No me gustas

By flores261

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Nueva ciudad. Nueva escuela. Nuevos amigos. ¿Qué significa esto para Nia? Significa que tendrá que comenzar... More

Prólogo
Capítulo 1. Chicos populares.
Capítulo 2. Primeros problemas.
Capítulo 3. Inminente final.
Capítulo 4. Doble invitación.
Capítulo 5. Los Laurent.
Capítulo 6. Fiesta en San Francisco
Capítulo 7. Enfrentar consecuencias.
Capítulo 8. No me agradas.
Capítulo 9. El mismo odioso.
Capítulo 10. Ajedrez y fotografías.
Capítulo 11. Pelirroja fastidiosa.
Capítulo 12. Pensamientos ridículos.
Capítulo 14. Juego de niños.
Capítulo 15. Propuesta.
Capítulo 16. Ya te amo, pelirroja.
Capítulo 17. Convertirme en su amigo.
Capítulo 18. Una simple conversación.
Capítulo 19. Feliz cumpleaños.
Capítulo 20. Amor eterno.
Capítulo 21. Por ser arrogante.
Capítulo 22. La mejor historia de amor.
Capítulo 23. Una promesa.
Capítulo 24. Romántico y tímido chico de libro.
Capítulo 25. Solo somos amigos.
Capítulo 26. ¿Bailamos?
Capítulo 27. Bebé gigante.
Capítulo 28. Jay al rescate.
Capítulo 29. Helado de fresa y limón: parte 1
Capítulo 30. Helado de fresa y limón: parte 2
Capítulo 31. Ella se fue.
Capítulo 32. No seas tan cruel
Capítulo 33. Odio a Heathcliff.
Capítulo 34. Mal perdedor.
Capítulo 35. Fue culpa de Nia.
Capítulo 36. Quiero que sea feliz.
Capítulo 37. Ultimátum.
Capítulo 38. Un sueño (Final).
Epílogo

Capítulo 13. Patos al agua.

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By flores261


Dios, qué semana más agotadora he tenido.

Los exámenes finales están prácticamente a la vuelta de la esquina. Los profesores han comenzado a dejar pequeños trabajos para acumular unos cuantos puntos. Las lecciones cada vez se vuelven más pesadas. ¿Por qué los fines de semestre deben ser tan estresantes? Joder. Siento que en cualquier momento voy a volverme loca.

Las cosas con el periódico también han sido agotadoras. Debido a los exámenes, debemos esforzarnos el doble para terminar las ediciones. Estamos demasiado cortos de tiempo para estudiar y editar. Josh casi se me muere de un ataque al corazón debido al estrés. Bueno, la verdad es que estoy exagerando. Pero es que ese chico es demasiado dramático. Aparte de tranquilizarlo a él, también debo tranquilizar a Maia. La chica estudia, practica y dirige el cuerpo estudiantil. De ella sí puedo creer que se estrese con la mínima cosa. Tiene más responsabilidades que yo y no sé cómo rayos lo ha manejado sin tener un paro cardiaco. Yo habría enloquecido. ¡Por Dios! Ya estoy enloqueciendo.

—Nia, concéntrate —me riñe Jacob.

—Lo siento... estaba...

—Distrayéndote —interrumpe.

—No. Estaba pensando en lo miserable que se convierte mi vida cada fin de semestre —escupo con rapidez. ¿Cómo es que no me trabé?

—Todos nos volvemos miserables cada fin de semestre —replica—. Ahora concéntrate y terminemos estos ejercicios.

Ruedo los ojos y obedezco.

Es viernes por la tarde. La próxima semana tenemos nuestro primer examen. Hemos decidido estudiar juntos todas las materias, pues estamos en el mismo año, y además las llevamos todas juntas. Maia se encuentra en el otro extremos del comedor, estudiando sus materias y preguntando de vez en cuando alguna cosa. Yo la verdad recuerdo muy poco del año anterior. La mayoría de sus dudas las responde su hermano, algunas otras Google, y un par las respondo yo.

No tengo la menor idea de en qué momento cae la noche. Cuando reviso mi teléfono, veo que están a punto de dar las diez. Dios, ¿en qué momento pasó el tiempo? Ni siquiera avanzamos en temas.

—Nia, deja de ver ese teléfono —riñe Jacob.

—Lo siento. Es solo que ya casi son las diez —informo.

Él abre un poco más sus ojos.

—¿Las diez?

Asiento.

—No cenamos —lamenta Maia.

Su hermano y yo volteamos a verla.

—Y tampoco logramos avanzar con más temas —se queja Jacob—. ¿Tienes hambre, Nia?

Antes de que pueda decir algo, siento que mi estómago ruje. Ni siquiera me había percatado de que tengo hambre. Estaba tan concentrada en los temas, que se me pasó por alto la cena.

—Un poco —respondo.

—Yo también —musita Maia.

— ¿Qué dicen si hacemos una pausa y comemos? —pregunta Jacob con una sonrisa.

—Sí —respondemos la menor y yo al unísono.

Los tres nos levantamos de la mesa del comedor y vamos a la cocina. Jacob comienza a sacar sartenes y comida. Maia y yo nos sentamos en los taburetes de la isla y lo vemos trabajar. Prepara omelets y tocino. También tostadas con mermelada.

—Esto es más un desayuno que cena —observa Maia.

—Cállate y come. Mejor esto que nada —replica él.

Ella rueda los ojos y le saca la lengua. Yo me rio por lo bajo debido a la pequeña pelea. Esto es algo demasiado común entre ellos. Todavía no me acostumbro, y cada vez me hace gracia.

Terminamos nuestro desayuno/cena y volvemos al comedor para seguir estudiando. Papá me ha dado permiso de quedarme en casa de los Anderson. Creo que su confianza en mí ha vuelto.

Logramos avanzar con tres temas. No tengo la menor idea de qué hora es, pero supongo que ya es tarde puesto que la madre de los chicos ha bajado para pedirnos que vayamos a dormir. Tomamos nuestras cosas y subimos después de ella a la segunda planta. Maia y yo entramos a su habitación. Dejo mis cuadernos y libros sobre su escritorio, y saco mi teléfono del bolsillo de mi pantalón. Son las 3:08 am. Lo dejo sobre la mesita de noche y cambio mi ropa por el pijama que Maia me ha prestado. Busco mi bolso y de él saco mi cepillo de dientes. Voy al baño para cepillarme, y cuando vuelvo, veo a Maia sentada en la cama con mi teléfono en manos.

—¿Qué haces? —pregunto, a la vez que guardo mi cepillo en el bolso.

—Tomé tu teléfono para tomarme fotos y encontré esto —dice, yo frunzo el ceño y me giro para verla.

En la pantalla de mi teléfono aparece la foto de Darian. La sangre en mis venas se congela y siento que el color abandona mi rostro. Trago en seco. Maldición, ¿por qué rayos no borré la foto?

—¿Por qué tienes una foto de él en tu galería? —cuestiona con tono serio.

Joder. Justo ahora me siento como una niña a la que han descubierto robando galletas.

—La tomé el día del evento y luego olvidé borrarla —explico.

Maia frunce el ceño.

—¿Y por qué le tomaste una foto? —inquiere.

¿Por qué me pregunta cosas de las cuales no tengo respuesta?

—No lo sé... —musito—. Él estaba ahí, y la cámara lo enfocó, y yo me quedé viéndolo, y... y por alguna razón me pareció guapo, así que le tomé la foto.

Maia vuelve su mirada a la pantalla de mi teléfono, yo bajo la vista hacia mis manos que toman el borde de la camisa del pijama. Justo ahora me siento como una tonta. Como una ridícula por haberle tomado esa foto.

—Nia... —llama la rubia. Levanto mi mirada y la fijo en sus ojos cafés—. ¿Te gusta ese chico?

Abro mis ojos con asombro. Por un segundo la respiración se me corta, pero luego continúa, sintiéndose un poco más pesada. ¿Qué? ¿Gustarme Darian?

—No, por supuesto que no —respondo; las palabras saliendo de mi boca con más rapidez de la normal.

Ella bloquea el teléfono y lo deja en el lugar en el que estaba. Vuelve su mirada hacia mí. Por un segundo siento que examina mi rostro para saber lo que oculta mi expresión. Yo ni siquiera sé qué expresión tengo, pero la de ella es de recelo.

—Es guapo —enuncia al fin, después de unos tortuosos segundos en silencio, a la vez que se encoge de hombros—. Por lo menos en eso no te equivocas.

Dicho eso, se acomoda en la cama y me da la espalda. ¿Equivocarme? ¿En qué puedo equivocarme? Respiro profundo, y después dejo salir el aire. Camino en silencio hacia la cama y me acomodo en el lugar que ha dejado para mí. Apago la luz de la mesita de noche, esperando dormirme pronto y que sus palabras no me provoquen insomnio.

[...]

Hace ya media hora que estaba despierta. Me ofrecí a hacer el desayuno mientras Jacob y yo repasábamos un poco. Los señores Anderson se encuentran en la sala viendo televisión. Y la menor de la familia aún sigue dormida. Están a punto de ser las diez de la mañana, ¿cuánto más planea dormir?

—¿En qué año inició la Gran Depresión? —pregunta Jacob.

Levanto la mirada del sartén donde se fríen el tocino y me quedo unos segundos recordando la respuesta.

—En 1929 —respondo.

Él sonríe, a la vez que asiente. Baja su vista al libro que está sobre la isla y escribe apuntes en su cuaderno.

—¿Y cuándo terminó? —cuestiono. Jacob hace el amago de buscar la respuesta en su cuaderno, pero lo regaño—. No veas. Dime lo que sabes.

Él levanta la vista y la fija en mis ojos. Una sonrisa ladeada se desliza entre sus labios.

—Uhm... duró hasta la década de los años treinta, prácticamente a inicio de los cuarenta —contesta, sonando un poco dubitativo.

—Espero que no lo olvides a la hora del examen —digo con una sonrisa—. Te has ganado otro pedacito de tocino.

Jacob deja escapar una leve risa. En ese momento su hermana entra a la cocina y se sienta junto a él. Yo termino de preparar el desayuno, nos sirvo a los tres y me siento junto a ellos para comer.

Maia se ofrece a ayudarme a lavar los trastes una vez hemos terminado. Parece que ha olvidado por completo nuestra conversación de la madrugada, pues no ha hecho comentarios e indirectas al respecto y tampoco me ha dado miradas o gestos cómplices. O quizás simplemente espera a que yo de inicio al tema. Cosa que por supuesto, no haré. Porque no hay nada de qué hablar al respecto. Simplemente borraré la foto y asunto olvidado.

A lo lejos escuchamos que la puerta principal se abre, luego un saludo particular se escucha en toda la casa.

—¡Hola, familia! —exclama Marco.

A mi lado, escucho que Maia suelta un bufido, e incluso podría decir que hasta escuché que susurro una injuria. Tengo la leve sospecha de que muy en el fondo ambos se quieren, pero quizás se han dado cuenta que volver a tener una relación sería algo muy complicado a este punto. Pero, ¿quién soy yo para juzgar qué es lo mejor para ellos? Nadie. Recién los conozco y no voy a entrometerme en sus vidas de esa manera.

—¿Qué hacen? —pregunta Patterson, entrando a la cocina.

—Tejiendo —responde Maia con sarcasmo—. ¿Tú qué crees que hacemos, idiota?

—¡Maia! —riñe desde la sala su padre.

Ella ignora el regaño de su progenitor y vuelve a su tarea de secar los trastes.

—¿Quieren ir a la playa?

En ese momento el rostro de mi amiga se ilumina.

—Por supuesto que sí —pronuncia ella con entusiasmo.

—Ahora sí me respondes bonito, ¿no? —masculla Marco.

—Ay, cállate y vámonos —dice ella, volviendo a su actitud cortante.

Sonrío debido a la gracia que me hace escuchar a estos dos.

—No iremos a ningún lado —murmura Jacob.

Su hermana se detiene a su lado y le frunce el ceño. Coloca sus manos en su cintura, intentando aparentar una posición desafiante.

—¿Cómo que no iremos? —cuestiona en tono molesto.

—No iremos. Debemos estudiar para los exámenes.

Maia rueda los ojos.

—Ya estudiamos lo suficiente. Nos merecemos un descanso.

—Maia tiene razón —intervengo. Ambos voltean a verme; mi amiga me sonríe y Jacob frunce el ceño—. Vamos, Jake, no nos hará daño salir y despejarnos un poco.

—No lo sé...

—Sí, Jake, vamos. Ya estudiaron lo suficiente, luego continúan —habla Marco.

Su amigo de equipo se encarga de convencerlo, mientras que su hermana va a la sala a hablar con sus padres.

Media hora después todos estamos listos y nos dirigimos a la camioneta de Marco para irnos. Voy tan concentrada en cantar junto a Maia las canciones que ponen en la radio que ni siquiera me doy cuenta de cuánto nos tardamos en llegar, pero definitivamente se ha sentido rápido. Bajamos nuestras cosas y caminamos lo poco que queda para tocar la arena.

—¡Bienvenida a Ocean Beach! —exclama Jacob.

Sonrío por su entusiasmo, y antes de que pueda responder algo, me levanta en brazos y comienza a correr conmigo a cuestas hacia el mar.

—¡No! —chillo—. ¡Jacob, no! ¡Bájame!

Él comienza a reír mientras nos acercamos a la orilla. De pronto escucho otro chillido y volteo hacia atrás para ver cómo Marco carga a Maia y también comienza a correr. Joder, ¿qué rayos les sucede a estos locos?

—¡Vas a matarnos! —grita Maia.

Comienzo a reír debido a eso. Finalmente llegamos hasta la orilla, Jacob se adentra al agua y yo comienzo a desesperarme al notar sus intenciones.

—Jacob, no. No lo hagas —murmuro en tono de advertencia.

—¡Patos al agua! —exclama, y en ese momento una ola nos golpea, mojándonos completamente.

Joder, mi cabello.

Ambos salimos a la superficie en busca de oxígeno. Él comienza a reír al verme hecha un desastre. Comienzo a salpicarle agua, pero él ni siquiera se inmuta. Entonces decido acercarme y me lanzo sobre él en un intento de hundirlo. Debido a la sorpresa de mi acción, lo logro, sin embargo me voy junto a él cuando me toma de la cintura en un intento de sujetarse de algo para no caer en el agua. Volvemos a salir a la superficie y esta vez no puedo evitar reír junto a él.

Salimos del agua para encontrarnos con Maia y Marco en una acalorada discusión. Ninguno de los dos está mojado, por lo que asumo que el chico no logro meterla al agua. Creo que ni siquiera llegaron a la orilla.

—Deja de hacer cosas estúpidas y mejor ayúdame con las bolsas —le recrimina la chica.

Él rueda los ojos, y a regañadientes, camina detrás de ella para ir a buscar nuestras cosas. Jacob encuentra un lugar para que podamos sentarnos. Me posiciono junto a él. Poco después tenemos nuestro punto arreglado. El clima está bastante fresco.

—Los veranos no suelen ser calurosos aquí —comenta Jacob—. Por lo general el clima en veranos es suave y seco.

Ya empiezo a notarlo. Los veranos en Cleveland eran demasiado calurosos, por lo que no se me ha hecho difícil acostumbrarme al clima de San Francisco.

La playa está casi llena de personas. El verano está comenzando, las vacaciones están cerca, por lo que muchos sanfranciscanos ya comenzaron a disfrutar.

Hay muchas personas surfeando en el mar. Según los chicos, esta es la playa más visitada por los surfistas. Me asombro al ver los trucos que hacen sobre esas tablas. Estoy segura de que yo me caería y me ahogaría al intentar dar esas vueltas. Pero supongo que eso debe pasarle a todo el que lo intenta. Si practicas mucho, logras dominarlo.

Los chicos van a nadar un poco. O bueno, al menos Jacob lo hace. Marco se queda en la orilla conversando con algunas chicas. Maia se acuesta boca abajo en cuanto lo nota y me pide que le aplique bloqueador solar. Cuando termino, cambiamos de lugar y es ella la que ahora me aplica bloqueador solar a mí. Una vez ha terminado, me incorporo y me permito observar los alrededores de la playa. Hay una casa al fondo y de la terraza están bajando un grupo de chicos a la playa.

—¿Quieres ir a nadar? —pregunta Maia.

Llevo mi atención a ella. Está de pie y con la mano extendida hacia mí. Asiento, tomando la mano que me ofrece para ayudar a levantarme. Comenzamos a caminar hacia la orilla, cuando escucho una risa bastante familiar. Volteo a ver hacia un lado para encontrar al grupo que antes bajaba de aquella casa más cerca de nosotros. Me detengo en seco al darme cuenta de la persona que viene entre ellos.

Darian ríe animadamente por quien sabe qué. Como la primera vez que lo vi, sus ojos están achinados, y su boca está convertida en una sonrisa que muestra esa hilera de perlas blancas.

—Nia, ¿qué haces? ¿Por qué te has quedado ahí? ¿Qué miras? —cuestiona Maia, volviendo a mi lado.

Ni siquiera me giro a verla. No soy capaz de apartar la mirada de él. Esa forma tan suya que tiene para reírse me ha hipnotizado. Joder, ¿por qué tiene que ser tan condenadamente guapo?

Supongo que ha sentido que alguien lo veía fijamente, puesto que ha comenzado a buscar a su alrededor esa mirada, hasta toparse con la mía. Puedo jurar que sus ojos estuvieron a punto de salirse de sus orbitas al verme. Al igual que yo, no esperaba verlo aquí. Nos sostenemos la mirada hasta que alguien tira de su brazo, obligándolo a voltearse. Es la chica del centro comercial. Es su novia. Ese sentimiento extraño que experimenté ese día vuelve a plantarse en mi pecho.

—Nia —llama mi amiga.

Cierro los ojos por un segundo, intentando despejar mis pensamientos. Cuando los abro, fijo mi atención en ella.

—Dime. ¿Vamos?

—Sí, pero primero quiero preguntarte algo —musita, viéndome directamente a los ojos. Asiento, instándola a que siga—. ¿Ese chico es Darian?

Respiro profundo. Doy un último vistazo en su dirección, y asiento.

—Sí, es él.

Maia también mira en su dirección, y su expresión cambia a una de entendimiento.

—Voy a decirte una cosa —habla, regresando su mirada a mis ojos.

Por la intensidad de esa mirada puedo jurar de qué se trata de algo serio.

—¿Qué sucede?

—Ese chico de allá —dice, apuntando hacia Darian—, te atrae mucho más de lo que te imaginas.

Y con eso último, comienza a correr hacia el mar, donde se encuentra suhermano. Dejándome sola y completamente confundida. 

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