No es una historia de amor (B...

By MnicaGarcaSaiz

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Bilogía Alas II. Wendy se ha pasado toda la vida en las sombras acatando órdenes sin rechistar. Viviendo bajo... More

Sinopsis
Dedicatoria
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Epílogo
Agradecimientos
Mis novelas
Sobre la autora

Capítulo 22

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By MnicaGarcaSaiz

Capítulo 22

Wendy:

—¡Feliz cumpleaños, ratoncita! ¿Qué deseo vas a pedir? Recuerda que debes quererlo con muchas ganas para que se cumpla —le dijo su padre poniéndole un gran pastel de cumpleaños delante.

La pequeña acababa de levantarse y aún seguía frotándose los ojos con aire somnoliento, aunque aquel dulce con glaseado rosa había captado toda su atención. La niña cumplía cinco años y cada vez se parecía más a su madre. Su padre la veía reflejada en ella, sobre todo en el brillo tan lleno de vida de sus ojos color púrpura, iguales a los de esta.

—¡No puedo decírtelo, papi! Es un secreto. No se va a cumplir si te lo digo.

El hombre le dio un sonoro beso en la mejilla y le revolvió el pelo con cariño.

—¡Anda, es verdad! Pues cierra los ojos y pide lo que más quieras, ¿entendido?

La pequeña asintió y le hizo caso: cerro los ojitos y pensó y pensó hasta que al final se le ocurrió un deseo. Abrió los ojos y, antes de soplar las cinco velas, miró su padre con amor y, mientras las soplaba pidió su deseo: <<Quiero tener una mamá que quiera mucho a mi papá>>.

La niña no sabía que unos meses después su padre conocería a una mujer que haría que su mundo diera un giro de ciento ochenta grados.

—Vamos, pequeña, o si no llegarás tarde al colegio. No querrás que la maestra te riña en tu cumpleaños, ¿verdad?

—La señorita Andy jamás lo haría.

Eso era cierto y su padre lo sabía. Su hija era una niña ejemplar y nunca se metía en líos ni en peleas.

La cría terminó de comer su trozo de pastel rosa y, cuando acabó, se lavó los dientes, se puso su mochila llena de brillos a la espalda y siguió a su padre hacia la calle. El día se le pasó volando y fue la estrella de la clase. Su profesora le había hecho una corona de cartulina decorada con pegatinas en la que se leía en grande su nombre, le habían cantado el cumpleaños feliz y, además, habían tenido una merendola con sus compañeros.

Pero lo mejor vino a la tarde. Su padre la llevó a casa de su mejor amigo y allí celebraron su cumpleaños con una barbacoa y un baño en la piscina. Era principios de junio y hacía un día caluroso. Aiden y ella se pasaron toda la tarde metidos en ella, nadando y salpicándose mutuamente. Aquel niño era su mejor amigo, aunque a veces le diera por chincharla o se pasara de serio.

—¡Eres muy lenta, Gwenny! —se burló el crío de ocho años, aunque pronto tuvo que tragarse sus palabras. Con una sonrisa triunfal, la pequeña logró alcanzarlo y sin que lo viera le hizo una ahogadilla.

Mientras ellos jugaban, sus padres los vigilaban no muy lejos de ahí sonriendo. El día no podía haber salido mejor y cuando aquella niñita por fin cayó rendida entre los brazos protectores de su padre, no podía sentirse más afortunada.

. . .

Abrí los ojos y me incorporé en la cama sobresaltada. En mi mente seguían proyectándose las imágenes del sueño: la felicidad de mi yo de cinco años, mi fiesta de cumpleaños y el rostro lleno de alegría de papá. Otra vez había tenido un recuerdo en forma de sueño. Cada vez se estaban haciendo más frecuentes desde que mi memoria de una parte de mi infancia fueron desbloqueados.

Me froté las sienes con los dedos en un intento por calmar el dolor de cabeza que estaba empezando a martirizarme con más fuerza... hasta que escuché la voz chillona e insistente de mi madrastra por el megáfono:

—¡Prepara el desayuno, mujer perezosa! Espero que cuando tus hermanas se levanten ya esté todo listo. Ah, y te he dejado una lista de tareas que quiero que hagas hoy antes de que te marches al trabajo.

Resoplé por lo bajo y puse los ojos en blanco.

—Está bien, Katrina. ¿Algo más?

—Sí, esta noche tendremos invitados y espero que no te vean pululando por la casa. Recuerda nuestro acuerdo.

Sí, ya, claro. El acuerdo, como ella lo llamaba, me obligaba a que nadie supiera que era la hija de Blake Barrie, puesto que la cruel de mi madrastra les había dicho que yo también había muerto en el fatídico accidente que se llevó la vida de papá. No sé cómo se las había ingeniado para falsificar mi partida de defunción; solo sé que desde entonces me había visto obligada a esconderme cuando un conocido de la familia venía de visita.

—Está bien. En cuanto acabe mi turno, me encerraré en el sótano. ¿A qué hora llegarán?

—A las cinco.

—Entendido. He captado el mensaje.

Corté la comunicación y miré la hora en el despertador. No eran ni las siete de la mañana. Genial, simplemente genial. Me levanté de la cama y me arrastré como pude al pequeño baño que tenía ahí abajo para darme una ducha rápida y prepararme para otro día duro. Una hora después estaba terminando el desayuno y colocándolo en la gran mesa del comedor cuando Agatha bajó por las escaleras con un aire soberbio, seguida muy de cerca por Dana.

¿Cómo dos hermanas podían ser tan distintas? La mayor era una estirada y muy superficial, dándole mucha importancia a la imagen. Su hermana pequeña, en cambio, era más cercana y sencilla, mucho más amable. Había visto cómo Agatha trataba a Dana, como si se creyera superior, del mismo modo que me trataba a mí. Ojalá llegara un día en el que aprendiera que no iba a conseguir todo lo que deseara por mucho que se encaprichara.

Agatha se sentó y en cuanto tomó un sorbo del café que le había servido, hizo una mueca.

—Le has echado demasiado azúcar. Es imposible beberlo. ¡Qué inútil que eres!

Me tragué todo lo que pensaba sobre ella y le preparé otra taza humeante, asegurándome de echarle la cantidad exacta de azúcar.

Mientras terminaba la abundante ración de tortitas para Dana, me encargué de que el pan que había puesto en la tostadora no se quemara. Estaba sirviéndoselo cuando Katrina se unió a sus hijas con la cabeza bien alta y un aire soberbio. Iba vestida de punta en blanco, como siempre; no la recordaba vistiendo con prendas más sencillas, incluso cuando empezó a salir con mi padre vestía así de elegante aunque solo fuera una cena informal.

—Buenos días, niñas. ¿Qué tal habéis dormido?

—Muy bien, mamá. He adelantado el trabajo que tengo que entregar la semana que viene y ahora puedo estar más relajada —comentó Agatha.

—¡Eso es fantástico!

—Hoy he quedado con... —empezó a decir Dana, pero su hermana cortó sus palabras.

—¿Te puedes creer que nos van a cambiar de clase? ¡Vamos a estar en la misma en la que los reyes estudiaron juntos!

—Qué guay. Seguro que...

Pero de nuevo volvieron a cortar sus palabras.

—Dana, ¿no ves que estamos hablando? —la regañó su madre.

Al ver que no le harían mi caso infló los mofletes y soltó un largo suspiro. Después, terminó su desayuno en silencio. Me lamentaba por Dana. Debía de ser duro que tu propia familia fuera incapaz de escucharte y te dejaran de lado.

En cuanto terminé mi labor, me puse manos a la obra: limpié todo el desastre que había hecho, barrí y fregué los suelos, limpié las ventanas de toda la casa y les hice la cama a Katrina y a Agatha. Cuando hube terminado con mi lista de tareas, me encerré en mi dormitorio para terminar de arreglarme y en cuanto estuve lista salí de aquella casa de locos sin mirar atrás.

. . .

Aquel domingo fue un día intenso. Estuve yendo de un lado para el otro, puesto que al estar el príncipe en una reunión de última hora me habían dado otra serie de tareas. Por la mañana limpié la habitación de la princesa India, que era del mismo tamaño gigantesco que la de su hermano mayor. Me encargué de dejarle una bandeja con esos bombones que sabía que le pirraban, toallas limpias en el baño y sábanas recién planchadas. Como me había sobrado tiempo, me encargué también de la del príncipe Nolan.

Tras el almuerzo que había tomado en las cocinas de palacio mientras charlaba animadamente con varios de mis compañeros, mi superiora me ordenó que fuera al mercado.

—Necesito que compres estos productos y, de ser posible, que sean frescos. La reina bajará a las cocinas esta tarde.

—Entendido.

Cogí la lista con una mano y con la otra me puse el bolso alrededor del cuello. Todavía los días eran calurosos, así que no necesité ponerme una chaqueta. Ya en la calle, me apresuré por llegar al mercado. Si bien estaba a una tirada andando, no me importó; me había acostumbrado a ir a los lugares caminando y con el tiempo me había dado cuenta de que disfrutaba de esos pequeños ratos de paz.

Por el camino vi a varias parejas que iban y venían con rapidez o familias cuyos hijos volvían del colegio. El día invitaba a uno a pasárselo tumbado en el césped leyendo un buen libro o tomando la calidez de los rayos del sol.

Llegué al mercado Mitchtown cuarenta minutos después y, como me lo conocía como la palma de la mano, no tuve ningún problema para encontrar los puestos.

—Wen, ¿qué tal, muchacha? ¡Pero qué morena estás! —me saludó Martha, la dueña de un pequeño puesto de verduras. No era raro que me conocieran, puesto que era de las pocas empleadas de palacio que enviaban al mercado.

Me acerqué a aquella mujer de más de cincuenta años.

—Mar, estás estupenda. Las vacaciones te han sentado muy bien.

—No me extraña. He ido con mi marido a una casa rural y hemos desconectado de todo. ¿Qué tal tú en el campamento? Veo que te ha dado mucho el sol, cabrona.

Reí. Era común ese tipo de comentarios entre nosotras.

—Estoy encantada. Ojalá el año siguiente pudiera volver. Me da mucha lástima que este haya sido el último.

Ella meneó la cabeza arriba y abajo en señal de escucha.

—No te fustigues con eso. Piensa que el verano que viene vas a poder pegarte unas buenas vacaciones. Con el sueldo que ganas podrías irte incluso a un país paradisiaco.

—Ya sabes que todo lo que tengo lo estoy ahorrando para poder rentar un apartamento e independizarme.

—Seguro que consigues todo lo que te propongas. ¿Te pongo algo?

Asentí con la cabeza y le tendí la hoja.

—Sí, ponme los productos más frescos que tengas, por favor.

—Por supuesto.

Preparó todo en una bolsa y, tras cogerla, le pagué. El siguiente puesto al que fui fue a una tienda de dulces que había abierto hacía poco más de un año. Saludé a Maitane con un abrazo y le pasé la lista con todo lo que necesitaba. Mientras me lo iba preparando, dijo:

—¿Qué tal el trabajo? Te veo muy contenta.

Sonreí.

—Me encanta ser una doncella en palacio, aunque, aquí entre tú y yo, me gustaría ir a la universidad el año que viene. Es más, ya estoy ahorrando para poder pagarme la matrícula.

—Eres solo una niña. ¿No deberían hacerse cargo tus padres de tus estudios?

La sonrisa que había estado esbozando me tembló. La pobre mujer no tenía mi idea de nada, puesto que mi vida personal era algo que solo unos pocos conocían.

—Intento no ser una carga para ellos —mentí. No estaba lista para contarle en la gran mierda en la que vivía.

—Eres muy trabajadora. Estoy segura de que podrás hacer realidad todo lo que te propongas.

No era la primera vez en ese mismo día que me lo decían y en aquel momento me lo tomé como una señal. A lo mejor había llegado la hora de encontrar mi propio camino y ser, por fin, feliz.

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Nota de autora:

¡Feliz lunes, Moni Lovers!

¿Qué tal os ha sentado el inicio de la semana? Yo estoy muy emocionada porque estoy a puntito de terminar de escribir esta historia. Tengo ganas de que veáis cómo se desarrolla.

¿Qué os ha parecido el capítulo? Repasemos:

1. El sueño.

2. Vuelta a la realidad.

3. Agatha siendo tan perra con Wendy.

4. Katrina y Agatha ignorando a Dana, como siempre.

5. Wendy en modo doncella.

6. Conversaciones en el mercado.

7. ¡Wendy está llena de esperanza!

Espero que el capítulo os haya gustado. ¡Nos vemos el lunes con mucho más! Os quiero. Un besote.

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