¿Quién se casó con Mikaela Hy...

By Simpira

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[MikaYuu x YuuMika] Mikaela Hyakuya, próximo soberano del reino de Sanguinem, le importa un bledo terminar co... More

IMPORTANTE: Obra original
⚜️Prefacio
⚜️01: El primer encuentro
⚜️02: Amor a primera vista
⚜️03: Una reunión lasciva
⚜️04: Un loco en el castillo
⚜️05: La primera lección
⚜️06: Trabajo en equipo
⚜️07: Solo una caricia
⚜️08: Esto no es amor
⚜️09: Don Vampiro
⚜️A: Especial
⚜️10: La Gran Madame
⚜️11: La otra cara de la moneda
⚜️12: Una buena oportunidad
⚜️13: Poco a poco
⚜️14: Magia multicolor
⚜️15: La cena esperada
⚜️B: Especial
⚜️C: Especial
⚜️16: Puedes hacerlo
⚜️D: Especial
⚜️18: No se salvarán
⚜️19: El arte en su máxima expresión
⚜️20: Esto es amor
⚜️21: Final
⚜️E: Especial Final
Obra Original 2022
⚜️¿Quién se casó con Michirou Hyakuya?
⚜️Prefacio II

⚜️17: El pretendiente real

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By Simpira

Mikaela dirigió su puño con precisión y terminó estampándolo contra la mejilla de Akane, aquel grifo que había estado fanfarroneando no mucho antes del inicio de la pelea. Muchos de los espectadores vieron la fracción en que su mandíbula pareció vibrar por el impacto para luego salirse de su lugar. Como estocada final, Mikaela se apresuró a presionar su garganta, lo suficiente como para dejarlo inconsciente sobre la arena.

—¡El príncipe Mikaela ha vuelto a ganar! —exclamó el teniente Yoichi.

Ante el anuncio de su victoria, Lacus y René no dejaban de aplaudir desde una de las tribunas preferenciales junto con sus compadres; los reyes de Inari brincaban sobre su sitio al ver semejante espectáculo y zarandeaban a Yuichiro para que hiciese lo mismo, aunque el zorro estaba muy avergonzado como para demostrar su alegría en público. Solo le dedicó dulces miradas a Mikaela, quien parecía estar satisfecho con tan tierno gesto; y Eusford, cuyo turno sería dentro de poco, también los acompañó en su efímera celebración con un afable «felicidades».

Akane fue retirado en una camilla por los físicos al igual que Mitsuba, el representante que había traído Horn de tierras lejanas y Makoto. De los nueve pretendientes que habían quedado, contando con Yuichiro, los tres restantes habían abandonado sus habitaciones antes del amanecer. Escribieron una carta de disculpas y otras vagas excusas, y se marcharon sin dejar rastro. Mikaela pareció sorprendido por tal cobarde acto, pero no podía estar más feliz de estar un paso más cerca hacia su verdadero amor.

—¡Tomaremos un breve descanso y continuaremos con la última batalla! —informó Yoichi a todo pulmón.

Mikaela caminó de regreso a las tribunas, retirándose las vendas de las manos. Cada puñetazo lo hizo con tanta agresividad que, por poco se fractura los nudillos. De repente, sintió un leve tirón de uno de sus costados. Mikaela se volvió a la pequeña figura y sonrió.

—Gracias, Mahiru. —Mikaela aceptó las nuevas vendas y se las empezó a colocar.

Luego escuchó unos gritillos y risas de esquina a esquina, y por primera vez, Mikaela admiró el panorama que tenía frente a él. Sus padres le sonreían y continuaban festejando con los reyes de Inari; Yuichiro se sulfuraba por las vergonzosas tonterías que comentaban sobre él; Ferid lloriqueaba sobre los cuentos sobre tamales y romances; Madame no dejaba de coquetear con quien se le cruzase; Norito y Kureto se pasaban por las hileras ofreciendo bocaditos y bebidas; y Mahiru ayudaba a las otras sirvientas en armonía.

Su felicidad siempre estuvo aquí presente.

Una vez que el evento concluya, Mikaela se prometió a sí mismo que proseguiría con aquel cambio de actitud. Debía de ser más positivo, más amable y responsable. No podía defraudar a las personas que tenía alrededor suyo: al pueblo, a sus familiares y a su pareja.

Todo tenía sentido ahora.

—Mika, ¿cuánto rato más vas a estar parado como estatua? —chilló Yuichiro desde lo alto—. ¿Tienes sed? ¿Quieres que te pida algo de comer?

Mikaela sintió la verdadera razón de ser el verdadero heredero al trono.

—¿Podrías darme un abrazo?

Yuichiro pareció perder color por un segundo, y en un abrir y cerrar de ojos, se ruborizó por completo. Los progenitores seguían charlando; no obstante, todos sus sentidos estaban en la interacción de ambos jóvenes.

—Bueno... Bajo en un momento —balbuceó Yuichiro.

Shinya tenía que controlarse para no explotar de emoción ante la primera muestra de cariño en público por parte de su tonto cachorro. Guren lo tuvo firmemente sujetado. Mikaela siguió al zorro con la mirada; sin embargo, una mano se posó sobre su hombro.

—¿Podríamos hablar un momento?

—¿Eusford?

—Seré breve —aseguró Eusford.

Mikaela miró sobre su hombro. Yuichiro no dejaba de insultar a Guren por estar fastidiándolo sobre la posible boda. Aquello lo mantendría ocupado.

Eusford lo llevó al lado extremo de la arena, cerca del muro protector, y le pidió a Norito dos grandes vasos de agua. Con el cristal en mano, Eusford dio un sorbo e inició:

—Sabes que no tengo interés en las tierras ni en nada que los otros pretendientes tuyos hayan querido. Lo que yo deseo es completamente diferente y espero que lo puedas sopesar lo más pronto posible.

Mikaela asintió.

—Me imaginé que había una razón por la cual no renunciaste. ¿Qué es lo que deseas?

—Lo único que te pido es que no te cases con Yuichiro.

El vaso estaba a punto de resquebrajarse ante aquella petición. Mikaela tragó saliva e intentó no perder los estribos. Eusford tenía el descaro de hacer tremenda demanda, cuando no tenía nada que aportar a la mesa.

—¿Por qué me pides algo así? Sabes que Yuichiro jamás aceptaría quedarse contigo. Lo que él siente por ti es admiración, nada más.

Eusford soltó una risita.

—Eso lo sé muy bien. —Hizo una pausa, dio otro sorbo con pesadez, y finalizó—: Solamente estoy tratando de pagar una deuda con alguien más. No tengo nada en contra de tu romance con el príncipe de Inari.

—Sabes perfectamente que me voy a negar.

—Valió la pena intentarlo. —Eusford depositó el vaso sobre la bandeja que había dejado Norito y marchó fuera. Mikaela lo siguió con la mirada.

Cuando Eusford se encaminó a la plataforma, donde usualmente se presentaba a los contrincantes, Yuichiro se cruzó con él y ambos se saludaron. Yuichiro hizo un ademán para despedirse y le dio el alcance a Mikaela.

—¿Qué sucede? ¿Por qué estás tan serio?

Mikaela suspiró.

—No sé qué se trae entre manos —admitió Mikaela.

—Si te pidió algo descabellado, ignóralo. Confió en tus habilidades —aseguró Yuichiro con una expresión reconfortante.

Mikaela sintió que la pesadez en sus hombros se aligeraba y se acercó a Yuichiro. Rodeó sus brazos alrededor de su cintura, hundió su rostro en su pecho y lo apretujó a su antojo. Yuichiro se tensó ante el súbito tacto, siendo observado por todos los presentes, pero con una gama de valentía y orgullo invadiéndolo, devolvió la caricia.

—Termina con Eusford y más tarde iremos a comer algo para celebrar, ¿te parece?

—Si gano, ¿me darás un beso? —inquirió Mikaela sin desprenderse de él.

Yuichiro enmudeció. No quería decírselo, no podía hacerlo; mas su cola delataba sus verdaderos sentimientos al batirse en completa euforia. Mikaela lo había notado y una sonrisa se pintó en su rostro.

—Solo uno...

—Es un trato —replicó Mikaela, desuniéndose.

El teniente Yoichi dio un pequeño discurso sobre el príncipe de los dragones y la larga dinastía que habían tenido a través de los años en el gran continente. Para no salirse del tema, se centró en las destrezas que tenían los dragones y de lo que presenciarían a continuación.

—Del lado derecho tenemos a nuestro príncipe vampiro —dijo Yoichi, haciendo una venia.

Los aplausos bañaron la decidida figura de Mikaela.

—Y de este lado, con ustedes, el príncipe Eusford de los dragones.

Eusford inclinó su cabeza para saludar y se salió de la plataforma para asombro de todos. De un brinco hacia la tarima central, se encontró junto a Yoichi y pidió permiso para hacer una mención de suprema importancia.

—Queridos invitados, reyes y pretendientes —dijo Eusford—, el día de hoy no seré yo quien peleará con su Alteza. Tengo un representante que ha estado deseoso de poder entrar en batalla con el príncipe Mikaela. Bajo mi propia decisión, renunció a mi puesto como pretendiente matrimonial y le otorgo este título al príncipe de los elfos.

Una devastadora ola de silencio azotó todo el recinto. Las sirvientas y los criados, que habían permanecido junto a sus Majestades y mucho antes del nacimiento de Mikaela, dejaron caer todo al piso. Las copas se hicieron añicos, los pasteles terminaron manchando la piedra, algunas bandejas de plata cayeron dentro de la arena.

Los reyes de Sanguinem parecieron perder la respiración y Mikaela parpadeó extrañado ante tales noticias. Yuichiro probaba estar igual de desconcertado. Entre todos los invitados, solo los vampiros pertenecientes al castillo real sabían lo que ello significaba. Ni se atrevían a mirar a los reyes por temor a lo que fuese a suceder.

—¡Tú! —rugió Lacus fuera de sí.

En un parpadear, Lacus voló como si se hubiese teletransportado y cogió a Eusford por el pescuezo con tanta fuerza que estuvo a nada de quebrar todos sus huesos como mondadientes. René intervino, aunque le encantaba la idea de hacer picadillo al dragón junto a su marido.

—Lacus, por favor.

—¡Cómo te atreves! —dijo de forma casi inentendible con una voz profunda. Sus orbes se tornaron oscuros como la noche, sus colmillos crecieron prominentemente al igual que sus garras y su rostro se distorsionó, aparentando la imagen de una criatura carnívora del inframundo.

Lacus presionó una vez más y...

—¡Lacus! —gritó René.

Mikaela.

Aquella voz hizo que todo se detuviese. Lacus soltó a Eusford como si fuese un insignificante costal de papas y volteó a ver al príncipe, que yacía parado en la entrada con una mueca llena de socarronería. A pasos cortos, el príncipe de los elfos anduvo con el mismo aire arrogante y de completa superioridad. Batió sus pestañas con sensualidad y contempló a Mikaela.

Mikaela vio sus botas hasta los muslos, muy bien atadas; siguió subiendo hasta sus caderas; paseó sus ojos por su camisa abotonada hasta el cuello; y se perdió en ese blanquecino rostro. Sus irises rosadas como las flores de primavera, su exquisita nariz como las esculturas extranjeras, sus delicados labios y una hermosa cabellera sonrosada, sujetada en una cola. Súbitamente, esa fragancia a rosas lo golpeó de forma penetrante. Mikaela inhaló y sintió una llamarada cruzando por cada rama pulmonar hasta que una chispa se prendió dentro de él. Se agachó, mareado.

—¡Mika! —llamó Yuichiro, corriendo hacia él desde las tribunas.

Mikaela se tensó, se abrazó a sí mismo y soportó la presión dentro de su estómago. No entendía la razón de aquel malestar ni el ardor en sus ojos, mucho menos el eco de aquella voz dentro de su cabeza. Mikaela apretó los ojos.

El elfo siguió los movimientos del zorro, y cuando Yuichiro estuvo a una fracción de abrazar al vampiro, se interpuso en su camino de un pisotón. Yuichiro retrocedió estupefacto por la velocidad en la que había llegado desde tan lejos. En un momento estaba en la entrada, y en el otro, en la plataforma más alejada de todas. Por instinto, Yuichiro alargó sus garras y proyectó rebanar la pierna del elfo.

Krul Tepes —siseó Lacus, llegando a pararse en medio de ambos muchachos.

Krul hizo un ligero movimiento hacia atrás, lo necesario como para evadir la daga que traía Lacus. Su camisa poseía un tajo en todo el pecho, mas no logró tocar su piel. Krul palpó la tela con desinterés y se encogió de hombros.

—¿Por qué tanta agresividad hacia mi persona? —lamentó con fingida indignación.

René y los otros dos reyes acompañaron a Lacus al igual que Ferid, quien se veía notablemente afectado por aberrante aparición. Por otro lado, Yuichiro se estaba encargando del inconsciente de Mikaela.

El rey de primer mando, René, se paró frente a su familia y espetó:

—Sabes que tienes prohibido venir a Sanguinem. No eres bienvenido aquí.

—¿Soy tan desagradable que han omitido mi invitación para la fiesta casamentera de mi adorado Mikaela? Estuve esperando por un largo tiempo a que mi carta llegase, pero no fue así. No pueden culparme por ingeniármelas —replicó Krul.

—Tienes el descaro de enseñar tu cara después de lo que le hiciste a Mikaela y por todo lo que tuvo que pasar gracias a tu manipulador carácter —agregó Ferid—. No importa si Eusford ha validado tu presencia aquí, porque tú sabes que esto es incorrecto.

Ahora, Krul, estaba realmente agraviado por tales palabras. Sus labios se estrecharon y sus pupilas se contrajeron. Ninguna arruga marcaba su rostro y sus cejas continuaban arqueándose con gentileza, y eso era lo que más alarmaba a todos. Su enojo no se podía notar, pero uno lo podía sentir por la manera en que se paraba y ladeaba su cabeza de lado a lado.

—La primera vez que vine a visitarte, Ferid, fue por las buenas —justificó Krul—. Te traje las palabras de mi propia madre para que me diesen una oportunidad de ser escuchado. ¿Pero qué hiciste? Te burlaste de mí. Nunca le dijiste a Mikaela que yo había venido por él, por nosotros. —Señaló a Mikaela—. Para variar, lo dejaste enamorarse del peor postor.

René y Lacus le cerraron el paso.

—Vete —instruyó René.

—No puedes botarme de tu castillo, a menos que Mikaela me gane en batalla. Y viendo que no puede continuar, ¿se podría asumir que es victoria mía y que me merezco una cita?

Los dientes de Lacus se raspaban entre sí, rechinando como metales; sus pies perdían forma humana al igual que el grosor de sus brazos. Si Krul lo seguía provocando, Lacus terminaría mostrando su verdadera imagen. Lacus codiciaba aplastarle el cráneo con tanto esmero, y para su desgracia, no podía. Causaría una guerra entre todas las naciones por el asesinato de uno de los herederos al trono. Si fuese un segundo hijo, no habría tanto jaleo.

—No sé quién mierda eres tú, pero por los comentarios, puedo deducir que tú eres el causante de su dolor durante el invierno —interrumpió Yuichiro. Los reyes se hicieron a un lado.

Krul lo miró con total desdén.

—¿Cómo te atreves a hablarme, sucio perro?

Yuichiro dejó a Mikaela a un costado y se abrió paso entre sus familiares.

—He recibido insultos peores —admitió Yuichiro, recordando la sarta de estupideces que le había dicho Mikaela cuando se reencontraron. Se paró frente a Krul y lo empujó con su índice—. No sé quién te crees para venir a reclamar a Mikaela como si se tratase de un trofeo, pero Mikaela jamás estaría contigo. Eres un sujeto tan superficial y enfermo. Lo único que has creado fue a un príncipe asustado de su propio potencial. Lo llenaste de odio y...

Krul le dio un manotazo.

—Cállate, zorro. No necesito la opinión de alguien que no sabe nada sobre nuestra historia. Mikaela siempre ha sido mi pareja y la seguirá siendo. Él y yo tenemos una conexión especial.

—¿Así te mientes todos los días antes de irte a dormir? —ladró Yuichiro.

Krul rio.

—Hablaré con Mikaela cuando despierte. Deseo que él elija el lugar de nuestra cita.

—Eso no será necesario —pronunció una voz.

Mikaela apoyó su mano contra su frente y se recogió del suelo.

—¡Mika! —dijo Yuichiro.

Mikaela apartó a los criados o cualquier otra persona que quisiese ayudarlo a mantener el equilibrio, y se acercó a Krul. Para consternación de Yuichiro, Mikaela pasó de frente por su lado y llevó sus manos hacia el rostro del elfo, acunando sus mejillas como si lo hubiese hecho cientos de veces. Los reyes de ambos territorios también se vieron sobresaltados.

—Mika... —llamó Yuichiro, conmocionado.

Krul no podía respirar por la sensación de la piel del vampiro que había añorado. Mikaela tenía el corazón latiendo a mil por hora, martillando sus costillas. Sus manos se deslizaron por la quijada del elfo, sus cachetes, sus pómulos, su nariz. Acarició sus parpados, su frente y enredó sus dedos por su sedosa melena.

—Mikaela, mi pequeño vampiro —murmuró Krul con afecto y lo abrazó.

—Eres tú —ronroneó Mikaela, sonriente—. Realmente eres tú.

—Ya estoy aquí, amor.

Yuichiro podía escuchar cómo su corazón se partía en tantos fragmentos, que sería imposible de juntarlos todos. Jamás había presenciado ese tipo de expresión en el rostro de Mikaela, mucho menos se podía imaginar lo amoroso que podía llegar a ser. Era como si estuviese... hechizado. Las piernas del zorro parecieron perder fuerza y un tembleque se apoderó de él. Debía de ser una maldita pesadilla.

—Mikaela, no sabes cuánto te he extraño, cuántas noches he querido volver a tu alcoba y llenarte de besos. No tienes la menor idea de cuánto extrañé tus manos sobre mi pecho, alrededor de mi cintura y nuestras piernas entrelazadas —musitó Krul.

—Y tú —dijo Mikaela, bajando sus brazos para llevarlos a su cintura como lo solía hacer—, no te imaginas las ganas que tenía de ver tu rostro. —Mikaela lo apresó con sus garras—. Siempre quise saber por largos años, quién mierda fue el imbécil que me destruyó. —Hundió sus uñas y le dio un rodillazo en las joyas familiares.

El impacto aplastó toda la longitud de Krul hasta dejarlo tan plano como una hoja. Mikaela dio un giro brusco y lo expulsó de una patada limpia. Krul había bajado la guardia y su error le había costado caro. Su espalda aterrizó sobre la arena. El dolor era delicioso.

—Mika... —balbuceó Yuichiro.

—Ahora lo recuerdo muy bien —gruñó Mikaela—. Tú fuiste la escoria que me hizo dudar de todas las personas a mi alrededor. Perdí la confianza en mi mismo, perdí mi sentido de vulnerabilidad y empatía. Me volví un monstruo frío y acomplejado por todo el dolor que me causaste. Me escondí en mi castillo como si yo fuese el que estaba equivocado. Viví en una maldita burbuja pensando en que era un chico desagradable, feo y bueno para nada. Pretendí ser mejor de todos para ocultar lo aterrado que estaba del mundo, de mi título como príncipe... ¡Todo por tu culpa!

Krul se retorcía y reía desde lo bajo. Con cada palabra, Mikaela notaba que una energía se amoldaba a cada miembro suyo y su cabellera vacilaba entre un marrón oscuro y rubio.

—Pensé que de verdad me querías, pero solo fui un pasatiempo para ti —continuó Mikaela, mientras que el rubio de su cabellera peleaba con la tonalidad castaña—. Y ahora que soy feliz, ¿tienes que volver? ¿No pudiste esfumarte para siempre y dejarme en paz?

—Sabes que tenemos una historia juntos —insistió Krul.

—Como tú dices, es historia. —Mikaela sintió una presencia a su costado y vio a Yuichiro, ahí parado, indeciso por todo lo que estaba sucediendo. Mikaela inhaló, exhaló, y su cabello fue totalmente rubio. Se dirigió a Krul—. El oráculo tenía razón sobre las dos condiciones. Si recordaba quién eras y si la persona que verdaderamente me quería estaba a mí lado, volver a verte no sería un problema.

—No sabes lo que dices, Mikaela.

—Lo sé muy bien —afirmó—. Pretendientes interesados hay en todos lados, pero hombres como tú, que no tienen escrúpulos, esos son los peores.

Krul se carcajeó.

—Ferid —dijo Mikaela—, quiero que guíes a Eusford y a Krul de vuelta a sus reinos. Envía una correspondencia firmada por la familia real, donde se especifique que Krul Tepes de los elfos no tiene permitido entrar a Sanguinem. Su castigo será decapitación y el inicio de una guerra.

Ferid hizo un ademán e hizo una seña al teniente Yoichi. Los dos bajaron y marcharon hacia Krul, quien todavía pataleaba y chillaba cuán equivocado estaba el vampiro. Primero fueron dulces palabras, y cuando estuvo cerca de la entrada, éstas cambiaron a agraviantes insultos hacia su persona. Le dijo que nadie lo querría y nunca nadie lo quiso por ser un niño grotesco, gordo y raro. Después se burló de sus padres, de sus gustos por zorros piojosos hasta que no se pudo escuchar nada más.

—Supongo que... gané —expresó Mikaela, risueño.

Sus padres asintieron, todavía tratando de asimilar todo. Los reyes de Inari fueron los primeros en dar las siguientes ordenes a los criados y a las sirvientas para que ayudasen a los invitados. Los llevarían a bañar para luego invitarlos a cenar. Shinya y Guren se llevaron a la pareja de reyes por los codos, dejando a Yuichiro y a Mikaela juntos sobre la plataforma.

—Sí, lo hiciste —dijo Yuichiro monótonamente.

Mikaela sonrió, pero su expresión se apagó al ver lo absortó que estaba Yuichiro.

—¿Yuu?

Yuichiro no dijo nada, solo se prendió del vampiro y lo abrazó como nunca.

—Nunca vuelvas a hacer eso —lloriqueó Yuichiro, apretujándolo—. Sentí que me moriría cuando te fuiste de mí lado. Creí que me desmoronaría si... si volvías con ese tipo. —Se aferró demasiado, casi asfixiándolo.

—Yuichiro...

—No me dejes, por favor, no lo hagas. —Mikaela lo envolvió entre sus brazos y lo llenó de besos. Besó su frente, sus húmedas mejillas, su mentón y sus labios. Luego besos sus manos y cada uno de sus dedos.

—No lo haré.

Mikaela logró tranquilizarlo y ambos se quedaron acurrucados viendo el atardecer.

Yuu —llamó Mikaela.

—¿Sí?

—¿Qué piensas sobre tener una relación?

Yuichiro bufó y se desligó de la caricia. Mikaela lo observaba con una sinceridad atrapada en sus orbes. No había nada oscuro ni embustero en ellos. Sus sentimientos eran genuinos. Y los de él también. Yuichiro lo tomó de la mano.

—Yo... —dijo Yuichiro, empezando a avergonzarse.

—No tienes que decirlo si no te sientes listo.

—¡No, espera! —chilló Yuichiro.

Mikaela abrió los ojos de par en par.

—Mikaela, a mí me gustaría tener una relación contigo. Exclusiva —tartamudeó—. Quiero conocerte mejor y... —Yuichiro no sabía para dónde diantres mirar—. Quiero saber más de ti, Mikaela. Enamorarme de ti.

Mikaela no pudo contenerse y se le tiró encima.

—Te quiero —pio Mikaela.

Yuichiro se ruborizó con fuerza.

—Y-yo también, Mika. —Yuichiro miró en todas las direcciones, y cuando se aseguró de que no hubiese nadie, cogió de las mechas al vampiro y le estampó un tímido beso.

Ambos se recostaron sobre la piedra, abrazados, y miraron el aparecer de las primeras estrellas en el firmamento.

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