Para la chica que siempre me...

By MurdererMonster

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Adrián nunca fue creyente del verdadero amor, o no lo fue hasta que conoció a Ana, la chica que se convirtió... More

Dedicatoria
Para la chica que siempre me amó
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
EPÍLOGO

Capítulo 20

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By MurdererMonster

Aún estaba dolido, decepcionado más conmigo mismo que con los demás, y esa frustración decidí manifestarla alejándome de todos... De todos excepto de una persona, aquella con la única que me sentía como alguien, y no como una simple sombra que se perdía en la oscuridad.

No quería aceptarlo, pero la situación me calaba en el pecho, me apretujaba las costillas y me hacía sentir diminuto, inferior al resto del mundo. Era patético, martirizar mi existencia cuando sabía que podía hacer más, esforzarme por recobrar a mis amistades, pues al fin de cuentas no había hecho algo malo, sólo me enamoré y puse mi atención en la chica que robó mi corazón. Aquello no era un delito, y estaba seguro de que mis amigos lo comprenderían. Pero estaba cansado, un horroroso peso recaía en mis hombros, y lo único que anhelaba era desaparecer por un momento. Olvidarme de todo, de cualquier angustia o preocupación, pero, en especial, quería desprender de mi mente cualquier imagen que me recordara a la pelirroja.

Con Ana era diferente, como siempre, como en todo, aunque todavía no me acostumbrara a ello. Tenía un extraño poder que ejercía sobre mí, incluso desde antes de conocer sus verdaderos sentimientos. Era como si pudiera jugar con los hilos que me suspendían en la realidad, con un simple movimiento hacía tambalear todo a mi alrededor.

Di un largo suspiro y cerré los ojos. Mi estupor estaba enfocado en mis sucesos del último mes, cuando todo parecía haber comenzado a cambiar. Estaba agotado, física y emocionalmente. Los problemas de la adolescencia eran terribles, y por fin comprendía la preocupación de mi madre cuando cumplí quince años y comencé a revelarme. Nunca me gustó seguir las reglas al pie de la letra, y ese era el mayor de los malentendidos entre nosotros. Y ahí estaba de nuevo, yendo en contra de la corriente sólo para satisfacer mi más arcaicos deseos.

Tania abrió la puerta de la habitación, y ese sutil sonido fue suficiente para sobresaltarme, haciendo que entreabriera los ojos para mirarla. Iba caminando con cuidado para no derramar el contenido amarillento de los vasos que llevaba en las manos. Se acercó al lado de la cama donde me encontraba recostado y me entregó uno de ellos, sonriendo con aparente malicia.

—No tiene alcohol, ¿cierto? —pregunté mientras me erguía sobre la orilla del colchón. 

Denotó molestia con la mirada. —Ya te dije como diez veces que está bien, que hoy no beberemos.

—Gracias. —Le di un trago a la bebida, sólo era jugo de naranja.

—¿Ya estás más tranquilo? —Se sentó a mi lado, tan cerca que su brazo rozaba el mío. 

Asentí sin despegar el cristal de mis labios. 

Antes de subir a su habitación comimos unos emparedados en la cocina y tomamos un postre, y durante esa agradable merienda le conté sobre lo sucedido con Catalina —obviando la parte en que la culpaba de todo—, y mi decisión de alejarme de Ana —claramente omitiendo el punto donde le hablaba sobre el amor de por medio de su parte—. A esto último ni siquiera me dejó terminar, se abstuvo de comentar cualquier opinión, sólo me escuchó decir que estaba considerando en dejar una brecha entre nosotros, y cambió de tema en cuanto tuvo la oportunidad, intentado disimularlo al mencionar sobre viejas amistades suyas con las que también había tomado distancia.

—Déjame decirte que tus amigos son tan aburridos —mencionó después de dar un sorbo a su propio vaso.

—¿Aburridos?, ¿por qué lo dices? —cuestioné, realmente curioso ante su observación.     

Exhaló. —Tenemos diecisiete años, estamos en la edad de experimentar, equivocarnos, aprender. —Extendió un brazo hacia arriba para agregar dramatismo a su opinión—. Si no nos divertimos ahora, ¿cuándo lo haremos?

—Aún tenemos mucha vida por delante —dije sin estar completamente de acuerdo con ella, pero sin querer atacar su criterio.

—¿Cuando seamos unos ancianos y nos demos cuenta que nuestras vidas ya pasaron y no hicimos nada interesante con ellas? —Apuntó a modo de reproche.

Al parecer no sería un trabajo sencillo el convencerla de que quizá estábamos sobrepasando los niveles de libertinaje apropiados para las personas de nuestra edad. Aunque tal vez eso era una razón por la que Tania me gustaba, no era como cualquier otra, tenía sus propias convicciones y opiniones, no se dejaba guiar por lo que los otros dijeran, era única, original, real. No temía que la juzgaran, pues sus decisiones eran para hacerse feliz ella misma, no a los demás. Y comenzaba a contagiarme de ese ideal, si es que no estaba dentro ya. 

Pero mi parte más racional suplicaba que tomara un descanso de ese par de meses que llevaba enfrascado en un ritmo de vida diferente al mío. Claro que me encantaba pasar tiempo con Tania, salir, divertirnos y explorar, pero mi cuerpo comenzaba a resentir todas las noches en vela y el exceso de las bebidas alcohólicas. Cuando estaba en la soledad de mi habitación me convencía de que bajaría los niveles de descontrol a los que sucumbía, pero al regresar junto a mi pareja todos esos pensamientos se desvanecían, me dejaba llevar por el momento, cautivo por las emociones que experimentaba y guiaban a mi cuerpo al compás de una alegre melodía. 

Me cuestionaba si esas conductas desenfrenadas eran parte del amor, o si pocas parejas eran las afortunadas de compenetrar a un nivel más allá de lo físico, hilándose en gustos e ideales. Tal vez por eso me resultaba extraño, fuera de lo común, pues nunca antes había conseguido una conexión romántica con alguien como con ella. 

—Amor... —Se inclinó más cerca de mí y me quitó el vaso de entre mis manos para dejarlo sobre la mesita de noche junto con el suyo—. Ellos deben comprender que estás cambiando, madurando. Estás a pocos meses de cumplir la mayoría de edad, ya no puedes comportarte como un niño. 

—¿Madurar? —Me burlé de forma irónica, consiguiendo una mueca de disgusto de su parte—. A veces creo que soy la persona con menos madurez a mi edad en el planeta. 

—¿Alguna vez te he dicho lo exagerado que me pareces? —Enarcó una ceja hacia arriba.                 

Me reí a pesar de que no me causó gracia, al parecer mi sentido del humor también estaba por los suelos a causa de los innumerables razonamientos que surcaban dentro de mi mente. Era contradictorio querer avanzar, relajarme y olvidarme de los problemas, cuando lo único que hacía era pensar en ellos, sin embargo, por más que lo intentase, no podía dejar de rememorar las acusaciones por parte de dos de mis grandes amigas, las cuales sólo se preocupaban por mí y yo les pagaba de la peor manera, ignorándolas y lastimándolas. 

Quizá más a una que a otra.    

Catalina estuvo para mí luego del trágico final que tuve con Lina, cuando sentí que el mundo se tintó de matices grises. Y mi forma de corresponder cuando ella me necesitó fue alejándome. Tenía todo el derecho de disfrutar de mi relación, pero menosprecié mi amistad con cada uno de ellos, y ahora me encontraba en un limbo. Debía existir un equilibrio, un punto intermedio en el que hiciera feliz a Tania y mantuviese intactas el resto de mis relaciones sociales. ¿Pero cuál era? Si lo único que deseaba era estar con mi chica, cada minuto alejados era un minuto menos prometedor. 

Y es que pocos entendían, que al inicio de una relación cada momento junto a tu pareja es un fragmento para atesorar. Sólo quieres estar a su lado, sostener su mano, escuchar su voz, sentir sus caricias. Es un sentimiento incomparable, el cual sólo esa persona especial puede provocar en ti. Quizás en ello radicaba mi afición por querer estar junto a Tania todo el día. 

Y Ana, mi querida Ana, por qué tuve que descubrir sus sentimientos. Todo era más sencillo cuando no sabía que sus suspiros eran por un amor no correspondido. Pero qué podía hacer, si mi cariño por ella no iba más allá de una amistad, pues mi corazón ya le pertenecía a otra persona, y era un terrible dilema frente al cual no sabía actuar, lo mejor que se me ocurrió fue escapar, con el pretexto de no seguir hiriendo sus sentimientos, aunque tal vez lo hice por temor a que mi relación sufriera por alguna confusión. 

Little Darling era hermosa, muchísimo, cualquiera podría enamorarse de ella, y quizá yo también lo hubiese hecho si Tania no hubiera aparecido en mi vida, pero quién iba a saberlo. Ahora sólo podía centrarme en lo que sucedió, y no en lo que pudiese haber sido. 

 —¿Podrías sólo olvidarlo por esta noche? —preguntó, haciendo un puchero—. Quiero divertirme contigo. 

—No es así de fácil. —Objeté, más serio de lo que esperaba. 

Resopló, mostrando una evidente faceta de hastío. Se coló por mi lado hacia la parte superior de la cama, donde se sentó con las piernas cruzadas frente a su cuerpo y la espalda recargada en la pared. Su boca estaba curvada hacia abajo, en una mueca de enfado. 

—Sólo quiero que dejes de pensar en ellas por un rato —dijo con voz de una niña triste, reprendida.  

—Lo lamento. —Gateé hasta ella por encima del colchón y me situé a su lado, entonces recargué la frente en su hombro—. Pero todo esto me está afectado: Catalina, la noticia de uno de mis amigos se irá de la ciudad, mi amistad con Ana. 

Sentí que se tensó ante el último nombre. 

—¡Oh diablos! —dijo de repente.  

—¿Qué sucede? —Su exaltación hizo que me alejara de ella para mirarla.     

—Lo siento, es sólo que yo... agh... es mi turno de disculparme por cambiar un momento de conversación. —Mostró aflicción por interrumpirme—. Pero, ¿puedes prestarme tu teléfono un segundo?

—¿Para qué? —pregunté mientras lo sacaba del bolsillo de mi pantalón. 

—Me quedé sin crédito y olvidé decirle a mi madre que llamó uno de sus clientes para gestionar unos asuntos.

—Oh, claro.

Le entregué mi celular y perdí el interés en él mientras Tania lo utilizaba, estaba tan ensimismado en mis pensamientos que lo que sucedía a mi alrededor parecía ser sólo parte de una ficción muy lejana. Toda esa situación, repleta de drama, era algo a lo que no estaba acostumbrado, ni siquiera por la situación que vivía en mi hogar desde el divorcio de mis padres.

—Lo siento, pero era algo urgente. —Musitó, dejando mi celular sobre el buró.

—Descuida, lo entiendo. —Negué por lo bajo, restándole interés, sin poder disimular la penumbra que me embargaba.  

—Detesto verte así. —Acarició mi mejilla con roces suaves y cariñosos. 

Cerré los ojos ante su cálido tacto, embelesado. —Podemos hablar de otra cosa, si quieres...

—No... En realidad, debí decírtelo desde hace rato. —Detuvo sus caricias y apartó la mano de mi rostro, dejando una sensación gélida en mi piel por su ausencia—. ¿Quieres que sea honesta contigo?     

—Por supuesto. —Abrí los ojos. Su semblante lucía tenso—. Siempre lo eres, ¿no?    

—Sí, y por eso debo debo admitir que creo que lo mejor para todos, es que tu amistad con Ana termine —dijo con una seriedad estremecedora—. Así que apoyo tu idea de alejarte de ella. 

—¿Por qué lo crees así? —cuestioné, no muy convencido de querer escuchar la respuesta. 

Palmeó el espacio frente a ella, invitándome a sentarme ahí, para estar más cerca el uno del otro, y observándonos de manera directa. Parecía ser algo de lo cual preocuparse. 

Le obedecí.  

En su semblante yacía una expresión adusta, la cual no había descubierto hasta ese momento y, siendo honesto, me resultó inquietante. La chica dulce, alegre y sensible de cual me enamoré desapareció, siendo reemplazada por una versión de emociones petrificadas... pero no quise juzgar antes de tiempo, pues así éramos todos, teníamos un lado que le agradaba a muchos, y una faceta que pocas veces sacábamos a relucir. 

—Sólo piénsalo, ella está enamorada de ti y...

—Espera, espera. —La interrumpí, moviendo las manos en un ademán de negación en la distancia que había entre nuestros cuerpos—. ¿De qué estás hablando? 

Levantó una ceja, de forma amenazadora. —No me digas que no lo has notado...           

A ella no debía mentirle—a nadie, en realidad—, pero no podía exponer los sentimientos de la pelirroja así nada más, pues resultaría humillante para ambos, y la involucraría en una situación desagradable. Aunque mi razonamiento me pedía que le dijera a Tania la verdad, para así buscar una solución más coherente y sensible, proviniendo de una chica que quizá comprendería el tema. Entre las mujeres se entendían mejor, o por lo menos eso era lo que quería creer.

Sin embargo, la imagen de Ana acudió a mí, semejante a un relámpago que hizo temblar cada fibra de mi ser. Le vi sonriendo tan emocionada como aquél día cuando la llevé a mi café secreto, y entonces pensé que todos tenemos lugares secretos a donde ir, donde nos enfrentamos con nosotros mismos. Y así como cada persona tenía un aspecto interno desconocido, debíamos respetar la intimidad de éste de las demás personas, y por ello llegué a la conclusión de que no me correspondía revelar el de Little Darling.

—Creo que te estás confundiendo —respondí con la mejor seriedad que pude fingir. 

—Amor, las chicas tenemos un sentido que nos dice cuando alguien más está interesada en nuestro novio. —Sonrió, recobrando una parte de su semblante característico—. Y puedo asegurarte que ella... 

Atajé sus palabras de nuevo. —Ni siquiera lo digas. 

—De acuerdo... Entonces, dime, ¿por qué quieres alejarte de ella? —Su gesto alegre se intensificó, y en él percibí una pizca de burla—. Debe haber una buena razón para ello.             

¡Jaque! 

Hasta ese momento no había considerado lo absurdo que le parecería al resto que de pronto decidiera tomar distancia de la amistad de Ana sin que hubiera una buena razón aparente que me justificara. Sólo me había concentrado en convencerme a mí mismo de que era lo mejor... pero, ¿y ahora?, ¿qué se supone que le diría a Tania? No quería inventar un pretexto en el que situase a la pelirroja en una posición de enemiga, donde hizo algo incorrecto o fue grosera, pero tampoco podía hacer una insinuación de lo que realmente sucedía.

Por un instante me sentí atrapado, acorralado contra la inevitable verdad. Comencé a buscar las mejores palabras para explicarle a Tania que quizá todo era un malentendido, sin embargo, el rostro del chico de anteojos que acompañaba a Little Darling a todos lados acudió a mi mente como una salvación, agradecido por primera vez por la existencia de ese desconocido. 

—Es que Ana está saliendo con uno de sus compañeros. —Fingí una expresión de alegría confundida—. Y no me gustaría causarle problemas. Ya sabes, por eso de que él pudiera encelarse o algo... 

No respondió de inmediato, se quedó en silencio sopesando mi respuesta con una faceta inescrutable. Esa serenidad comenzó a ponerme nervioso, cuestionándome si utilicé una tonalidad apropiada que le añadiese credibilidad al hecho en cuestión. 

 —¿Y por qué ella no se alejó de ti cuando se enteró de que estábamos saliendo? —Inquirió con un ápice de recelo. 

—Porque lo nuestro fue una situación diferente. —La sujeté con ternura por los hombros y le dediqué una fija mirada, para así evitar cualquier clase de vacilación—. Nosotros duramos saliendo un mes sin que alguien más se enterara. Lo nuestro ya estaba consolidado incluso antes de formalizar... pero ellos... ellos aún demuestran miedos, inquietudes, desconfianza.         

—Mmm, creo que tienes razón —dijo, usando una mueca que reservaba sólo para aquellos casos en los que admitía haberse equivocado—. Además, si me permites decirlo, Ana parece una chica insegura, y tal vez sabe que pueden rechazarla con facilidad. 

—Eh, no seas tan cruel con ella... —Rompí el contacto físico entre ambos.   

MI comentario pareció no resultar de su agrado. —Debes admitir que le falta mucho para conseguir una personalidad tan segura como la mía, y eso es algo que le atrae a los chicos, ¿o no?   

Escaneó mi rostro con mirada retadora, casi como una provocación para averiguar más sobre mi forma de pensar sobre Ana en comparación con ella, pero llegado a ese punto de la conversación, lo que menos deseaba era hablar sobre Little Darling, pues ya había mentido lo suficiente y enrevesado la situación como para continuar metiéndome en embrollos innecesarios. Estaba cansado de los problemas, y liarme con Tania por uno de ellos era la última de mis opciones. 

—Bueno, si lo ponemos así... —Me acerqué a ella, lo suficiente para que nuestras respiraciones se mezclaran en una—, tú sales de todos los estándares.   

Emitió una suave risa. 

—Sabes, mañana cumplimos nuestro primer mes juntos. —Entrelazó nuestras manos y jugueteó con ellas con evidente emoción—. Deberíamos hacer algo especial, algo divertido. 

—¿Qué tienes en mente? —Le pregunté, dejándome contagiar por su actitud radiante, más similar a lo que reflejaba todos los días. 

—Ir a comer, ver una película... —Estaba sentada frente a mí, pero su mente parecía encontrarse en el mundo de las ensoñaciones, lo cual disfrutaba de ver—, comprar chocolates, tener una cena romántica... No lo sé, ¡sorpréndeme! 

Me reí, fascinado por la alegría que irradiaba. Fue así que comprendí que mi decisión de alejarme de Ana quizá había sido acertada. No podía corresponder a sus sentimientos, por más que me hubiese gustado intentarlo no lo habría conseguido, pues mis ojos sólo querían estar sobre la chica que se hallaba sentada frente a mí, sonriendo, transmitiéndome todo el amor que le inspiraba. 

Aunque en el fondo sentí un poco de culpabilidad, porque nadie tenía control en el juego del amor, y a Ana le tocó enamorarse de un chico que no podía amarla. Ella era tan dulce, tan simpática, y no merecía sufrir por alguien como yo. Sin embargo, recordé las palabras de David, diciéndome que no había nada qué hacer, pues no podía obligarme a amarla a pesar de conocer sus sentimientos. Era doloroso, sí, pero a a la larga resultaría favorecedor para ambos. 

O por lo menos eso fue lo que creí.  

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