No es una historia de amor (B...

By MnicaGarcaSaiz

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Bilogía Alas II. Wendy se ha pasado toda la vida en las sombras acatando órdenes sin rechistar. Viviendo bajo... More

Sinopsis
Dedicatoria
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Epílogo
Agradecimientos
Mis novelas
Sobre la autora

Capítulo 15

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By MnicaGarcaSaiz

Capítulo 15

Aiden:

Tras el almuerzo, pasé la hora libre que tenía con mi familia. Mis hermanos, mis padres y yo nos reunimos en la habitación de estos últimos en el ala de los monitores y allí, en la privacidad que nos otorgaban esas cuatro paredes, me felicitaron como Dios manda, sin interrupciones. Éramos como cualquier familia normal y lo único que nos diferenciaba era la maldita corona; no es que fuéramos especiales.

—¡Felicidades, cariño! —Mamá me dio un sonoro beso y me tiró de las orejas hasta casi dejarme sin ellas. Lo mismo ocurrió con el resto.

—¡Feliz cumpleaños, hijo! ¿Qué tal te han caído los veinticinco? Ya eres todo un hombre.

Una gran sonrisa se apoderó de todo mi ser y es que papá llevaba diciendo lo mismo desde que había cumplido los dieciocho años.

Habían encendido una vela en un cupcake de chocolate que mamá había preparado especialmente para mí. Le encantaba cocinar y desde pequeño también me había visto interesado por ella. Había aprendido de la mano de la mejor a hacer las mejores exquisiteces y siempre que tenía un rato libre bajaba a las cocinas a trastear. Era mi pequeño hobby secreto del que la prensa no tenía ni idea y del que solo tenía conocimiento mi familia y contados empleados de palacio.

Soplé la vela, pedí un deseo y compartí con ellos aquel manjar. Sabía que mamá había hecho más, pero que había optado por guardárselos para la cena a modo de postre sorpresa para los chicos. Estaba degustando las últimas migajas, sentado a lo indio y charlando animadamente.

—¿Qué tal os va en vuestras cabañas? —nos preguntó mamá sin perder la sonrisa que se había pintado en sus labios.

—Mis compañeros son muy majos y tras las actividades suelo quedar con Kendall y Sallie —habló India con los ojos brillantes. Por lo que había podido ver en las contadas ocasiones que nos veíamos o que coincidíamos, se lo estaba pasando verdaderamente bien—. Hemos hecho una excursión con otros chicos e incluso vamos al menos una vez a la semana a la piscina.

—Me alegro que te lo estés pasando de maravilla, tesoro. Sinceramente, pensaba que esta idea tonta os iba a arruinar el verano.

Mamá parecía de verdad triste por ello. Le puse una mano en el hombro y le lancé una mirada con la que quería transmitirle tranquilidad.

—¿Has dado ya con esas mejoras que quieres implantar?

—¡Por supuesto! He hecho una lista de lo que quiero mejorar y complementar. Me encanta este sitio y, de poder, vendría aquí todos los veranos. El veros estar en un ambiente tan normal me llena de felicidad. No veáis lo contenta que me pone que podáis ser aunque solo sea durante unas semanas como el resto, sin estar todo el día bajo el foco de la atención.

—Se está muy bien en las sombras. Así puedo salir con quien yo quiera sin que la prensa me tache de promiscua.

—¡India Dorothy Rosenzberg! —la retó mi padre. Era my sobreprotector con ella, más que nada porque era su niña y siempre lo sería, a pesar de que ya había entrado en la adolescencia y que poco a poco iba despertando el interés de los demás. Yo había sido consciente de cómo varios chicos de su cabaña la miraban de arriba abajo pese a que ella pasara totalmente de ellos. Mi hermana no era de las típicas princesitas que seguían la moda ni caprichosa; prefería mil veces sentarse a la sombra de un árbol a leer que salir hasta tarde como estaban empezando a hacer las chicas de su edad. Por eso sabía de antemano que solo estaba bromeando.

Una sonrisa ladina seguida de un alzamiento de manos por parte de ella nos hicieron soltar a casi todos una carcajada.

—Solo era una broma, papá. Además, si tuviera novio, serías el último en enterarte —lo picó.

Me encantaba pasar ratos así con mi familia. Los había echado mucho de menos si os soy sincero.

De pronto, toda los ojos se centraron en mí y no supe por qué hasta que Dominic abrió la boca.

—Te he visto muy pegado a la capitana de tu equipo.

Puse los ojos en blanco. Claro, ¡cómo no!

—Solo somos amigos —repuse. Intenté con todas mis fuerzas no ponerme colorado ni que notaran el golpeteo acelerado de mi corazón ni es sudor que se había apoderado de mis manos.

—Con que solo amigos, ¿eh? —No me gustó nada el tonito que había utilizado mi madre, como si supiera algo que yo no. Le lanzó una mirada cómplice a mi padre.

—¡Vamos! Si ni siquiera te despegas de ella. ¿Acaso crees que no me he dado cuenta de cómo la miras? —exclamó Dominic con ímpetu—. Te gusta de verdad.

Tuve que hacer acopio de todas mis fuerzas para no ponerme rojo como un tomate. Me sequé las palmas de las manos en los pantalones, puesto que las notaba pegajosas por el sudor. ¡Maldición! ¿Cómo se había fijado tanto?

—¿Cómo se llama la afortunada? —quiso saber mi padre. Si de algo estaba seguro era de que le daba completamente igual que la futura princesa del reino no perteneciera a la alta sociedad. Ni siquiera mi madre provenía de ella. Si bien sus padres acudían a los actos de la élite, a ella no le permitían asistir porque la tachaban de bicho raro por su anomalía genética. Papá tenía un corazón de oro y por eso sabía que aceptaría a la mujer de la que me enamorara si con ello yo era feliz.

—Se llama Wendy y a su lado me siento un chico cualquiera —acabé confesando—. No os montéis una película, eh, que os conozco. Solo somos amigos.

—Por ahora —puntualizó mi hermana.

—Ya tengo ganas de conocerla. Seguro que es una chica encantadora —dijo mamá con los ojos brillantes de la emoción.

—Bueno, la verdad es que ya la conocéis. Es una de las doncellas del palacio. Es esa muchacha que siempre nos atiende tan bien, la que cuida cada detalle.

Por supuesto, mis padres no sabían de quién hablaba. En palacio trabajaban un centenar de personas y era imposible de acordarse de un rostro entre tantos, aunque dicho aspecto llamara la atención, sobre todo los ojos púrpuras tan poco comunes. Por lo general, Wendy solía atenderme a mí y, de vez en cuando, a mi madre o a mi hermana. En todo ese tiempo que llevaba notándola, porque os juro que desde el primer instante me percaté de su presencia, me había dado cuenta de lo detallista que era. Cuando descubrió que me encantaba el chocolate caliente con nubes, los días de más estrés, sin que se lo pidiera, me preparaba una taza y la dejaba en mi despacho.

—Estaré muy atenta estos días, a ver si le pongo cara —expresó mi madre con mucho entusiasmo, a lo que mi padre asintió con la cabeza. Todos sabíamos que había sacado la vena cotilla de él.

Genial, simplemente genial. ¿Eso quería decir que debía ser cauteloso con ella? Era lo que menos me apetecía. Lo único que quería, ahora que había descubierto todo lo que provocaba en mí, era conocerla aún más e incluso pedirle una cita; pero me daba tanto miedo que me rechazara, que solo me viera como a un amigo, que no sabía si sería capaz de animarme a hacerlo.

. . .

Tras abrir los regalos de mis padres y darles las gracias, me reuní con mis compañeros en el porche de nuestra cabaña. Aquella tarde calurosa de verano nos tocaba una verdadera batalla de baile contra las demás cabañas. Como solo podían participar siete integrantes de cada equipo, esa vez los monitores nos dieron la opción de decidirlo a nosotros.

—Cuando tengáis a todos los participantes, apuntadlos en un papel y dádnoslo.

Dicho y hecho. De entre todos los que decidimos, uno de ellos era Markus. Por lo que me contaron, el tío sabía moverse muy bien y, al parecer, era una de las cosas que más les atraía a las chicas de él.

Puf.

Antes de que el juego comenzara, les dieron a nuestros compañeros unos minutos para poder ponerse atrezzo. Sí, había un bidón lleno de ropa y accesorios para cada grupo. Era una completa locura. Vi cómo una de las niñas de Los Okapis se ponía una peluca y una boa de color rosa chillón.

—¡Qué comience el baile!

Cada uno fue dándolo todo en la pista. En cuanto les daban pie y entraban a bailar, dejaban su alma. Vi cómo Markus se meneaba de manera espectacular, si incluso hizo unas cuantas volteretas y piruetas. Vaya, vaya, vaya. No sabía que a ese tío engreído le gustara el baile; no le pegaba para nada.

Fue muy divertido. Nosotros animábamos desde el banquillo mientras el resto se dejaba la piel en la pista. Había verdadero talento y me pregunté si a aquellos que aspiraban a ser grandes bailarines se les apoyaba en casa o si, por el contrario, debían sacarse las castañas del fuego ellos mismos. Bailarines tan buenos como Markus —porque debía admitir que era muy bueno— se merecían la oportunidad de brillar o de, al menos, intentarlo.

Al final, nuestra cabaña ganó aquella competición. En cuanto nos dieron los resultados, todos corrimos para abrazar a los campeones e incluso yo le di la mano y mi más sincera enhorabuena al capullo de Markus.

Con una idea en mente, aproveché los diez minutos que teníamos entre actividad y actividad para apuntarla en mi teléfono. Ya más adelante podría desarrollarla mejor y comentársela a mi padre.

La tarde siguió igual de interesante y, pronto, me encontraba saliendo de la ducha listo para celebrar con mis amigos mi cumpleaños. Estaba deseando invitarles a una ronda, jugar un rato al billar y picarnos. Les había invitado también a las chicas más que nada porque ya las consideraba parte del grupo y porque secretamente quería que dicha mujer asistiera.

. . .

Había varios grupos en la cafetería tomando unas copas, sobre todo los más mayores. Me gustaba que hubiesen tenido el detalle de dividir el espacio de la gran sala de recreativos en dos y así haber dado un espacio para que los que tuvieran más de dieciocho años pudieran relajarse y beber alcohol si así lo deseaban.

Nos habíamos apoderado de una de las mesas del billar y estábamos echando una partida mientras esperábamos a que las chicas se unieran. Según el último mensaje que habíamos recibido, tardarían más de la cuenta porque se estaban arreglando. ¿Cuándo entenderían las mujeres que se ven igual de bonitas sin esmerarse tanto en su aspecto?

—Menudo tiro más malo —nos burlamos Olivier y yo cuando Luka hizo un mal movimiento con el taco y sin querer metió la bola blanca en una de las troneras.

Nuestro amigo empezó a reírse de lo mal que le había salido, sin importarle siquiera que fuera perdiendo.

—Ya sabéis que se me da fatal el billar. Solo puedo jugar cuando estoy aquí, ya que en mi casa de acogida son unos aburridos.

—Deja de lloriquear, anda —me burlé sonriendo al mismo tiempo con maldad.

—Te toca, Aiden.

Me encantaba ese juego y, además, se me daba muy bien. Cogí el taco, bañé la punta en tiza, me incliné sobre la mesa y apunté. Sin embargo, estaba a punto de darle a la bola blanca cuando tres tres chicas entraron en mi campo de visión y, sin quererlo, fallé el tiro estrepitosamente. Pero es que me había quedado boquiabierto, os lo juro. Mientras esos dos canallas se burlaban de mí, del señor profesional, devoré con la mirada a una de ellas.

Estaba impresionante vestida con un vestidito floral de margaritas verde de estilo bohemio que le llegaba varios dedos por encima de las rodillas. Tenía bastante escote que invitaba a uno a mirarla sin descanso. Pero no solo fue eso lo que me dejó sin palabras y con la boca abierta; ese pelo que tan acostumbrado estaba a ver recogido caía suelto en cascada, lleno de ondulaciones y haciéndola verse más guapa de lo normal. Se había maquillado y la sola idea de que se hubiera esmerado tanto por mí, porque era mi cumpleaños, me dio esperanzas de que, quizás, sintiera lo mismo que yo.

Wendy estaba espectacular. Se me fueron los ojos a sus labios, pintados de un color rojo que invitaban a uno a besarla sin descanso.

Sophia y Allie también se habían puesto monas, pero lo de su amiga me había dejado KO. Tuve que boquear como un pez en busca de aire cuando se acercaron. Olivier y Luka soltaron un silbido.

—¡Qué guapas os habéis puesto! Gracias, es un honor que os hayáis arreglado tanto por mí —exclamó Olivier con una sonrisa coqueta que todos sabíamos que no iba en serio.

Las chicas se miraron entre ellas y se rieron. Fui plenamente consciente de cómo aquella mujer de ojos púrpuras arrugaba la nariz al hacerlo y, al instante, me vi fantaseando con besarle la punta con mimo.

—Si hubiésemos sabido que os ibais a preparar tanto, nosotros también nos habríamos puesto a la altura. Estáis increíbles, en especial tú, Wendy. Estás arrebatadora.

Vi cómo esbozaba una sonrisa tímida y sus mejillas se teñían de rojo. Vaya, así que ahora iba de tímida... Interesante.

Me había quedado sin palabras y, desde que mi mirada dio con la suya, no pude apartarla ella. Se había delineado los ojos también y, sin lugar a dudas, lucía más sexy y salvaje. Ya no había nada que te recordara a la dulzura que emanaba.

En cuanto se dio cuenta de cómo la miraba, me dio un repaso con descaro. Ya no estaba inclinado sobre la mesa, pero sí seguía sosteniendo el taco entre las manos. Todo mi ser se sintió satisfecho cuando un brillo de aprobación se apoderó de sus pupilas y agradecí el haberme esmerado un poco más con mi imagen. Tampoco es que fuera de traje, pero el verme con una camisa y unos pantalones más formales que los que normalmente utilizaba la había sorprendido para bien.

Sophia se me echó encima y me dio un sonoro beso en la mejilla. De las tres era, hasta ahora, la personas más afectuosa que había conocido. Saludaba a los chicos con gran entusiasmo y, como en nuestro caso, nos daba un beso a modo de saludo.

—¡Feliz cumpleaños, su excelencia! —exclamó en un tono burlesco.

Sufrí varios tirones de oreja más, como si los que me habían dado aquella misma mañana no hubieran sido suficientes, y les invité a una copa. Si bien la mayoría de edad absoluta no se alcanzaba hasta los veintidós años, la edad en la que se podía empezar a beber en Ahrima era los dieciocho. Pedí unas cervezas para los chicos y para las chicas unos mojitos con sabor a fresa —sabía que les encantaba gracias a otras tarde que habíamos pasado allí—. Cuando regresé, Wendy ya traía consigo el taco y le daba tiza sin percatarse de que estaba a sus espaldas.

—¡Bu!

Pegó tal brinco que había merecido la pena ser tan sigiloso.

—¡Dios mío! Eres sigiloso como un ninja —objetó volviéndose. Tenía las mejillas coloradas y sus ojos echaban chispas.

Puse cara de niño bueno e incluso batí las pestañas.

—Está terminantemente prohibido enfadarse con el cumpleañero.

—¿Quién lo dice?

—Yo. Y todo lo que digo es ley.

Ella puso los ojos en blanco.

—Si tú lo dices.

No sabéis las ganas que tenía de estamparla contra la pared y besarla hasta saciarme. El haberse pintado los labios de ese tono rojo cereza no había sido buena idea, no señor; me estaba provocando fantasías no aptas para todos los públicos.

Por suerte, Luka salvó la situación. Se puso en mi campo de visión cerveza en mano.

—¿Por qué no jugamos una partida? Las chicas contra los chicos.

—Hecho, pero que sepáis de antemano que os haremos papilla —afirmó Allie arrebatándole el taco a su amiga que emitió un quejido de protesta.

Mientras los chicos preparaban todo y hablaban con Allie y Sophia, aproveché para acercarme a Wendy. Le di otro repaso rápido, queriendo guardarme su imagen en mi cabeza como un tesoro.

—Te sienta muy bien el vestido. Deberías ponerte otros más a menudo.

Pareció que mi comentario la dejó un tanto sorprendida, como si nunca antes la hubieran halagado.

—¿Tú crees? No suelo ponérmelos porque siento que me veo ridícula con ellos.

Bajé la mirada unos segundos a sus piernas muy bien torneadas antes de contestar.

—Ridícula, lo que se dice ridícula, no estás. Guapa, preciosa, sexy..., de todo menos ridícula.

—Gra... gracias. Quería estar guapa en tu cumpleaños.

Que se hubiera esmerado tanto me provocó una gran sonrisa en los labios.

—No era necesario que te arreglaras tanto. Eres una mujer preciosa.

Le restó importancia con un movimiento de la mano.

—Seguro que eso te funciona con todas. Soy una chica demasiado común.

Sí, claro.

—De entrada tienes unos ojos tan únicos como tú, preciosos, que son lo primero que le llama a uno la atención. Luego está esta sonrisa que tienes junto a tu personalidad. Cualquier chico se sentiría un afortunado de que lo elijas, así que no te desestimes, ni se te ocurra. —Le toqué la mejilla con delicadeza y disfrute de su tacto sedoso mientras un hormiguero me recorría los dedos—. Eres todo lo que un hombre desea en una mujer.

Se había quedado muda mientras le recorría la piel con los dedos. De haber estado en otro lugar, quizás más en privado, me habría atrevido a besar o, al menos, le habría podido confesar todo lo que provocaba en mí. Pero no fui capaz, no cuando tres pares de ojos estaban puestos en nosotros. Tuve que hacer esfuerzos sobrehumanos para no devorarla allí mismo como estaba deseando hacer desde que la había visto entrar.

—Si la parejita quiere, nos gustaría empezar a jugar. Os vamos a dar una paliza —dijo Sophia lanzándonos una miradita cómplice.

Juro que Wendy se ruborizó hasta las orejas y que no había visto algo tan adorable en mi vida.

—En vuestros sueños, moninas —contraatacó Olivier.

Y así pasamos la tarde, entre pequeñas competiciones y burlas inocentes. Pronto ya nos estábamos retirando cuando Wendy me retuvo. Sus dedos en los míos enviaron oleadas de placer por todo mi cuerpo.

—Espera. Yo... quiero darte tu regalo. Es una tontería y estoy segura de que te han regalado cosas mejores —habló a toda prisa con un tono inseguro que no la caracterizaba nada. Me fijé entonces en la bolsa de tela que llevaba consigo. ¿Cómo no me había dado cuenta de que la llevaba antes?

Sonreí. Me encantaba abrir regalos.

—¿Qué es? No tenías por qué molestarte.

—No es nada, eh. Eres un buen amigo y quería demostrártelo.

Nos habíamos alejado del grupo y nos dirigimos al lago. Solo ahí, una vez que estuvimos sentados en un banco, me tendió la bolsa y yo miré el pequeño paquete con ansias. Estaba envuelto en papel de regalo de color azul y morado iridiscente que me sacó una sonrisa, con moño incluido. Cuando lo saqué, me fijé en que había un sobre con una pequeña postal hecha a mano, con un enorme <<¡Felicidades!>> escrito con mimo y unos cuantos globos de helio a su alrededor. Dentro de ella pude leer:

"Espero que tengas un cumpleaños especial y que en este nuevo año se cumplan todas tus metas. Con cariño,

Wendy."

—Esto es... —Estaba sin palabras y eso que aún no había abierto el regalo.

Sin poder controlar las ganas que tenía de ver qué me había regalado, rasgué el papel y lo que me encontré en su interior me dejó boquiabierto. Estaba acostumbrado a toda clase de regalos lujosos, a tener todo cuanto se me antojara, pero aquello fue un obsequio sacado del corazón. Ante mis ojos había un marco plateado del tamaño de una fotografía, precioso, y en su interior había un retrato muy realista mío. Aprecié cada detalle, como la pequeña cicatriz apenas imperceptible que tenía debajo de la oreja izquierda, consecuencia de una mala caída cuando daba mis primeros paseos aéreos.

—Es precioso. ¡Muchas gracias! Es lo mejor que me han regalado nunca —exclamé la mar de contento. No podía apartar la vista de mi yo acrílico—. ¿Lo has hecho tú?

Asintió con la cabeza.

—La pintura me relaja y últimamente, por extraño que parezca, no he dejado de dibujarte. Me parecía que sería un gesto bonito de mi parte darte el mejor de los resultados.

No sé qué me dejo más descolocado, que hubiese estado dibujándome o que no hubiese podido dejar de pensar en mí. ¿Sentiría ella lo mismo que yo? Me daba tanto miedo arriesgarme y perderla como amiga que no me animé a dar el paso, a romper la poca distancia que nos separaba.

Me llevé el marco al pecho y lo apreté con fuerza. En mi boca se había pintado una sonrisa bobalicona y en la suya, una que mostraba cuán contenta estaba de que me hubiese gustado su regalo. Si incluso le brillaban los ojos de esa manera que me hechizaba tanto.

—No ha sido un regalo tonto; ha sido el mejor que he recibido en mi vida.

Aún había luz del día, por eso fui consciente de cómo se le ruborizaban las mejillas.

—Exagerado. Seguro que no ha sido para tanto.

Pero sí que había sido. Los mejores presentes son aquellos que se hacen con el corazón y no con la cartera. A esa mujer le había salido desde lo más hondo de su ser darme algo hecho a mano y yo lo apreciaba mucho más que el que se hubiera gastado una fortuna. No me gustaban lo caro.

Cada vez me gustaba más la muchacha de ojos púrpuras.

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Nota de autora:

¡Feliz lunes, mis queridos lectores!

¿Qué tal estáis? ¿Cómo lleváis la semana? Yo ya estoy mucho mejor, aunque he tenido una semana intensa.

¿Qué os ha parecido el capítulo? Ha estado lleno de emociones, ¿no creéis? Repasemos:

1. Velada con la familia Rosenzberg.

2. Conocemos el segundo nombre de India. ¿Os ha gustado el homenaje?

3. Competición de baile.

4. La celebración del cumpleaños de Aiden.

5. El regalo. Era muy obvio, ¿verdad?

6. Los pensamientos pecaminosos del príncipe.

7. ¡Esto se está prendiendo!

Espero que os haya gustado el capítulo. ¡Nos vemos en el próximo! Os quiero. Un beso enorme.

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