More than this | Fan-fic de L...

Від judiLimon

663K 25K 3.5K

"Nuestros ojos chocaron por sexta vez en la noche y me estremecí. ¿Qué había en ellos? ¿Estaba viendo deseo e... Більше

More than this
I. Miradas
II. Nunca había hecho esto
III. Cuenta hasta diez
IV. Sabes perfectamente la respuesta
V. Me gustaría mucho que fuera contigo
VI. Calma, preciosa
VII. Dime si quieres que me quede
VIII. ¿Eso es humillante?
IX. Desnúdate
X. Creo que somos muy parecidos
XI. No voy a llevarte a ninguna parte
XII. Esto es muy intenso
XIII. Nunca
XIV. ¿Por qué eres así?
XV. Lo prometo
XVII. Poniéndome a prueba
XVIII. Puedes hacer lo que quieras conmigo
XIX. No eres tan duro como aparentas
AVISO
XX. Mía
XXI. Algo que he querido hacer para ti
XXII. El cuartel general
XXIII. Mucho, pequeña
XXIV. Hasta que me besó
XXV. ¿Qué me estaba pasando?
XXVI. Miedo
XXVII. Confía en mí (1/3 maratón)
XXVIII. No lo permitas (2/3 maratón)
XXIX. Gracias por cuidarme (3/3 maratón)
XXX. Especial
XXXI. Necesitaba sentirla mía
XXXII. A su lado
XXXIII. Querida
XXXIV. ¿Lo has hecho por mí?
XXXV. No quiero que nos vayamos ninguno
XXXVI. A cada paso que daba sin él
XXXVII. El muro, la fuerza y la valentía
XXXVIII. Tuyo
XXXIXL. Sólo sexo
XL. Ganamos los dos
XLI. Historia de amor
XLII. Blanco o negro
XLIII. No puedo
XLIII. Negro
XLIV. ¿Por qué no podía dejarme sola?
XLV. Haz conmigo lo que quieras
XLVI. Paraíso
XLVII. La decisión
XLVIII. Y siempre lo voy a ser | FINAL |

XVI. ¿Y si se quedaba conmigo?

12K 426 68
Від judiLimon

Martes 18 de marzo de 2014

Alice

Esa mañana, Thomas no pudo estar en la librería conmigo. Sus dolores de espalda habían aumentado y ese día le fue imposible levantarse de la cama. La llamada que recibí para informarme de la situación estuvo llena de suspiros y de expresiones de molestas; se basó, básicamente, en Thomas refunfuñando.

Así que yo y mi interminable dolor de ovarios nos enfrentamos a nuestra primera mañana con responsabilidad total en la librería, sólo dos semanas después de haber conseguido ese trabajo. Me asustó la confianza que Thomas depositó en mí pero también me aferré a ella: si él creía que podría con ello, entonces es que podía.

Al final, ni siquiera tuve opción a ponerme nerviosa. Media hora después de abrir la librería, Benedict, el impresionante marido de Katherine, entró por la puerta. Lo hizo con dos cafés en la mano, elegante como la última vez que le había visto y con una sonrisa inscrita en su rostro. Me saludó cordialmente y se colocó a mi lado, junto al mostrador.

– Vamos a ser compañeros, ¿qué te parece la idea?

"Prometedora", quise contestar. Asentí aliviada. No me iba a venir mal una ayuda. Y ese hombre era terriblemente atractivo. Pequeños rizos negros le caían por la frente y contrastaban con dos ojazos azules que dominaban todo su rostro. Sus labios eran una fina linea con forma de corazón y su nariz, más bien afilada, le daba carácter a su expresión. No terminaba de acertar cuántos años tenía, pero imaginaba que rondaba los treinta y cinco.

– Gracias por venir –respondí, toda dulzura–. Empezaba a temblar ante la perspectiva de estar sola.

– Lo hubieras hecho bien –aseguró–. Thomas confía en ti, así que yo también lo hago.

Sonreí.

– Me alegra que lo haga, aunque preferiría que estuviera aquí –admití, con más sentimiento que otra cosa.

Lo había cogido cariño

– Poco a poco, Thomas tendrá que empezar a aceptar que tiene que darse un descanso a sí mismo –bebió de su café sin dejar de mirarme–. Y tú, ¿cómo has acabado aquí? Me han dicho que eres española.

– ¡No! –Exclamé, quizá con demasiada entusiasmo. Había disfrutado de mi vida en España pero tenía muy claras mis raíces–. Soy de aquí, de Londres, pero mis padres viven en España –asintió y continué con la explicación–. Hace dos semanas conocí a Chloe, sus padres son amigos de Thomas –hizo otro movimiento afirmativo con la cabeza e imaginé que la conocía–. Me habló de este lugar, me explicó que necesitaban un ayudante, vine a conocerle y...

– Y cayó rendido a tus pies –completó mi frase, consiguiendo que me sonrojara–. Thomas nos habló muy bien de ti desde el primer día. Y seguro que se ha quedado corto.

Bajé la cabeza. Exactamente, ¿a dónde pretendía llegar? Hubiera dado mucho por descubrir si era así de zalamero con todas las personas con las que tenía contacto o si realmente estaba intentando algo, lo que fuera, conmigo. No terminaba de quedarme claro.

Me di la vuelta con la excusa de revisar algo en el ordenador y sentí cómo se aproximaba mí. Su presencia, aun estando de espaldas, me intimidaba como pocas cosas me habían intimidado antes. Y, en cierto modo, me gustaba. Tenía frente a mí la pantalla del ordenador y sin embargo en mi retina seguía estando su imagen sonriéndome.

– ¿Vas a quedarte toda la mañana? -Pregunté, algo angustiada por la idea de tenerle cerca tanto tiempo.

Era una persona demasiado sencilla como para disfrutar de personas intimidantes. Y no quería meterme en líos.

– ¿Te molesta mi presencia? –Preguntó, riendo.

– En absoluto. Sólo preguntaba.

– Creo que, además de quedarme esta mañana, vendré muchas más. No sabemos hasta qué punto los problemas de Thomas se han complicado, pero parece ser que va para largo –me di la vuelta y volvimos a retomar el contacto visual–. No nos malinterpretes, Alice, confiamos en ti, pero es un negocio difícil y apenas llevas quince días en él.

– Lo entiendo, podéis estar tranquilos. Y también seguros de que trataré de hacerlo lo mejor que pueda para que no tengáis que estar preocupándoos por esto y podáis volver a vuestra vida lo antes posible.

– Trabajo en un banco –dijo, de pronto–, no creas que mi vida en ese aspecto es emocionante –reímos–. La oficina está a poco más de quince minutos andando desde aquí, así que siempre que tenga un rato libre podré  pasarme. Y si necesitas cualquier cosa, puedes llamarme. ¿Te parece bien?

Tenía la voz más grave que había escuchado nunca. Era hermosa.

– Agradeceré cualquier ayuda que podáis ofrecerme –respondí, educadamente, sin querer entrar en una contestación que pudiera implicar más cosas de las que debería.

– Qué chica tan agradecida –sonrió, al tiempo que sonaba la campanita que indicaba que un cliente había entrado en el establecimiento.

Ofrecí mi mejor sonrisa y salí del mostrador. Trabajo. En eso tenía que concentrarme.

El resto de la mañana pasó tranquila, con muchos más curiosos que compradores potenciales. Y con Benedict a mi alrededor, constantemente, clavándome su mirada. Seguía intimidándome. Y, por una parte, me gustaba. De una manera extraña.

Era un hombre. Un hombre con las ideas claras, con una vida construida y con una personalidad fuerte y al mismo tiempo agradable; incluso con su intimidación. Me gustaba la forma en la que su voz grave me explicaba las cosas, con claridad y precisión, sin titubeos. Me gustaban sus grandes manos. Y me gustaban sus expresivos ojos.

Tuve que recordarme varias veces que estaba casado.

Chloe

– Hey, princesa, alegra esa cara...

Niall acarició mis mejillas, aún metidos en el coche. Las gafas de sol me impedían disfrutar de sus ojos azules y decidí que eso no podía seguir así. Alargué la mano para quitárselas y se movió de inmediato, facilitándome que lo hiciera. Me sonrió cuando nuestras miradas se encontraron.

– ¿Me vas a regalar, por fin, una sonrisa? –No tuve más remedio que hacerlo–. Eres muy negativa y empezaré a enfadarme de verdad si no cambias eso. ¿Por qué no puedes pensar, aunque sea por una vez, que algo te ha salido bien?

Fruncí el ceño.

–Es que me ha salido mal.

– Como siempre.

Puso los ojos en blanco y se apartó de mí.

Acababa de hacer un examen desastroso, de ahí mi desánimo. Era el primer parcial que tenía ese cuatrimestre y no aspiraba a sacar más de un dos, lo que significaba un verdadero disgusto teniendo en cuenta lo mucho que había estudiado para ello.

– Si al final acabas con uno de tus ochos o nueves habituales –levantó el dedo índice–, ten por seguro que me enfadaré muchísimo contigo.

– No, Ni...

– ¡Pues sonríe un poco! Siempre estás igual y no sólo no sirve de nada: nunca llevas razón. Tienes que tenerte en más estima a ti misma, porque yo no puedo quererte por los dos.

Agaché la cabeza. Habíamos tenido esa conversación un millón de veces pero el resultado no variaba: las intenciones de Niall eran preciosas pero no conseguían en mí ningún resultado. No podía cambiar mi forma de ser. No podía cambiar eso de mí misma y no estaba segura de poder valorarme algún día como el quería que me valorase. No encontraba motivos para ello, ni siquiera conseguía explicarme, meses después, cómo podía mirarme con tanto amor.

– Chloe –llamó mi atención y lo miré de nuevo–, te quiero –me arrojé a sus brazos y me acunó en ellos–. No sé qué más tengo que hacer para que empieces a confiar en ti misma pero algo inventaré. No soporto esto.

Se separó de mí y dejó un breve beso en mis labios.

– Yo también te quiero.

–Lo sé.

Me incorporé lentamente, dejé un último beso en sus labios y abrí la puerta del coche. Lo miré una última vez antes de marcharme. Él también lo estaba haciendo.

–Gracias por venir a buscarme y gracias por traerme. Si quieres, esta noche podemos vernos.

– Podemos vernos siempre y cuando estés con una sonrisa en la cara.

Dibujó con sus dedos la forma de una en su rostro y curvé mis labios.

– Eres el mejor, Ni. Te quiero.

Salí del coche sin darle opción a responder. ¿Cómo alguien tan maravilloso como él había acabado con un desastre como era yo?

Crucé la carretera con cuidado de no ser atropellada y me dirigí hacia Daunt Books. Había quedado con Alice para comer; seguramente me estaría esperando desde hacía quince minutos. Niall me había llevado a recoger un par de sándwichs, que serían nuestro alimento, y nos habíamos entretenido discutiendo sobre lo que llevábamos discutiendo semanas: mi actitud. Debatir acerca de mis inseguridades y mis miedos se había convertido en una rutina entre nosotros.

– Hola, Chloe –la figura imponente de Benedict me recibió antes de que lo hiciera Alice y saludé con una mano–. Os dejo comer tranquilas. Me voy a trabajar –su mirada fue a parar hasta mi amiga–. Esta tarde vendrá Katherine. Sabes que puedes llamarme siempre que necesites algo. De todas formas, mañana nos vemos –sonrió-.

– Genial –contestó mi amiga, con una sonrisa semejante. Contemplé atónita la escena–. Hasta mañana, Benedict.

– Hasta mañana, rubia –guiñó uno de sus azules ojos y pasó por mi lado con una sonrisa–. Cuídate, Chloe –asentí, mientras analizaba cada una de las brillantes sonrisas que se habían dedicado–. ¿Está pasando algo aquí? –Pregunté, cuando nos quedamos solas.

– Mmm... no, pero apuesto a que tú y tono incriminatorio vais a decirme lo contrario. 

– Ese intercambio de sonrisas podría batir récords.

– Sólo es simpático.

– Conmigo es simpático –discrepé, dejando sobre el mostrador nuestra comida–. A ti te sonríe.      

Rió. Claro que estaba pasando algo.

– Creo que le doy lástima. Estoy segura de que piensa que yo pienso que tienen que venir a cuidar de mí como si me fueran mis niñeros y no quiere que me sienta ofendida.

– ¿Y piensas eso?

Negó con la cabeza.

– Cuidan de su negocio, yo también lo haría –quitó importancia al asunto y apagó la pantalla del ordenador–. ¿Cómo estás?

– Bien –esperé a que mi respuesta escueta fuera bien recibida–. ¿Tú qué tal? ¿Novedades con respecto a Louis?

– Todo está como siempre, como tiene que estar. Por lo demás, creo que pasaré un par de días sin verle.

– ¿Por qué?

Se llevó las manos hacia la tripa y apretó con fuerza, con una mueca de dolor.

– Han venido a visitarme, como cada mes –asentí, entendiendo a que se refería–. Y me está destrozando. Casi no he dormido y tengo dolores constantemente. No sé si sobreviviré.      

Reí ante su dramatismo. Eché mano de la bolsa de papel en la que había transportado los sándwichs y la tendí el suyo, esperando que algo de comida la sentara bien. Acompañamos el alimento con un par de botellas de agua. Alice se trasladó hasta la puerta para colocar el cartel de 'cerrado' y volvió a mi lado de inmediato, pero se dejó caer en el suelo. Entendí que ese sería nuestro lugar de comida.

– ¿Así que llevas mucho sin verle? –Cuestioné.

– Nos vimos ayer, durante mi último día de libertad antes de que ser mujer me pasara factura. Estaba destrozada y la verdad es que estar con él un rato me relajó. Es un experto en eso.

Reí a carcajadas.

– Lo estás pasando bien a su lado, ¿eh?

– Sí. Y, ¿sabes otra cosa? Empieza a contarme cosas de sí mismo.

– ¿En serio? 

– Sí. A veces pienso que lo hace sin querer, que simplemente se le escapa porque no puede controlarlo. Otras creo que no le importa hacerlo. El viernes, incluso, me habló de su ex.

Abrí la boca.

– No me lo creo. ¡A mí nunca me ha hablado de algo así!

– Es extraño, ¿verdad? –Por un momento, permaneció absorta en sus pensamientos–. Hace unos días me dijo que no era diferente a las demás, pero creo que empiezo a serlo en cierto modo.

La seguridad que en ese sentido tenía en sí misma era aplastante y la envidié como nunca había envidiado a nadie. Estaba segura de sí misma como mujer y de su capacidad para conseguir que alguien como Louis se fijase en ella. ¿Por qué no podía pasarme a mí eso con Niall?

Observé su expresión. Sus ojos estaban fijos en el sándwich que tenía entre sus manos pero sabía que su cabeza estaba en otra parte. Y entendí algo.

– Y eso te gusta –dije, al fin–. Louis te gusta.

No fue una pregunta. Me miró confundida.

– No.

– Sí.

– No.

– Oh, Dios, te gusta.

– No, Chloe, no digas eso. Jamás tendría nada más allá de esto con él. Nunca.

– Pero te gusta.

Se mordió el labio inferior, aunque no llegó a mostrar debilidad. Parecía, simplemente, estar pensando en la posibilidad de que yo llevase razón.

– No tiene que gustarme. Fin de la historia. ¿Qué tal tú con Niall?

No rechacé más hablar de ello porque sabía que no serviría de nada. Había comprobado de primera mano lo perseverante que podía llegar a ser Alice así que no me opuse. Le expliqué cómo me sentía pese a saber que lo siguiente que recibiría de ella sería un buen sermón. Lo agradecí. Era la única que, últimamente, me ayudaba a ver las cosas con un poco más de claridad.

Alice

Llegar destrozada a casa no fue una sorpresa y el sofá se convirtió en mi mejor compañero. Dejé, incluso, que se escaparan un par de lágrimas producto del agotamiento que sentía. Había sido un día complicado porque siempre se vive peor con dolores; esos dolores, los mismos de cada mes, habían podido conmigo aquella vez. Aún me quedaban un par de horas hasta que pudiera tomarme un analgésico que me aliviara así que decidí que lo mejor era dormir hasta entonces.

No se me permitió. Minutos después de haberme estirado todo lo larga que era sobre mi único, fiel y mejor compañero, escuché la vibración de mi teléfono. Rebusqué en el bolso hasta que di con él y suspiré cuando comprobé de quién se trataba. Louis. ¿Por qué tenía una tendencia tan grande a llamarme en los momentos más inoportunos?

  – Dime. 

– "¿Estás ya en casa?"

Hice una mueca.

– Sí, ¿qué pasa? ¿Tienes controlados mis horarios?

Escuché cómo reía.

– "Las tiendas suelen cerrar todas a la misma hora, preciosa. Y teniendo en cuenta lo que tardas de la librería a tu casa..."

– Es decir, sí: tienes controlados mis horarios.

Rió de nuevo.

– "¿Quieres que vaya a verte?"

– Mmm...

¿De qué manera podía rechazarle? Siempre quería su compañía pero en esa ocasión no era posible. Sólo había dos opciones en el caso de que se presentara en mi casa teniendo en cuenta que el carácter de nuestra relación era puramente sexual: o bien se enfadaba conmigo por haberle hecho ir hasta allí a falta de un buen motivo para ello... o bien acababa llevando a cabo sus intenciones, de una manera o de otra. Y mi cuerpo no estaba para grandes asaltos.

– Mejor otro día, ¿vale? –Respondí, al fin.

Era lo más sensato.

– "¿No quieres verme? ¿No te importa herir mis sentimientos? –Fruncí el ceño ante la última palabra que había empleado–. ¿Te encuentras bien?"

– Estoy bien, sí. Pero, hazme caso, es mejor que hoy no nos veamos.

– "Dime una cosa–esperé impaciente a que siguiera hablando–. ¿Te apetece verme?"

– Siempre me apetece verte –fui sincera.

– "Entonces voy."  

– No, Louis, esc...

Cerré los ojos al comprender que ya había colgado. ¿Cómo podía existir alguien tan mandón, tan irritante y tan cabezota? Sonreí con cierta malicia al pensar en la sorpresa que iba a llevarse cuando se presentara en casa y comprobara cuál era mi verdadero estado.

No tardó mucho en hacerlo. Repté hasta la puerta de casa, arrastrando los pies por el parqué, preparándome para la discusión que iba a darse entre nosotros.

Sus ojos azules sonrieron al mirarme.

– La próxima vez que me cuelgues y después vengas a verme te juro que te hago tragarte el móvil.

– Tú y tu cordial manera de saludarme –se acercó a mí y rodeó mi cintura con sus brazos–. Prefiero tragarme otras cosas.

– Pues no tan rápido, campeón –me zafé de su agarre y cerré la puerta. Nadie tenía por qué oírnos–.  Lo de hoy no te va a gustar.

– ¿Por qué? ¿Qué pasa?

– Que tengo la regla, Louis –expliqué, mohína. Me miró fijamente durante unos instantes en los que no dijo nada y finalmente se acercó a mí–. ¿Vas a enfadarte conmigo por haber venido hasta aquí para nada?

– ¿Qué te pasa?

Pestañeé varias veces seguidas, con rapidez. ¿No me había escuchado? ¿No sabía qué significaban mis palabras?

– ¿Qué?

– Tienes muchas ojeras.

Estiró su brazo y acarició la parte inferior de mis ojos. El estómago me avisó de que un contacto suyo así de inesperado y lleno de ternura era demasiado para mí en días como aquel.

– He dormido mal.

– ¿Por qué?

– Ser mujer a veces no es tan bonito como parece. A veces se pasa mal –aseguré.  

– ¿Por qué? –Interrogó, de nuevo, como si fuera su único objetivo.

Volví a mirarlo con confusión.

– ¿Me estás preguntando por qué lo paso mal cuando tengo la regla?

Asintió.

– Sí, creo que es eso a lo que me estoy refiriendo, ¿no?

Había diversión en su voz. En mí, sólo confusión. No entendía su interés, pero tampoco tenía ningún problema en explicárselo.

– Me duelen los ovarios, también los riñones, y cuando eso pasa suelo dormir mal. El resultado es que estoy cansada durante el día. Por si eso fuera poco, como demasiado, también consecuencia de esto, así que mi estómago quiere explotar la mayor parte del tiempo. Eso me pasa. ¿Te ha sido útil la información?

– Instructiva, sí. He aprendido algo más acerca de las mujeres.

– No creas. No suele pasar esto, yo soy bastante rara. No suele dar tantos problemas.

Di por finalizada la conversación y comencé a andar hacia el salón. Sabía que sólo estaba poniéndole a prueba incluso aunque me repitiera a mí misma que no era eso lo que pretendía. Pero una pregunta ya estaba en el aire y no veía el momento de darle respuesta. ¿Y si se quedaba conmigo? ¿En qué situación nos colocaba que se quedara conmigo sabiendo que no iba a suceder nada entre nosotros?

Fui incapaz de reprimir una sonrisa cuando escuché unos pasos detrás de mí. Venía conmigo.

Me senté en el sofá, me arropé con la manta que había utilizado hasta entonces, y tomó asiento a mi lado.

– ¿Y tú por qué te pones tan mal?

– Eso me gustaría saber. 

– ¿No tomas nada para el dolor?

– Lo hago, pero no siempre funciona. ¿Alguna pregunta más? –Comenté, divertida.

Y alucinada por su evidente interés.   

– Creo que no. ¿Qué pasa, me estás echando?

– No, pero según tus estúpidas reglas no pintas nada aquí. No vamos a tener sexo, siento desilusionarte.

Me tumbé en el sofá y me abracé a un mullido cojín que cumplía todas las funciones de un buen peluche. Louis se levantó. Y la desilusión fue mía.

– ¿Te llamo dentro de tres días, entonces?

Desencajé la mandíbula y cerré los ojos para no tener que enfrentarme a los suyos. No quería hacerle ver que me importaba. Nunca más.

Estúpidas reglas y estúpido Tomlinson. Y estúpida yo.

Empezó a reír y lo miré malhumorada sin comprender qué le hacía tanta gracia. No me dio tiempo a decir nada: se sentó junto a mí, moviéndome para poder hacerlo, y se inclinó para besar mi mejilla derecha. Después buscó mis labios. No se los ofrecí, pero tampoco rechacé su contacto. Ya había aprendido que no podía hacer tal cosa.

– Estás cansada, deberías irte a la cama.

– ¿Ahora eres mi padre? –Pregunté, todavía dolida.

– De eso nada, tu padre no te hace las cosas que te hago yo – frunció el ceño–. O eso espero, claro –añadió, haciéndome reír–. ¿Quieres que te lleve a la cama?

– No, tranquilo –susurré.

– Ven aquí, sé que te encanta.

Sus brazos se colaron por mi espalda y me levantó sin demasiado esfuerzo. No pude decir nada. Me acurruqué en sus brazos, esperando que ese momento durase más de lo que sabía que me iba a durar, y me dediqué a mirarle. ¿Cómo de estúpida podía llegar a ser una persona para hacer daño a alguien como él? Empezaba a ser evidente la cantidad de cosas que guardaba dentro de sí mismo y era muy grande la rabia que sentía al pensar que quizá nunca nadie pudiera disfrutar de ellas sólo porque en algún momento salió herido de una relación.

Me dejó sobre la cama y se tumbó a mi lado. Aferró mi rostro y posó sus labios en los míos. Me besó despacio, pero pronto lo aceleró todo. Empezó a preocuparme el rumbo que estaba tomando eso cuando sus manos abandonaron mi cara y se posaron sobre mis muslos.

– Si quieres... –Me interrumpió con un beso–. Te repito... –Otro más–. La parte esa de que... –Un tercero, más duradero–. No vamos a tener sexo.

No contestó. Siguió besándome como si no hubiera dicho nada, como si no lo hubiera escuchado o como si no le importara. Sólo se separó de mí cuando nuestros pulmones empezaban a pedir un respiro. No quería que se marchara y, además, estaba convencida de que él tampoco quería hacerlo incluso aunque empezara a mostrarse incómodo. Se revolvió sobre sí mismo y se separó de mí un par de minutos más tarde. No pude controlar la necesidad de aclararle que podía quedarse tanto tiempo como quisiera; era estúpida esa idea de que más allá del sexo todo era seriedad y compromiso. Podíamos pasar un buen rato sin necesidad de tener ninguna de esas tres cosas.

– No entiendo por qué huyes de mí –quedó pasmado, bloqueado–. Por mucho que me llegases a gustar, y tampoco me gustas tanto –puntualicé–, jamás tendría una relación seria contigo. Ni siquiera me lo plantearía a mí misma, mucho menos te lo plantearía a ti. No tienes que huir si te apetece quedarte, puedes hacerlo sin temer que espere algo más de ti.

Me miró descolocado.

– ¿Nunca tendrías una relación seria conmigo? ¿Por qué?

Pestañeé un par de veces, absorta en sus ojos azules y sin saber bien qué decir. 

_________________

¿Os gusta que Louis empiece, poco a poco, a ceder o preferís que siga siendo frío y autoritario?

Capítulo dedicado a Vejb11 :)

¡Mucho amor!

Twitter: @LookAfterYou28


Продовжити читання

Вам також сподобається

3.7K 378 10
VP|| un hilo rojo y seis vidas pasadas └>Terminada. └>Idea totalmente mía, no se permiten copias ni adaptaciones. └>Inicio y fin: 21/09/20 └>créditos...
Divergente ( Cuatro ) Від palomacervantesreus

Наукова фантастика

8.4K 209 6
Cuatro es de asodia y es el instructor de los iniciados. Y conoce a Tris y empiezan a enamorarse .
60.2K 7.3K 30
Ace protege algo precioso, algo de lo que nunca, NUNCA se separa. Cuando conoce a Sabo y se convierte en su mejor amigo, su precioso objeto que lleva...
137K 8K 15
El maldito NTR pocas veces hace justifica por los protagonistas que tienen ver a sus seres queridos siendo poseidos por otras personas, pero ¿Qué suc...