Mad #PGP2023

Από blxxdcherry

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Mad es una adolescente que tiene visiones del futuro desde niña, descubriendo nuevos poderes después de que J... Περισσότερα

Mi saga: Mad
Opcional de ver: collages
Pequeña dedicatoria
Introducción
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Especial de Halloween
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
5000 votos
Especial Navidad
ANUNCIO

Capítulo 31

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Από blxxdcherry

Antes de dormirse el martes por la noche, Mad se sentó en su cama y respiró hondo, momento que aprovechó su gata para echarse sobre sus piernas y ronronear, lo que hacía que la adolescente se tranquilizara más. Dejar la mente en blanco no le había servido, por lo que, esa vez quiso experimentar pensando en momentos positivos, que la hacían feliz: los abrazos de su mamá, viajar con música en el auto con su papá, ver películas con Kathy, ir al parque con sus mejores amigos, acariciar a su gata, cuando Joe apareció en su cumpleaños...

Con los ojos cerrados y una sonrisa dibujada, un brillo anaranjado empezó a rodearla y, al pensar en Joe, unos destellos rosados fluyeron de sus manos, entrelazándose con el naranja. Algunas cosas a su alrededor se levantaron y empezaron a moverse en el aire con torpeza. Mad abrió de a poco los ojos, pudiendo ver lo que pasaba y se emocionó por ello, dando un leve grito que hizo que la magia parara y las cosas se cayeran. Cheshire se levantó y se acurrucó a los pies de la cama.

Para suerte de la chica, tanto su hermana como su cuñado estaban dormidos y no se despertaron por el ruido que metió. Recogió las cosas, entre ellas, un frasco de perfume que Kathy le había dado y quedó con una fisura por el impacto contra el suelo. Lo puso de nuevo en su velador y justo vio el collar que le había regalado Joe. Si bien casi nunca lo usaba, lo tenía ahí, probablemente porque olvidó guardarlo en su caja de collares luego de usarlo.

Se fue a dormir esta vez, con una sonrisa en el rostro. Estaba logrando cosas y al parecer encontró la forma de hacer que su magia aflorara. Le costó un poco dormir, pues estaba ansiosa por el día siguiente, pero lo consiguió.

Tuvo de nuevo aquel extraño sueño en el que estaba en el mar, tratando de mantenerse a flote y las olas impidiéndoselo, y peor que las olas era una fuerza que sujetaba su garganta y apretaba lentamente, al mismo tiempo que la empujaba hacia abajo. Luchaba con aquella fuerza invisible, pero al final se perdía en las profundidades, despertando de aquella pesadilla, a eso de las seis de la mañana.

Mad reclamó a la nada con un gruñido al ver la hora a la que había despertado. Todavía tenía media hora para dormir sin atrasarse, pero conociéndose, era muy probable que se quedase dormida por más tiempo, así que, se levantó de la cama con cuidado para no molestar a Cheshire, se puso sus pantuflas, tomó su bata y entró a su ducha, como si con el agua cayendo pudiera alejar las pesadillas.

Luego de vestirse con ropa casual y ponerse el collar que le regaló Joe, escribió una nota a Kathy, para explicarle por qué no iba a llegar a dormir, excusándose en que se iba a quedar ensayando con su banda y volvería a la mañana siguiente por sus cosas para el viaje a Los Ángeles. Lo único que deseó en ese momento fue que le creyera.

En su mochila, en lugar de libretas y lápices, llevaba su estuche de maquillaje, más dinero, el cargador de su celular y un condón que le había robado un par de noches antes a su cuñado, aprovechando que veían una película en la sala para poder colarse en la habitación de la pareja. Todo eso quedó en evidencia en el scanner del aeropuerto.

Abordó así el avión sin problemas, poniéndose una alarma para despertar en cuatro horas y media más, y así no tener problemas luego con el descenso, además de querer aprovechar algunos minutos previos a este para maquillarse. Quería dormir, pues el día se venía pesado.

A eso de las dos de la tarde en Nueva York, Joe recibió una llamada de la escuela de su hermana más pequeña, por lo que acudió de inmediato en su motocicleta.

Se estacionó a la vuelta y corrió hacia el establecimiento, entrando con urgencia a la oficina de la directora, en donde Lily lo estaba esperando.

—¿Qué pasó? —preguntó desesperado en cuanto entró y dirigió su vista a Lily, para luego hincarse junto a la niña—. ¿Pasó algo?

—No, descuida. —Sonrió la chica de tan solo once años.

—Sucede que, dos días a la semana, los chicos tienen que traer a sus padres a la escuela, para que expliquen a qué se dedican —aclaró la directora—. Es una actividad que nos gusta realizar en este mes por el día del trabajador, y así motivar a que nuestros estudiantes de último grado de primaria ya puedan descubrir las profesiones que les gustan.

Joe miró confundido a la autoridad y luego de nuevo a su hermana.

—Por sorteo en su clase, le correspondía a Lily hoy y no invitó a su mamá a venir. Sabemos la situación de su familia y por ello le preguntamos qué le pasaba.

—Pedí que te llamaran —agregó Lily, mirando a su hermano mayor.

—Princesita, a ver: a mamá le corresponde estar acá, no a mí.

—Pero tú has sido como un papá para nosotros. Siempre que veo a los otros niños con sus padres, pienso que en realidad así has sido tú.

—Como escuela, no tenemos problemas con que así sea —interrumpió la directora—. Queremos lo mejor para los niños y eso significa amoldar las tradiciones a sus realidades.

Joe levantó las cejas, tratando de ocultar su frustración al escuchar eso último. Volvió a mirar a su hermana y aceptó, no muy convencido.

Lo llevaron hasta el salón en el que estudiaba Lily y, antes de que entraran, la niña tiró un poco de su manga para que se agachara y poder susurrarle.

—También lo hago porque es justo tu cumpleaños, ya tienes un cuarto de siglo de antigüedad.

—Sí, no sé por qué me esperaba que dijeras algo así. —Rio por lo bajo.

Joe se paró derecho de nuevo y miró al salón. Justo en la sala había un detective de la policía y también una ingeniera, que ya habían expuesto sus profesiones frente al resto.

—Soy Joe, el hermano más grande de Lily y ando en bicicleta.

No fue un gran inicio, pues solo dijo lo primero que se le ocurrió y su evidente exceso de confianza hacía que todo pareciera una broma. Algunos niños, sin embargo, se dieron cuenta de quién era exactamente, pues lo admiraban como deportista.

—Sé que suena divertido y lo es. Paso mi día haciendo ejercicio y me pagan por ello si gano carreras, lo que es siempre. —Sonrió—. Es genial dedicarse a esto, pero hay que estar dispuesto a sacrificar algunas cosas, porque hay que asegurarse de ser el mejor y eso significa evitar parte de las cosas divertidas, como...

Se dio cuenta de que la profesora estaba preocupada y molesta por lo que decía.

—Bueno, todas las cosas nocivas para su cuerpo. —Sonrió, tras evitar una situación incómoda—. Deben asegurarse de llevar una vida sana, con mucho ejercicio y pocas golosinas, si quieren llegar a ser como yo y no como el amigo de allá al fondo, que parece que está a una dona de reventar. —Señaló con su mano al detective y los niños rieron, incluso el hijo de él. Joe soltó una risilla—. Tenía que decirlo, es que nunca me he llevado bien con los policías... pero ustedes sí, ¿ok? No quiero ver que se metan en problemas, porque luego se arrepienten, sobre todo con un sistema tan mier... malo, malo con las personas comunes.

—Bien, creo que con eso fue suficiente —acotó la profesora, antes de que Joe dijera alguna otra cosa que pudiera ser inapropiada—. Mis niños, ¿alguno tiene una pregunta?

Varios levantaron la mano y fueron dándoles la palabra en orden.

—¿Por qué empezaste a competir? —preguntó el primero.

—Era lo que mejor hacía, tenía diecinueve años y quería dinero. Había una especie de carrera de descenso con apuestas y me metí. Ni siquiera tenía una bicicleta adecuada, pero gané. De ahí empecé a buscar otras y me metí a competencias oficiales de mi disciplina.

—¿Qué se siente ser el mejor a nivel nacional?

—Genial, no hay otra palabra —dijo casi entre risas.

—¿Estás enamorado?

—Am... no sé qué tenga que ver. —Rio levemente.

—Es que en una revista salía que tenías novia, pero después ya no.

Joe miró a su alrededor, formulando su respuesta. Sabía a qué artículos se refería el niño, pero él solo pensaba en Mad, sin saber si estaba bien mencionarla.

—Las cosas con mi exnovia no resultaron. No estoy enamorado de ella, pero sí de una chica...

—No pongas cara de bobo —murmuró Lily—, me avergüenzas.

—Es maravillosa, nada más que decir.

Los chicos hicieron algunos ruidos para molestarlo, pero uno se quedó callado, con la mano levantada y ansioso por poder hablar, lo que hizo tras un gesto de Joe con la mano.

—¿Te costó mucho comprar tu bicicleta?

Esa pregunta le caló hondo y dejó de sonreír por un momento, para poner una expresión nostálgica por amargos recuerdos, que resultaron en su nueva realidad, con la alegría de saber que las cosas salieron bien después de todo.

—Sí, me costó mucho. —Sonrió de nuevo, pero ya no como antes—. Hace diez años, nuestro papá murió y... todo se fue a la... —Alzó la mirada y rectificó sus palabras—. Todo empezó a salir muy mal. Vivíamos con lo justo o menos incluso, porque además mamá se enfermó. —Frunció el ceño y bajó la mirada—. En ese entonces, andaba en mi vieja bicicleta y siempre pensaba en que me compraría lo que quisiera algún día... —Sonrió de medio lado y miró a los niños, con los ojos lagrimosos—. Cuando me di cuenta de que me gustaba competir en bicicleta, junté todo lo que gané apostando en esas carreras, a las que iba con mi bicicleta de siempre, también algo que ganaba por tocar guitarra en la calle y algunos trabajos esporádicos. Tardé como dos años, claramente, en poder comprar una cross country y meterme a una competencia oficial, quedando en tercer lugar, lo que era impensado por el equipo y la poca experiencia profesional que tenía.

Pasó el dorso de su mano por sus ojos. Lily lo abrazó por el costado y todos en el salón aplaudieron luego de escuchar parte de lo que tuvo que vivir para llegar hasta ahí.

Luego de un rato, por fin la clase acabó y Joe se fue con Lily, pero el detective de la policía lo interceptó y el joven le pidió a su hermana que fuera a hablar con los otros niños.

—¿Qué pasa? —le preguntó Joe, serio.

—Yo a ti te conozco.

—Nah. —El joven negó con la cabeza y un gesto de molestia.

—Sí, te arresté un par de veces hace unos años, cuando era patrullero.

—Bien por ti, pero me da igual lo que recuerdes, solo no lo comentes.

Joe se dispuso a marcharse, pero el detective puso su mano sobre su pectoral, impidiéndole que siguiera caminando.

—A ver, esto es una escuela y mi hermana está a solo unos metros. No quiero pelear contigo ahora, aunque tampoco quiero que andes comentando que me arrestaste, porque no es algo que quiero que Lily recuerde. Una niña no debería crecer con eso.

—Bien, me parece perfecto. Solo quería decirte que me alegra que andes por buen camino, pero te estaré vigilando, porque nunca dejarás de ser un delincuente. Espero que tu hermana no siga tus pasos, pues no me gustaría que mi hijo esté cerca de alguien como tú.

—Descuida. —Sonrió con disgusto—. Agradece que estamos en una escuela y no en la calle.

Joe se alejó y fue a donde estaba Lily, hablando con algunos de sus compañeros. Saludó a las madres de estos, quienes los habían ido a buscar, y luego se marchó con su hermana.

Violet, la otra hermana de Joe y con quien había sido muy amiga cuando eran niñas, la estaba esperando a eso de las cuatro de la tarde en Nueva York. En cuanto Mad pasó los controles, se encontró con su amiga, dándose un fuerte abrazo.

Pasaron a almorzar, pues Mad tenía mucha hambre, aunque, para ella, recién era pasada la una de la tarde. Tras comer una pizza, la californiana expresó su deseo de ir al cementerio, comprando flores hermosas en el camino para depositar en la tumba de su madre.

Violet se detuvo varios metros atrás de Mad, en señal de respeto. Por su parte, la californiana se sentó frente a la tumba de su mamá y colocó las flores, en completo silencio, y el recuerdo de aquella horrible noche la asoló en ese momento.

—¡Mamá, papá, por favor despierten! —La muchacha de doce años movía en vano el brazo de su papá—. Va a pasar algo muy malo.

Su madre volteó a verla, adormilada.

—¿Por qué lo dices, mariposa?

—Va a haber un incendio, lo soñé.

—Esas son estupideces —interrumpió su papá, con los ojos cerrados y la nariz arrugada—. Ándate a dormir, y no creas que he olvidado lo de tu noviecito.

—Hans... —dijo su esposa con tono de regaño.

—Rose, mi vida, ella está tratando de manipularnos con eso para que olvidemos lo que pasó. ¿Cuántas veces debo decir que los sueños no son reales?

Rosetta miró a su hija, con tristeza, y la invitó a echarse con ella. Maddie se tiró sobre la cama, junto a su mamá, quien la abrazó con fuerza y le llenó la mejilla con besos, haciendo que a la niña se le escapara una risilla.

—Perfecto, ahora la vas a consentir.

—Ve a dormir, mariposa —pidió su madre con voz gentil—. Mañana vamos a hablar.

—Te amo —se despidió Mad, con lágrimas en los ojos.

—Yo también me amo. —Ambas rieron por su ya acostumbrada broma—. Mi mariposa, sabes que te amo mucho y siempre será así.

Su madre volvió a darle un beso en la cara y la abrazó muy fuerte. Pasaron un par de minutos abrazadas, hasta que Rosetta convenció a su hija de ir a dormir. Cuando Maddie iba saliendo de la habitación, su padre le habló.

—Recuerda apagar la luz al salir y que mañana vamos a conversar sobre el chico ese —dijo con tono severo—. Ahora, por favor duérmete y no olvides que te amo, por eso siempre querré lo mejor para ti.

Maddie asintió y apagó la luz, caminando por el pasillo hacia su cuarto, sin intención de dormir, sino que empezó a juntar sus cosas importantes en su mochila de campamento.

—Quizás si hubiera sido incluso más insistente, estarían acá —susurró entre sollozos—. O tal vez me tuve que haber quedado, así al menos no tendría que cargar con el dolor de no tenerlos.

Rompió en llanto y se quedó algunos minutos más ahí, por lo que, Violet fue a verla y la abrazó, comprendiendo su pérdida.

De ahí pasaron al supermercado, en completo silencio durante el trayecto. Necesitaban comprar las cosas que faltaban para la fiesta de Joe, incluyendo algunos ingredientes que Mad quería usar en un postre especial, muy parecido a un pastel de chocolate. Aprovechando que Joe estaba con Lily, prepararon bien el departamento, siendo ayudadas por Vincent, el mellizo de Violet.

—Eso se ve exquisito —señaló Violet en cuanto Mad terminó de preparar su postre.

—Gracias, es algo que preparaba mi mamá. Nunca me enseñó, pero me gustaba observarla cuando estaba conmigo.

La chica puso un rato el postre en el refrigerador, para que así se enfriara más rápido la mezcla caliente de chocolate que tenía.

Casi un par de horas después, Joe tocó el timbre, pues Lily le había escondido las llaves para que tuviera que hacer eso. Violet fue a abrir la puerta, junto a Mad.

—¡Maddie! —exclamó Lily, alegre al ver a la chica, y se tiró sobre ella para abrazarla.

Joe la miraba embelesado. Realmente, nunca pensó que la chica iría. Observó cómo caminaba, con Lily aferrada a ella, dificultándole el paso y haciéndole reír por el cariño genuino que le tenía la muchacha. Se dirigió al sofá y le pidió a Lily que se quedara ahí, oportunidad que Joe aprovechó para acercarse, rodeando su cintura por detrás y Mad volteó, todavía riendo.

—Estoy tan feliz de que estés aquí —susurró Joe.

—Creí que quedamos en ser solo amigos —le respondió y sonrió.

—¿Entonces por qué no me pediste que me apartara?

Se miraron a los ojos por unos segundos, que parecieron una eternidad para ellos, pero nunca bastaba. Ninguno sabía exactamente lo que hacían o si estaba bien, y aun así prefirieron no alejarse del otro, pues el mundo parecía desvanecerse cada vez que estaban cerca, solo los dos.

—¡Yo también quiero ser parte del abrazo! —se quejó Lily y se levantó del sofá.

—¡Pulga! —exclamó Violet como regaño a su hermanita.

Muy tarde, pues la muchacha ya se había lanzado hacia ellos, quienes le devolvieron con gusto el gesto, sentándose posteriormente en el sofá. Mad se acurrucó sobre el pectoral del joven, quien deslizó su mano hasta la espalda baja de ella, moviendo de forma circular un dedo, a modo de masaje. Lily, por su parte, estaba junto a su hermano y luego fue a la cocina, para tratar de sacar algo de comida antes de la fiesta para su hermano.

Cerca de una hora después, llegó del trabajo la madre de los chicos Beckett, molesta al ver la posición en la que permanecía su hijo mayor con la adolescente, quien con el rato ya se había dormido.

—Joe, ¿puedes venir un momento? —pidió, con tono serio.

Él captó de inmediato el estado de ánimo de su mamá y bufó, sabiendo que iba a estar tensa esa conversación. Se levantó con cuidado, pero de todos modos despertó a la chica, quien le sonrió y se sentó correctamente en el sofá una vez que él se fue.

Caroline, la madre de Joe, lo llevó hasta su habitación pues estaba al fondo del departamento y así podrían discutir sin que el resto escuchara.

—No está bien que estés con ella.

—Mamá, por favor, solo la estaba abrazando.

—¿Y tú crees que no sé lo que significa para ustedes? No corresponde que estén juntos.

—Por favor. —Se burló—. Tú no puedes meterte en lo que haga o no. ¿Cómo puedes decirme si algo está bien o no?

—Soy tu madre y sé lo que te conviene.

Joe sonrió burlesco. Era ridícula la postura que ella había tomado, a menos que supiera algo que no quería contarle.

—¿Qué estás ocultando? —La miró fijamente.

—No hagas eso conmigo. —Lo confrontó con la mirada—. No creas que tu padre me mentía.

Joe frunció el ceño, se dio media vuelta y se marchó de la habitación, volviendo a la sala de estar, sorprendiéndose al ver que ya había llegado su abuela Anne con su primo —y amigo— Chris.

—Tu tía Rebecca no podía venir —dijo su abuela—. Tiene mucho trabajo, ya que, le salió un caso complicado y necesita volver a revisar todo para la audiencia de mañana, a primera hora.

—Descuida, con Becca nos ponemos al día luego —contestó Joe y rio, al igual que sus hermanos.

Se sentó de nuevo en el sofá y dejó que Mad se volviera a acomodar sobre él.

—¿Tanto sueño tienes?

—Te sorprenderías. —Sonrió, con los ojos cerrados y el rostro alzado.

Joe rio y negó con la cabeza.

Al rato después, llegó Matt con Spencer, otros amigos de Joe y el padre de Michael, para dar comienzo por fin a la celebración. Los mellizos sirvieron los aperitivos y todos quedaron fascinados por el postre que había hecho Mad.

—¿Y qué es? ¿Cómo se hace? —le preguntó Joe, ya mordiendo su tercer trozo.

—¿Sinceramente? —contestó con la boca llena—. Ni idea de qué es. Mi mamá lo preparaba y siempre decía que era una receta de mi nonna. Muchas veces la vi cocinar e incluso la ayudé. Ella nunca usaba recetas, así que, solo hice lo que recuerdo que ella hacía.

—Me encanta. —Se chupó un dedo en el que le quedaba pasta de chocolate—. Tienes que hacer uno de estos cada vez que nos veamos.

—Entonces casi nunca podríamos vernos, o perderías tu figura. —Sonrió.

—¿Y te gustaría un poco menos?

—Imposible, pero sé que te sentirías un poco menos bien contigo mismo.

—Tranquila. Nada podría dañar mi ego... ok, eso sonó mal.

—Terrible. —Rio.

—¡Hola! —saludó Matt y se sentó junto a ellos, confiado en que Spencer no iría hasta ellos, pues lo había dejado hablando con Chris.

—¿Tu hermano va a seguir tratando de que volvamos? —bromeó Mad.

—Creo que está preocupado de su nueva novia —insinuó Matt—. Lo peor es que creo que la conoces.

Mad lo miró confundida y enseguida sacudió la cabeza.

—Hablemos de otra cosa, será mejor —pidió—. Hace tiempo, con mi hermano habíamos quedado de ir a una convención aquí en Nueva York, que es en unos meses más.

—Sé a cuál te refieres. —Sonrió Matt—. Con Spens hemos ido un par de veces disfrazados de Superman y Batman, como nuestros apodos.

—¿Lo de los apodos era verdad entonces?

Joe miró con súplica a su mejor amigo, para que no siguiera refiriéndose a los apodos que se pusieron cuando eran niños. Mad entendió el gesto y prosiguió.

—Mi hermano se va a disfrazar de Darth Vader y con mi primo vamos a ser Luke y Leia, así que... se me ocurrió que podrían acompañarnos. —Sonrió y miró a Joe.

—Yo no hago esas cosas —respondió.

—Es verdad —confirmó Matt—. Cuando éramos niños, se compró una máscara de Joker para ir a una fiesta de Halloween, ni siquiera hizo el esfuerzo de ponerse una chaqueta morada.

—Sí y años después me disfracé como corresponde, ¿puedes superarlo?

—¡Íbamos a ser Batman y Robin!

—¡Y esa es la peor película que ha tenido Batman! Lo único bueno eran Uma Thurman y que estuviera la Batichica, porque... bueno... ya saben. —Sonrió.

—Como sea —interrumpió Mad—. ¿Quieres ser mi Han Solo? —Mantuvo su vista en Joe, tratando de poner una expresión de ruego.

—Eso en mi idioma significa que le estás pidiendo que se casen —murmuró Matt.

—Ignóralo, por favor.

—Solo quiero que me acompañes —siguió Mad—, y Matt podría ser Chewbacca.

—No creo que...

—¡Encantado! —exclamó Matt.

—Genial, entonces... ¿ambos quieren participar?

Joe miró su alegre rostro y suspiró.

—Está bien, lo haré.

—¡Y yo por supuesto que también!

Uno de los amigos de Joe le hizo una seña y el joven fue, dejando a su mejor amigo junto a Mad.

—Ahora que estamos los dos solos, quiero hablar de algo cósmico en lo que he pensado.

Mad lo miró intrigada por sus palabras.

—Si te das cuenta, el universo nos ha puesto cerca varias veces, pero nunca lo hemos estado del todo, hasta ahora.

—¿Qué insinúas? —Rio levemente.

—El universo quiere que seamos amigos, es claro. Así que, empecemos de nuevo: hola, soy Matt y quiero ser tu amigo.

Mad rio por las ocurrencias del joven. Matt, por su parte, tenía su mano extendida, esperando la respuesta.

—Hola, soy Mad y me encantaría ser tu amiga.

Se dieron un apretón de manos y siguieron conversando, hasta que Violet llamó la atención de los presentes y Vincent apareció con el pastel, con dos velas de números, formando el veinticinco.

Joe se aproximó y miró el número, sintiéndose abrumado por un momento. Sabía que sus días a partir de ese estaban contados, pero nunca se atrevería a contarle a alguien.

Cerró los ojos cuando todos terminaron de cantar y pensó en lo que iba a pedir. Cada segundo era valioso desde ese día, pero perderlos en tratar de pedir tres cosas lo merecía. Sopló las dos velas del pastel y todos aplaudieron, sin saber que aquello era casi como firmar su propia sentencia de muerte.

Violet fue a encender las luces y Mad se acercó a Joe para hablar, al mismo tiempo que Vincent ponía el pastel sobre el mesón de la pequeña cocina.

—¿Tan grande y creyendo en deseos? —cuestionó—. O sea, yo los pido por si acaso, pero no me lo esperaba de ti.

—Para que veas que soy una caja de sorpresas —bromeó.

La sonrisa del rostro de Mad se esfumó por un instante. Fuera de la broma que le había hecho, esa frase era muy cierta: todavía le quedaban muchas cosas por conocer sobre él y no todas las que había descubierto le gustaron. ¿Podría de verdad soportar todo lo que quedaba por saber?

Después de comer el pastel, llegó el momento de abrir los regalos. Había todo tipo de cosas, hasta una botella de whiskey escocés que le dio un amigo, quien tenía un bar al que antes frecuentaba.

Abrió la caja que le tenían de regalo su madre y sus hermanos, encontrando en su interior una cámara Instax y varios rollos con su paquete aparte.

La puso a prueba, sacándole una foto a Mad y a los segundos después la reveló.

—Tan hermosa como siempre. —Sonrió, sorprendiendo a algunos invitados, pues no estaban al tanto de lo que pasaba entre ellos.

—Bueno, primo —dijo Chris—, te queda un regalo muy especial, que la abuela me pidió que lo escondiera mientras no estabas.

Entró a la cocina y del fondo sacó un violín nuevo. Avanzó hasta su primo y se lo entregó, dejándolo atónito.

—Hace años te hiciste cargo de un problema que no te correspondía —habló su abuela—. Ahora fue mi turno de devolverte el favor.

—Gracias —contestó, con lágrimas en los ojos.

Todos insistieron en que tocara algo, por lo que, se vio obligado a interpretar un himno cristiano. Si bien no era una elección de su agrado, los himnos de la iglesia eran todo lo que sabía tocar, gracias a la única maestra que había tenido.

Cuando ya todos se iban, Joe le devolvió la botella de whiskey a quien se la regaló. Volteó, tras hablar con él, y vio que Mad seguía sentada en el sofá.

—¿En dónde te estás quedando? —preguntó—. Te puedo llevar, o te puedes quedar acá.

—En realidad, mi vuelo sale en unas horas. —Apretó los labios frustrada.

Joe flectó las rodillas frente a ella, para quedar similar a si se hubiera arrodillado.

—Tenemos tiempo, ¿no? —insinuó.

—Claro. —Correspondió a su coqueteó—. Recuerda que todavía no te he dado mi regalo de cumpleaños.

El joven sonrió, se reincorporó y extendió su mano a la chica.

—Vamos entonces.

Aceptó su mano y se levantó del sofá, con su mochila en la otra mano. Salieron del departamento, aguantándose las ganas de besarse ahí mismo, y fueron al estacionamiento del edificio. Se fueron en la motocicleta de Joe, quien la llevó a los límites de la ciudad, en donde la naturaleza permanecía como una frágil línea alrededor de los enormes edificios.

Avanzaron a través de los árboles, hasta una separación por la que entraba la luz de los astros nocturnos, que se veían si no apartaban la vista del cielo, lo que hicieron después de echarse sobre el pasto.

—Tengo una duda. —Mad rompió el silencio—. ¿Quieres tener hijos?

—Eh... no es como que lo ando buscando, si eso quieres preguntar. En unos años más sí me hubiera gustado, pero... —Se calló.

—¿Qué?

—Nada. —Sonrió—. Uno nunca sabe lo que puede pasar, ¿o sí?

Esta vez, ella fue quien se quedó callada.

—¿Por qué la duda?

—Es que... —Rio—. Nada, es solo que a veces te portas como si quisieras ser padre. De partida, todavía no olvido lo que dijiste sobre estar triste porque yo no estaba embarazada.

—Olvida eso, por favor —pidió entre risas—. Ni siquiera creo que llegue a tener algún hijo.

—Está bien. —Siguió riendo.

Joe dejó de reír, respiró hondo y miró fijamente a Maddie.

—Me gusta venir acá —confesó, cambiando de tema—. Me relaja y eso me permite pensar con claridad.

—¿Y en qué piensas ahora? —preguntó con curiosidad Maddie.

—En lo hermosa que eres y que es fantástico tener tu compañía.

Joe dirigió su vista al cielo.

—Las estrellas envidian la luz de tu sonrisa y de tu mirada. Ni siquiera un cielo estrellado iguala el brillo y belleza que le das a mi vida.

Joe estiró su brazo, hasta rozar con sus dedos el rostro de Maddie.

—Te amo —le susurró, a lo que ella se inclinó hasta él y lo besó.

Esta vez, ninguno estaba dispuesto a apartarse del otro, pues ambos querían llegar al final de todo. Mad se sentó sobre el abdomen del joven y lo siguió besando, escapando un leve quejido de su boca luego de que él mordiera su labio.

Joe apartó sus labios de los de la chica, quien los buscó con desesperación y se detuvo al sentir cómo estos consentían la piel de su cuello.

—Traje... —Trató de decir, pero le costaba formular lo que diría gracias a las caricias de Joe—. Traje un condón.

Él sonrió y le permitió que se acercara a su mochila, de donde sacó el preservativo, mientras el chico se hacía el pelo hacia atrás con su mano.

En cuanto pudieron, volvieron a besarse, esta vez estando todavía sentados. Mad, sentada en el regazo del joven, desabrochó el pantalón de su amante y bajó su cremallera. La pasión de ambos aumentaba con cada segundo juntos, pero la alarma del celular de Mad los interrumpió, pues ya era medianoche.

—Ay mierda... creí que nos quedaba más tiempo. —Se quejó la chica.

—¿A qué hora es tu vuelo? —preguntó con voz ronca.

—A las tres de la mañana. Sé que es en unas horas más, pero estaba pensando en esperar en el aeropuerto, lo importante es que tenga transporte hasta Queens.

—Ok, Cenicienta —bromeó por lo de la medianoche—: aquí tienes a tu caballero en motocicleta. En una hora llegamos allá.

—Bien, entonces... creo que nos queda tiempo.

—Así es.

Unieron sus labios de nuevo, con total deseo de ser uno solo esa noche. Deseaban poseer al otro, y pertenecer a su amante de aquella noche, que el mundo tuviera que esperar por ambos, mientras ellos disfrutaban de la pasión del otro.

Una vez que llegó a San Diego, Mad se quedó un rato en el aeropuerto, pues por la diferencia horaria, había llegado muy temprano.

Tomó un taxi a eso de las seis de la mañana y se mantuvo alerta, hasta llegar a su casa. Entró con cautela, rogando por que su hermana estuviera todavía durmiendo o justo en la ducha. Necesitaba hacer todo rápido para poder ir a la escuela sin llegar tarde, por lo que quería evitar encontrarse con ella y que conversaran.

—¡Maddie! —exclamó con voz dulce su hermana al escuchar que la puerta se abrió. Eso no podía ser bueno.

—Estoy muy cansada —evadió, o eso intentó—, por practicar hasta la madrugada. Voy a ducharme, no quiero llegar tarde.

—¿Exactamente qué estuviste practicando? ¿Posturas?

Mad frunció el rostro, entendiendo la insinuación y dándose cuenta de que ella ya lo sabía, pero iba a continuar con lo que había dicho en un inicio.

—No me gusta cuando haces esas bromas y de verdad estoy cansada. Tengo que ir rápido a la escuela para dejar la carpeta de matemáticas y poder regresar, te recuerdo que...

—Cállate. Sé que fuiste al cumpleaños de Joe, porque mandaron fotos por el grupo de familia de Michael.

Mad no sabía qué decir.

—Me desobedeciste, ¡tú nunca haces eso! Y... y creo que mereces un castigo por eso. Espero que el revolcón valiera la pena, porque no vas a salir hasta... tu graduación.

—¿Y el festival de bandas? ¡Tengo que...!

—¡No seas ridícula, obvio que vas a ir!

—¿Y mi trabajo?

—También.

—¿Y entonces en qué aplica el castigo?

—Pues... cuando, ya sabes, quieras salir con tus amigos o con Joe, no lo sé, ¡no sé qué se supone que hagas! Dios, ¿por qué tienes que ser tan difícil?

—Yo no... como sea. Espera, ¿cómo sabes que Joe y yo...?

—Es obvio que tuvieron sexo. ¿Crees que no sé cómo es? Conozco a ese pendejo desde hace años y encima tú eres una Schafer, sería raro si no tuvieran sexo.

—¿Qué significa eso? —preguntó, descolocada.

—Los Schafer somos sexualmente muy activos, es cosa de ver a cualquiera de la familia.

—Ok, no quiero saber más —dijo, incómoda, y avanzó hacia las escaleras.

—¿No le vas a mostrar la carta? ¿En serio? —interrumpió Michael.

—¿Qué carta? —Mad se detuvo, con un poco de esperanza.

—Lo olvidé, lo siento. Estaba muy enojada porque me desobedeciste.

—Solo muéstrale la carta —insistió Michael, hastiado.

Kathy fue a la mesa de centro y buscó entre la correspondencia. Le extendió luego una carta de la Academia Juilliard a Mad, quien la miró sorprendida y, al despabilar, tomó el sobre y lo abrió. Leyó lo que decía, atónita, y le contó luego a su hermana.

—Dice que me ofrecen un cupo... —No podía creer lo que pasaba—. De forma extraordinaria, me ofrecen un cupo. No es necesario que haga una audición... ellos... ellos ya vieron videos míos cantando y tocando piano... —Sonrió—. Con la banda.

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