Para la chica que siempre me...

By MurdererMonster

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Adrián nunca fue creyente del verdadero amor, o no lo fue hasta que conoció a Ana, la chica que se convirtió... More

Dedicatoria
Para la chica que siempre me amó
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
EPÍLOGO

Capítulo 19

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By MurdererMonster

Suspiré aliviado cuando la segunda clase terminó. Con cada día que transcurría me resultaba más complicado comprender los temas de la materia, aunque pusiera atención y me esforzara anotando todo lo de la pizarra no conseguía descifrar lo que me parecían jeroglíficos de una población de antaño, por lo que mi propósito de ser un estudiante ejemplar estaba yéndose por el caño —igual que cada semestre—. Comenzaba a creer que los rumores sobre el bachillerato de ciencias eran ciertos.

David apretó mi hombro cuando se levantó de la butaca, regalándome una sonrisa. Después del incidente ocasionado por la discusión de los cigarrillos no habíamos vuelto a tocar el tema y ambos fingimos que nada había sucedido. En realidad, ni siquiera volvimos a conversar sobre mi decisión de alejarme de Ana, lo que no sabía si era buen o mal augurio.

—¿Vienes? Iremos por algo de comer a la cafetería. —Hizo un ademán con la cabeza para señalar al grupo de alumnos que estaba reunido afuera del salón.

Mi respuesta iba a ser afirmativa, sin embargo, antes de que pudiese emitir una palabra, un movimiento al frente del aula llamó mi atención, por lo que mi enfoque se dirigió hacia la chica de sonrisa brillante, la cual estaba negando con la cabeza, como una petición silenciosa para que me quedara con ella en lugar de ir con mis amigos.

—Eh... Sí. —Miré a David, quien esperaba por mi contestación—. Enseguida los alcanzo, yo sólo... necesito hablar con Tania sobre unos asuntos.

—De acuerdo, entonces te veremos allá. —Me dio una gentil palmada en la espalda antes de marcharse para reunirse con los demás.

Esperé a que el ruidoso grupo de personas se alejara del salón, no muy seguro del porqué, pero me sentía más cómodo conversando con Tania cuando no había alguno de ellos cerca. Pero, tras revisar los asientos que aún estaban ocupados por varios de mis compañeros, me encontré con la sorpresa de que Catalina también se había quedado en el salón, aparentando estar haciendo la tarea de la siguiente clase, lo cual me resultó inusual, pues ella era la más responsable de todos junto con David.

No le dije nada, y ella ni siquiera se molestó en mirarme. Hasta ese momento reparé en que nuestra amistad había sufrido un cambio, una transformación silente de la cual ni siquiera me había percatado. Llevábamos varios días sin hablar, limitándonos a sonreírnos mutuamente de forma cordial.

Entonces comencé a hurgar dentro de mis recuerdos para intentar encontrar el momento en el que todo comenzó a tambalear entre nosotros.

Me acerqué a Tania y me recibió con un cálido beso en los labios, a pesar de que en la escuela estuviera estipulado que esa clase de demostraciones afectuosas estaban prohibidas y reservadas para la intimidad de nuestros hogares. Aunque, como en la mayoría de los casos, a ella no le importaba meterse en problemas con tal de ser fiel a su rebelde personalidad.

—Te extrañaba. —Rodeó mi cuello con sus brazos y pegó su cuerpo al mío—. Un día sin ti me parece una eternidad.

—Sí, a mí igual —respondí con inesperada frialdad, aún absorto en mi memoria.

—Ey, qué sucede contigo. —Alejó su rostro del mío para escrutarme con curioso énfasis.

—Lo siento. —Me apresuré a decir, recobrando la noción de la realidad—. He estado un poco distraído el día de hoy.

—¿Te sientes bien? —preguntó con evidente preocupación.

—Sí. —Pensé la respuesta un momento y después me corregí—. No... No estoy bien.

—¿Qué sucede, amor? —Utilizó una tonalidad melosa, al compás de una mirada inquisitiva con un toque de coquetería, con la cual solía chantajearme para que le dijera mis pensamientos.

Pero en aquél momento no funcionó, pues mediante mi visión periférica pude detectar un movimiento en el lugar donde se encontraba Catalina sentada. Me giré para observarla, se había levantado de su asiento y guardaba sus libros dentro de la mochila.

—Yo...

Catalina caminó hacia la salida, y en aquella ocasión nuestras miradas se cruzaron sólo por un pequeño fragmento de tiempo, el cual fue suficiente para convencerme de que me estaba evitando. Se volteó y siguió con su andar, saliendo del salón con premura.

—Hablamos más tarde —Me alejé de golpe, rompiendo toda conexión física con Tania.

La escuché decir algunas palabras, pero no conseguí distinguir ninguna de ellas, mi atención estaba centrada únicamente en la chica que caminaba frente a mí, semejante a una presa que huye de su depredador.

Le vi girar hacia las escaleras y maldije dentro de mi mente mientras intentaba no parecer un lunático dentro de una persecución en los pasillos de la escuela. No recordaba que mi amiga fuese tan veloz. Llegué al borde del primer peldaño y desde ahí pude vislumbrar que ella había terminado el descenso, así que tuve que bajar los escalones de dos en dos para alcanzarla, pues a pesar del trayecto que recorrió aún continuaba con su acelerada caminata. Di un brinco al final del aquéllas y troté los últimos pasos hasta que pude emparejarme a su lado.

—Cat, ¿podemos hablar un momento? —pregunté con la respiración levemente agitada.

—Seguro. —Siguió caminando sin mirarme—. ¿Sobre qué?

Me esforcé para seguir su acelerado ritmo al andar. Se le veía agitada, luciendo una sonrisa tensa que iba a la par de su semblante serio.

—Podrías... Sólo... ¿Detenerte un segundo?

Me vi en la necesidad de situarme frente a ella para detenerla, fue una decisión tan repentina y brusca que fue inevitable que su cuerpo se estrellara contra el mío, haciéndola rebotar varios centímetros hacia atrás, aturdida.

—Auch. —Se frotó el esternón.

—Lo siento —dije, avergonzado. Intenté acercarme a ella para asegurarme de que estuviese bien, pero con su gélida mirada me bastó para comprender que no era la mejor de las ideas.

—Ya conseguiste mi atención, dime, ¿qué quieres? —preguntó de mala gana, cruzándose de brazos y evitando continuar con el contacto visual.

A pesar de que Catalina no fuese muy expresiva, y que la mayor parte del tiempo estuviera seria, usualmente reprendiéndonos por nuestras conductas inmaduras, esa nueva faceta suya me tenía sorprendido, por no decir que me causaba escalofríos. Su boca estaba convertida en una dura línea carente de emociones y en su faz habitaba una expresión disgustada.

—Quiero saber si te encuentras bien —dije tras un momento de silencio.

—¿Por qué no debería de estarlo? —cuestionó con tono sarcástico, burlándose de mi preocupación.

—No lo sé, pero te he notado extraña. —Invoqué la respuesta a la previa reflexión que hice en el salón, remontándome al inicio de esa fractura en nuestra amistad—. Desde el día en que les presenté a Tania como mi novia.

—No todo trata sobre ti, Adrián. —Musitó de manera despectiva—. Algunos lidiamos con nuestros propios problemas.

Resopló, aparentemente molesta. Sin embargo, ese atisbo de furia fue reduciéndose hasta convertirse en un temblor que fue proyectado en sus labios, los cuales se esforzaban por mantenerse cerrados y estables.

—Mientras tú estás con tu noviecita yo intento no deprimirme porque mi exnovio está saliendo con otra chica —comentó con la voz quebrada.

En ese instante me sentí como un completo idiota.

—Oh, Cat, lo lamento —dije con verdadero pesar—. Yo... N-no lo sabía.

—No, por supuesto que no. —Limpió la única lágrima que se deslizó por su mejilla—. Porque lo único que te importa es tu relación.

—Eso es mentira. —Aseguré a la defensiva.

—¿Ah, sí? —Me miró con fastidio—. Entonces dime cómo está Ana.

—¿Qué tiene que ver ella en todo esto?

Se burló, aún de manera peyorativa. —No hay peor ciego, que el que no quiere ver.

—¿Eso qué se supone que significa? —Hice un ademán con los brazos para intensificar mi descontento.

—Significa que estás perdiendo a tus amigos, uno a uno —respondió con seriedad—. Y todo por culpa de Tania.

—A ella no la metas en esto —Exigí, imposibilitado para ocultar el enojo que su comentario generó en mí.

—Abre los ojos, Adrián. —Su mirada analizó mi rostro, en busca de comprensión—. Te está cambiando, está sacando lo peor de ti.

—No. —Aparté mi atención de ella, sintiéndome ofendido por sus afirmaciones—. Se supone que ustedes son mis amigos, deberían de alegrarse por mí, porque por fin encontré a alguien a quien pueda querer.

Suspiró con pesadez. —¿Quieres que me alegre por ustedes? Bien, eso haré. Pero a cambio te pido que pienses cuándo fue la última vez que te sentaste con nosotros a conversar.

Quise responder de manera instintiva para defenderme, pero no encontré una respuesta que actuara a mi favor. Por lo que permanecí callado, víctima de la verdad.

—A eso es a lo que me refiero. —Su boca estaba curvada hacia abajo, en una muestra de tristeza—. Para nosotros ahora eres un extraño. No sabemos nada de ti, y tú no sabes nada sobre nuestras vidas durante los últimos meses.

—Creo que estás exagerando.

No respondió de inmediato, lo que me hizo volver a mirarla. En su rostro encontré una expresión herida, decepcionada.

—Sí, creo que tienes razón. —Dio dos pasos hacia atrás, alejándose—. Exageré al considerarte uno de mis mejores amigos, cuando la verdad es que ni siquiera eres uno de ellos.

—Catalina...

—No hay nada de malo en tener una relación, Adrián, pero estoy en contra de que al tenerla te separe de tus amistades. —Hizo ademán de marcharse, aunque se detuvo sólo para añadir—: Si crees que lo tuyo con Tania está bien no puedo juzgarte, pero por lo menos intenta averiguar cuál de tus amigos se mudará de la ciudad a fin de año, si es que te interesa.

No tuve oportunidad para preguntar, pues Catalina dio media vuelta y se marchó por el camino alterno hacia la cafetería. Sólo me quedé ahí parado, observando cómo su silueta se convertía en una mancha entre las demás personas que comenzaron a aparecer en el patio de la escuela. A pesar de que ahí hubiesen decenas de estudiantes, me sentí solo, con la presión del mundo sobre mí, apretujándome cada vez más hasta conseguir que el aire se escapara de mis pulmones.

Sin embargo, en el medio de ese cuadro de oscuridad, bajando por las escaleras, vislumbré una luz que por un instante me hizo sentir mejor. La sonrisa de Ana en la lejanía se asemejó a una intensa llama que disipó el frío que azotó a mi cuerpo luego de la terrible noticia de la que me informó Catalina. Se veía tan radiante como siempre, proyectando serenidad y alegría al mismo tiempo. Su presencia era magistral, cualquiera que se detuviese a observarla con atención podría encontrar atisbos de bondadosa humanidad.

Quise acercarme a ella, deseoso de buscar el consuelo que tanto necesitaba y las palabras alentadoras que siempre tenía para mí. La pelirroja sabía cómo animarme, con un chiste, con una anécdota, con su simple atención ante mis problemas.

Caminé hacia allá, ignorando el hecho de que estuviera acompañada por Samantha y un chico de anteojos que no dejaba de hablar mientras observaba a la pelirroja con atención. Me abrí paso con presurosa amabilidad entre los alumnos que caminaban a mi alrededor. Lo único que necesitaba en primera instancia para calmarme era escuchar su voz.

Pero entonces me vi envuelto por el trágico remolino de mis pensamientos, y la horrorosa revelación que me golpeó en el pecho.

Me detuve y un chico que caminaba detrás de mí se estrelló contra mi hombro, empujándome hacia el frente y haciendo que trastabillara un paso. Se disculpó, apenado, pero no le respondí ni le di importancia, pues mi único dolor e inquietud radicaba dentro de mi mente, haciendo añicos esa absurda esperanza que formé de ser salvado una vez más por Little Dalirng.

Por alguna extraña razón se sintió atraída por mi presencia, a pesar de que ahí estuviésemos varias personas aglomeradas. Volteó hacia mí, por encima del resto, y nuestras miradas se encontraron. Sentí que el suelo debajo de mis pies tembló, ocasionando que mis piernas flaquearan y mi postura tambaleara, débil ante esa efímera conexión.

Le sonreí, esperando a cambio una respuesta semejante, pero no fue así en lo absoluto. Se limitó a negar por lo bajo, más para ella misma que para mí, y se giró, apartando toda su atención de mí y concentrándose en el chico que iba caminando a su lado.

Puedo asegurar que en la vida existen diferentes clases de dolores. Hay algunos que desaparecen en cuestión de segundos, otros prevalecen por más tiempo; se presentan como punzadas o insistentes golpeteos; agudos, atenuados, repentinos. Sin embargo, hay una clasificación de la cual era fervoroso creyente: dolor físico y dolor emocional. Y en ese instante, fui acreedor del segundo.

Tal vez sentí una aceleración en mis latidos y una leve opresión en el pecho, pero la verdadera aflicción se presentó en mi interior. Cientos de ideas revolotearon en mi mente, confundiéndome, presentados como un hostigamiento que me hizo querer desaparecer o arrancar mi cerebro para que desaparecieran. Hubo un ruido, parecido al pitido de un silbato que cruzó a través de mi canal auditivo, apreté los dientes para intentar disiparlo, pero no funcionó, y me di cuenta que yo era el único que lo estaba escuchando. Todo ese malestar estaba en mi mente, era un juego que se desató tras el rechazo de Ana y, aunque no quisiera admitirlo... Lo tenía merecido.

Dentro de mi desesperación olvidé que hice una clase de pacto conmigo mismo de alejarme de la vida de Ana para no lastimarla más de lo que ya lo había hecho. Aunque entonces lo dudé, si realmente funcionaría o si siquiera sería capaz de cumplirlo, pues esa delicada situación me empujó a ver que tal vez yo la necesitaba más que ella a mí. Y que quizás la necesidad de su cercanía terminaría por eclipsar todos mis intentos de dejarla ser feliz lejos de mí.

La vi marcharse con sus dos acompañantes, los cuales ni siquiera se percataron de ese significativo momento, recordando que yo sólo era un simple chico más, el cual no tenía derecho a arruinar la vida de la que una vez fue su mejor amiga, sólo con tal de no sentirse solo. Así que no hice nada, imposibilitado moralmente para acercarme a ella.

Regresé sobre mis pasos, con la pretensión de volver al salón con Tania, sin embargo, no completé aquél trayecto, siendo detenido por la culpabilidad y la vergüenza, quienes danzaban sin piedad delante de cualquier imagen que se dibujara en mi mente, haciéndome reconsiderar el camino que debía seguir. De nuevo me detuve, aunque aquella vez atado por nuevos sentimientos: confianza. Tomé una rápida decisión y cambié el rumbo hacia el que me dirigía.

Perder a Ana no era el fin del mundo, entonces no debía sentirme sumergido en un pozo de melancolía, aunque estuviese empapado de esa agua. Aún había personas que me apreciaban, pero necesitaba recuperar su amistad, disculparme con ellos por haber impuesto una distancia involuntaria.

Fui hacia la cafetería, donde había una conglomeración de alumnos que intentaban comprar su almuerzo antes de que el descanso terminara. Al fondo, sentados alrededor de una mesa cerca del ventanal con panorama hacia las canchas de baloncesto, se encontraba reunido mi grupo de amigos, quienes a pesar del bullicio conseguían que sus carcajadas fueran escuchadas en todo el establecimiento.

Me acerqué a ellos, pero ninguno pareció percatarse de mi presencia. David me daba la espalda, y estaba concentrado en la conversación de Mario, quien hablaba enérgicamente, moviendo las manos para hacer énfasis en su anécdota y articulando con muecas graciosas.

Acerqué una silla de la mesa contigua e intenté colocarla entre los lugares de mi viejo amigo y Melissa, los cuales por fin se percataron de que estaba ahí.

—Eh, pensé que no vendrías —comentó David, haciendo un espacio a su lado para mi asiento.

—Lo siento, me demoré más de lo que esperaba.

Tras mis palabras Catalina me dedicó una fugaz mirada carente de misericordia, y se giró de tal manera en que no pudiese encararme.

La plática tomó un sentido desconocido para mí, en el que Andrés comentó algo acerca de una lata de cerveza que aplastó con ambas manos. Todos en la mesa rieron, y los acompañé con una sonrisa malentendida al no comprender sobre qué hablaban. Ximena aseguró que había sido una de las cosas más graciosas que había presenciado, y la mayoría de ellos secundó su opinión.

—Mmm, ¿sobre qué están hablando? —Me animé a preguntar.

—Sobre la noche en casa de Melissa —respondió Mario, riéndose, pero esa expresión se desvaneció de inmediato—. Ah, es cierto, tú no estabas. Olvídalo, no lo vas a entender.

La plática continuó, y ninguno se tomó la molestia de contarme a detalle la anécdota. Simplemente me pasaron por alto, ignorando mi falta de conocimiento sobre el tema. Hicieron más comentarios respecto a aquella noche, ninguno con un verdadero sentido para mí, sólo eran fragmentos sin un orden ni relevancia, aunque ellos no paraban de reír y agregar más y más acontecimientos de los cuales no formé parte.

Entonces caí en cuenta de que Catalina tenía razón, ahora sólo era un extraño para ellos, alguien con quien solían compartir el tiempo, pero cuya amistad se había desvanecido con el par de meses que estuve enfrascado únicamente en la existencia de Tania. Y no los culpaba, pues fui yo quien se le alejó de ellos sin pensar en las consecuencias.

Pero eso dolía, y mucho.

Observé a cada uno de ellos, se veían felices como en la mayoría de las ocasiones, mi lejanía no era ninguna clase de impedimento para continuar con sus vidas bajo los estándares normales. Sólo era una persona más, quien parecía no tener real importancia para ellos. Y no me sentía capaz de soportar aquella epifanía, no después de aceptar que mi amistad con Ana también había terminado.

Me levanté de la silla y, como lo supuse, ninguno se inmutó ante ello, continuaron atentos a las palabras de Andrés, quien había comenzado a hablar sobre una tarde que pasaron juntos en la piscina de Mario con otros chicos cuya existencia desconocía. Al parecer habían encontrado a nuevas personas que ocupasen mi lugar.

Al intentar salir mi rodilla golpeó la pierna de David, quien apartó su atención del resto y me miró, detonando confusión por mi sigilosa partida.

—¿A dónde vas? —preguntó con bajo tenor a comparación de las voces de los demás.

—Olvidé mi celular en el salón —Inventé la excusa con facilidad—. Y ya sabes que no me gusta dejarlo ahí.

—¿Te esperamos? —Pareció creer mi mentira.

—No, los veré allá —dije con falso interés.

Catalina me dedicó una última mirada, en la que pude descifrar un ápice de lástima. Tuve que apartar mi atención de ella a regañadientes, escuchando en mis pensamientos su característica frase de "te lo dije". Esa chica parecía nunca equivocarse cuando nos aconsejaba, quizá por eso la considerábamos la más cuerda del grupo, y a quien solíamos pedirle ayuda.

Caminé fuera de la cafetería, y por primera vez me fijé en las personas que deambulaban por la escuela. Todos parecían disfrutar del descanso en compañía de sus amistades y parejas, y yo era el único amargado que transitaba en solitario.

Sólo en el medio de la soledad era cuando uno se daba cuenta del valor de la compañía.

Volví al salón, cabizbajo, sintiéndome extrañamente sucio, como si mis previas acciones fueran calificadas como un pecado por el cual debía ser castigado. Aunque tal vez eso era lo que merecía. Es decir, hice sufrir a Ana cuando ella se esmeraba por hacerme sonreír; decepcioné a Catalina, la abandoné cuando más me necesitaba, y ahora existía la incertidumbre de que alguno de mis amigos se marcharía, pero ¿quién? Tendría que preguntarle a David, pues era el único que parecía aún recordar mi existencia, aunque no me sorprendería si dentro de un par de semanas ello cambiase.

Cuando entré al aula sólo había una persona ahí, la cual demostró alegría cuando me vio llegar. Se levantó de su asiento y —casi— corrió hasta mí para atraparme en un cálido abrazo, el cual me recordó lo que se siente ser importante para alguien y poder corresponder sin obligación.

Los brazos de Tania me sujetaron con fuerza, acercándome a ella con necesitada desesperación, lo que en ese momento se trató del cariño que tanto requería para recobrar la fortaleza y no dejarme vencer.

—¿A dónde fuiste? Te extrañé —susurró contra mi oído, utilizando una tonalidad dulce.

—Yo también. —Correspondí a la intensidad de aquella caricia, preso de mis malestares—. Lamento haberme ido así, pero necesitaba hablar con Catalina.

—¿Está todo bien con ella? —cuestionó con voz apagada.

—No, pero es una larga historia que después te contaré.

—¿Qué te parece mañana por la tarde? —Sus palabras ahora estaban tintadas por un matiz de coquetería—. Mis padres saldrán a celebrar su aniversario y volverán hasta muy tarde.

—Ni siquiera tienes por qué preguntármelo.

Y fue así como llegué a la errónea conclusión de que Tania era la única que no me abandonaría, la única que no me traicionaría. Cegado por la soledad que yo mismo provoqué, por ser egoísta y descuidado. Aunque, en ese entonces, como un modo para consolarme, me obligué a creer que sólo necesitaba del amor que me daba mi novia para sobrellevar cualquier situación.

Oh, el amor te hace cometer estupideces, pero yo me llevé el mayor de los premios.

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