Acuerdos [Vol1] [Trilogía Re...

Od Steysi_98

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Trilogía Relaciones Tóxicas Primera Parte (VOL 1) En un universo de lujos y sombras, ella es una joven here... Více

¡ATENCIÓN!
Sinopsis
Prólogo
Personajes
~Portadas~
~Portada~
Mockup
~Booktrailer~
Corte Informativo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Epílogo

Capítulo 14

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Od Steysi_98

Sebástian Fantiny

La observaba con atención, cada uno de sus movimientos capturaba mi mirada. En un instante, sus piernas flaquearon, y por poco cae, pero sus ojos y los míos se conectaron de una manera que podría describirse como la visión de su alma y la mía.

Un breve lapsus de distracción y sus delicados labios estaban sobre los míos. Se apartó, disculpándose, pero en ese momento, esperaba una reacción así o diferente. Le he entregado toda mi confianza, y ella se avergüenza por un beso.

—Confío en ti —me dijo, tomando mis manos.

Su cuerpo, sus labios y su mirada me hablaban en un lenguaje claro: anhelaban que mis labios la devoraran, que olvidáramos todo y nos encontráramos en un beso. La atraje hacia mí para abrazarla de nuevo, pero esta vez le obsequié un pequeño pero sensual beso. Ella respondió, su cuerpo rozando el mío, despertando una urgencia insaciable en mí, la necesidad de estar con ella, de romper la cama o cualquier otro objeto cercano, era abrumadora.

¿Por qué con ella? ¿Por qué me siento tan vulnerable?

Todo era extraño. Continué besándola, explorando cada rincón de su cuerpo, que ahora sería mío. En ese dulce y deseado momento, deduje que se estaba entregando por completo, ya no había contratos ni acuerdos.

Su rostro era angelical, cálido, y a la vez, provocador.

Éramos solo ella y yo en ese instante, el tiempo se detuvo, los minutos y segundos dejaron de existir. Sentía cosas que nunca había experimentado con ninguna otra mujer.

Era hora de comenzar la fiesta.

La cargué y ella rodeó sus piernas en mi cintura.

—Quiero... —murmuré mientras besaba su cuello—, que no tengas miedo y te entregues a mí.

Mis labios recorrían su cuello con desesperación, acercándome a ella, sintiendo mi erección contra su cuerpo. Su respiración se aceleraba gradualmente. La excitación me consumía y ardía en mi piel, una extraña calidez y comodidad emanaba de ella, una sensación tranquilizadora y relajante.

—Eres tan hermosa —le dije.

La tumbé en la cama con destreza, quitando sus ajustados jeans con habilidad. Ella permanecía en silencio, y yo no permitiría que dijera una palabra. La besé apasionadamente, sus labios tibios y dulces, su lengua jugando con la mía, aumentando el deseo de poseerla por completo. Despojé su cuerpo de toda su ropa, quedando solo sus bragas por retirar. Su piel seguía erizada, y al morder su labio, un ligero gemido escapó de sus labios.

Un gemido que excitó aún más al Sebastián erótico que estaba a punto de liberarse. Ansiaba dominarla, estar dentro de ella y embestirla con pasión, saciarme de su piel inocente una y otra vez.

—Yo... —comenzó a decir, pero no le permití continuar, sellando sus labios con los míos.

Ella sonrió, y yo continué con mi dulce pero excitante tortura, descendiendo hasta llegar a sus bragas. Con delicadeza, las fui quitando con mi boca, dejándola completamente expuesta y a mi merced. Abrí sus piernas, preparando el terreno para cuando estuviera dentro de ella, quería que se sintiera cómoda y lista para mí. Una amalgama de sensaciones invadía mi cuerpo, necesitaba ser uno solo con ella, saborear su sexo con mi lengua, presionar sobre él mientras sentía sus manos enredadas en mi cabello.

—¡Quiero devorarte por completo! Comenzando justo aquí... — Mis palabras se deslizan entre jadeos entrecortados.

—¡Detente, por favor! — Su voz se quiebra mientras cierra las piernas con firmeza.

—¿Por qué?

—No lo sé, pero... no lo hagas.

—Has dicho que confías en mí, ¿no es así?

—Sí, pero es que...

—Déjate llevar, confía en mí.

Mi lengua traza círculos mientras acaricio su clítoris repetidas veces, solo dejando escapar gemidos de su boca.

Aunque ella proteste.

La excitación y el tormento se entrelazan para ella al ver cómo se retuerce de placer. Y, para ser sincero, también estoy ansioso por estar dentro de ella.

Cuando noto que está lo suficientemente húmeda, me deshago de mi ropa y la aparto a un lado de la cama. Me coloco encima de Samira, quien cubre sus ojos con las manos. No permitiré que me prive de ver su rostro cuando esté dentro de ella; quiero capturar cada expresión, incluso sus gritos.

—Quiero contemplar tu rostro cuando te posea. — Mi voz susurra en su oído. —Quiero escuchar tus gritos pronunciar mi nombre con fuerza.

Sus piernas se enroscan alrededor de mi cintura, y comienzo a moverme sobre ella, golpeando su sexo con mi erección. Sus manos se aferran a mi espalda y sus gemidos comienzan a resonar en la habitación. Con delicadeza, me adentro en ella, sintiendo una presión abrumadora que me hace perder el control. Su estrechez es exquisita y tortuosa al mismo tiempo, y me regocijo en el hecho de que sea toda mía. Sus ojos reflejan un cóctel de deseo y ternura mientras su excitación la consume por completo. Mis palabras solo avivan su fuego interior. Mantengo mi mano cerca de su rostro, atento a cada gemido, hasta que, finalmente, cierra los ojos y libera un grito estruendoso, y me veo obligado a detenerme.

He cometido un error de proporciones descomunales.

El eco de su grito aún resonaba en mis oídos, un grito desgarrador que cortaba el aire como un cuchillo. ¿Qué había hecho? ¿Cómo pude ser tan torpe?

Me invadía el temor mientras contemplaba su rostro, ahora contorsionado por el dolor y la sorpresa. Samira, la delicada Samira, estaba sufriendo por mi imprudencia.

¿Acaso soy tan inepto en esto?

Es mi primera vez, sí, pero olvidé por completo que ella era virgen. O al menos, lo era hasta hace unos instantes.

O quizás aún lo sea.

No he completado la penetración, entonces ¿cómo puedo estar seguro? Su grito, entonces, debe haber sido una reacción a la presión, a la invasión abrupta en su cuerpo, algo tan desconocido como incómodo para ella.

— ¿Te duele? — pregunté, temblando de temor.

—U— Un poco. — respondió, con la respiración agitada.

— ¿Te lastimé?

—No lo creo. Solo me asusté.

—Casi me da un infarto. ¿Por qué gritaste así?

—Me asusté, lo siento.

—Trataré de ser más delicado.

—Espero que sí.

—Por favor, no grites así, arruinarás el momento.

Sus mejillas ardían y su semblante, a pesar del dolor, seguía siendo hermoso, angelical.

—Samira, si duele, abrázame fuerte. O haz algo para que yo sienta el dolor.

— ¿Para qué? No me lastimaste. Solo me asusté.

—No solo tú debes sentir dolor. Hazlo por favor.

— ¿Y si te hago daño?

—No lo harás, cariño. Confía en mí. No eres tan fuerte como para hacerme daño.

Nos reincorporamos y nuestros labios se encuentran de nuevo.

Sostengo sus manos con ternura mientras me introduzco en ella con delicadeza. Cada centímetro es un éxtasis, una sensación única que me hace desear perderme en ella para siempre. La beso y ella muerde mi labio.

—Eres tan estrecha.

Cuando estoy completamente dentro, me detengo por un momento, permitiendo que se acostumbre a la sensación de mi presencia en su interior. La contemplo mientras lucha por contener el aliento. No puedo evitar dejarme llevar por el ritmo de su respiración. Le doy un beso lleno de gratitud por el placer que me regala.

Sus ropas caen al suelo, abro sus piernas y la penetro con pasión.

—No sabes cuánto he deseado esto —confieso, mientras nuestros labios siguen unidos en un beso apasionado.

Estoy seguro de que está disfrutando tanto como yo.

Siento algo nuevo dentro de mí, una sensación embriagadora y única. Cuando percibo que se ha acostumbrado a mi presencia, comienzo a moverme con suavidad, mis embestidas son delicadas y lentas. Escucho mi nombre escapar de sus labios con dificultad, lo que me hace desesperar un poco. La embisto con fuerza y la escucho gritar.

Su cuerpo se cubre de sudor.

No protesta, así que incremento la intensidad y la embisto con más fuerza, una y otra vez, hasta sentir cómo se contrae a mi alrededor. Me abraza con fuerza, su primer orgasmo es un regalo divino.

Gime y gime, mordiéndose el labio, me presiona contra ella y sus uñas arañan mi espalda.

El dolor es insignificante, esto es más que increíble.

Está empapada y me detengo un momento. Nos miramos, llenos de pasión, y no puedo evitar sonreír.

Samira Rockefeller

Sebástian se adentraba en mí con una intensidad avasalladora, como si un fuego infernal se desatara en lo más profundo de mi ser. Aunque, en mi ingenuidad, había imaginado que el dolor sería pasajero, nada más lejos de la realidad. Cada centímetro de su entrada en mí se tradujo en un tormento que desgarraba mi alma, y mi grito desgarrador resonó como un lamento perdido en la oscuridad.

Sus ojos, reflejos del asombro y la confusión, me devolvieron una mirada que presagiaba el horror que yo misma enfrentaba. Traté de minimizarlo, de decirle que era solo un susto, pero las grietas en mi voz delataban la verdad que no quería admitir. El miedo psicológico se sumaba al físico, exacerbando la agonía que compartíamos en ese momento.

Luego, en un gesto de consuelo, Sebástian selló mis labios con los suyos, deteniendo sus movimientos para calmar mi agitación. Mi cuerpo temblaba sin control, cada fibra en tensión, mientras la vergüenza teñía mis mejillas de un rojo ardiente, invisible pero palpable en la penumbra.

Pasaron minutos, apenas dos, y Sebástian reanudó sus movimientos con una delicadeza que contrastaba con la vorágine inicial. El dolor cedió, dejando paso a una placidez relativa. Mis gemidos, ahora más de placer que de dolor, escapaban de mis labios sin control, revelando la rendición de mi resistencia.

Esa unión, cruda y pasional, me sumergió en una vorágine de sensaciones indescriptibles. Cada embestida era un eco de éxtasis, una danza en la que perdíamos el control y nos entregábamos al deseo más primitivo.

Nos envolvía el sudor y la fatiga, pero Sebástian persistía con una energía que desafiaba toda lógica. Recuerdo haber mirado su entrepierna antes de que me poseyera, y el terror casi me paraliza. Sin embargo, una vez dentro de mí, su presencia se volvió gloriosa, sagrada incluso.

Sebástian Fantiny

Mientras alcanzábamos el clímax, ella me instó a mirarla fijamente, una petición que me dejó atónito. Pero obedecí, y en ese instante, el orgasmo más intenso de mi vida me embargó, eclipsando cualquier experiencia pasada. Ninguna mujer, ni siquiera las más experimentadas, habían provocado en mí lo que Samira hizo esa noche.

Después de ese encuentro, entendí el verdadero significado del amor físico. Era un éxtasis que desafiaba los límites del placer, un deseo insaciable que anhelaba repetirse una y otra vez. Y en ella encontré la completitud que había buscado sin saberlo, una sensación tan profunda que temía perderla. Samira era mi más, mi todo, y no estaba dispuesto a dejarla escapar.

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