More than this | Fan-fic de L...

By judiLimon

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"Nuestros ojos chocaron por sexta vez en la noche y me estremecí. ¿Qué había en ellos? ¿Estaba viendo deseo e... More

More than this
I. Miradas
II. Nunca había hecho esto
III. Cuenta hasta diez
IV. Sabes perfectamente la respuesta
V. Me gustaría mucho que fuera contigo
VI. Calma, preciosa
VII. Dime si quieres que me quede
VIII. ¿Eso es humillante?
IX. Desnúdate
X. Creo que somos muy parecidos
XI. No voy a llevarte a ninguna parte
XII. Esto es muy intenso
XIV. ¿Por qué eres así?
XV. Lo prometo
XVI. ¿Y si se quedaba conmigo?
XVII. Poniéndome a prueba
XVIII. Puedes hacer lo que quieras conmigo
XIX. No eres tan duro como aparentas
AVISO
XX. Mía
XXI. Algo que he querido hacer para ti
XXII. El cuartel general
XXIII. Mucho, pequeña
XXIV. Hasta que me besó
XXV. ¿Qué me estaba pasando?
XXVI. Miedo
XXVII. Confía en mí (1/3 maratón)
XXVIII. No lo permitas (2/3 maratón)
XXIX. Gracias por cuidarme (3/3 maratón)
XXX. Especial
XXXI. Necesitaba sentirla mía
XXXII. A su lado
XXXIII. Querida
XXXIV. ¿Lo has hecho por mí?
XXXV. No quiero que nos vayamos ninguno
XXXVI. A cada paso que daba sin él
XXXVII. El muro, la fuerza y la valentía
XXXVIII. Tuyo
XXXIXL. Sólo sexo
XL. Ganamos los dos
XLI. Historia de amor
XLII. Blanco o negro
XLIII. No puedo
XLIII. Negro
XLIV. ¿Por qué no podía dejarme sola?
XLV. Haz conmigo lo que quieras
XLVI. Paraíso
XLVII. La decisión
XLVIII. Y siempre lo voy a ser | FINAL |

XIII. Nunca

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By judiLimon

Jueves 13 de marzo de 2014

Alice

Que Louis entrase en mi piso con mi completo consentimiento fue una novedad en nuestra no-relación. Avanzó dos pasos al tiempo que yo los retrocedía, sin dejar de clavar en mí esa mirada penetrante que parecía estar adivinando todo lo que se escondía en el interior de una persona. Llevaba tres días sin luchar con ella y en cierto modo la había echado de menos.

Apoyó sus manos en mis hombros e inclinó la cabeza ligeramente hacia mis labios, dejando entre nosotros una minúscula distancia. Pronto entendí que con aquel gesto no estaba pidiendo permiso para besarme, tampoco estaba tanteándome: sólo estaba jugando.

– ¿Te diviertes? –Pregunté, ante su inmovilidad.

Sus labios estaban muy cerca de los míos y la tentativa de probarlos después de tres días crecía en mi interior a medida que pasaban los segundos.

– Quiero que me beses tú –respondió, divertido–. Quiero que lo hagas tú.

Giré la cabeza y conté hasta diez. Sólo estaba jugando conmigo, pero como ya me había demostrado anteriormente no había nada de malo en su forma de jugar. Por eso controlé mi carácter, mi primer impulso de mandarle a paseo por tratar de tenerme suplicando. Por eso, volví a girar de nuevo la cabeza y presioné mis labios contra los suyos.

Sostuvo mi cara con rapidez y me devolvió el beso sin contemplaciones, demostrándome lo mucho que deseaba hacerlo. Nuestras lenguas se entrelazaron en una pelea incansable y sólo lo detuve cuando empezó a faltarme el aire. Separé nuestros labios y posé mis ojos en su cuello, justo a mi altura. Besó con delicadeza mi frente mientras acariciaba el contorno de mi rostro, un gesto al que se estaba acostumbrando.

– Me alegra que me hayas llamado –comentó, con esa seguridad que me encandilaba y desesperaba por igual.

Había sido muy fácil decidirme a hacerlo. No había habido miedos, ni vergüenzas, ni todas las sensaciones que pudieron haberme dominado en un principio. Sólo ganas y convencimiento de que después de un largo día de trabajo me vendría muy bien relajarme a su lado.

Rodeó mi cintura con sus brazos y me besó de nuevo, con frenesí. Seguíamos junto a la puerta y decidí tirar de él hacia el interior del piso, consciente de que era capaz de proponer que lo hiciéramos ahí mismo. Lo conduje hasta el sofá y esperé a que se sentara, con una clara idea en mi cabeza de cómo manejar la situación a partir de entonces. Se recostó contra los mullidos cojines y permanecí de pie, con los brazos caídos, mirándole.

– ¿Qué? –Preguntó, levantando una ceja.

Apoyé una rodilla en el sofá y acto seguido la otra, cada una a ambos lados de sus piernas. Me erguí hasta quedar a más altura que él y lo observé desde arriba.

– Nada –sonreí.

Trasladó sus manos a mis caderas y me dejé caer sobre sus piernas. Días atrás no me había permitido estar a horcajadas sobre él pero en esos momentos no habría manera alguna de que pudiera impedirlo. La sensación de tenerle bajo mi cuerpo era muy agradable.

Acerqué mi pecho al suyo y aferré su rostro para poder juntar nuestras bocas con facilidad y fundirnos así en otro interminable beso. Me uní tanto como pude a su figura y no me fue difícil distinguir el bulto que sobresalía de su pantalón vaquero, demasiado ajustado para disimularlo. Reprimí una risa. Se había encendido con apenas dos besos. Si eso no conseguía que una mujer se sintiera sexualmente poderosa, no se me ocurría qué otra cosa podía hacerlo.

Desde luego, yo me sentía poderosa. Me moví con lentitud sobre él, sintiendo cómo su aliento empezaba a ser cada vez más irregular. Nuestros sexos estaban rozándose, aunque no nos hubiéramos desprendido aún de la ropa, y eso sólo podía significar delirio. Una pérdida absoluta del control sobre lo que hacía. Así era cómo estaba besándome: de una manera delirante y haciéndome perder la cabeza.

Su boca se trasladó a mi cuello y lo mordisqueó sin ningún tipo de delicadeza algo que, sorprendentemente, agradecí. Lo quería todo de él y lo quería ya. Me desprendí de mi jersey cuando introdujo las manos por debajo de éste; no necesité que me pidiera hacerlo, ni siquiera una insinuación por su parte. Me miró asombrado y ambos sonreímos. Dirigió sus labios a mis pechos de manera automática, apartando el sujetador con algo de dificultad. Finalmente, se desprendió de él. Clavó su mirada en mis senos y se mordió los labios.

– Joder, Alice...

Me tumbó en el sofá con un rápido movimiento que no adiviné. Se colocó sobre mí, me hizo flexionar una pierna y aferró mis muslos con ardor. Sus ojos también ardían. Y sus labios. Y pude comprobar cómo nuestros cuerpos también lo hacían cuando nos quedamos sin ropa, en un abrir y cerrar de ojos. Volvió a dejar caer su peso sobre mí una vez que esto sucedió e hizo descender sus dedos hasta mi sexo. Pellizcó mi clítoris y di un bote en el sofá provocado por la molestia y el placer que me había producido su gesto. Fue molesto, sí, pero muy agradable al mismo tiempo. Trazó círculos alrededor de todo mi sexo y me esforcé por acceder a su miembro y aprisionarlo entre mis manos, moviendo éstas arriba y abajo en torno suyo. Dejó escapar un gruñido cuando mi velocidad aumentó y sostuvo mis muñecas.

– Más despacio o terminaré ahora mismo.

Reí. Él sabía cómo hacerme disfrutar, de acuerdo, pero yo también estaba aprendiendo cómo hacer que enloqueciera. Ignoré sus palabras y mantuve el ritmo inicial; arriba y abajo, arriba y abajo, arriba y abajo. Dejó caer la cabeza sobre mi hombro y gimió de nuevo.

– Para, Alice... ¡Para! –Se movió inquieto y volví a reír. Finalicé la presión en torno a su erección y se incorporó–. Tú lo has querido... –Dijo, sin apenas aliento–. Se acabó la fase de grupos, pasamos directamente a la final.

Estallé en carcajadas y observé, tumbada todavía, cómo se sentaba y se agachaba para coger sus pantalones. Extrajo de ellos un preservativo y me levanté veloz, entendiendo que realmente íbamos a pasar a la final de las finales. Se lo arrebaté de las manos y me miró extrañado.

– Deja que te lo ponga yo.

Negó con la cabeza.

– No me toques más o no podré darte lo que quieres.

Adosé la mano en su pecho con firmeza y lo hice echarse hacia atrás hasta que quedó recostado.

– ¿No te gusta que te toque?

Me acerqué a él y dejé un tosco beso en sus labios mientras rozaba con mi mano derecha su imponente miembro. Gruñó de nuevo.

– Dios, Alice, me encanta que me toques.

Abrí el preservativo con los dientes ante su atenta mirada y lo saqué de su envoltorio. Repasé el perfil de su sexo con mi dedo índice y ancló una mano en mi espalda, prácticamente arañándome.

– Qué débil estás hoy... –Sonreí.

Inhaló aire y me dejó ver una preciosa sonrisa. Deslicé el preservativo a lo largo de su pene con sumo cuidado y jadeó cuando llegué al final de éste. Casi al instante, apoyó las manos en mis caderas y trató de tumbarme de nuevo.

– No –me negué.

Quedó paralizado, sin entender a qué me refería. Conseguí que se recostara de nuevo e intenté subirme encima de él. Me detuvo con un movimiento seco, apoyando su mano en el final de mi tripa y evitando que modificara mi postura. Nos miramos durante unos segundos en los que no supe bien qué decir.

– Túmbate –susurró.

– No. Quiero estar encima de ti –fui clara–. Quiero que lo hagamos así.

– Yo también quiero estar encima de ti, preciosa.

Fue autoridad lo que había en sus palabras.

– Hoy vamos a hacerlo a mi manera –exigí.

– No, Alice –fue rotundo.

Muy rotundo. Quizá demasiado.

Volví a contar hasta diez en un intento por huir de una mala contestación que sin duda se merecía.

– No me hagas enfadarme...

Aprovechó mi bajada de guardia y consiguió que acabara tumbada bajo él tras un ágil movimiento, igual que había hecho con anterioridad. Separó mis piernas sin encontrar impedimento por mi parte y se introdujo en mí con una firme embestida.

– Quiero hacerte esto. Quiero hacerte gritar.

Lo hice. Quisiera o no, mi cuerpo reaccionaba así ante sus acometidas. Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis... Una detrás de otra. Todas con fuerza.

– Esto es lo que quiero –jadeó, sin dejar de clavar sus ojos en mí.

Congeló momentáneamente sus movimientos y salió de mi interior con delicadeza. Se echó hacia atrás, cogió una de mis piernas y la alzó hasta colocarla sobre su hombro. Volvió a adentrarse en mí, con más fuerza, y no tardé más de un par de minutos en alcanzar el orgasmo.

Louis se desplomó sobre mí cuando también llegó a él. Mordió el lóbulo de mi oreja mientras trataba de recuperar una cierta calma y me revolví bajo él por la corriente de electricidad que me había dominado durante unos segundos. Enredé mi mano derecha en su pelo y le acaricié la cabeza, satisfecha después de lo que acabábamos de vivir.

Pero también algo contraída. ¿Por qué no podíamos hacerlo como yo quería? ¿Sólo se había dado en aquel momento o nunca me iba a permitir estar sobre él? ¿Qué problemas tenía al respecto?

¿Por qué tenía que despertar tantas preguntas en mí?

– Eh –capté su atención al pronunciar ese monosílabo y levantó la cabeza–. ¿Qué te pasa?

– ¿Te refieres a por qué no consigo respirar con normalidad? Bueno, resulta qu...

– No –le corté, haciendo que frunciera el ceño–. ¿Por qué no me dejas estar encima de ti?

– Oh.

Ese "oh" significó "genial, ¿por qué te metes dónde no te llaman?". Salió de mí con algo menos de cuidado del que había mostrado otras veces, se sentó y buscó un pañuelo entre los bolsillos de su pantalón. Me incorporé yo también y, sin moverme del sitio, doblé las rodillas y me abracé a mí misma, quizá tratando de cubrir mi desnudez.

– Louis, ¿puedes contestarme? –Pregunté, con toda la dulzura que fui capaz.

– No me gusta –respondió, sin mirarme.

– Ah, o sea que se trata de otra de tus reglas tipo "no llevo a nadie a mi casa". Es eso, ¿no?

– Sí, es eso.

Envolvió el preservativo en un pañuelo y lo dejó en el suelo. Cogió sus boxers, tirados sobre éste, y se puso de pie para comenzar a vestirse.

– No te vayas –pedí, de manera sincera.

Me miró desde su posición y asintió. Volvió a sentarse sin ponerse más prendas en el cuerpo. Me deslicé por el sofá hasta llegar a él y pasé mis piernas por encima de las suyas, quedando sobre éstas, con mi cuerpo recostado a su lado izquierdo. Apoyé la cabeza en su hombro y protesté internamente cuando no sentí ningún roce por su parte.

– ¿Por qué te no te gusta? –No contestó. Dejé transcurrir los segundos sin obtener ninguna respuesta por su parte y suspiré–. ¿Te has prohibido a ti mismo hablar de ello?

– No veo la necesidad de hablarlo.

– Digamos que es una manera de paliar mi curiosidad –giró su cabeza y me miró. Me encogí de hombros–. Soy muy curiosa, qué le vamos a hacer. Me intereso por todo y quiero saberlo todo.

– Hay cosas que no puedes saber.

– No me digas que esta es una de ellas –enarqué una ceja y levanté la cabeza para que pudiéramos mirarnos con más facilidad–. ¿Encierra algún secreto de Estado? –Pregunté, divertida, haciendo que sonriera.

– Simplemente no me gusta.

– Eso ya lo has dicho. Lo que te estoy preguntando es por qué no te gusta.

– Implica dominio –respondió, para mi sorpresa. Me quedé inmóvil, a la espera de que añadiera algo más–. También implica control. No me gusta sentirme dominado ni controlado –enmudecí ante su respuesta. No retiró su mirada de mí y posó sus manos sobre mis piernas–. Nunca he tenido que dar explicaciones al respecto, te pediría que no me las exigieras.

No hubo exigencia en su voz, todo lo contrario; casi pude percibir deseo de comprensión, de que me pusiera en su lugar. Recordé la mención que había hecho hacía unos días acerca de que no quería abrirse a nadie e hice una mueca pensando en la cantidad de temas que no podría hablar, en ese caso, con él.

Pero me recompuse al instante, comprendiendo que podría obtener información de otra forma.

– ¿Y qué te gusta hacer? –Pregunté, toda inocencia.

Me observó con diversión por primera vez desde que habíamos iniciado la conversación.

– Me gusta hacerte gritar.

Sonreí ante ello.

– ¿Qué más?

– Me gusta controlar lo que pasa a mi alrededor.

Lo miré confusa.

– ¿Te refieres en asuntos de cama o...?

– Sí. Me refiero al sexo. No me gusta sentir que alguien puede tener control sobre mí –repitió–, así que nunca dejo que lo tengan.

– ¿Nunca?

– Nunca.

Pestañeé varias veces.

– ¿Nunca has dejado que nadie esté sobre ti?

– No, nunca.

– No me lo creo.

– No lo hagas si no quieres. No tienes por qué hacerlo, en realidad, pero estoy siendo sincero. No me gusta.

Atrapé un par de mechones que caían por mi frente y los coloqué tras mis orejas, dejando mi cara al descubierto, probablemente bañada de una expresión de sorpresa. ¿Nunca?

– Mmm... ¿Eres consciente de que si lo probaras probablemente te gustaría?

– Sí, lo más probable es que me guste.

Tomé aire para realizar la siguiente pregunta.

– ¿Me dejarás algún día ha...?

– No –me cortó.

– ¿Nunca?

– Nunca.

Le mostré uno de mis mejores pucheros sin olvidarme de bromear y tratando de no mostrarme demasiado abatida. Realmente me dolía pensar que nunca iba a poder tenerle bajo mi control. Bajo mi dominio.

– Qué desilusión –sonrió, pero no añadió nada–. ¿Qué más te gusta hacer?

Su sonrisa se volvió más amplia y pasó su mano izquierda por detrás de mi nunca. Me regaló una caricia mientras seguía mirándome con intensidad y consiguió, incluso, ponerme nerviosa.

– Me gusta probar cosas nuevas.

– No todo –rebatí, aludiendo a su anterior negativa a que alguna vez lo hiciéramos conmigo misma como persona dominante.

Rió.

– Tienes razón. Todo, menos eso –guiñó un ojo y miró al frente–. Me gusta probar cosas nuevas y me gusta conocer gente nueva que pueda aportarme esas cosas nuevas. Me gusta la libertad.

Comprendí que no iba a enumerar nada más y pasé a la siguiente pregunta.

– ¿Y qué no te gusta?

– No me gusta la timidez, la vergüenza o el miedo –me miró de tal forma que comprendí que eso, en parte, se dirigía a mis dudas iniciales–. No me gusta que haya sentimientos de por medio ni me gusta que se confundan las cosas. No me gusta dar explicaciones a nadie. Y, como ya sabrás, tampoco me gusta hablar de esto –me advirtió.

Asentí, sabiendo que tenía que dar por finalizada la conversación antes de que él terminara con ella de una manera brusca por haber agotado su paciencia. En cualquier caso, había obtenido mucho más de lo que en un principio creía.

– Vale, una última pregunta –tragué saliva. Conocía la respuesta y, sin embargo, estaba tremendamente tentada de formularla y poder oírla de su boca–. Te acuestas con otras chicas, ¿verdad?

– Sí –respondió, al instante–. ¿Te sorprende?

– No, me lo esperaba.

Claro que lo esperaba.

– Tú también puedes acostarte con otros.

Enarqué una ceja. ¿Me estaba dando su bendición para que lo hiciera? No la necesitaba.

– Lo sé, no necesito tu permiso.

– Exactamente.

Rozó mi nariz con su dedo índice y se inclinó para besarme. Le correspondí de buena gana pero algo aturdida por la conversación que acababa de surgir entre nosotros. No quería dar ningún tipo de explicación a nadie y sin embargo a mí ya me había dado más de una desde que esto había empezado. No quise sentirme diferente a las demás, pero no pude evitarlo. ¿Cómo sería con el resto? ¿Se comportaría igual que conmigo?

– Deja de pensar mientras me besas... –Susurró, alejándose unos centímetros de mí, advirtiendo mi distracción–. Bésame y punto. Eso también me gusta.

– ¿Te gusta que te bese? –Pregunté, algo avergonzada, temiendo haberle entendido mal.

– Sí. Eso me encanta.

Sonreí. A mí también me encantaba.


Viernes 14 de marzo de 2014

Alice

Entré en la librería con un par de cafés en mi mano y me encontré con la gran sonrisa de Thomas. Junto a él, una mujer morena, alta y elegante, apoyaba la mano en su hombro. Al lado de ésta, un hombre aún más imponente me miraba con interés. Caminé hasta ellos algo intimidada.

– Alice, querida, te presento a Katherine, mi hija mayor.

– ¡Oh! –Exclamé, entendiendo todo. Dejé uno de los cafés sobre el mostrador y le tendí la mano–. Es un verdadero placer.

– Igualmente. Mi padre habla maravillas de ti –comentó, con una sonrisa.

– Seguro que muchas menos de las que yo hablo de él –aseguré, provocando que todos rieran.

– Él es Benedict, mi marido.

Estrechamos nuestras manos sin que retirara sus ojos de mí y me volví chiquitita. Me sacaba casi una cabeza y media, lucía un distinguido traje azul marino que combinaba con sus ojos, de un tono más claro pero azules igualmente. Unos preciosos rizos negros poblaban su cabello y me fijé en el buen perfil que tenía cuando miró de nuevo a su mujer.

– Alice –volteé la vista hacia Katherine cuando pronunció mi nombre y me miró con amabilidad–, ¿te importa acompañarme un momento al almacén?

– Claro, vamos.

Asintió y comenzó a andar. Dejé mi café apoyado junto al otro y entrelacé mis manos cuando comencé a seguirla, algo nerviosa. ¿Qué querría decirme? ¿Estaba despedida tan solo una semana y media después de ser contratada?

Caminamos en silencio hasta el almacén. Abrió la puerta de éste, me dio paso y cerró cuando entró.

– Mi padre está muy contento contigo –comenzó, para mi alivio–, así que supongo que podemos contar contigo realmente –arrugué la frente, sin comprender a qué se refería–. Sus problemas de espalda han vuelto –explicó–, y como tiene la cabeza realmente dura se niega a dejar a un lado la librería. Ha invertido toda su vida en este lugar y comprendo a la perfección que no piense en la posibilidad de abandonarlo, pero se va haciendo mayor y eso se nota. Lleva dos días encorvado, ¿no te has fijado?

– Sí, sí. He intentado ayudarle en todo lo que he podido pero...

– No me digas más, no te dejaba.

Reí ligeramente.

– Exacto.

– Como ya te he dicho, tiene la cabeza muy dura. Siempre asegura que no tiene a quién dejar la librería pero Benedict y yo venimos por aquí muy a menudo, siempre que nos necesita, y podríamos sacar tiempo para venir muchas más veces –hizo una pausa–. Eso es precisamente lo que quería comentarte. Nos vamos a mostrar mucho más tajantes con mi padre, prohibiéndole incluso venir en el caso de que veamos que un día se levanta muy desmejorado. No queremos que sus problemas empeoren y si la única manera de evitarlo es prohibírselo... lo haremos. Así que nos tendrás por aquí con mucha frecuencia, siempre que saquemos un rato –asentí y sonrió–. Seguro que congeniamos.

– Seguro que sí.

Alargamos la conversación un par de minutos más y, para mi desahogo, me encontré con una persona muy amable, muy educada y muy simpática. Había mucho de Thomas en ella, sin duda. Ambos poseían el don de gentes, así que estuve encantada de tener que tratar con ella también a partir de entonces.

Regresamos con Thomas y el marido de Katherine, que debatían enérgicamente acerca de cuál había sido la mejor etapa de Shakespeare. Podría haber participado en esa disputa, pero preferí mantenerme al margen.

Thomas reclamó la presencia de su hija en la parte posterior de la librería, para explicarle cómo estábamos colocando los nuevos libros que nos iban llegando de autores prácticamente desconocidos hasta el momento. Supuse que estaba aceptando poco a poco que tendría que pasar el relevo más temprano que tarde a su hija mayor. Pensar en Thomas de aquella manera me entristecía: su vida estaba allí, ¿cómo abandonarlo sin abandonar, precisamente, la vida?

Me coloqué detrás del mostrador y eché un rápido vistazo al ordenador, buscando si durante mi ausencia en busca de los cafés habíamos tenido alguna venta.

– Thomas nos ha hablado muy bien de ti –una voz grave llegó hasta mis oídos y reparé en la presencia de Benedict, a pocos pasos de mí. Se acercó con las manos en los bolsillos de su pantalón–. Nos ha dicho que sabes tratar a los clientes como nadie, que te desenvuelves como pez en el agua con libros de hace cinco siglos y que llevas una semana y media llamándole de usted. Eso lo odia.

Reí ante su último comentario y él hizo lo mismo.

– En realidad, estoy intentando corregir esa última parte de tu observación.

– ¿Quieres otra observación más? –Apoyó las manos en el mostrador, frente a mí, y se inclinó hacia adelante. Sus ojos azules brillaron y cambié la expresión, algo confundida por esa situación–. Nos ha hablado maravillas de ti, sí. Pero se le había olvidado mencionar lo guapa que eres.

Me turbó, por completo. Apreté los labios, incapaz de decir nada y retiró su peso de la cristalera donde atendíamos a los clientes. Metió de nuevo las manos en los bolsillos, concentró su mirada unos segundos más en mí y se encaminó, supuse, hacia el lugar donde estaba su suegro y su esposa.

Mantuve la vista al frente, aturdida como pocas veces antes lo había estado. ¿Qué había sido eso?

__________________

¡Hola! :) ¿Cómo estáis? ¿Qué os parece? Estoy deseando leeros, como siempre.

Capítulo dedicado a Basque_1d, porque tus comentarios me dan vida :)

Mucho amor para todas, preciosas xxx

Twitter: @LookAfterYou28

Si tenéis alguna duda, alguna pregunta, o simplemente queréis comentarme algo, podéis hacerlo aquí: http://ask.fm/LookAfterTomlinson :-)

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