Enséñame a Soñar

By theoldjonaisdead

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Jonah Boat es un chico de 17 años estudiante del último año de bachillerato. Su vida gira en torno de estudi... More

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46

Capítulo 10

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By theoldjonaisdead

Llego a casa al mediodía, que es la hora hasta la que me dieron permiso. Me levanté temprano, pero me aseguré de que Stephanie comiera y se quedara un poco tranquila. Lo que me preocupa es su estado cuando se vaya de viaje. Normalmente, es una persona activa, así que muchos se extrañarán de verla apagada.

Al llegar a casa, veo un carro estacionado frente a mi casa. Lo he visto en la iglesia, más no sé de quién es. Mi teléfono comienza a vibrar en el bolsillo, lo saco para ver quién es y lo guardo de nuevo al ver que es mamá.

Al abrir la puerta y atravesar el pasillo, me consigo con una familia que es nueva en la iglesia sentado en la sala con mamá. Son casi nuevos en este sitio de reunión, pero ya iban a uno igual en otro sitio.

—Hijo, llegaste. Invité a la familia García a comer para darles la bienvenida.

—Buenos días —digo en general y paso a darle la mano a cada uno—. Voy a subir para darme un baño rápido y bajo —le digo a mi mamá.

Subiendo las escaleras, bostezo con ganas de acostarme a dormir. En la noche, no dormí bien pendiente de Stephanie y, cuando logré conciliar el sueño, sonó la alarma al poco tiempo.

Me quito la ropa con toda la pereza del mundo y toma una toalla con ropa interior limpia. Me doy una ducha rápida y salgo a vestirme. Reviso mi teléfono a ver si hay algo nuevo, tiene una llamada perdida de Kelvin. Le devuelvo la llamada, atendiendo al tercer tono.

Bello durmiente —atiende.

En realidad, te estaba ignorando.

Cuanta maldad. Te haré falta cuando esté de viaje.

¿Vas a viajar?

Sí. Mis padres amanecieron con la noticia de que iremos a Estados Unidos para vacacionar. Nos vamos en víspera de navidad y volvemos después de Reyes.

—Eso es mucho —me quejo.

Dímelo a mí. Por eso no podemos dejar de vernos. Necesito viajar tendiendo novio para traerle muchos regalos.

Vamos a ver si...

Soy interrumpido de contestar cuando alguien toca la puerta. No creo que sea mamá, pues ella respeta mi privacidad, pero reafirma su autoridad abriendo la puerta sin tocar.

—¿Quién es?

—Andrea —dice desde el otro lado la chica que está de visita.

—Pasa, Andrea.

¿Quién es esa Andrea y por qué toca para pasar a tu cuarto y se lo permites?

Ya va, Kel. ¿Dime, Andrea? ¿Qué sucede?

—Tu mamá te estaba llamando para bajar a comer.

—Ok, espérame. Estamos hablado, Kel. Te cuidas, guarda reposo —corto la llamada.

Bajamos las escaleras en silencio y la llevo hasta el comedor, donde mamá ya tiene la mesa servida y nos sentamos a comer. Me pregunto como habrá preparado todo eso ella sola.

—Jonah, ¿qué tal las clases? Me ha dicho tu mamá que eres excelente estudiante —se interesa Andrea.

—Exagera —sonrío, luego de tragar—. Me va bien. Mi única nota relativamente baja es Entrenamiento Físico, ya sabrán por qué —se ríen—. ¿Tú cómo vas?

—Bien. No me gusta mucho Inglés, pero ahí la llevo.

—Jonah, hablando de los estudios —interviene el papá de Andrea—. Nos parece que le estás dedicando mucho tiempo a los estudios y...

—¿Les parece a quienes? —lo interrumpo—. ¿Eso incluye a mi mamá?

—No. Estamos tratando de hacer entrar a tu mamá en razón de que no puedes...

—Señor García, usted no puede venir a mi casa a decir si le dedico mucho tiempo a algo o no, y menos lo que puedo o no puedo hacer. Ni usted ni nadie que no sea mi mamá tiene el derecho a decirme tal cosa, así que le agradezco se límite conmigo y con mi mamá en cuanto a ese tema y cualquier otra tema que no sea de su incumbencia.

Siento que fui un poco insolente.

Las mujeres mantuvieron la mirada en la mesa, en un silencio sepulcral. El viejo anticuado quiso mantener la mirada en mi con ganas de intimidarme.

Necesita más que eso.

—Es momento de irnos —lanza la servilleta de tela arriba de la mesa con arrogancia y se levanta.

—A mano derecha, al fondo, está la puerta —le indico y meto un poco de comida en mi boca.

Mamá se levanta para acompañarlos. Las ganas de comer se me quitaron, y más que presiento que mamá les dará la razón y se pondrá a pelear conmigo por eso.

Me pongo a recoger la mesa en lo que ella tarda de volver y guardar las sobras de comida en un envase para dárselos a perritos de la calle.

—Hijo...

—Mamá, discúlpame, pero ese señor no es alguien que pueda meterse en nuestras vidas.

—Lo sé, y se los he dicho. Espero que habiéndolo escuchado de tu boca y de esa manera, sea suficiente.

—¿Por qué no dejas de ir o buscas otra iglesia?

—Sabes que esta es la iglesia con la que nos crío tu abuela. Además de que me gusta, sacando lo fanáticos que son algunos.

—Tú a veces también te pones fanática —me mira de manera severa—. Además, no es necesario ir a una iglesia para sentirse cerca de Dios.

—Sí lo es. En algún momento notarás la diferencia.

Terminamos de recoger el comedor y la cocina. Mamá sube a su cuarto y yo me siento en la sala a usar mi teléfono. En serio, este aparato es insoportable a veces.

Le marco varias veces a Stephanie y no me atiende. Le dejo un mensaje de que me llame cuando pueda y entro en la conversación con Kelvin, que exige saber quién es Andrea.

Estuvimos hablando un buen rato, tonteando enviándonos fotos, entre otras cosas. Recibo un mensaje de Stephanie diciéndome que está bien y solo quiere dormir.

Quisiera estar con ella en este momento.

                                          🎶

El lunes llega como el día que más había esperado el fin de semana. Quedé en verme con Kelvin a las diez en la heladería dónde conseguí a Stephanie. A las siete de la mañana comienza a llamar de manera insistente.

—¿Qué quieres? —le atiendo.

¿Siempre te levantas con ese ánimo?

Cuando me despiertan, sí.

En cuenta. Pensé ya estabas despierto. Te dejo dormir, entonces.

Ya no vuelvo a retomar el sueño. ¿Para que me llamas tan temprano?

Como te dije, pensé estabas despierto. Quería escucharte.

Que lindo —comento sarcástico—. Voy a desayunar para cambiarme y salir.

Yo igual. Nos vemos, entoncescuelga.

Me echo en la cama de nuevo a ver el techo. La poca luz que entra por la ventana hace que me cueste seguir durmiendo. Doy unas vueltas en la cama, hasta que decido levantarme.

Mamá me dejó el desayuno hecho, lo cual ahradezco. Al terminar, lavo el plato y la taza. Subo a darme una ducha, para luego cambiarme. Mamá ayer estaba tan interesada en el fulano almuerzo que no notó los zapatos.

Son casi las ocho y media. Aún falta un buen rato para verme con Kelvin. Decido ir saliendo para caminar y tomar el bus con calma. El sol está radiante y siento la necesidad repentina de estar en una playa o piscina.

Intento llamar a Stephanie, pero no me atiende. Supongo que sigue dormida o es que solo no quiere hablar.

Al llegar a la parada, hay un bus con aire acondicionado y me siento bendecido por el cielo, porque hace mucho calor para ser tan temprano. Me coloco los audífonos y una lista de reproducción reciente que creé con canciones de Madonna.

Los viajes normalmente se hacen cortos con buena música, y el de hoy no es la excepción. Falta veinte minutos para que sean las diez, y entro a la heladería a esperar a Kelvin. Sin embargo, para mí sorpresa, ya él está ahí. Me retiro los audífonos y camino hasta su mesa. Él está viendo por la ventana, nervioso. Debe ser que no me vió entrar.

—¿Se puede? —le pregunto.

—Cla-claro —se levanta sorprendido y me invita a sentar. Primera vez que lo escucho tartamudear—. Llegaste temprano.

—Tú igual.

—Estaba ensayando —sonríe, nervioso.

—¿Qué tanto? Es solo una pregunta.

—Si crees que es tan fácil, hazla tú, entonces.

Buen punto.

El mesonero se acerca a para tomar nuestra orden, aunque ya sabe la malteada que tomo. Kelvin pide una igual, y el mesonero se retira. No me había fijado lo bien que luce con un pantalón negro, una camisa blanca con cuello corte chino y sus lentes de sol en la cabeza, sosteniendo su cabello.

—Te ves...

—¿Nervioso? Lo estoy —me interrumpe.

—No. Iba a decir que te ves muy bien.

—Oh, gracias. Tú también te ves bien.

El mesonero trae la bandeja con las dos bebidas y un poco de servilletas, nos desea que la disfrutemos y se retira.

—¿Esto no tiene una especie de anillo o algo que me vaya a hacer atragantar, cierto?

—¿Qué? —pregunta confundido—. Ah, ya. No, no tiene nada de eso. Lo tengo aquí.

Me extiende una cajita de terciopelo negro.

Esto es muy incómodo, realmente.

No estoy preparado para casarme y menos con alguien que no conozco bien.

—No tengas miedo —se ríe—. Es una caja muy grande para un anillo, si es lo que piensas que es.

Suelto la respiración que estaba aguantando. Me muero de un paro respiratorio sntes de tener que romperle el corazón y decirle que no.

Abro la cajita, que en el interior de la tapa tiene un papel que dice:

«Have I known you 20 seconds or 20 years? Swear to be overdramatic and true to my lover. And youll save all your dirtiest jokes for me and at every table I'll save you a seat, lover».

«Can i go where you go? Can we always be this close?».

—¿Taylor Swift? —sonrío como un tonto.

—La misma. Sabría que la reconocería.

Levanto las dos pulseras en la cajita, uno con sus iniciales y la otra con las mías. No sé que material es, pero luce hermoso.

—¿Es acero?

—Es plata con baño de oro blanco —responde.

Suelto las pulseras en la cajita como si me quemaran.

—No pienso aceptar eso. Damelas cuando tengamos más tiempo. La respuesta es sí, te ahorro el sufrimiento. Pero no puedo aceptar eso ahora; es muy pronto.

—Nunca se es muy pronto, Jonah. Más bien, a veces es muy tarde.

—Hablas como que fueras a morir —intento bromear.

—Nunca se sabe.

Se levanta y se sienta a mi lado. Destapa la cajita y saca las dos pulseras, me da una con mis iniciales y la otra con las suyas se la queda.

—Con esta pulsera, Jonah Boat, oficializo que eres mi novio y ahora perteneces a la familia Rivero. Estaré contigo en las buenas y en las malas, te respetaré y seré fiel.

Me quedo en blanco viendo la pulsera en mi muñeca. No soy capaz de articular ni una palabra. Coloco la pulsera en su mano y pregunto si debo decir lo mismo.

—Con que lo sientas, es suficiente —besa mi cachete—. Señor de Rivero —se ríe.

Insisto en que es muy rápido.

—Mis padres nos están esperando para almorzar. Deberíamos irnos.

—¿Cómo que a almorzar? No me dijiste nada de eso.

—Cuando les dije que te vería hoy, insistieron en que te llevara a comer.

—¿Tus padres saben que tú...

—No. Creo que lo sospechan. De mi boca no saben nada.

—¿Y de tus pretensiones conmigo?

—Pretensiones no, de nuestra relación. Y no, obviamente que si no saben de mi orientación, no saben de mi relación contigo.

—Eso será muy incómodo.

—Así como escuchaste a mis padres por teléfono, así son en persona.

Kelvin llama al mesero para pagarle y nos retiramos de la heladería. Me disponía a caminar en dirección a su casa, cuando hala de mi mano para llevarme a un carro negro que estaba estacionado frente a la heladería. Abre la puerta para que me monte y luego lo hace él.

Un señor de edad avanzada, lo cual parece ser típico de los choferes, le pregunta a Kelvin a dónde vamos y él le dice que nos lleve a su casa.

Al llegar al conjunto residencial, el señor nos deja al frente y luego se va.

El ambiente en la casa está bastante animado, con la mamá de Kelvin cocinando y su papá arreglando la mesa, la música a todo volumen.

—Estos es todos los fin de semana o cuando están de vacaciones —me habla en el oído—. ¡Buenas, llegamos!

—¡Amor! ¡Llegó la comida! —grita el señor José.

—¡Papá! Se va a ir y no lo vamos a poder comer —le regaña Kelvin.

Yo me quedo en blanco y la mamá de Kelvin sale a regañarlos a ambos por sus chistes pesados.

—Mentira, mi amor. Ven, pasa —me lleva hasta la cocina.

El lugar huele exquisito. El señor José nos ofrece alcohol y su esposa le regaña, diciendo que los niños no consumen alcohol en su casa. En su lugar, me extiende un vaso con Coca-Cola y sirve otro para su hijo.

—Tiene ron, no digan nada —dice casi entre dientes.

—¿Qué secreteas, José?

—Nada, señora.

—Mentira, mamá. Estaba diciendo que nos llevará a un Night Club a tomar y a ver chicas malas.

Ahora soy parte de esta familia.

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