Para la chica que siempre me...

By MurdererMonster

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Adrián nunca fue creyente del verdadero amor, o no lo fue hasta que conoció a Ana, la chica que se convirtió... More

Dedicatoria
Para la chica que siempre me amó
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
EPÍLOGO

Capítulo 13

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By MurdererMonster

El cielo nocturno de la ciudad estaba tapiado por grises y pesadas nubes que alertaban a todos sobre la cercana lluvia. Los faroles iluminaban las calles transitadas del centro, proyectando las sombras sobre los adoquines. Era la primera noche en la que el clima refrescaba después del caluroso verano que azotó en la urbe. Algunas personas iban ataviadas con coloridos suéteres, y otros cuantos deambulaban con ropas ligeras para disfrutar del frío viento que recorría los senderos.

Entramos a una galería de arte de un callejón, donde se presentaba la exposición de fotografía de una compañera de Ana de la escuela, la cual insistió en acudir, argumentando que ella aparecería en uno de los retratos.

El recinto era un corto pasillo que después se extendía en una cámara amplia con una claraboya en el techo que durante el día alumbraba el centro de ésta. Apenas eran las siete, la presentación comenzó una hora antes, pero en el lugar ya había una aglomeración de personas que caminaban sin un orden en concreto y cuchicheaban respecto al trabajo de Vanessa. Halagos, felicitaciones y comentarios positivos volaban por el aire. Se respiraba un ambiente jovial y agradable que incitaba a quedarte ahí por un rato. 

Little Darling se abrió paso entre los espectadores con gentiles empujones. Estaba molesta consigo misma debido a su estatura, ya que no alcanzaba a ver las fotografías por encima de las cabezas del resto. Buscaba de un lado a otro, ansiosa. Su cabellera desentonada con el resto de matices del lugar, por lo que no me era complicado seguir su rastro. 

Entre la muchedumbre vislumbré a varios estudiantes de la preparatoria, quienes no reflejaban la misma emoción que la pelirroja. Seguí a Ana con la mirada, sin embargo, una luminosidad distinta al resto llamó mi atención, y a pesar de que en ese extremo de la galería hubiese alrededor de tres decenas de fotografías, mi vista se posó de inmediato sobre aquella donde una chica pelirroja miraba directamente hacia la cámara. La imagen de Ana se veía con claridad, pintoresca y llamativa. Llevaba el cabello amarrado y sólo unos mechones rebeldes caían sobre su rostro; tenía un pequeño ramo de flores blancas atoradas en su peinado, y los hombros, apenas visibles, estaban descubiertos. 

Caminé hacia allá esquivando a varias personas, cautivado por el cuadro. Ante de mí se alzaba una faceta imponente y seductora que desconocía de Ana. En la fotografía estaba retratada una chica diferente a la que conocía, se veía más segura de sí misma, casi como una profesional del modelaje. Me quedé estático, rozando cada detalle con la memoria, realmente impresionado por su habilidad fotogénica, de la cual pocos eran poseedores. Su mirada denotaba picardía y elegancia al mismo tiempo. Su sonrisa se curvaba hacia arriba con una sutileza hipnótica. Todo en ella era una mescolanza de belleza.

—Por fin la encontraste —dijo su voz detrás de mí. 

—Pareces una estrella...

Se rió mientras se situaba a mi lado. —¿Estrella de cine?, ¿de teatro?

—No. —La miré a los ojos—. Una estrella de verdad: radiante, única, hermosa.

—Adrián... —Sus mejillas ardieron—, no digas tonterías. 

—No estoy diciendo tonterías, sólo mírate —dije en voz baja, para que nadie pudiera escuchar nuestra conversación.

Hizo ademán de marcharse, pero la sujeté por la muñeca y tiré de ella para acercarla a mi cuerpo. Su costado se estrelló contra mí, y rodeé sus hombros con mi brazo para impedir que se alejara. Ambos permanecimos estáticos frente a su imagen, admirándola en silencio por un lapso considerable, durante el cual los demás parecieron avanzar a una velocidad descomunal. 

—Te ves increíble —susurré, inconsciente de ello. 

—¿Podemos irnos? 

Su pregunta me devolvió a la realidad de un tirón. 

—¿Por qué? —cuestioné, confundido ante su radical cambio. Al principio estaba entusiasmada por verse a ella misma forma parte de una exposición, pero en ese momento se veía avergonzada e incómoda por el mismo motivo. 

—Hay demasiada gente —comentó con el rostro agachado—, comienzo a ponerme nerviosa.

Miré a nuestro alrededor, no me había percatado de ello debido al estupor que me nubló, en el cual sentí que todo había transcurrido en un plano diferente. La gente se amontonaba frente al retrato de Ana, hablando y opinando sin notar que la musa de aquella obra estaba presente.

Le eché un último vistazo a la fotografía y guardé cada fragmento en mi mente por si era la última vez que me encontraba con esa carátula de Ana. Entonces sujeté a Little Darling de la mano y fue mi turno de dispersar a las personas para abrirnos paso entre ellas. La pelirroja caminaba muy cerca de mí, lo suficiente para que su cuerpo rozara contra el mío a cada paso que avanzábamos. 

Algunas personas nos dedicaron amargas miradas al cruzar dentro de su rango de visión, obstaculizando su panorama por apenas unos segundos. Sin embargo, mi única preocupación era sacar a Ana de ahí, la cual estaba pálida y parecía respirar con dificultad. 

El aire fresco azotó nuestros cuerpos con alivio, desahogando el sofocante calor desprendido por la muchedumbre encerrada en aquella cámara mal ventilada. La pelirroja respiró con alarmante profundidad, como si no lo hubiese hecho durante el tiempo que estuvimos dentro. 

Se encorvó hacia adelante para sostenerse por las rodillas, respirando con irregularidad. Nunca antes la había visto de esa manera, tan afectada e inestable. Me preocupaba, pero no sabía cómo actuar ante aquella situación, no estaba preparado para lidiar con algo de tal magnitud.

—¿Te encuentras bien? —Acaricié su espalda con la palma de mi mano para intentar reconfortarla.

—Sí. Yo... Lo lamento, no sé qué me sucedió. —Su voz tembló mientras hablaba cabizbaja. Ese quiebre lo conocía de la noche en que nos conocimos, cuando me contó sobre el cuadro depresivo que tuvo tras la separación de sus padres y se envolvió en la debilidad.

—Hey... —Levanté su cabeza sujetándola por el mentón. Sus ojos se quedaron fijos sobre los míos—. No tienes nada de qué disculparte. Yo también me sentiría abrumado si de pronto me convirtiera en alguien famoso.

Sonrió con esfuerzo, sin embargo, parecía agradecida. —¿Alguna vez te he dicho lo tonto que eres?

—Sólo algunas veces, pero creo que no las suficientes para que lo recuerde —respondí con un ápice petulante que la hizo reír.

Enderezó su postura y negó por lo bajo, como si estuviera reprochándose por su previa actitud. Se le veía un poco más serena, y el color había regresado a sus mejillas. Atribuí el ataque de pánico a su timidez, pues no estaba acostumbrada a ser el punto de enfoque de tantas miradas a la vez. Ana era temerosa, a veces insegura, lo que se reflejaba en sus constantes cavilaciones que intentaba disipar con una sonrisa frente a los demás, pero yo sabía que su actuar en algunas ocasiones era el de una persona introvertida que luchaba por encajar con el resto.

—¿Quieres hacer algo más o te llevo a casa? —Le pregunté luego de asegurarme de que estuviese más tranquila.

Miró hacia el cielo, encontrándose con un manto de matices grisáceos que cubría a las estrellas. Se quedó pensativa por un momento, flexionando mientras el viento arremolinaba su cabello en dispersas direcciones.

—Creo que es hora de regresar a mi hogar. —Volvió su atención a mí—. Ya fueron suficientes emociones por el día de hoy.

Me reí. —Estoy de acuerdo, pero la próxima vez tendremos que ir a una exposición donde yo sea el protagonista.

—Sí, claro —dijo con divertido sarcasmo—. Entonces, vámonos.

Me sujetó del brazo como en otras ocasiones, sin embargo, aquella vez me resultó... extraño. No hubo ese hormigueo que normalmente experimentaba ante su tacto, ni siquiera una leve inquietud en mi sistema, pues mis sentidos aún estaban nublados luego de la experiencia que compartí con Tania el día anterior, cegado por su ausencia y carente de dicha emoción. Era confuso, junto a Ana todo parecía estar bien, pero en ese momento me sentía plano, referente a mis terminaciones nerviosas, las cuales parecían seguir adormiladas tras la explosión de roces que sufrieron con anterioridad.

Nos mezclamos con las personas que caminaban apresuradas huyendo de la inminente lluvia, aunque nosotros andábamos a la espera de ésta. El viento estaba impregnando por la fragancia de la tierra mojada, combinada con el aroma cargado del café recién hecho desprendido de un restaurante al otro lado de la acera. El clima nos gustaba, y a mí me calmaba, era un cuadro para disfrutar con esplendor.

Las primeras gotas cayeron del cielo, generando que algunos peatones comenzaran a correr y refugiarse debajo de los tejados de los comercios a lo largo de las calles. El resto, entre los que nos encontrábamos, caminamos sin prisas bajo el leve y agraciado jugueteo de la lluvia.

Nuestro camino fue lento, tranquilo y frío, pero ninguno se quejó, por el contrario, íbamos con plenitud siendo observados por aquellos temerosos que escaparon del momento. Cruzamos las calles hasta volver a mi auto, y fui el primero en entrar de los dos, pues Ana se quedó un par de segundos afuera, dejando que las gotas mojaran una ultima vez su rostro, después de ello entró conmigo y cerró la puerta con pesadez.

No encendí el vehículo de inmediato, sino que recargué mi cabeza en el asiento y cerré los ojos, escuchando el golpeteo de la tormenta contra el parabrisas. Un delgado hilo de agua corrió de las raíces de mi cabello, por encima de mi mejilla, hasta perderse en el abismo de mis clavículas.

La lluvia comenzó a caer con más fuerza y velocidad, produciendo un sonido intenso, semejante al de un cristal quebrándose en cientos de pedazos. Las calles quedaron desoladas de peatones, y en su lugar únicamente transitaban los automóviles, los cuales avanzaban con lentitud debido a la peligrosidad de la tempestad. Los cristales se empañaron por nuestra respiración, de forma en la que el panorama exterior quedó nublando, encerrándonos dentro de una opaca burbuja.

—Creo que tendremos que quedarnos aquí por un rato.

—Eso parece —afirmé después de que un rayo cruzara el cielo e iluminara el interior del vehículo. 

Por un largo rato no dijimos nada, embelesados por los acaudalados sonidos del exterior, e imposibilitados para conversar por el mismo motivo. Dejamos que el tiempo fluyera, sin sufrir ninguna incomodidad por nuestro silencio. No era la primera ocasión en la que dejábamos que la mudez nos acompañara, pues a veces nos parecía más reconfortante dejar que el caos de nuestras mentes fuese apaciguado por la quietud que nos rodeaba. 

—Tengo una idea —dijo de repente.      

—¿Cuál? —cuestioné, concentrándome en ella.     

Me dedicó una sonrisa traviesa antes de cruzar a la parte trasera del automóvil con demasiada facilidad, a través de la estrecha abertura que se encontraba entre ambos asientos y por encima del descansa brazos del medio. 

—¿Qué haces? —Me reí mientras la observaba por el espejo retrovisor.

Y en lugar de responder me mostró la lengua. 

Fingí indignación, pero en seguida la seguí, sin embargo, no fue tan divertido como lo recordaba en la infancia. Mi estatura ya no era la adecuada, tuve que hacer las figuras de un contorsionista para conseguir llevar una pierna al otro lado e inclinar mi torso hacia adelante. Me golpeé la cabeza en el techo y Ana se rió, aunque esa burla cesó cuando pude pasar mi otra pierna y la mitad de mi cuerpo cayó sobre ella, apretujándola contra el asiento.

Se retorció bajo mi poder con divertida brusquedad, luchando para quitarme de encima, empujándome con los brazos y chillando de molestia mediante palabrerías, pero no consiguió moverme ni un poco, entonces fue mi turno de reírme. 

Me hice a un lado luego de hacerla sufrir por varios segundos y recibí un golpe en el hombro que sólo hizo aumentar el descontrol de mi risa, la cual podía escucharse con claridad incluso por encima del ruido de la naturaleza. 

—Ja, ja, muy gracioso. —Se cruzó de brazos, denotando falsa irritación.

Acerqué mi rostro al de ella y batí las pestañas en un gesto que me hizo sentir ridículo, pero el cual recordaba que las chicas utilizaban para conseguir lo que deseaban. Ana me observó sin aparentar resignación, aunque hice una mueca con la que logró curvar las comisuras de su boca hacia arriba en una disimulada sonrisa.

—Deja de hacer eso —pidió, esforzándose por no ceder. 

—Sólo quiero verte sonreír, ¿es demasiado pedir? —Me incliné un poco más cerca. 

Se quedó quieta, mirándome a escasos centímetros.

—Creo que eres el único que me hace sonreír así —musitó tan bajo, que apenas logré discernir sus palabras del bullicio. 

Ninguno de los dos se movió, permanecimos tan cerca el uno del otro que incluso podía sentir el calor que sus sonrojadas mejillas desprendían, el cual funcionaba como un consuelo ante el frío que comenzaba a extenderse y calar sobre mi cuerpo como resultado de la ropa mojada que se adhería a mi piel. Inhalé el dulce aroma de su fragancia, y me fue inevitable sonreír por ese fragmento de tiempo pausado. 

—¿Ya estás mejor? —pregunté ante el silencio.

—Sí —respondió con cierta inquietud. Se alejó de mí y peinó su enmarañado cabello con los dedos—. Pero, me gustaría saber cómo estás tú. Ayer te busqué en la escuela, pero David me dijo que no habías ido. Después te mandé un mensaje y no contestaste.

—Lo lamento —dije avergonzado, recordando el motivo por el cual no atendí. Mientras ella estaba preocupada por mí yo gozaba de los placeres originados por una caricia.

Se rió, nerviosa. —También intenté llamarte, pero tu celular estaba apagado, por lo que supuse que no querías ser molestado...

Durante la noche anterior medité la conversación que tuve con Tania sobre contarle a los demás acerca de nuestra relación no formal, y llegué a la conclusión de que era la mejor idea. Así podríamos dar un paso más allá, acercándonos a aquello que me causaba conflicto, pero al mismo tiempo me emocionaba. Decirle a nuestros amigos que entre nosotros comenzaba a surgir un sentimiento era una manera de cerrar las puertas a otros, o por lo menos esperaba que así fuera y no me decepcionaran de nuevo. Y la primera persona con la que anhelaba hablar sobre ello era Ana, la chica más comprensiva que conocía, y la única con la que podía desahogarme sin temores.

—En realidad, hay algo de lo que me gustaría hablarte —comenté con vacilación.

—¿Sobre qué? —Se acomodó en el asiento, alejándose unos centímetros.

—Ehh... Bueno... —Rasqué la parte trasera de mi cuello a pesar de no tener comezón—. ¿Recuerdas cuando me dijiste que siempre estoy distraído y que desaparezco sin dejar rastro?

—Mmm sí... —respondió, desconcertada.

—Te mentí cuando dije que no me había percatado de ello. —Aparté la mirada cuando noté su expresión dolida.

—¿Y por qué mentiste? —Interrogó con una tonalidad que no conseguí descifrar—. ¿Qué es lo que ocultas?

—Quizá debí decírtelo desde antes. —Me atreví a encararla a pesar de que me sintiera avergonzado por mi confesión—. Pero hay una chica.

Tardó varios segundos en emitir sus siguientes palabras.

—¿Una... Chica? —Su semblante se volvió inescrutable.

Asentí.

—Llevo muy poco tiempo conociéndola, pero cada momento junto a ella es especial. —Me alegré al recordar el efecto embriagador que tenía sobre mí—. Me escucha, es divertida, tenemos muchas cosas en común que nos une. Y... Creo que me estoy enamorando de ella.

Decirlo en voz alta descargó una corriente de energía por mi sistema. Por fin comenzaba a entender aquello a lo que todos denominaban como amor. No era un sentimiento que pudiese describirse con palabras, pero si me preguntaran, lo seguiría definiendo como la metáfora del cuchillo, sin embargo, no sabía que jugar con algo tan peligroso resultaría así de excitante y divertido.

—Oh... —Mostró una sonrisita—. ¿Y quién es ella?

Un leve cosquilleo me recorrió la columna cuando invoqué su rostro dentro de mis pensamientos.

—Su nombre es Tania —respondí con una sonrisa de ensoñación. 

El rostro de Ana quedó en blanco, no denotó ninguna emoción que pudiera reconocer. Sólo se quedó ahí, quieta, observándome con atención. Su boca estaba cerrada en una dura línea que no expresaba felicidad ni algún ápice de sentimientos negativos. No se movía, no hablaba, no hacía nada, se convirtió en una estatua que muy a penas parpadeaba.    

—Y bien... ¿no piensas decir algo? —pregunté, confundido por su silencio. 

Abrió la boca para responder, pero parecía que las palabras no querían salir.

—Ah, sí, lo siento —dijo con voz mecánica. Recargó su cabeza en el respaldo del asiento y no se inmutó—. Es sólo que estoy... sorprendida. 

—¿Sorprendida? —Hundí el entrecejo. Me sentí realmente decepcionado por su reacción, pues esperaba más entusiasmo de su parte al enterarse de la noticia—. ¿Es lo único que vas a decirme?

Inhaló profundo. —Me alegro por ti... y por ella. 

—Mmm... gracias —Le sonreí con esfuerzo.

Nos quedamos callados, y ninguno de los dos se atrevió a mirar al otro. Aquél halo de confianza que creamos tras la experiencia en la galería de arte desapareció, siendo sustituido por una atmósfera cargada de incomodidad y extrañeza. Consideré que fue una pésima idea contarle a Ana sobre mi naciente romance con Tania, creyendo que obtendría más apoyo de su parte o algún consejo delicado sobre el amor, obteniendo a cambio su indiferencia, la cual se me clavó como un alfiler. 

Sin embargo, tras analizarlo por varios minutos, preso de la incertidumbre por su plana reacción, llegué a considerar que en lugar de alegrarse así como lo dijo, se sintió molesta, como si se hubiese ofendido por ello. Aunque era absurdo, no tenía un fundamento para pensar de esa manera, no podía juzgarla, mucho menos después del episodio de ansiedad que sufrió con anterioridad. Tal vez aún no se había recuperado del todo, y sus sentimientos se estaban mezclando en ese momento con la novedad. 

—Adrián... —dijo de pronto, sacándome de mis pensamientos.    

—Eh, ¿qué pasa? —Giré el rostro para buscar sus ojos, pero ella tenía el rostro inclinado hacia arriba.     

—Lo lamento. —Su voz era suave, aunque se escuchaba distinta a lo normal—. Es sólo que... no lo esperaba de ti. 

—¿Por qué no? —cuestioné curioso. 

—No lo sé. —Se encogió de hombros y le vi sonreír—. Supongo que por todo lo que me has contado, pero creo que debo hacerme a la idea de que, después de todo, tú también puedes enamorarte. 

Fue extraño escucharla decir eso, especialmente porque era mi realidad. Llevaba años negándome a caer rendido ante alguien y dejarme dominar por mis sentimientos, pero Ana lo había descrito con las palabras indicadas: yo también era capaz de enamorarme, aunque no estaba seguro si el desenlace sería el que me gustaría. 


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Nota rápida: Sé que algunas cosas de esta historia no concuerdan con sucesos de "Para el chico que nunca me amó", pero tengo motivos para estar llevando así las cosas :) Y la chica de la fotografía de multimedia es casi idéntica a como yo me imagino a Ana. Me gustaría saber ustedes qué opinan o si tienen a alguien más en mente. 

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