Cuando las flores hablen por...

By AngieBrightside

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Cualquiera dudaría la existencia de una enfermedad provocada por amar sin ser correspondido, y mucho más si e... More

Sinopsis + Nota de autor
Capítulo #1: No todo lo rojizo es sangre
Capítulo #2: Situación incómoda
Capítulo #3: El peor descubrimiento
Capítulo #4: Con tres días de demora
Capítulo #5: Secreto
Capítulo #6: Espectador
Capítulo #7: ¿Cómo decirle?
Capítulo #8: Había que admitirlo
Capítulo #9: Pesares generales de tercer año
Capítulo #10: Decisiones importantes
Capítulo #11: Un cumpleañero no debe estar solo
Capítulo #12: El arte casi perfeccionado de amar en secreto
Capítulo #13: Transición
Capítulo #14: No confíes en las primeras impresiones
Capítulo #15: Respuestas para después
Capítulo #16: Estar para todo momento
Capítulo #17: Un capullo debe florecer
Capítulo #18: Toda la verdad o nada
Capítulo #19: Sugawara Koushi, un tramposo por perder
Capítulo #20: Esperanza fundamentada
Capítulo #21: Nada como una buena comunicación
Capítulo #22: Los indiscretos
Capítulo #23: Deséame éxito, no suerte
Capítulo #24: No es una cita si es casualidad
Capítulo #25: Sin marcha atrás
Capítulo #27: El confidente inesperado
Capítulo #28: Cambio de ambiente
Capítulo #29: Sin restricciones
Capítulo #30: El truco del consejo indirecto
Capítulo #31: Alianzas silenciosas
Capítulo #32: Pensamientos y pensamientos
Capítulo #33: Imparable
Capítulo #34: Gustar vs. Amar
Capítulo #35: Deseos pendientes
Capítulo #36: Todo tiene un inicio
Capítulo #37: Lo que resta por saber
Capítulo #38: Por favor, espérame
Capítulo #39: La única opción es ganar
Capítulo #40: El futuro es una fotografía borrosa
Capítulo #41: Si es rojo, puede ser sangre
Capítulo #42: Adelantos dados por lentitudes
Capítulo #43: La última flor
Capítulo #44: Cuando las flores no tengan más que decir
Hanahaki & Hanakotoba

Capítulo #26: ¡Mi cuerpo está listo!

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By AngieBrightside

Aun con los ojos cerrados, la cantidad de sensaciones percibidas era abrumadora. Había un olor leve y envolvente según se acercase a algo que no podía identificar sin la vista; lo describiría como una mezcla de un cuarto de colonia, un cuarto de ambientadores y una mitad de esencia propia o sudor. Reconocía distintas telas y piel en su tacto, una combinación de frescura y calor que apenas tenía sentido. Incluso su lengua estaba en acción contra una superficie aparentemente lisa y algo salada. Sin embargo, lo más desconcertante era el silencio alrededor, hasta llegaría a creer que había perdido la audición.

Su cerebro no era capaz de enlazar todas esas percepciones con un único todo sin alguna otra pista, por lo que decidió obtener la más obvia: la que sus ojos le darían. Los abrió cuando paró de recolectar sabor y sus labios se separaron de lo que fuese que tocaban, aunque todo lo que captó durante los primeros segundos fue un borrón blanco y de piel clara. Cuando lograron enfocarse, sus párpados se separaron un poco más y, de seguro, sus pupilas se dilataron al mismo ritmo. Sonreía, pero, ¿cómo no lo haría? Acababa de marcar su cuello favorito.

No recordaba cómo había llegado a ese punto; ¿importaba saber cómo alcanzar las puertas del Paraíso cuando ya las abría? Su respiración era laboriosa, mas no como la que le causaban las flores. Era un esfuerzo satisfactorio, de ese que deseaba continuar hasta cruzar la meta, similar a las fuerzas que le permitían moverse a finales del último set de un partido extenuante, mas ese ejemplo se quedaba corto. Además, no era el único en ese estado; la boca a centímetros de la suya estaba hinchada de tantos besos, y a juzgar por el movimiento del pecho al abdomen, era más lo que buscaba aire que lo que buscaba solo contenerlo.

A la falta de sonido, los pequeños espasmos y la rojez adquirida en las mejillas le indicaban que lo estaba haciendo bien, aun si no sabía cómo proceder con exactitud, pues nunca había besado antes, mucho menos con tanta pasión. Una corta quietud para contemplar la mirada en los ojos acaramelados que lo veían con la misma adoración y deseo, una aproximación de bocas muy despacio y a ciegas, un movimiento de sus manos desabotonando prendas y sus oídos por fin funcionaron, aunque el resto pareció colapsar.

La temperatura disminuyó de golpe, y donde esperó novedad no hubo más que la conocida sensación de esas ocasiones en las que no estaba de ánimos para usar su mano. Su boca recién había soltado algo muy seco e inmóvil para ser otros labios; el olor era el de su habitación y propio. No tenía ni una idea aproximada de cómo se debía sentir lo que estaba a punto de hacer, pero estaba seguro de que no era tan insípido como lo que hacía en ese instante, en la realidad. Resignado y con sospechas demasiado claras, abrió los ojos para encontrarse con el decepcionante —más realista— escenario: sus brazos estaban ocultos bajo su almohada, abrazándola; su cabeza descansaba incómoda sobre el colchón, de lado, con su boca entreabierta dejando escapar jadeos; y ni hablar de lo que hacía con la mitad inferior.

Daichi nunca esperó tener tantos celos de sí mismo, y mucho menos de su yo onírico.

Se detuvo, apoyó la frente sobre las sábanas que desordenó solo y suspiró con pesar. Era una injusticia haber despertado en la mejor parte, aunque consideraba que eso era lo correcto, pues descubrir esos placeres en sueños primero no sonaba muy adecuado. Al aún sentir cierta aceleración en su sistema, descendió una mano para comprobar su estado dentro del short de pijama, provocándose un espasmo y un consecuente gruñido desganado. Terminaría solo porque ya había llegado hasta ese punto —inconscientemente, pero lo hizo— y sería una molestia aguardar a suavizarse para volver a dormir o levantarse.

Restregarse contra una almohada grande no era tan satisfactorio ni tan rápido como masturbarse como era más común hacerlo, pero era suficiente cuando la pereza de la somnolencia aún no abandonaba su cuerpo y no había voluntad de cambiar de posición —se preguntaba cómo había acabado así; él no solía moverse tanto al dormir—. El truco para acelerar era aprovecharse de su imaginación. Hasta entonces, habían sido muy pocas las veces en que pensó en Suga de esa manera, ya que se le hacía un tanto complicado e incluso vergonzoso, inhibiéndose en el proceso; sin embargo, con las escenas del sueño aún intactas en su memoria, podía dejar la pena para más tarde.

Una delgada capa de sudor cubría su cuerpo, producto del esfuerzo y el calor que de por sí eran parte de esos momentos; se bañaría en cuanto se levantara de la cama. Escuchaba más su respiración y sus latidos con cada minuto que pasaba. Era una suerte que no fuese tan ruidoso en esas ocasiones; casi todo era jadeos, algunos resoplidos nasales y uno que otro gruñido. Se sentía indecente de solo pensarlo, pero, ¿qué clase de sonidos haría él?, ¿qué tanto cambiaría su voz? Si algo acertado había tenido el sueño, fue el hecho de ser silencioso. No contaba ni con una pista de cómo se expresaría en la intimidad; su fantasía onírica se ahorró el trabajo de inventar el audio. Su conocimiento más aproximado era el de sus jadeos y suspiros en otros contextos, insuficiente para completar la idea.

¿Con cuánta fuerza cerraría los ojos? ¿Qué tan cerca estarían sus cejas de tocarse? ¿Cómo trataría de ser silencioso? ¿De qué manera cubriría su rostro? ¿Cuáles serían sus puntos débiles? ¿Clavaría las uñas? ¿Exigiría más? ¿Diría palabras de amor o palabras obscenas? Se recreaba con las posibles respuestas que venían a su cabeza, haciendo aún más real la fantasía.

Su imaginación era una realidad tan mejorada que la decepción lo golpeó potente al bajar de la nube y percatarse de que se había venido en su short de pijama. Suspiró, estaba más derrotado que nunca. Cada vez que utilizaba ese método, acababa sintiéndose como un perro al que cualquier cosa —viviente o inanimada— que pudiese atrapar entre sus patas delanteras le servía. Por suerte, no ocurrió en el campamento; estuvo a muy pocos días de que así fuera.

En el mundo onírico, Suga y él eran algo. No estaba enfermo, no esperaba por algo incierto. Amaba con correspondencia y acción. ¿Cuándo tendría algo igual? ¿Tendría algo igual? Se suponía que debía sentirse menos frustrado después de autosatisfacerse, pero esa era la premisa más alejada de la verdad en ese instante.

No paró de reflexionar ni mientras se aseguraba de que nadie lo descubriera en el trayecto desde su cuarto al baño; ser sorprendido semidesnudo y con su única prenda sucia en una zona muy fácil de adivinar por qué no figuraba en la lista de formas ideales de empezar un día. ¿Su deseo ya había escalado al plano sexual? ¿Cómo iba a soportarlo? Por maduro que pareciera, aún era un adolescente repleto de hormonas curiosas. No podía simplemente ignorar todas las tentaciones, mucho menos si su propio subconsciente las creaba y se las presentaba.

Había escuchado en alguna parte que los sueños húmedos en una persona virgen no querían decir que deseaba hacer lo soñado con quien fuera el otro protagonista, sino que eran avisos del organismo de que ya estaba preparado para eso, que era el cuerpo quien pedía sexo. Ponerlo de esa manera lo hacía sentir menos culpable de haber usado sin permiso su imagen hipotética para su complacencia. Sin embargo, había un defecto en esa teoría: implicaba un desinterés sexual en el acompañante, y Daichi mentiría si dijera que no le atraía la idea de poseer a Suga de esa manera.

Pensaba, con el agua de la ducha bien fría, en cómo le gustaría llamarlo por su nombre al llegar juntos a la cúspide del placer. ¿Qué tan diferente sonaría su propio nombre en los labios hinchados de besos y mordidas?

Se obligó a cambiar de tema para no tener que repetir en el baño.

Aligeró el nivel a solo demostraciones de afecto que no importaría dar bajo la luz pública. Hacía dos días tuvieron los dos partidos de las preliminares, en ambos estuvo tentado a abrazar a Suga cuando ganaron, pero se contuvo por lo rara que sería una celebración tan efusiva en un juego que, al final, ni tanto había costado. Ahora sí tenían su semana de vacaciones enteras —nada de entrenamientos en la tarde—, lo que significaba que no vería a nadie del club hasta el lunes próximo si no quedaban en visitarse o salir por ahí. ¿Una falta de dos días lo llevó a tener un vistazo en sueños de sus deseos más enterrados?

Resopló. Pensara lo que pensara, acabaría regresando a ese asunto en contra de su voluntad. Era bueno que no se encontrara con Suga en unos días, porque no estaba seguro de cómo lo miraría mientras esos recuerdos siguieran frescos en su mente.

Volvió a intentarlo. Hacía ya una semana del festival. La galería de su celular se llenó de fotos de esos días como nunca. Cada vez que las revisaba, las emociones de los momentos capturados regresaban a él como una efervescencia cuyas burbujas se acumulaban en una sonrisa que crecía despacio, sobre todo con aquellas en las que aparecía Suga. El color crema un tantito oscuro de la yukata nueva que usó iba de maravilla con él. Lo poco de sus clavículas y pecho que alcanzaba a ver antes de que la tela interrumpiera era un deleite de no todos los días; le provocaba llevar su boca ahí y consentir esa área con besos, mordidas, chu...

—¡No! —Se abofeteó. ¡¿Qué hacía pensando en marcarlo si se suponía que iba a recordar las ganas que tuvo de tomarle la mano al caminar por las calles decoradas?!

Había enloquecido, definitivamente.

Regresó a su habitación después de bañarse. Era un poco temprano, por lo que su madre aún no terminaba de preparar el desayuno. Mientras tanto, se puso una camiseta y otro short y abrió el libro de las flores. Ojeó en busca de significados eróticos o sugerentes para saber qué esperar; con la intensidad e insistencia de sus pensamientos, alguna flor de ese estilo tenía que escupir. Escribió una lista mental con aquellas que más se acercaban a esos ámbitos: dalias blancas, gladiolos rojos, pensamientos naranjas o rojos, peonías multicolor, lirios malvas y nardos. Si le crecía alguna —o una combinación— de ellas, no tendría que averiguar lo que quería decir.

Ese día consistió en mil maneras de tratar de silenciar su mente, casi todas fallidas. Tal vez, la más efectiva por el factor «susto» fue leer el primer mensaje que Asahi envió al grupo que tenían los tres de tercero:

«Oigan, ¿quieren ir al cine?».

Normalmente, se habría alegrado con la invitación, pero el solo pensar en tener que encontrarse con Suga esa misma tarde o noche le montaba presión. ¡Aún era muy pronto!

«¡Claro! ¿Cuándo?».

«¿Mañana a las cinco está bien para ustedes?».

Suspiró con mucho alivio. En algo más de veinticuatro horas ya debía haber controlado las imágenes que aparecían en su cabeza.

«Seguro». Después de confirmar su asistencia, abrió la conversación individual con Asahi para aclarar algunas dudas: «¿Planeas algo con eso?».

«No, pero puedes hacer lo que quieras si ya pensaste en algo», respondió bastante rápido, de seguro porque ya estaba en línea por el chat grupal. «No me sentaré en medio».

«¿No te sentirás como la tercera rueda si hago algo?».

«Nah, siempre me siento como la tercera rueda con ustedes».

«¿Qué?». Frunció el ceño y ahogó una risa. «¿Es en serio?».

«¿Estás molesto? No sé cómo proceder».

«Pff, no», acompañó de un emoticón que reía. «Me da curiosidad. ¿Desde cuándo?».

«¿Casi siempre? Me había acostumbrado, pero volvió cuando supe que lo amabas».

«No tenía idea».

«¡No me compadezcas! Como dije, estoy acostumbrado a sentirme así entre amigos, no es nada muy fuerte ni incómodo. Es más como una sensación ligera que no dura mucho cuando estoy entre dos mejores amigos».

«¡Deja esa actitud! Por eso es que nadie cree que seas la estrella del equipo».

Casi de inmediato, Asahi envió solo una cara asustada. Tardó un poco más en reclamar: «¿Por qué eres así?» junto a un emoticón cabizbajo.

«Alguien tiene que darte carácter». Ante la falta de respuesta, agregó: «No me imagino cómo será si logro enamorar a Suga».

«Estaré tan feliz por ustedes que creo que no habría espacio para sentirme mal por mí mismo».

«De acuerdo, no sé cómo reaccionar a eso».

«Bueno, tienes días sin contarme nada de avances. Cuéntame si has notado alguna diferencia en Suga o algo así. Te diré si estoy de acuerdo o no».

No mucho pudo haber pasado desde el sábado, y la verdad era que no había notado un cambio significante. Ni siquiera se habían visto, a menos que eso incluyera en sueños; entonces tendría una anécdota que jamás divulgaría y que estuvo feliz de haberla apartado de su mente por unos minutos.

«No realmente», resumió. «¿Tú sí?».

«Parece que se está dando cuenta de que estás siendo muy bueno con él. Creo que está a poco de darse cuenta de que es él y que no tiene problemas con eso».

Daichi sonrió en grande al leer el mensaje. «¿Voy por buen camino?».

«¡Muy buen camino! Si puedes hacer más cosas que le hagan pensar que es él, mejor».

La conversación acabó poco después, por lo que su ciclo de intentos fallidos por mantener su imaginación casta reinició. Esa noche cerró los ojos con una obligación para sus sueños: ser inocentes.

Sus sueños obedecieron de tal manera que ni era capaz de recordarlos en la mañana. Las escenas explícitas del día anterior ya no tenían tanto protagonismo en las memorias reproducidas aleatoriamente en su mente, como pudo comprobar con la normalidad con la que saludó a Suga en la fila de la taquilla para comprar las entradas del cine.

Verían una comedia romántica porque era el único género en el que los tres estaban de acuerdo —cualquier otro género tocaba una de las tantas fibras sensibles de Asahi y no era muy recomendable escogerlas si no era en casa—. Cada uno compró su combo grande de palomitas y refresco, además de algunas otras golosinas porque ni la caja más enorme era suficiente para la hora y media de la película. Tal como le dijo la tarde anterior, el castaño no se sentó en medio, sino que fue Daichi quien quedó entre los dos.

La sala estaba más vacía que llena, mas no tan sola como para contar con la vista cuántas personas había en total. El grupo más cercano a ellos —en la misma fila— estaba a unas cinco butacas de distancia. Nadie se sentaba detrás, cosa que supuso que era producto de la altura de Asahi —suerte la suya, nunca conocería el martirio de tener a un niño que pateaba la espalda de su asiento atrás—; las amigas delante de ellos no molestarían una vez que empezase el filme, momento en el que esperaba que dejarían de activar el flash de sus celulares para tomarse selfies; aunque algo de diversión sacaron al respecto. Suga, siendo el que más estaba al alcance de la cámara, comenzó a entrometerse en las fotos a partir de la cuarta, lo que provocó risas y algunas expresiones sorprendidas de las chicas.

—La idea era que se fastidiaran, no que siguieran —murmuró con cierto puchero.

—¿Quién se va a fastidiar de que un chico atractivo se atraviese en sus fotos? Obviamente van a querer más —contestó Daichi.

—¿Acabas de decirme atractivo? —Volteó a verlo con una ceja arqueada.

—¿Acaso no lo he hecho antes?

Suga abrió la boca como si fuese a responder algo, pero acabó girando la cabeza de nuevo y la cerró al meterse un puñado de palomitas.

Más o menos por la segunda mitad de la película ya habían vaciado sus cajas y abierto las bolsas de otras golosinas. A pesar de haberla escogido por ser la única que encajaba en los requisitos, estaba bastante bien: habían reído varias veces, ese era el objetivo general de cualquier comedia. Pero, como en cualquier comedia también romántica, algunas de las bromas eran de doble sentido, y esas le traían recuerdos que atacaban a un revoloteo conocido en su pecho que no era su corazón acelerándose. Con cada escena así, se preocupaba un poco más, algo que no esperó sentir con tanta fuerza en una película de ese género.

Hubo un largo rato sin escenas de ese estilo, por lo que confió en que no habría más hasta el final. No pudo estar más equivocado. Faltaban tal vez unos veinte minutos para que terminara cuando otro chiste no tan disimulado apareció, sirviendo como catalizador para la expulsión de las flores. Daichi comenzó a toser sin pausa. Sentía un montón de pétalos acumulados en la tráquea, aunque no demoraron mucho en separarse y escapar, cayendo en la caja vacía de palomitas. Bebió casi todo lo que quedaba de su gaseosa y se aseguró de que nadie mirase en su dirección con odio por el ruido ocasionado antes de revisar qué había salido de él. Cubrió su boca con la mano izquierda al instante.

—¿Qué? —preguntó Suga en una voz tan baja que casi se perdió en el audio de la sala.

No contestó. ¿Cómo iba a explicar que el gladiolo rojo, el nardo y la peonía multicolor que crecieron en su interior significaban «parte erótica del amor», «placeres peligrosos» y «tu belleza alimenta mi deseo por ti» respectivamente? Era una suerte que la oscuridad no permitía que se detallara el rubor que ardía en sus mejillas.

Su silencio hizo que Suga se inclinara lo suficiente para ver el nuevo contenido de la caja de palomitas. Escuchó una inhalación impactada, luego susurró:

—¡Son tres! —Daichi solo asintió, aún con la mano cubriendo su boca en un intento preventivo de ocultar un poco el sonrojo—. ¿Te sientes bien? —Volvió a asentir—. ¿Tendrás que ir al médico cuando salgamos de aquí?

—Puede esperar unas horas si no me siento mal.

—No te fuerces solo por unos minutos más con nosotros, ¿vale? —Posó una mano sobre su antebrazo—. Podemos reunirnos cualquier otro día, ¡pero no si te desplomas!

Le echó un vistazo fugaz a la mano que no hacía contacto directo con él, pues la tela de su chaqueta estaba en el camino, pero que le brindaba un calor cómodo adicional de todas formas. Sonrió y asintió con la cabeza. Suga lo soltó en ese momento y devolvieron sus miradas a la pantalla grande hasta los créditos.

Daichi tapó las flores con el resto de la basura que acumularon antes de levantarse a botarla. Se mareó un poco en cuanto se puso de pie, cosa que notaron sus dos amigos, por lo que Asahi terminó siendo quien llevó todo al basurero mientras Suga se mantuvo cerca para servirle de apoyo por si perdía el equilibrio. Tomaron asiento en el primer lugar disponible que hallaron al salir del cine: las mesas de afuera de un café, las cuales decían que eran solo para sus clientes, razón por la que tuvieron que lidiar con un empleado un tanto molesto y explicarle que esperaban por la mamá de uno de ellos porque se sentía muy mal como para seguir caminando. La mitad del cuento era un invento, no se sentía tan mal y aún no la habían llamado en ese momento, aunque sí prefería estar sentado el tiempo que su madre tardase en recogerlo.

Durante el rato que duró su acto de enfermo de gravedad, se dio cuenta de la malísima jugada que le había hecho el sueño al final. No solo perturbó sus pensamientos del día anterior, sino que también le hizo pasar un montón de vergüenzas: tosió —y debió molestar bastante— por varios segundos en el cine, la escasa luz de la sala lo salvó de ser descubierto con el sonrojo del año, de verdad esperaba que Suga no preguntase por esas flores y que no las hubiese reconocido, la primera vez que expulsó tres flores fue por eso —más todo lo que eso implicaba—, tuvo que ser auxiliado de más de una manera e incluso sus amigos se vieron obligados a que mentir por su bien.

La primera buena noticia que recibió después de todos esos problemas llegó en forma de foto al chat grupal de ellos tres. Suga y Asahi le enviaron una selfie en la que aparecían con tres papeles pequeños en la misma mesa donde los dejó, los cuales resultaron ser cupones gratis del café que les regalaron por las molestias ocasionadas luego de ver que su cuento había sido real. Practicaría muy bien lo que le ocurrió para no arruinar la credibilidad de la historia y no ser rebajados a cupones de mitad de precio; no todos los días se ganaba un postre gratuito por enfermarse.

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Edit: Solo hago esta pequeña nota para avisar que la primera escena tuvo que ser censurada por si acaso, así que si se siente extraña, es por eso.

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