El día que Isadora Joanne Black vino al mundo, no sabía con lo que se iba a encontrar.
No sabía que la magia corría por sus venas, ni que sus aventuras serían las más alocadas.
No sabía que conocería gente maravillosa en el camino, ni sabía que perd...
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Terminé de empacar mis últimas cosas y cerré la valija. Saludé a Alicia y a Angelina, quienes se quedarían en Hogwarts para las vacaciones de invierno. Yo volvería a casa.
Ambas me dieron un amable abrazo de despedida y luego salí a la sala común. Lo bueno es que ahora ya no me odiaban, tampoco es que me amaran, pero por lo menos se hablaban conmigo y ya no me ignoraban como antes.
La sala roja estaba repleta de alumnos despidiéndose entre sí. Intenté como pude pasar a través de la multitud y me encontré con Percy y Charlie antes de lograr salir por el retrato.
— ¿Te quedas, Isa? —me preguntó Charlie sonriendo.
— No, iré a casa a pasar las festividades con la familia —le devolví la sonrisa— ¿Ustedes? —dije mirando a Percy.
— También —contestaron ambos.
— ¡Percy! —Gritó una chica detrás de nosotros— ¡Ven!
— Disculpen —dijo el chico alejándose entre la multitud.
— Supongo que nos veremos en el tren o en la estación entonces —le dije a Charlie.
— Pero por si no nos vemos, feliz navidad y año nuevo —dijo acercándose a mí para darme un abrazo. Me sorprendió bastante este gesto que tuvo conmigo y por eso tardé un poco en devolverle el abrazo.
— Gra-Gracias Charlie —dije separándome de él. Sentía como el calor me subía a las mejillas— lo mismo para ti.
— Mejillas rojas —dijo apretándolas suavemente y riéndose— discúlpame si te incomodé con ese abrazo, suelo ser muy cariñoso.
— No, no —me reí— fue un lindo gesto —me aclaré la garganta— eh... bueno debo irme, tengo gente a la cual saludar.
— Claro —me sonrió y abrió el retrato de la Señora Gorda para que yo pudiera salir fuera. Le di las gracias y me encaminé hasta el gran comedor donde me esperaba Cedric para saludarme también.
Llegué sin problemas y me lo encontré sentado en la punta de la mesa de hufflepuff con la cabeza apoyada sobre sus brazos. Apenas me vio se levantó y me dedicó su típica sonrisa. Me acerqué y le di un fuerte abrazo estrujador.
— Me dejarás sin aire —se quejó. Lo solté y ambos reímos— ¿Me escribirás verdad?
— Por supuesto tonto —sonreí— todos los días.
— Serán unas vacaciones aburridas —bufó él.
— Luego en las de verano estaremos juntos —agregué para subirle el ánimo— ¿Vendrás a visitarme, no?
— Sólo si prometes visitarme tú también. Vivimos tan lejos... —dijo con sarcasmo. Me reí.
— Trato hecho —estiró su mano y se la estreché con efusividad.
