Para la chica que siempre me...

By MurdererMonster

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Adrián nunca fue creyente del verdadero amor, o no lo fue hasta que conoció a Ana, la chica que se convirtió... More

Dedicatoria
Para la chica que siempre me amó
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
EPÍLOGO

Capítulo 42

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By MurdererMonster

Regresar a clases fue más extraño de lo que creí. Sexto semestre implicó un largo listado de cambios, entre los cuales se encontraban los siguientes, y solo por mencionar algunos: a nuestro grupo de amigos le faltaba un integrante, ya no contábamos con el gracioso sentido del humor de Mario que nos alegraba las mañanas; la mayoría de las conversaciones entre mis compañeros eran relacionadas sobre los exámenes para la universidad, los nervios, temores e inseguridades acerca de fallar, y la incertidumbre de lo que eso significaría; los maestros se mostraron más exigentes desde el primer día, argumentando que solo era una muestra de lo que nos esperaría en el siguiente grado académico; ya no se nos trataba como a simples adolescentes, sino como adultos con futuras nuevas responsabilidades.

Sin embargo, el mayor de los cambios radicó en la ausencia de Ana en mi vida. Una falta de compañía que yo mismo había decidido.

El aceptar mis sentimientos por ella no facilitó lo que eso implicaba en nuestra confusa relación. En realidad, hizo que todo se volviera más complicado.

La evité durante diez días, cargando en mi bolsillo la nota que me envió. La releía cada que tenía oportunidad, a pesar de que conociera sus letras de memoria, podía recitarlas con exactitud, cada coma, cada pausa, cada línea, pero a pesar de conocerla literalmente, aún me resultaba complicado entenderla.

Decenas de preguntas me invadían: ¿por qué hasta ahora?, ¿cuál esperaba que fuera mi respuesta?, ¿en verdad tenía que responderle algo?, ¿David la había ayudado a redactarla?, ¿tenía que responder con una nota o debía encararla?

Y... ¿qué tan malo es romperle el corazón a una chica, especialmente si es tu mejor amiga?

Muchas preguntas, pero ninguna respuesta.

Durante las horas de escuela no salía del salón en ningún momento libre, ni siquiera para acompañar a mis amigos a la cafetería. Permanecía escondido, alejado de cualquier posibilidad de encontrarme de frente con Ana, pues estaba asustado, ya que aún no sabía cómo decirle que lo nuestro no sucedería, porque mi único interés era saciar mis placeres arcaicos, lo cual estaba haciendo con Tania.

Sí, a pesar de recibir una nota escrita con los sentimientos de la pelirroja, no detuve los encuentros sexuales con mi exnovia, sino que los convertí en parte de mi rutina diaria, y ambos cedimos a un exquisito descontrol entre las sábanas, experimentando, complaciéndonos mutuamente, llenando un vacío que nos negábamos a reconocer por miedo a los estereotipos de la felicidad.

Creía firmemente en la decisión que tomé sobre no involucrarme con Little Darling en un ámbito romántico, asegurando que era lo mejor para ambos o, bueno, por lo menos para mí, creyendo que ella comprendería.

Así que debía ponerle un punto a la situación, y después de tantos días, reflexionando durante largas horas, por fin había podido encontrar las palabras más adecuadas para confesarle a Ana que una relación entre nosotros no funcionaría.

Una noche me senté frente al escritorio de mi habitación, y sobre él acomodé una hoja en blanco y un bolígrafo negro. Estuve ahí durante casi media hora, quieto, observando el lienzo que se hallaba debajo de mis temblorosas manos. Sabía las palabras que quería escribirle a Ana, pero mi cuerpo se negaba a hacerlo. Era como si una fuerza ajena a mí me sujetara, impidiéndome mover mis extremidades. Me sentía encadenado, imposibilitado para vaciar mis pensamientos sobre aquel papel. Pero necesitaba hacerlo, por mi bienestar.

Tardé otro rato en poder librarme de esa prisión física y mental en la que el miedo me encerró, consiguiendo sujetar la pluma con mis dedos y colocar la punta sobre la hoja. Y entones, escribí.

"Querida Ana, tienes razón, no soy tan idiota como para no haberme dado cuenta de que estás enamorada de mí. Ahora, a tu pregunta. Claro que te quiero, pero es complicado que estemos juntos; como tú lo dijiste, soy un pedazo de imbécil. No te merezco. Sé que puedes encontrar algo mejor. Espero que no me odies después de decirte esto, pero creo que es momento de que me olvides y continúes con tu vida.

Te quiero, pedazo de boba."

Realmente no sé cuánto tiempo tardé escribiendo esas cortas líneas, pero se asemejó a una eternidad, y cada palabra que escribía me quemaba el pecho. Quería mantenerme neutro, así como lo había decidido, tener ocultos mis sentimientos, pero era difícil cuando se trataba de Ana, y más cuando era la primera vez que escribía algo parecido a una carta y era para decirle a una chica increíble que se alejara de mí.

Leí la nota solo una vez después de que la terminé. Respiré profundo y la doblé en cuatro partes. Enseguida la guardé en el cajón del escritorio y volví a la cama, la cual no me proporcionó la comodidad de siempre, sino que se convirtió en una roca plana debajo de mi espalda, tan dura que no importó cuantas veces intenté cerrar los ojos y dormir. Y la culpabilidad se encargó de mantenerme despierto durante toda la noche, con las luces de la habitación apagadas, pero con mi mente encendida y trabajando a una velocidad horripilante, lo que me hacía sentir mareado y con mucho calor, a pesar de que la temperatura rozara los dos grados centígrados.

Había tomado mi decisión.

Quería a Ana, muchísimo, pero lo mejor sería que se alejara de mí, aunque eso implicara que nuestra amistad terminara, aquella por la que tanto temí que se acabara, pero a la que ahora le estaba diciendo adiós.

* * *

El sol de la tarde se filtraba a través de las cortinas abiertas de la ventana, iluminando el interior de mi habitación, volviendo el techo más blanco de lo que era, y exhibiendo las pequeñas partículas de polvo que flotaban en el aire.

Todo era tan tranquilo y silencioso, todo parecía estar bien, y eso me gustaba, aunque fuera solo por los minutos que conseguí engañar a mi mente, mintiéndole y escondiendo la catástrofe que había detrás del falso manto de parsimonia con el que me cubrí durante la rápida ausencia de David.

Lo esperé casi media hora hasta que volvió a mi hogar con las manos vacías, señal de que Ana había recibido mi nota y, que aquella vez, no había respondido.

—Está hecho —dijo, sentándose en la orilla de la cama.

—¿Qué dijo? —pregunté sin apartar la mirada del techo.

—Solo me dio las gracias.

Una hora antes David había llegado a mi casa tras una llamada telefónica, donde le pedí que me hiciera el favor de entregarle la nota a Little Darlng.

Él conocía el contenido de aquella, la había leído por petición mía, y le pregunté su opinión sobre ella, sin embargo, no quiso entrometerse y dijo que lo importante era que yo me sintiera contento con lo redactado. Estaba satisfecho como un escritor por su obra, pero decepcionado de mí mismo como ser humano por la misma razón.

—¿Crees que me odiará?

—Le romperás el corazón, Adrián.

Podía ver su rostro dibujado en el techo, imaginé el momento en el que desdobló el papel y leyó mi petición de que se olvidara de mí. Seguramente se echó a llorar, ahogada por un devastado sentimentalismo, y todo por mi culpa, porque no conseguí enamorarme de ella como cualquiera hubiese hecho.

—Sí, tienes razón. —Mi voz sonaba apagada, ausente.

—¿Estás seguro de que hiciste lo correcto? —preguntó con calma, cuidando el tenor de su voz.

Asentí, sin saber si me estaba mirando o no. —Tarde o temprano esto sucedería.

—Pero... ¿cómo te sientes?

Centré mi atención en él por primera vez desde que regresó a mi habitación. Su semblante lucía preocupado, y sus ojos no dejaban de escrutar mi rostro.

—Si te soy honesto: me siento como una mierda. —Suspiré pesadamente—. Pero, como dije, era algo que tenía que suceder.

Su boca se ladeó. —¿Y ahora qué sigue?

Era una pregunta interesante, y cuya respuesta reflexioné apenas por unos segundos.

Me levanté de la cama con un brinco y estiré los brazos por encima de la cabeza, en un intento por disipar la tensión acumulada de mis músculos.

—Nada. —Recobré cierto ánimo, pensando en que aquella situación solo era una anécdota más para recordar en el futuro—. Ella lo superará y me olvidará. Y yo, bueno, haré lo mismo, no es como si el mundo fuera a acabar, ¿o sí?

Caminé hacia el ropero, sintiendo la mirada de David sobre mí.

—¿Solo así? —cuestionó con tonalidad incrédula.

Me encogí de hombros. —Será difícil en algunos momentos, supongo, pero nada que no pueda resolverse.

Saqué una chaqueta y me la puse, pero entonces un recuerdo vino a mi mente, una memoria cercana sobre una noche que estuve con Ana. La pelirroja olvidó su suéter en el carro y durante la velada, cuando el frío comenzó a arder sobre su piel, estábamos muy lejos para regresar por él, así que me quité ese mismo abrigo y se lo presté, recalcando lo hermosa que se veía.

Me perdí por unos segundos, ensimismado en aquella imagen que afloró con facilidad, hasta que recobré la noción de la realidad gracias a la voz de David, la cual solo escuché a medias.

—... a las siete, así que no tardarán mucho en llegar.

Miré el reloj, eran las seis con cuarenta minutos. Habíamos quedado con los demás en el Billar Rock & Bar a la hora comentada por David. Sin embargo, ellos no sabían que había invitado a alguien más, una persona que quizás no encajaría con nosotros, pero a la que necesitaba en ese momento, y con la cual compartiría la noche en mi hogar.

—Bien, entonces vámonos. —Me dirigí al escritorio, donde se encontraban las llaves de mi auto.

—¿No quieres que nos vayamos en mi camioneta? —preguntó, mirando el objeto que tenía en mi mano.

—No. —Rasqué mi nuca a pesar de no tener comezón—. Tengo que ir a otro lugar primero.

—¿A dónde? —Indagó, mostrando una curiosidad de sospecha.

—Iré por Tania —respondí, sintiendo el escozor de la vergüenza en mis mejillas.

—¿La invitaste a ir con nosotros? —cuestionó de mala gana, conteniendo un grito de disgusto—. ¿Estás loco? Ninguna de las chicas la soporta. Melissa aún quiere golpearla.

—Lo sé, pero necesito estar con ella, ¿sí?

Salí de la habitación, indispuesto a enfrentar a una batalla contra David en ese momento. Ya tenía suficiente con la culpabilidad de la nota como para sufrir un interrogatorio de su parte, aunque a él no parecía importarle hostigarme con sus preguntas.

—¿Y para qué necesitas estar con ella? —Siguió mis pasos presurosos bajando por las escaleras.

—Porque me hace sentir bien —respondí a la defensiva, utilizando un tono molesto.

—¿Es eso o simplemente no quieres sentirte solo?

Me detuve frente a la puerta principal y giré para encararlo. Llevaba la boca ladeada en una faceta de indignación y cruzó los brazos sobre su pecho cuando estuvo de pie en el último escalón, alcanzado con ello una altura superior a la mía, imponente.

—Sí, está bien, lo admito. —Mi respiración sufrió una leve agitación—. Me siento mal por lo de Ana, terrible, en realidad, pero no quiero demostrarlo, no quiero pensar en ella. Solo quiero estar bien, quiero disfrutar de la noche, quiero tener sexo y olvidarme de todo, ¿eso está mal?

Se quedó muy serio, y su expresión cambió a una más comprensiva, casi dolida por mi reciente confesión.

—No, Adrián, no está mal. —Se acercó a mí y colocó su mano sobre mi hombro izquierdo—. Pero estar con otra chica no es la mejor forma para olvidarte de Ana.

Me reí, sin gracia. —Es lo único que me queda.

* * *

A pesar del frío de invierno el Billar Rock & Bar estaba casi a su máxima capacidad, decenas de personas conversaban y reían al compás de la música que se escuchaba a través de las bocinas distribuidas en puntos estratégicos del lugar. La banda que tocaría aquella noche apenas estaba terminando de acomodar los instrumentos en su sitio, aunque los espectadores ya los esperaban ansiosos.

A diferencia de otras noches, mis amigos decidieron sentarse en una mesa de la esquina del interior, ya que la terraza estaba desolada debido al mal clima que azotaba a la ciudad. Adentro había una delgada capa de humo de cigarrillo. El aire era una mezcla entre el aroma a alcohol, comida deliciosa recién preparada, y el tabaco consumiéndose entre los labios de los presentes.

Llegué tomado de la mano de Tania, la cual lucía un semblante despreocupado e irradiaba seguridad a través de su amplia sonrisa. Era evidente que no le intimidaba la situación en la que nos encontrábamos, ni siquiera se mostraba asustada por la amenaza que Melissa representaba. O se trataba de una chica muy confiada de sí misma, o era increíble mintiendo y escondiendo sus miedos. Fuera cual fuese la respuesta, la ayudaba a mostrar una faceta imponente, haciendo resaltar su belleza.

Una a una las miradas fueron posándose sobre nosotros conforme fuimos acercándonos. El rostro de todos expresó confusión, disgusto y queja, una combinación de varias emociones que solo consiguió ponerme nervioso, pero deseando que esa noche no terminara en algún desastre.

Al llegar junto a ellos recordé una de las cualidades por las cuales los consideraba como unas de las mejores personas, pues, aunque estuvieran en contra de cualquier tipo de relación que tuviera con Tania, y siguieran molestos por lo que pasó con Ana, no fueron groseros con ella, la saludaron como si se tratara de una chica común, sin un pasado que manchara su reputación. Bueno, la única que se negó si quiera a mirarla fue Melissa.

Nos sentamos en las sillas del extremo posterior de la mesa, desde donde podíamos ver todo el lugar, y en los asientos más alejados de Mel, para que así no hubiese algún tipo de roce entre las chicas que pudiera desatar el caos.

Un mesero llegó con una ronda de tragos, los cuales bebimos tras un rápido brindis sobre gozar otra noche juntos.

El licor raspó mi garganta, e hice una mueca de disgusto, la cual se disipó con una risa cuando noté que los demás expresaban la misma sensación ardiente en sus rostros.

La primera hora de la velada avanzó, entre conversaciones, risas, cantos, bebidas y algunas miradas incómodas, sin embargo, el alcohol surtió sus efectos en todos, relajándonos, y aminorando la tensión que se había creado al inicio. Melissa aún se mostraba renuente a desvanecer su mala actitud, aunque por lo menos ya no jugueteaba con el encendedor como una forma discreta de amenaza en contra de Tania, la cual hasta el momento no se había animado a participar en la conversación, aunque aún mantenía una postura con aires de superioridad.

La banda por fin había comenzado con su espectáculo, más temprano de lo habitual, pero generando una oleada de gritos animados que los apoyaba, incitando al cantante a comenzar. Anunciaron que su repertorio comenzaría con canciones del grupo Pink Floyd, pero que estaban abiertos a recibir cualquier sugerencia del público.

La primera canción que tocaron fue el clásico Another brick on the wall, con lo que consiguieron que las palmas de todos los presentes se unieran en estruendosos aplausos, y que gran cantidad de voces se unieran al coro. Eso era algo por lo cual nos atraía tanto ese lugar: el ambiente. Las personas se mostraban alegres, despreocupadas, solo disfrutaban del momento que vivían. En el Billar Rock & Bar parecía que los problemas del mundo exterior se desvanecían, y lo único importante era entonar las canciones que la mayoría conocía.

La noche había iniciado bien, a pesar de los altibajos que causó el impacto de mi posible reconciliación con Tania, la cual solo estaba tintada de deseo y vanas caricias, aunque eso era algo que no debía saberse.

Sin embargo, como aprendí a través de los últimos meses, la felicidad no siempre duraba lo suficiente para olvidar los problemas, a veces era tajada por una realidad opuesta demasiado pronto, repleta de confusión y malestar. Y esa noche fui víctima de un golpe que me arrebató todo ápice de tranquilidad que había recobrado.

En un lugar donde los matices oscuros predominan, y las personas son muy semejantes ante los ojos de un adolescente desinteresado, el flamante color naranja del cabello de una chica resaltó por encima de todo, como una luz en el medio de la oscuridad.

El tiempo avanzó con lentitud a su alrededor, las personas se movían en fragmentos dispersos, y el ruido de la combinación entre la música y las voces desapareció.

Solo pude escuchar uno de mis latidos.

Entonces ella sonrió, viéndose realmente feliz, despreocupada por lo que había sucedido en la mañana, tan ajena que por un momento me pregunté si en verdad había leído la nota, pues conociendo sus nobles sentimientos la imaginaba en casa llorando, sufriendo por un corazón roto. Pero la chica al otro extremo del bar no aparentaba estar herida de ninguna manera posible.

Otro latido. Y el tiempo recobró la normalidad de su andar.

Ana avanzó por el lugar acompañada de Samantha y otras tres chicas, de las cuales reconocía a Marlene y Natalia, amigas de su exnovio Miguel. Me di cuenta de que estaban buscando alguna mesa en la que pudieran tomar asiento, por fortuna no había alguna disponible cerca de nosotros, solo dos en el centro, cerca de la barra. Caminaron hacia allá, pero la pelirroja se detuvo.

Y entonces nuestros ojos se encontraron.

Aquella conexión apenas duró una fracción de segundo, antes de que Ana apartara su mirada de la mía y se girara hacia las chicas que la seguían de cerca. Las vi hablar y bajé la cabeza cuando sus cuatro acompañantes me miraron.

—¿Estás bien? —David se acercó a mí para hablarme por encima de la música.

—Ana está aquí —respondí, cubriéndome la boca de un lado y hablando lo más bajo que pudiera en ese elevado tenor para que pudiera escucharme, pero que Tania no descubriera el secreto.

—¿Dónde? —Con disimuló observó hacia las otras mesas.

Lo acompañé en la búsqueda, comenzando por el último punto donde la encontré, aunque ya no estaba ahí. Mis ojos inspeccionaron el lugar con desesperada rapidez, tratando de encontrar la cabellera que resaltaba como el fuego. Y la encontré.

—Allá, en el centro, en la segunda mesa cerca de la barra. —Volví mi rostro a él, nervioso de volver a encontrarme con los ojos de Ana—. ¿La ves?

—Sí.

Con la misma discreción miré hacia donde se encontraba. Estaba de espalda a nosotros, con su atención fija en el escenario, conversando con sus acompañantes, mientras la chica que no conocía hablaba con un mesero, el cual le dedicó una sonrisa y se marchó.

Perdóname Ana.

Sabía que las cosas con ella nunca volverían a ser como antes. Todo había terminado, y esa decisión había sido solo mía. Debería enfrentar las consecuencias de ello, empezando por su desprecio.

Las noches ya no serían como antes. Sí, quizás estaría acompañado en muchas de ellas, con una chica increíblemente atractiva a mi lado, con su piel fundiéndose a la mía. Sin embargo, por dentro me sentiría vacío, sin alguien que me escuchara cuando me sintiera solo, sin una compañía que me brindara su apoyo en los peores momentos.

Con la nota había renunciado a todo lo que mi amistad con Ana implicaba. Ya no habría esas risas compartidas, ni buenas anécdotas entre ambos, los apodos se desvanecerían, el cariño se extinguiría, simplemente todo iba a convertirse en un recuerdo de polvo, el cual desaparecería con el pasar del años, tan liviano que el viento se lo llevaría aunque nos negáramos a nunca olvidar lo bueno que un día tuvimos juntos.

La observé con dolorosa atención, pero obligándome a mantener en alto la decisión de no ser sentimental, ignorando aquellas reacciones involuntarias de mi cuerpo ante cualquier situación. No quería ser débil, no después de haber optado por alejar a la pelirroja de mí. Ya no había vuelta atrás para ninguno de los dos... Ella había confesado sus sentimientos, y yo la rechacé. No se trataban de simples palabras que se perdonan con el pasar de los meses. Lo que hice era quizá algo que me marcaría como el villano que quería ser. Aunque ya no estaba tan seguro de haber querido adoptar ese papel en la historia de Little Darling.

El mesero les llevó una bandeja con una variedad de bebidas preparadas y unos cuantos tragos de un líquido transparente que parecía ser vodka. Las cinco brindaron por lo alto con éste último licor y lo terminaron de un solo sorbo.

—¿Aún sigue en pie lo de ir a tu casa saliendo de aquí? —Tania susurró contra mi oreja, utilizando una tonalidad coqueta y traviesa.

Su voz me hizo cosquillas, recordándome uno de los motivos por los cuales estábamos ahí. Parte de mi decisión de no obedecer a mis absurdos sentimientos fue elegir llevar una vida relajada y divertida, con la que pudiera satisfacer mis anhelos más profundos. Y nada mejor que hacerlo aquella noche, en la que ese lado sentimental luchaba por salir a flote para derrumbarme y volverme débil.

Sonreí. La rodeé por los hombros y la acerqué a mi tanto como pude, consiguiendo con ello que Melissa le dedicara una expresión de fastidio a Catalina, la cual se burló, en una evidente indirecta hacia nosotros, aunque eso realmente no me importó.

En su oreja le susurré: —Terminemos nuestras bebidas y nos vamos de aquí.

Asintió con una risita.

Lo siguiente que sucedió consiguió tocar cada fibra de mi ser, hacerme temblar y sentirme culpable, pero no un remordimiento cualquiera, sino uno que de clavó en mi pecho como una filosa daga que también consiguió robarme el aliento.

Ana se levantó de su asiento y caminó hacia los baños, los cuales se encontraban en un pasillo a pocas mesas de la nuestra. Me alejé de Tania para centrar mi atención en la pelirroja, la cual llevó una de sus manos al rostro y simuló limpiar el contorno inferior de sus ojos. Y antes de que su figura se perdiera en el anterior de aquél, le vi echarse a correr los últimos pasos. Ninguna de sus amigas se levantó, Samantha fue la única que parecía estar inquieta, pero ni siquiera eso la impulsó a seguirla, en cambio, se volteó y continuó con la conversación que mantenían entre ellas.

No tuve un pensamiento certero, simplemente me sentí guiado por mis impulsos, los cuales me pusieron de pie con rapidez, descargando un oleaje de adrenalina dentro de mi torrente sanguíneo, acelerando a su vez los latidos de mi corazón y la velocidad con la que mis pulmones drenaban el oxígeno en mi sistema.

—Tengo qué ir al baño —dije en voz alta, lo suficientemente fuerte para que todos en la mesa me escucharan.

Hice ademán de marcharme, sin embargo, la mano de Tania se cerró alrededor de mi muñeca, deteniéndome y tirando de mí para que me acercara a ella.

—¿Crees que no la vi? —preguntó con un confuso tenor, describiéndolo como una voz molesta.

—Necesito ir con ella —dije con desesperación.

—¿De nuevo se repetirá la historia, Adrián? —Apretó mi articulación con fuerza.

Me aparté de ella lo suficiente para escrutar su rostro. En su mirada anidaba un cúmulo de furia y tácita amenaza; su boca estaba fruncida en una mueca de disgusto, quizá conteniendo un conjunto de palabrerías contra mí.

De nuevo me acerqué a ella, esa vez enfadado por su intento de una actitud dominante. —No me fastidies, ¿sí? Saliendo de aquí te llevaré a casa y haremos lo que quieras, pero no te entrometas en esto.

Me liberé de su agarre con brusquedad, lo que no pasó desapercibido para nuestros acompañantes, quienes me miraron de forma inquisitiva, pero no tenía tiempo para explicarles la situación. Simplemente me dirigí hacia donde se encontraba la pelirroja. Mis pasos fueron presurosos, esquivando a las sillas que obstruían mi camino, e intenté no tropezar cuando choqué contra un chico más alto y fornido que yo.

Llegué al pasillo donde se encontraban ambos baños. El de la derecha tenía un letrero blanco donde se leía una simple palabra: Mujeres. Respiré profundo, sabiendo el dilema en el que podía meterme si entraba a ese lugar, aunque en ese momento no me importó. Empujé la puerta y me adentré en lo que pronto se convertiría en el mayor de mis martirios.

Alcancé a ver cuando Ana arrojó un pedazo de papel en un bote de basura y enseguida abrió el grifo para lavarse las manos. Su rostro estaba agachado, oculto entre los mechones de su cabello mientras fingía tallar sus palmas con el agua. Me quedé ahí, observándola durante varios segundos antes de que levantara el rostro y su mirada se encontrara con el mío mediante el reflejo.

—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunté, mi voz se escuchó ronca.

—Lo que se supone que se hace en un baño: pipí —respondió con una sonrisa, y continuó lavándose las manos, en un ridículo intento por ignorarme.

Pero no me iría de ahí hasta hablar con ella.

Se veía radiante, feliz, como si en verdad nada hubiera sucedido, la primera impresión que tuve de ella esa noche aparentaba no ser errónea: al parecer no le había afectado mi rechazo.

Sin embargo, volvió a mirarme a través del espejo, y con ese simple gesto pude descubrir lo que intentaba ocultar detrás de su sereno semblante. Ana siempre me mostró sus sentimientos, incluso en aquellas ocasiones en las que ni siquiera se daba cuenta de que lo estaba haciendo, aunque durante un tiempo consiguió esconder si debilidad bajo un manto de rudeza e indiferencia, la cual se desvaneció aquella noche frente a mí. En sus ojos guardaba un profundo dolor, y la tonalidad rojiza de sus escleróticas revelaba que había estado llorando, muy a pesar de que su sonrisa quisiera engañarme.

—Lamento lo de la nota —dije, sintiendo un nudo en la garganta que me impidió hablar con normalidad.

—Eh, sí, descuida. —Se aclaró la garganta mientras cerraba el grifo—. Realmente no tiene importancia.

—Es que... no estoy listo para una relación —comenté, en un vano intento por explicar lo que no había conseguido con la nota.

—¿Disculpa? —Se giró para mirarme de frente. Sus ojos denotaban sorpresa.

—No estoy listo para una relación —repetí, no muy seguro que no me haya escuchado.

Hice ademán de acercarme, queriendo crear contacto físico con ella aunque fuera por última vez, pero Ana retrocedió hasta que se estrelló contra el lavabo, dejándome en claro que no quería lo mismo que yo.

—¿No estás listo para una relación? —cuestionó con tono burlón—. Oh, y venir aquí con tu exnovia, abrazarla cariñosamente mientras le susurras algo al oído supongo que es una manera de hacerle entender que no quieres nada con ella, ¿no? Así como conmigo.

Quise decirle que por Tania no sentía nada, que mi relación con ella solo se basaba en el sexo y en momento vacíos que llenábamos mediante caricias, pero me dio vergüenza mostrarle ese lado mío, tan vulgar y vergonzoso que me dejaría como un completo cretino. Preferí conservar ese secreto conmigo, antes que explicarle por qué estaba ahí con Tania.

—Ana, lamento haberte lastimado. —Mi corazón comenzó a latir con vertiginosa rapidez, no encontraba las palabras adecuadas para hablar con ella—. No quise hacerlo.

—Lo sé. —Agachó el rostro solo por un par de segundos, y después me miró—. Fue culpa mía por ilusionarme con alguien como tú.

—¿Con alguien como yo? —Me quedé perplejo—. ¿A qué te refieres?

—Ya sabes, que tus palabras no valen nada —respondió con seriedad.

Me costaba respirar, su voz estaba cargada de odio, y cada que hablaba era como soportar un golpe directo entre las costillas.

Tal vez una decena de personas me había insultado a lo largo de mi vida, utilizando palabras altisonantes, ofensas que hasta me daba vergüenza repetir en voz alta, pero ninguna de esas personas consiguió herirme de verdad, o por lo menos fue así hasta que Ana me atacó usando solo la verdad sobre mi persona. A veces ser honesto era más hiriente que mentir, porque pocos podían enfrentarse a sí mismos y a sus defectos.

—No, Ana, escucha. —Estaba desesperado, y no pude controlar mis deseos por abrazarla. La rodeé por la cintura y la pegué a mi cuerpo, sintiendo cómo sus músculos se tensaron—. Podemos seguir siendo amigos. Olvidemos todo esto, finjamos que nunca sucedió.

Me empujó con tanta brusquedad que consiguió hacerme trastabillar un paso hacia atrás. La miré, sorprendido por su violenta reacción, ella no era así, pero tal vez yo hice que de convirtiera en una chica diferente a la que solía conocer.

—¡Te quiero! —Gritó, sus labios temblaban—. Mierda, ¿cómo quieres que te siga saludando como si nada hubiese ocurrido?, ¿cómo pretendes que vengas a contarme sobre tu novia cuando yo estoy enamorada de ti? —Respiraba violentamente por la boca—. ¿Cómo...? ¡Oh, maldición!, ¿cómo quieres que te abrace si mi puta vida tiembla cuando estás cerca?

No te quiero perder.

No te quiero perder.

No te quiero perder.

—Yo también te quiero, y desde el primer día en que descubrí tus sentimientos he intentado corresponder de la misma manera, pero... —Froté mi rostro con ambas manos. No podía con todo eso. No sabía qué hacer. No quería perderla, pero no iba a mentirle de nuevo solo para mantenerla conmigo.

»Pero eres solo mi amiga, eres como mi hermana menor, no puedo verte como algo más que eso.

Quería alejarla de alguien como yo, de alguien que no podía ofrecerle una historia de amor, muchos menos con un final feliz. Había aprendido a conocerme, y si entablaba una relación con ella seguramente la terminaría o caería en la traición de una infidelidad, y Ana no merecía algo así. Solo estaba preocupado por ella, pero nunca supe cómo expresarme, lo único que conseguí fue distanciarla.

Cerró los ojos por varios segundos, y le vi apretar los puños a sus costados. En otra circunstancia me hubiera preparado para interceptar su ataque y detenerla, pero en esa situación estaba dispuesto a aceptar esa descarga de ira sobre mí, pero no sucedió.

—Solo tengo algo que decir. —Abrió los ojos y me miró fijamente, analizándome—. ¡Vete mucho a la mierda!

Hizo ademán de marcharse, intentando esquivarme por un costado, pero la sujeté del antebrazo, deteniéndola de un tirón.

—Ana, no puedes simplemente dejar de quererme —comenté, indignado por mi propia frustración, sonando más prepotente de lo que esperaba.

—¿Quieres apostar? —Se liberó de mi agarre.

Por un instante ninguno de los dos se movió, nos limitamos a observarnos en la dolorosa lejanía. Y entonces, los ojos de Ana se cristalizaron por las lágrimas, y éstas surcaron su rostro hasta perderse en la punta de su barbilla.

Quería acercarme a ella, limpiar el sendero que aquellas dejaron sobre su piel. Pero estaba molesto, enfurecido porque no supe lidiar con la situación, y decepcionado porque en mi imaginación creí que Ana me entendería. En ese momento no lo entendí, pero ella solo estaba protegiéndose de todo el daño que le hacía, aunque mi orgullo nubló mi juicio y me llevó a creer que Ana también estaba equivocada.

La vi llorar, pero no hice nada que sirviera. Lo mejor que se me ocurrió fue huir, dejarla ahí sola para que terminara de desahogarse. No quería ni necesitaba mi compañía, así que la miré una última vez, y salí del baño.

Le di un golpe a la pared del pasillo, como si eso fuera a ayudarme a descargar mi rabia, pero, como lo creí, no funcionó.

Volví a la mesa donde se encontraban mis amigos, y para mi sorpresa Tania aún estaba ahí, mostrándose distante a la animada conversación que mantenían los chicos entre sí.

Me senté en la silla que minutos antes abandoné y le robé la cerveza a David, quien de inmediato alejó su atención de los demás y se centró en mí. Ignorando el ademán que hizo Tania para hablarme, la cual se cruzó de brazos y se quedó seria, mirando hacia un punto distante del bar.

—¿Qué sucedió? —Me miró, inquisitivo—. ¿Hablaste con Ana? —Asentí como respuesta—. ¿Y qué te dijo?

—Yo...

A lo lejos la vi regresar hacia su mesa, caminando con una postura elegante y con la cabeza en alto, escondiendo a la perfeccionó la debilidad que mostró en el sanitario. Al parecer comenzaba a dominar sus sentimientos y sabía ocultarlos con mayor facilidad. Sin embargo, no se detuvo donde estaban sus amigas, sino que siguió avanzando a través de las mesas con dirección hacia el escenario, y en el transcurso de ese camino vi que tomó una cerveza de la mesa de unos chicos, quienes la observaron con seductor detenimiento.

—¿Qué está haciendo? —pregunté en voz baja, ignorando las interrogantes de David.

Ana se subió a la plataforma, consiguiendo con ello que la música se detuviera de forma abrupta y que los presentes comenzaran a silbar por el descontento causado por la interrupción a una melodía del grupo AC/DC.

—¿Esa es Ana? —preguntó Catalina, sorprendida, pero con una sonrisa en el rostro.

—¡Sí, es ella! —respondió Melissa—. ¿Qué está haciendo allá arriba?

—¿Va a cantar? —cuestionó Ximena.

El vocalista cubrió el micrófono con la mano y le preguntó algo a la pelirroja, la cual respondió mientras observaba al resto de integrantes de la banda. El chico asintió, no muy convencido, y le entregó el aparato electrónico, dedicándole un encogimiento de hombros al confundido público.

—¿Qué demonios está haciendo? —Indagó Tania.

—Shhh, cállate, queremos escucharla —dijo Melissa, colocando un dedo frente a sus labios.

Ana le dio dos golpecitos al micrófono con la punta del dedo para asegurarse de que la escucharíamos. Observó a las personas reunidas en el lugar, y después su ojos se posaron en mí.

—Esto, queridas amigas, quiero decírselo al chico que durante mucho tiempo fue muy especial para mí. —Bebió del tarro de cerveza que había robado en el camino hasta que la última gota se deslizó dentro de su boca. Después dejó el recipiente sobre una bocina, y limpió las comisuras de su boca con el dorso de la mano—. Querido amigo, debo confesar que eres alguien increíblemente guapo y carismático, en realidad, esas fueron unas de las cualidades por las cuales me enamoré de ti, pero eso no te quita lo imbécil. —Se escuchó un fuerte ¡uhhh! por parte de todos en el bar, exceptuando a mis acompañantes, los cuales no pudieron evitar mirarme.

—¿De qué diablos hablaron allá? —preguntó David, demostrando asombro.

No le respondí, quería seguir escuchando el discurso de Little Darling.

—Te aprovechaste de que mis sentimientos eran reales. —Bajó del escenario y comenzó a caminar entre las mesas, pero no se acercó hacia donde estábamos nosotros. Todos mis acompañantes la miraban, incrédulos—. Me hiciste llorar, me hiciste sufrir, incluso me hiciste dudar de mí misma.

Miró en mi dirección, disparando y acertando en el centro de mi pecho. De pronto sentía un ardor en los ojos, un nudo en la garganta, y un terrible temblor a lo largo de mi columna, el cual pronto comenzó a dispersarse hacia mis extremidades.

—Pero es la última vez que caeré en tus tontos juegos... ¡¿Quieren saber por qué?! —Silbidos y gritos se escucharon por todo el lugar, animándola, secundando el ímpetu con el que hablaba—. ¡Porque no soy la misma idiota de antes!

Todas las mujeres, a excepción de las cuatro que me acompañaban se pusieron de pie, aplaudiendo, gritando, dando pequeños brincos con los puños en alto, incluso algunos chicos se unieron a ellas, levantándose de su asiento mientras gritaban palabras para apoyarla. Parecía que el Billar Rock & Bar se convirtió en una reunión de corazones rotos.

—Esta despedida es para ti —Sonreía con amplitud, feliz y satisfecha por lo que acababa de hacer—, ¡para el chico que nunca me amó!

El lugar se convirtió en un caos, los gritos se volvieron un estruendo casi insoportable. Chorros de cerveza y otras bebidas comenzaron a volar, mojando a los espectadores de Ana. Sus amigas corrieron con ella para abrazarla, y algunas otras chicas se acercaron a la pelirroja para conversar. Todos en el lugar habían enloquecido, incluso los meseros se reían entre sí mientras intentaban calmar el bullicio que el discurso generó. Todos estaban alegres, excepto nosotros.

—Adrián qué demonios fue eso. —Melissa parecía estar sorprendida, pero de una manera preocupada.

Mis acompañantes me miraban con fijeza, especialmente Tania.

—¿Ana estaba hablando de ti? —Andrés me preguntó, expresando pesar en su semblante.

—¿Por qué Ana diría todo eso de ti? —Catalina cuestionó, aterrada.

—Adrián, ¿hay algo que quieras contarnos? —Ximena tampoco pudo mantenerse al margen.

No podía respirar, me dolía todo. Abrí la boca, inhalé y exhalé con desesperación. El ruido lanzaba punzadas a lo largo de mi cráneo, y el movimiento a nuestro alrededor me apretujó los costados a pesar de que nadie me estuviera tocando o mostrara ser un peligro real. De pronto el lugar comenzó a encogerse, más y más hasta que me sentí atrapado dentro de un pequeño cubo de 1x1 metros. Me sentí acorralado, encerrado en ese pequeño espacio que amenazaba con continuar encogiéndose hasta aplastarme.

—Yo... —Mi voz tembló—, no puedo.

—Adrián, ¿qué pasa? —David me sujetó por los hombros, pero me aparté de él—. Estás pálido.

Los seis pares de ojos de mis acompañantes estaban sobre mí, tal vez eran los únicos que me estaban observando, pero creía que todos en el bar me dedicaban su atención después del discurso de la pelirroja, como si estuvieran burlándose, juzgándome sin conocerme.

—No puedo —repetí en voz baja.

—No puedes, ¿qué? —Se inclinó hacia adelante para buscar mi rostro.

El tumulto comenzaba a calmarse, las personas regresaban a su lugar, los meseros aparecieron con escobas y recogedores de plástico para limpiar el desastre que el público dejó en el suelo, como botanas, pedazos de comida y las cenizas de cigarrillos. Y a través del espacio entre los cuerpos que aún permanecían de pie, vislumbré a Ana, la cual seguía sonriendo mientras conversaba con las desconocidas que se acercaron a ella.

—Tengo que irme. —Anuncié, levantándome de mi asiento, temblando. Me sentía mareado, débil.

No esperé respuesta de ninguno de ellos, me dirigí con premura hacia la salida, escuchando detrás de mí sus voces llamándome, diciendo algo que no conseguí distinguir. Pasé a un lado del escenario, casi corriendo a pesar de que mis piernas temblaran, asustado de que Ana me viera. No sé si conseguí camuflarme entre las personas que se acercaron para pedirle a la banda que continuara con el espectáculo, pero no me detuve para averiguarlo.

Bajé al primer nivel por las escaleras, corriendo tan rápido como podía. Respirando aún por la boca, incapaz de llenar al máximo mis pulmones. Estaba agitado, cada respiración ardía como si estuvieran inhalando fuego. Era tan doloroso que no sabía si podría resistirlo por más tiempo.

Una voz desconocida gritaba dentro de mi cabeza con insistencia:

La perdiste, la perdiste, la perdiste.

Eres un idiota. Eres un idiota. Eres un idiota.

Jamás la recuperarás. ¡Jamás!

Llegué al estacionamiento y la velocidad de mi andar fue disminuyendo hasta convertirse en pasos lentos y entorpecidos, los cuales apenas alcanzaron a llevarme hasta mi auto. Donde me recargué contra el cofre con ambas manos, extendiendo los brazos para sostener mi peso.

—¡Adrián! —La voz de David me llamó desde la lejanía mientras se acercaba corriendo.

Me quedé ahí, tratando de respirar con normalidad, aunque eso se había convertido en una tarea casi imposible de realizar.

Tras varios segundos llegó a mi lado, sin alguna clase de agitación que denotara una mala condición física, a pesar del hecho de que fuese un fumador empedernido.

—Demonios, Adrián, dime que está pasando. —Sonaba preocupado, casi angustiado.

Ya no podía seguir fingiendo, estaba destrozado. Había intentado ocultar mis sentimientos como un típico adolescente que muestra una faceta despreocupada, pero yo no era así, aunque mi intereses estuviera enfocados en el ámbito sexual no podía simplemente desligarme de mis verdaderas convicciones. Mi sentir era una parte importante de mi vida, pero quise arrancarla de mí, alejarme para no ser responsable de las consecuencias de las malas decisiones que tomé con Ana y con Tania. Estaba cansado de todo el drama que generó aquella situación, pero la realidad era que no quería que se terminara.

Me gustaba tener a las dos chicas, y ese era el problema, mi egoísmo. Anhelaba una combinación de ambas chicas, cuando se trataba de algo imposible. Cada una tenía sus cualidades y defectos, lo que las volvía únicas e irrepetibles, pero mi inmadurez me impidió elegir solo a una, aunque un tiempo haya asegurado que mi corazón era solo de Tania.

Una parte de él le pertenecía a Ana, como amiga o como amante, aunque eso ya no importaba.

—La perdí, David —susurré, sintiendo un escozor en los ojos—. Perdí a Ana, perdí a mi Little Darling.

—Creí que querías que se alejara de ti —comentó, acercándose a mí para colocar su mano sobre mi espalda como un consuelo—. Porque sería lo mejor para ambos.

—Me equivoqué. —Hablar era un martirio, considerando que las palabras luchaban por salir entre el nudo que se formó en mi garganta—. David, yo la quiero.

—Lo sé —Frotó mi espalda con gentileza—, pero ambos ya se hirieron lo suficiente. Es tiempo de que continúen el uno sin el otro.

Di media vuelta y me senté en el cofre, con los hombros caídos hacia adelante y la espalda encorvada.

—Ana es mi mejor amiga. —Levanté el rostro—. ¿Qué voy a hacer sin ella?

Y entonces, después de tantos años, sentí la calidez de las lágrimas sobre mis mejillas, derramadas por el dolor de la pérdida.

—Adrián... —Sus ojos se abrieron ante la sorpresa—, estás llorando.

—Quería cuidarla, pero lo único que hice fue lastimarla. —Las lágrimas se deslizaron cerca de mis labios, continuando con su camino hasta perderse en el abismo—. Fui un idiota, nunca debí hablar con ella en la casa de Mario.

—No digas tonterías. —Hablaba con un tono taciturno—. Lo que ustedes vivieron fue increíble, será una historia que ambos recordarán en el futuro con una sonrisa.

—Me recordará como "el chico que nunca la amó"...

Intenté sonreír para apaciguar el temblor de mi boca, sin embargo, el dolor se apoderó de mí a un nivel muy profundo e intenso, proyectándose como punzadas en mi pecho, dolorosas y molestas, las cuales me hicieron sollozar con fuerza, agitándome y haciendo que me encorvara más sobre mí mismo, hasta quedar casi doblado.

David me abrazó, sujetándome por la espalda con un brazo y por la nuca con su mano, haciendo que recargara la cabeza sobre su hombro.

Lloré contra él, sin control ni vergüenza, dejando salir quizás todo el dolor que guardé durante tantos años. Sollozando, temblando.

—Vas a estar bien, ¿me entiendes? —Habló con firmeza—. La perdiste a ella, pero no a mí.

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