

Gabriel frunce un poco el ceño porque no quería decirle eso para no asustarles.

—Aun así, es la experiencia más... es... vale la pena —agrega Raguel—. Si se permiten hacerlo, vale la pena.

—Además es el camino.

—Lo es. El camino de Nuestra Señora. Es nuestro destino. No importa cuántos miles de años luchemos contra él.

Gabriel asiente. Azrael se lleva las dos manos a la cabeza, peinándose un poco, echándose el pelo hacia atrás.

—Por la Virgen... ¿van a decirme que soy el único que piensa que esto es una LOCURA?

—No —replica Uriel.

—Menos mal.

—Prueben... conocer a un príncipe del infierno. No más —les propone Raguel.

Remiel se revuelve porque él no está... seguro, ni de lo uno ni de lo otro.

—Ya les conocemos, justamente ese es el problema —insiste Azrael —. Uriel, ¡diles tú también!

—Mirad, esto es para controlar la situación. Es cierto que eso puede desencadenar en esto —manos otra vez a los hombros de Raguel—. Pero puede que no, depende de vosotros. Lo que queremos es controlar la situación antes de que nos controle y prevenir los problemas.

—¿Tú estás enamorado de Belcebú? —pregunta Sariel y Gabriel se sonroja.

—Siguiendo con el plan, entonces... la idea es realizar la ceremonia para contraer las nupcias todos juntos.

—No le has respondido a Sariel —asegura Raguel.

—Ya lo sé.

—¿¡Estás consciente de lo que hay que hacer para contraer nupcias?! —pregunta Azrael.

—Aún estoy investigando esa parte, pero lo necesitaremos.

—Me refiero a la parte... que seguramente tú si sabes, pero que estás pidiéndonos a todos que hagamos.

—Esto tiene que ver con evitar el pecado precisamente.

—No será que lo que quieres es justificar tú pecado —Azrael el incansable

—Mira, ¿sabes qué? Estoy intentando protegerte y no dejas de acusarme. No te unas a esto si no quieres. No te unas a nada.

—Eh, eh... —Raguel le pone una mano encima a la mano de Gabriel—. Creo que Azrael solo necesita tiempo para rezar y meditar lo que nos está pidiendo Nuestra Señora.

—Pues es que... ¡esto suena a todo menos a protegernos! —protesta Azrael levantándose —. Creo que sí que no quiero unirme a esta locura.

—Yo tampoco quiero —se une Uriel.

Miguel se muerde el labio porque tampoco querría, ejem, pero... le ha dicho a Gabriel que le apoyaría incondicionalmente.

Sariel no sabe qué hacer y Remiel tampoco, esto le da un poco de miedo, la verdad.

De hecho da mucho miedo, porque esto solo había pasado una vez. Cuando... Lucifer.

—¿¡Todos los demás están lo bastante locos?! Pues vale... vámonos Uriel.

Uriel se levanta con Azrael.

—Cuando les vuelva la cordura con todo gusto... Hablamos otra vez.

—Exacto.

—Pero... chicos —Remiel les mira un poco triste.

—No, es que pero chicos nada. Deberías venir tú también antes de que te coman la cabeza.

—¿Pero cómo sabes que esto es...?

—¡Porque es OBVIO que si Dios quisiera esto no les habría echado a ellos del cielo!

—Pero... ¿recuerdas cuando esto se podía hacer entre nosotros y lo prohibió también?

—¡Tanto más a mi favor! A ella NO le gusta que hagamos esto. Punto.

—Pero mira a Raguel lo hizo hace dos mil años y nuca cayó —replica Gabriel.

—¡Pues será que él lleva el libro y nunca se puso sus pecados ahí!

Raguel se lleva una mano a la cara, porque esto... es más o menos lo que temió siempre.

—¿Insinúas que escribió lo que hizo caer a Rafael y no lo que él mismo hizo?

—Sí, sí insinúo que es esa la única opción. Qué casualidad que es, de todos, él. Gabriel, no te dejes engañar... Belcebú te ha comido la cabeza, y ahora Raguel está...

Raguel mira a Azrael, dolido con ese comentario.

—¡Estás acusando a tus compañeros de cosas muy escandalosas solo porque tienes miedo y no eres capaz de tener fe!

—No lo sé, ¡está engañándonos a todos! Dos mil años lleva engañándonos a todos, ¿¡no lo ves!? ¡Y no me acuses a mí de no tener fe! Tú eres el que nos está dando la espalda a todos por culpa de... ¡ELLA!

—¡Yo he vuelto aquí por vosotros!

—¿¡Por nosotros?! ¡Lo que has hecho es volver a envenenarnos y a dividirnos!

—He venido a advertiros y protegeros, Azrael, eres tú el que está acusándonos a todos de cosas inverosímiles.

—¿¡Yo soy el de las cosas inverosímiles?! ¿¡YO?!

—Por favor, dejen de pelear... —pide Raguel con su voz suave.

—Has acusado a Remiel de débil, a mí de embustero y corrupto, a Raguel de deshonesto, mentiroso y aprovechado...

—¡Pues será porque lo son! —Azrael mueve los brazos. La verdad se hace un poco el silencio después de esa declaración.

—Todos estamos mal salvo tú. Claro —responde muy lentamente, calmado.

—Es que es como si intentaras convencerme de que matar está bien. Aunque todos lo digan...! ¡Y no soy sólo yo, es Uriel!

—Uriel no está acusando a nadie.

—Pues no te lo dice pero... ¡seguramente lo piensa! ¡Cualquiera lo pensaría!

Gabriel la mira y ella se sonroja un poco.

—Es que, Gabriel... ¿¡una boda?! Con quien me casarías, a ver.

—Azrael, me da igual. No es quién la clave de esto.

—¿Te da igual? Te da igual porque tú tienes a Belcebú. La podría haber elegido yo para mí.

—No tiene ningún sentido... —ojos en blanco—. Mira, insisto, esto es lo que hablaron en Halloween que iban a hacer. Puedes simplemente sentarte a esperar que sean ellos quienes elijan o...

—Decirles que no... ¿Por qué crees que no podemos decir que no?

—Porque no vas a hacerlo. Forma parte del plan divino.

Azrael mira a Uriel y luego a Gabriel.

—Necesito... algo más que el que solo me lo digas tú.

—Así que ahora eres... como Tomás el incrédulo.

—¡No lo soy! Quiero creerte, solo...

—No lo haces, así que no tienes fe.

Azrael vuelve a mirar a Uriel y ella traga saliva

—Es que todo esto se contrapone a cualquier orden que nos hubiera dado hasta ahora.

—Bueno, sí, pero ella puede cambiar de opinión

—¿Y cómo estás seguro que no estás interpretando mal las señales? —pregunta Remiel suavecito.

—Pareciera además lo más obvio —secunda Azrael.

—Porque fueron sumamente obvias. Y además no soy al único a quien le está pasando esto.

—Raguel... no cuenta.

—¿Por?

—¡Porque lleva dos mil años mintiéndonos! No es... uno de nosotros.

—¿Disculpa?

—¿¡No están todos los demás de acuerdo?! Lleva toda la vida evaluándonos y él es... un mentiroso.

Raguel suspira, mirando a Azrael y pensando, de cierto modo, que tiene razón.

—Venga ya, ¡para con el drama! ¿En qué te ha mentido? ¿Le preguntaste algún día si tenía una relación con un demonio? No, ¿verdad? ¡Entonces para! —protesta Miguel que suele tener poca paciencia para estas cosas.

—Además, estás asumiendo que no está en los libros sin pruebas.

—Si no ha caído... ¡es la única opción!

—A mí no me parece que sea la única. Es decir, si esto fuera parte del plan divino...

—¡No oigo a Raguel siquiera intentar defenderse!

—¿A caso no es sabios callar cuando los necios hablan? Es tan fácil defenderse como que te muestre el libro escrito, si acaso necesitas de verdad meter el dedo en la llaga.

—¿¡Y todos los demás van a aceptar esto así?! ¿¡Que yo soy un necio por dudar?!

Miguel se mira las manos un poco culpablemente porque una parte de ella misma sabe que Azrael está diciendo lo que ella querría decir. Y lo que en el fondo piensa o teme.

—Es que si solo fuera Raguel, entendería tus dudas, pero es que esto explica también el inexplicable caso del principado. O el caso de Miguel —a ti ni te nombres que te atragantas.

Azrael vacila un poco mirándoles a todos.

—Gabriel, esto no es... definitivo, podrías estar condenándonos a todos por una pésima interpretación de un conjunto de sucesos —defiende Uriel.

—Ugh, no, no... yo no he hecho nada y menos con... Ugh.

—Es cuestión de tiempo, querida. Aunque si no quieres, insisto, no tienes que hacer nada extraordinario. Igual que tampoco vosotros —se vuelve a Uriel y Azrael—. Vale, os estoy pidiendo que os caséis, pero de verdad eso va a ahorraros más problemas de los que creéis que va a daros y neutraliza casi completamente al infierno. ¿Qué problema hay en eso? No es condenatorio casarse con alguien.

—En todos estos años nunca ha sido algo que Ella haya alentado.

—No que tú hayas notado. Pero Raguel estaba siendo el... conejito de indias. Y también Miguel. E incluso yo, de algún modo. Y estábamos los tres asustados igual que vosotros lo estáis ahora. Y el estarlo nos llevó a más problemas que beneficios... —sigue señalando a Raguel—. Raguel acabó condenado a una vida de miedo, aislamiento, soledad y culpa, encerrado en el cielo por temor —se gira a Miguel—. ¿O cuánto tiempo lleva Miguel ocultando sus deseos reales en forma de odio y agresividad? Creo que nadie la recuerda ya ser de otro modo.

—¿Qué? —chilla ella, sonrojándose—. No, no, no... no. ¿Qué acabas de decir? ¡Eso no es verdad! —Miguel sigue alegando y luego se gira a los otros—. ¡No es verdad! —Y es que se sonroja, porque entre más chilla, más culpable suena. Se aclara la garganta—. Esto... es un poco exagerado.

La verdad, los demás le miran un poco... o sea, es que quien más quien menos todos pensaban que sí es un poco... DEMASIADO pasional.

—Es obvio que Gabriel exagera —insiste, suavizando mucho más el tono.

—Igualmente... —sigue Gabriel porque ese no es el tema.

—No, no. Admite que no... No. ¡Dilo! Porque yo a le detesto por cosas básicas como lo que lo hizo a Nuestra Señora, es absurdo pensar otra cosa.

—Todos le detestamos por eso.

—Claro. Solo yo... como me encargo del infierno, tengo más que ver con él DESGRACIADAMENTE.

—Todos hemos tenido que ver con ellos antes o después. Pero no hace falta ahondar en el tema si es obvio que te incomoda.

—¡Pues claro que me incomoda si me estás levantando esos falsos! E-Es decir...

—Miguel...

Miguel se cruza de brazos y le mira, levantando la nariz.

—Esta no es la discusión igualmente, Miguel.

—Solo quería dejarlo claro —se sonroja.

—Ya... igualmente.

—Bueno sigue, pues.

—Lo que digo es que es normal que os asuste hacer esto, pero debemos tener fe.

—Tú lo tienes fácil porque te gusta Belcebú —apunta Sariel.

—En realidad justo eso lo hace más difícil.

—¡Que va! ¿Por? —pregunta ella.

—Yo me estoy jugando más si ella se diera cuenta y esto fracasara.

—Entonces sí la quieres.

—Eso tampoco tiene que ver en este asunto.

—A mí me parece importante.

—Sí, la quiero —ojos en blanco.

—¿Es fácil quererla? ¿Cómo hizo que lo hicieras?

—Hablamos de eso después —la fulmina.

—Vale, vale... perdona —Sariel levanta las manos.

—Así que... ¿con quién vas a emparejar al resto? —pregunta Miguel.

—Ya os he dicho que yo no voy a emparejar a nadie.

—¡Pues a mí me parece que a mi si me emparejaste rápidamente!

—Porque tú ya elegiste.

—¿Cuáles son las opciones que tenemos?

—Estás —señala donde está la lista escrita.

—No sé si les recuerdo a todos...

—Veamos... —abre en la pizarra el archivo del cielo buscando las fichas. Sariel lo mira con atención.

—¿Puedo elegir a cualquiera?

—Pues si los demás no se dan prisa, no veo por qué no.

—¿En serio planeas elegir a un DEMONIO? —Uriel no se lo cree.

—Pues no para casarme, pero si al menos para...

—La idea es para casarte —replica Gabriel.

—¡No puedo elegir a alguien para casarme con una lista de nombres!

—A mí eso también me parece un poco exagerado. ¿Cómo vamos a casarnos con un demonio al que además ni conocemos? —protesta Remiel.

—Mira, no es para casarte como los humanos. Esto es para... ayudar a ciertas cosas. Para que no sean pecado. No hace falta en realidad que tengas una relación con dicho demonio si no quieres.

—¿Pero cómo no voy a tener una relación con alguien a quien voy a prometer a Dios amar, honrar y respetar todos los días de mi vida?

—Espera —Uriel se gira a Miguel—. ¿TÚ vas a prometerle a Dios amar, honrar, respetar y proteger a LUCIFER todos los días de tu vida? PFFFFFF

—¡Claro que no! —chilla Miguel HISTÉRICA.

—¡Miguel! —protesta Gabriel poniendo los ojos en blanco.

—¿Y tú sí vas a... casarte con este... Aamón? —pregunta Remiel a Raguel en un susurrito.

—¡Pues no voy a hacer eso! —chilla Miguel.

—Estáis todos pensando en esto en unos términos mucho más serios de lo que es—sigue Gabriel.

—¿¡Pues no te parece lo bastante serio?! ¡Amar, honrar y respetar! —exclama Sariel.

Raguel mira a Remiel de reojo. Y... podría casarse, sí que podría casarse con Aamón. Si estuvieron varias vidas humanas juntos. Remiel le mira con curiosidad

—No, Aamón y yo solo seremos amigos. Aamón tiene otra pareja —traga saliva—. Por ahora —Raguel sigue haciendo estas declaraciones súper fuertes así como si fuera el fin del mundo.

—Oh... bueno, y cuando... o sea, ¿vas a lograr que te quiera de nuevo antes de semana santa como dice Gabriel?

—No lo sé —Raguel aprieta los ojos.

—¿Qué crees que deberíamos hacer?

—Darse la oportunidad de conocer a un demonio.

—¿Sí? ¿A cuál?

—Tú... necesitarías a alguien jovial como tú —Raguel le sonríe.

—¿J-Jovial?

—Sí, alguien... vigoroso y fuerte como tú.

Remiel se sonroja un poco.

—Son... divertidos los demonios. Son distintos a nosotros, puedes pasarlo bien con uno. Tienes que cuidarte, eso sí

Asiente mirando las fotos que Gabriel ha puesto en la pantalla y la verdad es que uno de ellos le llama la atención más que los otros... por... nada en concreto. Tiene el pelo castaño claro casi rubio y la piel blanca. De hecho tiene un montón de pelo por toda la cara casi solo se le ven los ojos. Parece una especie de... animal más que de apariencia humana. Aunque da la sensación que eso es más debido a lo intenso de sus ojos oscuros que por el pelo. "Mammón" lee que se llama. El lobo. Príncipe de la Avaricia. Se humedece los labios y decide que no va a... decir nada en voz alta, pero tal vez luego vaya a buscar la ficha entera para saber más sobre ello.

Mammón te guiña un ojo.

What? ¡No! ¡Ni siquiera está ahí! O sea... carraspeo. Se revuelve. ¿Q-Qué?

Nunca sabrás si lo has imaginado.

Seguro lo ha imaginado. Es un jpg no un gif.

Quizás... quizás no.

—¿Qué opinas?

—Ehm... N-No... No lo sé.

—¿Hay alguno de ellos que... te guste?. No para boda necesariamente, piensa más en... ser su amigo —Raguel se le acerca un poco a Remiel y le sonríe—. Yo no quería necesariamente algo con Aamón, lo que quería era una alianza.

—¿Y qué pasó?

—Empezamos siendo amigos.

—¿Pero cómo?

—Un día bajé al infierno... para esta misión que te cuento. Fue antes de que hubiera esta relación que hay ahora con el infierno. Bastantes años antes de la ida de Jesús a la Tierra.

—Aja...

—Yo fui pionero en esa relación... ¿lo recuerdas? Nadie más creía que pudiéramos siquiera hablar con ellos mucho más de lo básico. Y pelear... Pero yo bajé, solo. Aamón era el príncipe del infierno entonces. EL príncipe del infierno. El accedió.

—¿Accedió a qué?

—A hablar. A ser amigos. A ser muy buenos amigos.

—Pero... ¿no le pareció raro? ¿No te pidió nada a cambio?

—Amor.

Remiel parpadea.

—El amor les gusta.

—¿No les... duele? Como cuándo les bendices...

Raguel se ríe un poco y Remiel se sonroja.

—¿Q-Qué? ¿N-No?

—No, de hecho les gusta mucho que uno se los haga sentir, sabes... así —le toca y le muestra—. A cambio, te dan amor.

—¿Ellos? ¿Por? —parpadea.

—Aamón era dulce, muy muy distinto a cualquier demonio.

—Dulce... —repite, pensándoselo, porque no le cuadra con un demonio.

—No lo parecía. Es el demonio de la ira. ¡De la ira! Y conmigo era... suave y dulce —sonríe sinceramente.

—Bueno, la ira parece algo más peligrosa que la avaricia —responde sin pensar y luego se tensa—. E-Es decir... o... bueno, ehm, la... pereza. O la gula.

—Oohhh... ¿Mammón te ha llamado la atención?

—E-Es solo... O-O sea... No... No lo sé.

—Puedo... ayudarte. ¿Quieres?

—No sé ni siquiera si... —le mira de reojo

—Solo es buscar la forma de... hablar. De conseguir un... gusto en común. Yo jugaba... Ehm... un juego inocente con él.

—¿Qué juego?

—Backgammon... —se sonroja un poco—. Sin apuestas.

—¿¡Pero eso no es un juego de azar?! —chilla un poco más de lo que debería y el resto, que seguían discutiendo, les miran.

—Ugh, Remiel! —protesta Raguel porque... por Dios—. Podrías... solo... no lo es del todo. No importa si lo es, era algo inocente. Para pasar el tiempo.

—¿El qué? —pregunta Uriel.

—U-Un juego... backgammon.

—¿Le estás enseñando malas y demoniacas mañas a Remiel? —se escandaliza un poco Azrael.

—¿Qué? ¡No! —protesta Remiel.

—Azrael, te estás pasando conmigo innecesariamente —protesta Raguel, mirándole.

—Eso ya se lo he dicho yo antes... —interviene Gabriel.

—Lo sé y entiendo su enojo.

—Pues yo no.

—No he sido lo bastante honesto. Pero no recuerdo nunca haberles pervertido o descuidado, siempre les he tratado con respeto y amor.

—Bien... prefiero no seguir dando vueltas a este tema. Nos estamos poniendo todos muy nerviosos. ¿Qué tal si lo pensáis y volvemos a hablarlo dentro de unos días? Pongamos... el jueves —sigue Gabriel.

—Esa es buena idea —Raguel asiente un poco, porque está levemente harto de estas acusaciones. Mira a Remiel y le sonríe—. Puedes venir conmigo y seguir hablando si te apetece.

—Ah, sí, sí, claro.

—Gracias, Remiel —le sonríe más, afectuosamente.

Él le sonríe de vuelta, recogiendo sus cosas para ir con él.

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