Una Black de ojos violetas ➳...

By LuisaLane-

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El día que Isadora Joanne Black vino al mundo, no sabía con lo que se iba a encontrar. No sabía que la magia... More

Prefacio (Aclaraciones)
Introducción
𝗔𝗖𝗧𝗢 𝟭
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
𝗔𝗖𝗧𝗢 𝟮
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
𝗔𝗖𝗧𝗢 𝟯
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
𝗔𝗖𝗧𝗢 𝟰
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
𝗔𝗖𝗧𝗢 𝟱
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
𝗔𝗖𝗧𝗢 𝟲
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 71
Capítulo 72
Capítulo 73
Capítulo 74
Capítulo 75
Capítulo 76
𝗔𝗖𝗧𝗢 𝟳
Capítulo 77
Capítulo 78
Capítulo 79
Capítulo 80
Capítulo 81
Capítulo 82
Capítulo 83
𝗘 𝗣 𝗜́ 𝗟 𝗢 𝗚 𝗢
♡ Gracias ♡

Capítulo 29

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By LuisaLane-

Me levanté más temprano de lo normal. Hoy era un día especial; era mi cumpleaños.

Pude ver que había algunos regalos y cartas al pie de la cama.

Me puse la bata rápidamente y comencé a abrir los paquetes, uno por uno, empezando por el que se encontraba más arriba. Era una caja cuadrada pequeñita, de color azul. Venía de parte de mi abuela Julie. La abrí y pude ver un par de aros de plata en forma de flor, con el centro violeta. Me los coloqué para estrenarlos, ya que hacía un tiempo atrás había perdido una de mis perlitas y no tenía ningún otro aro para usar diariamente.

Dejé a un lado la cajita y garré el siguiente regalo. Era pesado y tenía un papel rojo con una etiqueta que decía de parte de Remus. Un libro, si mis sospechas eran correctas... Rasgué el envoltorio y pude apreciar una tapa dura color beige, en la cual aparecía el título Peter Pan y debajo había un dibujo de tres niños sobrevolando lo que parecía ser la ciudad de Londres.

Lo dejé a un lado -luego leería su reseña- y abrí el último regalo.

Era una caja redonda, bastante grande, con muchos colores. La destapé y quité el papel que protegía un lindo vestido color verde agua, que llegaba hasta poco más arriba de las rodillas.

Me levanté del suelo y lo coloqué sobre mí para hacerme una idea de cómo me quedaría.

— Nada mal —murmuró Alicia medio dormida, levantando su cabeza de la almohada— ¿Quién te lo envió?

— No lo sé —dije agachándome otra vez. Guardé el vestido así nomás y me fije en la etiqueta: De parte de Ted, Andrómeda y Dora— mis tíos y mi prima —le contesté a Alicia.

— ¿Por qué? —Se sentó en la cama y se refregó los ojos— ¿Hay algo especial en Hogwarts y no me enteré?

— No, es por mi cumpleaños —murmuré. Levanté la caja redonda en busca de algún otro regalo debajo pero no había ninguno más. ¿Acaso mi madre se había olvidado de este día?

No. Era imposible.

— ¡Ah! Feliz cumpleaños entonces —dijo Alicia levantándose de la cama y acercándose para saludarme con un corto abrazo.

— Gracias —le devolví una sonrisa y ella se fue hacia el baño. Agarré las cartas, una con un sobre violeta de parte de Remus, otra de mi abuela, otra de mi mamá. Abrí rápido la última y comencé a leerla apresurada, casi a los saltos.


Hija, ¡Feliz cumpleaños!

No, no me he olvidado de ti. Tu regalo está esperándote en casa. ¿Recuerdas ese reproductor de música que querías? Bueno, ya no tienes que desearlo más. Te compré también unos cd's de los Beatles, Queen, Elvis, y algunos más. Son los que recordaba que te gustaban.

No lo envié porque sabría que estarías todo el día con este artefacto en vez de ponerte a estudiar, así que preferí dejarlo en casa. De todas formas no debería ni funcionarte en Hogwarts así que no tendría sentido enviarlo.

Espero que termines de maravilla tu día.

                                             Te amo.

Mamá.


Suspiré aliviada. Creía por un momento que mi propia madre no se había acordado de mí, ahí ya sí me hubiera suicidado.

Guardé las otras dos cartas restantes, las leería después. Coloqué mi nuevo libro sobre mi mesa de luz y acomodé mejor el vestido dentro de su caja. Alicia salió del baño y yo entré para ducharme y de paso cambiarme así bajaba a desayunar, ya que lo había acordado con Cedric la noche anterior.

El retrato de la Señora Gorda se abrió y vi a un chico castaño sentado en el suelo, justo enfrente a la puerta, apoyado contra la barandilla de la escalera. Tenía una torta blanca apoyada sobre sus piernas.

Vi como uno de sus dedos se pasaba levemente por la cobertura de merengue y luego se lo introducía en la boca.

— Te pesqué en el momento justo —dije negando con la cabeza. El chico alzó la vista sorprendido

— ¡Al fin apareces! —dijo mirándome con una gran sonrisa. Era Cedric.

— ¿Qué haces aquí? —me acerqué hacia él y agarré la torta para que pudiera levantarse del suelo más fácilmente. Sobre el merengue había una pequeña placa de chocolate con mi nombre.

— Feliz cumpleaños Violetita —dijo despeinándome el rubio cabello. Hace un tiempo había comenzado a decirme Violetita en forma cariñosa, pero sabía que a mí me molestaba ese apodo y eso hacía que le dieran más ganas todavía de llamarme así.

— ¿La torta es para mí? —Sonreí— Gracias Ced, no hacía falta.

— La hicieron los elfos —se encogió de hombro— deberías agradecerles a ellos más que a mí.

— ¿Elfos? —dije confundida.

— Los elfos de la cocina —contestó como si fuera algo obvio— ¿No sabes que hay elfos cocinando?

— No, no —negué con la cabeza.

— Tienes que verlo —comenzó a bajar las escaleras— sígueme —le hice caso y fui detrás de él, teniendo cuidado en no pisar algún escalón falso, ya que la torta que tenía en manos saldría volando quien sabe a dónde.

— ¿Hace cuánto estabas esperándome?

— Unos quince minutos más o menos —murmuró— igualmente no tenía nada mejor que hacer. Iba a esperarte en el gran comedor con la torta, como habíamos planeado, pero creí que sería más lindo venir hasta la puerta con esta sorpresa —giró la cabeza y me sonrió.

— ¿Sabías que te adoro Ced? —dije sonriéndole.

— Sí, pero me gusta que me lo recuerdes —ambos nos reímos.

Terminamos de bajar las largas escaleras que había desde el séptimo piso hasta el gran comedor. Cedric me agarró del brazo y casi que me arrastró por la última escalera hasta el sótano, donde se suponía estaba la cocina de Hogwarts. Por poco la torta no se me resbaló de las manos.

Nos frenamos frente a un retrato de unas frutas.


— ¿Por aquí no es la sala común de hufflepuff? —dije mirando a mi alrededor.

— Girando por ese pasillo —indicó hacia la izquierda de las escaleras— detrás de un retrato de naturaleza muerta —se inclinó hacia la pintura que tenía enfrente y le hizo lo que parecían ser cosquillas a la pera que se encontraba allí. Para mi sorpresa la fruta se rió y luego de un click el marco se despegó de la pared, abriéndose como una puerta— ven, entra —me dijo Cedric haciéndome unas señas.

Di unos pasos adentro y luego el castaño me siguió.

Era un salón del tamaño del gran comedor. Había cuatro largas mesas y a los lados estaba repleto de hornos, mesadas, cacerolas, vasos, platos, comida, había de todo.

Los que cocinaban eran unos elfos muy amables que cuando apenas entré dentro llevaron la torta hasta una de las mesas y la cortaron en dos porciones para que Cedric y yo la comiéramos.

Otro grupo de elfos comenzaron a traernos comida y bebida mientras nosotros dos nos acercábamos a la punta de la mesa. Se ve que estaban felices de vernos y de querer alimentarnos. A pesar de que rechazáramos algo, lo dejaban arriba de la mesa para que lo comiéramos luego si teníamos ganas.

Nos sirvieron chocolate caliente en unas tazas azules y licuado de frutilla con banana en unos largos vasos de vidrio. Trajeron una gran torta de mousse de limón con vainilla que estaba deliciosa, al igual que la torta de merengue y durazno que era la que me había llevado Cedric.

— Si vienes aquí deberás acostumbrarte a que te traigan comida todo el tiempo —dijo él agarrando una masita que le ofrecía una pequeña elfina— Grafshias —intentó decirle con la boca llena. Me reí y yo también agarré una— Estamos justo debajo del gran comedor. Preparan la comida aquí y luego la suben a las mesas de arriba.

— Cada vez me sorprendo más de Hogwarts —sonreí y le di un bocado a lo que tenía en las manos— esto sabe muy rico.

— Es estupendo todo lo que cocinan —agregó— desde que descubrí este lugar siempre vengo si tengo hambre de madrugada. Lo bueno es que mi sala común está a la vuelta.

— Creo que eso es lo malo de estar en la torre de gryffindor —bufé— séptimo piso. Es eterno bajar las escaleras —Terminé mi masita— ¿Y cómo supiste de este lugar?

— La mitad de los hufflepuff saben de esto —dijo sin importancia— me lo contó mi compañero de cuarto. Félix McDowell. Petiso, rubio, ojos verdes, mejillas sonrojadas. ¿Te suena? —Negué con la cabeza— No es raro que no sepas quién es —se encogió de hombros— es tímido y no es muy popular que digamos.

— Tal vez lo habré visto en alguna clase, pero no lo sé.

— Hoy tenemos encantamientos juntos. Luego te muestro quién es.

— Claro —le sonreí y ambos terminamos nuestros licuados para irnos a la primera clase del día. Yo tenía defensa contra las artes oscuras junto a los de ravenclaw, así que no sería algo aburrido. Por suerte.

Nos despedimos de los elfos y les dimos un millón de gracias hasta poder salir de allí. No nos quedó más remedio que aceptar un par de bizcochos que nos ofrecían a toda costa antes de irnos. Así que los comimos como pudimos mientras nos dirigíamos a nuestras aulas.

A duras penas podía moverme, había comido demasiado.



La mañana pasó tranquila.

Salía de la clase de encantamientos junto a Cedric, la cual era la última del día. Caminamos animadamente hacia el patio para disfrutar un rato del hermoso día que estaba haciendo antes de que se hiciera la hora de la cena.

Un chico, como tantos otros durante estos meses, pasó a mi lado y tiró de mis manos los libros que estaba llevando.

¿Un día que no me sucedieran estas cosas? ¿Sólo uno?

Era mi cumpleaños además. No estaba pidiendo mucho.

— Idiota —refunfuñé agachándome en el suelo para recogerlos. Para mi sorpresa alguien más se me había adelantado ya.

— Ten —dijo el chico castaño extendiéndome mis cosas. Su pelo estaba despeinado hacia atrás, como si hubiera montado en una escoba un día con fuerte viento. Tenía el uniforme de gryffindor y parecía unos pocos años mayor que yo. En algún lado lo había visto— Discúlpame, no creí que pasaría esto.

— Gracias —dije agarrando los libros tímidamente y guardándolos en mi mochila para que no volviera a suceder otro incidente— Siento mucho haberte dicho idiota, es que pensé que eras uno de esos alumnos que les encanta molestarme —dije apenada.

— No hay problema Isadora —me sonrió— si me disculpan —nos miró a ambos— debo irme.

— Sí, nosotros también —dije confundida. El chico siguió su camino y yo miré a Cedric desconcertado.

— ¿Lo conoces? —me preguntó mi amigo.

— No lo sé, creo que si —murmuré y empezamos a caminar otra vez hacia el patio— le veo cara conocida.

— Seguramente lo viste en la sala común, es de gryffindor.

— Pero sabe mi nombre —agregué.

— Isa, creo que la mayoría de los alumnos del colegio saben tu nombre.

— ¡Oliver! —Exclamé entusiasmada— Oliver Wood... claro —susurré— es él.

— ¿Y quién es él? ¿Se puede saber? —Cedric se cruzó de brazos— ¿Algún pretendiente del que no me has hablado todavía? —me reí.

— No tonto, lo conocí una vez en la sala común, ambos estábamos escribiendo una carta y el chico no paraba de mirarme.

— Mmm —se quejó— no me gusta nada eso de que te miren.

— Y otra vez quiso charlar conmigo y compartir unas ranas de chocolate.

— ¿Compartir? Ese parece tener intenciones de compartir otras cosas más que chocolate, como saliva por ejemplo —ambos nos reímos.

— Tengo doce años Ced, no quiero a nadie atrás mío en estos momentos.

— ¿No? ¿A nadie? —Dijo haciéndose el triste— Yo apostaba a que este año tendrías una hermosa relación con Pucey —hice una mueca de asco.

— Jamás me acercaría a él, ¿Has visto su nariz de cerdo?

— Lo sé, es horrendo. Tal vez a Sanders le guste, siempre andan juntos los dos.

— La chica con cuerpo de cerdo y el chico con nariz de cerdo —Cedric se rió— creo que se complementan bastante.

— ¡Dora! —gritó alguien detrás de mí. ¿Quién más además de Nymphadora me llamaba Dora?

Por suerte, nadie más.

Apenas me giré para verla ya estaba corriendo para lanzarse sobre mí. Me dio un abrazo estrujador.

— Tonks —dije casi sin aliento— No puedo respirar.

— Ay primita bonita —imitó la voz de una nena pequeña, sin soltarme todavía— ¡Feliz cumpleaños!

— ¡Tonks! —Forcejeé un rato hasta que pude separarme de ella— ¡Nymphadora!

— No —me apuntó con su dedo índice reprobadoramente— no me llames así, no te atrevas.

— ¡Me estabas matando! —ambas reímos.

— ¿Te gustó el regalo? Obviamente lo escogió mamá —rodó los ojos— no es mucho de mi estilo, pero sí del tuyo.

— Sí —sonreí— gracias, es muy lindo.

— Voy a llorar —fingió derramar lágrimas falsas— estás creciendo muy rápido. Igual te quedarás de esta altura siempre —apoyó su brazo en mi cabeza.

— Te odio —me crucé de brazos— algún día me vengaré por todo esto.

— Ya veremos primita, ya veremos —me dio un fuerte beso en la mejilla y se despidió caminando por el pasillo por donde había aparecido, aunque antes de desaparecerse me gritó "Más tarde te sigo molestando".

— ¿Así que esa es tu prima? —dijo Cedric apareciendo en escena. Me había olvidado por completo que él todavía seguía ahí.

— Así es —afirmé con la cabeza— está loca, demasiado, pero la adoro.

— Es de hufflepuff. La vi varias veces en la sala común haciendo caras raras. ¿Es metamorfomaga cierto? Parece muy divertida —me sonrió— yo solo tengo un primo que casi nunca veo, y es aburridísimo —hizo un gesto como bostezando— prefiero ni verlo.

— Pero ahora me tienes a mí —le apreté los cachetes como si fuera una anciana— no te librarás de Isadora Black tan fácilmente.

— ¿Y eso es bueno o malo? —se rió mientras pasaba las manos por sus mejillas que recién había apretujado.

— No lo sé —me encogí de hombros— tú sabrás.

— Por ahora creo que es algo bueno —se vengó de mí y me apretó los cachetes también.

— ¡Oye! —Fruncí el ceño— ten compasión por mi aunque sea sólo por hoy.

— Vamos quejosa —comenzó a caminar— o no disfrutaremos nada de la tarde.



Ya era de noche. La mayoría estaba durmiendo.

Yo, como para no perder la costumbre, no podía pegar el sueño así que me dirigí abajo a la sala común para leer las cartas que todavía me esperaban en el cajón de mi mesita de luz.

Me acomodé en el sillón más grande frente a la chimenea, aunque estaba apagada ya que hoy no hacía frío. Se podía sentir la primavera acercándose.

Agarré la que tenía un sobre violeta y lo abrí cuidadosamente. Saqué el pergamino de adentro y leí.


Querida Isa:

¡Feliz cumpleaños!

¿Cuántos eran? ¿Veinte años? Creciste muy rápido, pareciera como si ayer tuvieras sólo once... Perdona, que hay que ponerle un poco de humor a la vida.

No estés mal por lo de tu varita, ya lo hablé con Sam (Sí, lo sé, me dijiste que no se lo contara pero debía hacerlo) y cuando vuelvas te comprará una nueva, no te va a matar, puedes quedarte tranquila.

Y con respecto al mapa... Sólo voy a decirte que sean responsables con él, no puede terminar en manos equivocadas. Sepan utilizarlo con inteligencia. Me alegra que los gemelos esos ya no te molesten y se lleven bien.

Antes de despedirme, espero que te guste el libro. Lo había leído hace tiempo y me acordé de él en estos días, me pareció que podrías darle una lectura. Seguramente te gustará, es un cuento de esos de hadas. Un poco infantil, pero vale la pena darle una ojeada aunque sea una vez en la vida.

Un fuerte abrazo de tu padrino.


Dejé la carta sobre el regazo de mis piernas y miré alrededor. Ya no quedaba nadie. Había un grupo de chicas que antes estaban en los escritorios redactando algo, supuse que debía de ser algún ensayo ya que tenían varios libros alrededor, pero al parecer habían terminado mientras yo revisaba mi carta y se habían ido en silencio.

Volví a lo que estaba haciendo y me dispuse a leer lo que me había enviado mi abuela.


Isadora:

¡Feliz vuelta al sol!

Espero que ahora no pierdas este par de aritos.

Si no te gustan puedes reenviármelos y los cambiaré por algún otro en la tienda. Sabes que no me gusta escribir así que luego hablaremos cuando nos veamos, y me cuentas todos esos líos de los que se vive quejando tu madre. Le vas a sacar canas.

               Muchos besos, Julie.


Como siempre, las cartas de mi abuela eran cortas y concisas. Ni un detalle de más, ni uno de menos. Sólo acotaba lo importante y si podía ahorrarse pergamino ¡Mucho mejor!

Estaba -como dice la frase- chapada a la antigua. No le gustaba enviar mensajes, contestar el teléfono muggle y todas esas cosas. Siempre prefería arreglar un encuentro y charlar en vivo y en directo.

Yo era más o menos así. Si tenía la opción de poder hablar con esa persona de frente, y no por otros medios, prefería eso.

— ¿Diste una vuelta al sol? —preguntó una voz detrás del sofá haciendo que me sobresaltara. Me di vuelta y vi a Fred y a George espiándome.

— ¡Ey! —Junté las cartas rápidamente— ¿No les enseñaron que es de mala educación leer cosas ajenas sin permiso? —Las coloqué sobre la mesa ratona y ambos pelirrojos se pusieron frente a mí.

— Seguramente nos lo habrán dicho —dijo uno de ellos encogiéndose de hombros— pero se nos olvidan esas cosas. ¿Qué entonces eso del sol?

— Es una forma de felicitar un cumpleaños —murmuré.

— ¿Cumples años? No nos dijiste nada enana —se quejó el otro— De todas formas...

— ¡Feliz cumpleaños! —dijeron ambos al mismo tiempo y se me abalanzaron sobre mí para hacerme cosquillas.

— ¡Ey! Basta —dije entre risas intentado sacármelos de encima— ¡Paren! —volví a decir y los dos se sentaron cada uno a un costado mío en el sillón.

— Por lo menos ahora sabemos que cumples el once de febrero —habló el de la derecha. Lo miré. Era Fred.

— No nos olvidaremos más esta fecha —dijo George sonriéndome— y que a ti no se te olvide que nosotros cumplimos el primero de abril.

— No me olvidaré —murmuré sonriendo.

— Te hubiéramos hecho un regalo si hubiéramos sabido —dijo apenado Fred.

— No hace falta —dije — que me den un abrazo ya es suficiente, o en su defecto, que me hagan cosquillas —los tres nos reímos.

— Pero nos hubiera gustado poder darte algo —agregó George— aunque sea un gran paquete de grageas.

— Amo las grageas. Creo que los dulces siempre son el regalo perfecto para hacer, o por lo menos es lo que me gusta recibir a mí.

— Me pregunto dónde guardas todo lo que comes —dijo Fred mirándome— eres tan flaquita y comes como cerdo, sin ofender.

— Que sutil eres hermano —dijo George riéndose.

— No lo sé —me reí yo también— es mi metabolismo. Como y como pero no engordo.

— Quisiera tu vida —murmuró Fred.

Te la regalo —susurré tristemente mirando al suelo.

— Fred eres un idiota —dijo su gemelo dándole una palmada en la cabeza, pasando su brazo por atrás mío para llegar hasta él— Discúlpalo. Cuando era pequeño se cayó de la cuna y no quedó muy bien de la cabeza —largué una pequeña risita y George me dio un abrazo— No estés mal. ¿Qué sucede?

Negué con la cabeza. No creí que fuese apropiado hablar sobre los desastres de mi vida en estos momentos con ellos dos, pero por algún motivo este año y esta fecha específicamente me había hecho pensar en mi padre.

— ¿Quieres jugar a algo? —preguntó George sacándome de mis pensamientos.

— ¿Hacerle una broma a alguien? —Agregó Fred— tal vez molestar a Percy o a Charlie...

— No, gracias. Prefiero irme a recostar —dije todavía abrazando a George— ya tuve un día bastante movilizado.

— ¿Te irás? —Dijo Fred colocándose en el suelo frente a nosotros dos— la noche recién está en pañales.

— Lo sé —me reí y solté a George para acomodarme mejor en el sillón— Pero tengo sueño, además recuerden que mañana tenemos clases.

— Aguafiestas —Fred se cruzó de brazos— ve a dormir.

— Lo haré, pero antes que me vaya —recordé lo que había visto hoy a la mañana— ¿Saben que hay cocinas en Hogwarts? —Ambos me miraron sorprendidos— deberían darle una visita a los elfos y de paso llenar sus estómagos. Tienen lo que deseen comer y tomar.

— ¿Dónde se encuentra el paraíso del que hablas? —preguntó George todavía boquiabierto.

— En el sótano, cerca de la sala común de hufflepuff. Tienen que hacerle cosquillas a una pera... Pero aprovechen y usen el mapa —les guiñé un ojo. Me levanté del sofá y agarré mis cartas para luego dirigirme a mi habitación mientras los gemelos me gritaban: Gracias Isadora, eres lo máximo, eres hermosa, te idolatramos, te amamos, seremos tus esclavos por siempre.

Mentira. Ni yo misma me lo creería eso.

Pero sí me dieron las gracias, prometieron devolverme el favor y me dedicaron sus sonrisas más grandes. Con eso alcanzaba para terminar bien mi día.




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