¿Quién se casó con Mikaela Hy...

Bởi Simpira

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[MikaYuu x YuuMika] Mikaela Hyakuya, próximo soberano del reino de Sanguinem, le importa un bledo terminar co... Xem Thêm

IMPORTANTE: Obra original
⚜️Prefacio
⚜️01: El primer encuentro
⚜️02: Amor a primera vista
⚜️03: Una reunión lasciva
⚜️04: Un loco en el castillo
⚜️05: La primera lección
⚜️06: Trabajo en equipo
⚜️07: Solo una caricia
⚜️08: Esto no es amor
⚜️09: Don Vampiro
⚜️A: Especial
⚜️10: La Gran Madame
⚜️11: La otra cara de la moneda
⚜️12: Una buena oportunidad
⚜️13: Poco a poco
⚜️14: Magia multicolor
⚜️15: La cena esperada
⚜️B: Especial
⚜️C: Especial
⚜️D: Especial
⚜️17: El pretendiente real
⚜️18: No se salvarán
⚜️19: El arte en su máxima expresión
⚜️20: Esto es amor
⚜️21: Final
⚜️E: Especial Final
Obra Original 2022
⚜️¿Quién se casó con Michirou Hyakuya?
⚜️Prefacio II

⚜️16: Puedes hacerlo

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Bởi Simpira

—¿Por qué invadiría su aposento? Yuichiro está descansando.

—No estás invadiendo si es tu propia casa. Esa habitación te pertenece tanto como todo Sanguinem, hijo —le explicó Lacus con una abierta sonrisa—. ¿Por qué no vas a verlo de una buena vez? No querrás dejar pasar esta oportunidad.

—Lo que quieres que haga es incorrecto, papá.

—No es malo si tu propio suegro te lo permite. Shinya cree que es momento de que pongas todo tu encanto y empiecen a instruirse en el arte de la cama. De hecho, deberías saber que nosotros estamos esperando por nuestro primer nieto. Lo queremos de una buena vez o habrá consecuencias.

Mikaela guardó silencio y se cruzó de brazos con un aire desafiante.

—No entiendo tu razonamiento. No quiero hacerlo —replicó Mikaela.

—¡Por la purísima virgen de Sanguinem! —siseó Lacus, cogiéndolo del cuello—. No me retes, porque no te crie para que seas una vergüenza en la cama. Si el oráculo dice que Yuichiro terminará inundado como una cloaca, lo harás. Le abrirás ese arrugado orificio y lo llenarás hasta que se le salga por la nariz.

—Hazle caso a tu papi, cariño —intervino Shinya desde las sombras y apareció de las penumbras con una túnica negra al igual que Lacus y los otros dos reyes—. Hemos adquirido una buena cantidad de sal mágica para que Yuichiro sucumba ante tu belleza.

Lacus soltó a Mikaela y asintió con una inocente sonrisa. Guren y René solo rodaron sus ojos, escuchando todo lo que sus revoltosos maridos habían planeado desde hace meses. Shinya sacó un frasco de una de sus mangas y se lo entregó a Mikaela.

—Solo tienes que verter un poco en su comida y quedará más dócil que un cachorro. Aunque espero que no tenga efectos secundarios como defecación excesiva. Sería un problema si se asusta y se convierte en zorrito en plena acción. Fue una cortesía de Madame.

—No —repitió Mikaela—. Lo que me están instigando a hacer es un crimen. No pienso tocar ni un mechón azabache sin su consentimiento, porque mi futuro esposo se merece mi absoluto respeto. Yuichiro es la persona que amo. Jamás lo traicionaría cuando está en un estado vulnerable.

—¡Chamaco terco! —chilló Lacus, desatándose la bota—. La única violación que habrá será cuando la punta de mi zapato se pierda en tus intestinos, si no haces lo que te pido.

—¡No lo haré!

Con un chasquido de dedos, Shinya lo despojó de toda ropa y abrió las puertas para enviar a Mikaela sobre el alfombrado de un empujón. Mikaela rodó hasta chocar con el catre y las puertas se cerraron, dejándolo tiritando de frío y un fastidio contenido por la malcriadez de sus progenitores y sus suegros.

A mitad de la noche, Yuichiro sintió la fría brisa recaer sobre su espalda, mandándolo a estremecerse. A ojos cerrados, buscó las sábanas y las cogió del borde para jalar de ellas. Al darse la vuelta en dirección contraria a la ventana, la tela le quedó corta cuando pretendió llevárselas hasta la punta de la nariz. De otro tirón, trató de enroscarse en ellas sin éxito. Ofuscado de no poder resguardarse del cambio de clima, jaloneó con brusquedad, ganándose un gruñido. Las coberturas se le fueron arrebatadas de sus garras, dejándolo expuesto. Otra corriente helada lo golpeó, generando que se ponga en posición fetal.

Extrañado por el súbito apoderamiento, Yuichiro giró su cuerpo, cayendo dentro de los cálidos brazos de Mikaela. Al mero contacto, Yuichiro abrió sus ojos de par en par y se ladeó por completo. Sus rostros se encontraron y una tímida sonrisa brotó en el tranquilo semblante de Mikaela. Yuichiro, aún somnoliento, no parecía entender qué demonios estaba sucediendo, pues tener a Mikaela en su cama no era pan de todos los días.

Yuichiro se incorporó de golpe, frotándose los ojos con desesperación. Cada vez que los abría, Mikaela seguía sentado a su costado con las sábanas cubriéndolo hasta la cintura.

—Puedo explicarlo... —inició Mikaela.

—¡Qué haces aquí!

—Tus padres y los míos... —se apresuró a contestarle antes de que Yuichiro tuviese un ataque.

Yuichiro suspiró y se llevó ambas manos al rostro.

—No me digas que unieron fuerzas.

Mikaela asintió, sintiendo su pesar.

—Espero que no te incomode demasiado si descanso aquí. Lamento haber acaparado las mantas. De haber sabido que por esta parte del castillo ocurrían los ventarrones más gélidos, hubiese ordenado a que me traigan frazadas pesadas. No quería despertarte.

—Comprendo. No me sorprendería si ellos mismos están haciendo guardia allá... —Yuichiro giró a verlo y se detuvo en seco. Tragó saliva ante el descubrimiento y le lanzó su almohada. Mikaela la atrapó—. ¿Por qué diantres no me dijiste que estabas desnudo?

Yuichiro viró sus ojos en otra dirección, evitando la imagen de su compañero a toda costa. También pretendió levantarse para traerle cualquier cosa que pudiese abrigarlo. Sería todo un lío si Mikaela se convirtiese en humano a mitad de la noche. No podría terminar con los desafíos de los demás pretendientes si amanecía descompuesto.

Yuichiro se sentó en el borde del catre y fue directo a uno de sus armarios. Sacó un camisón cualquiera y se lo entregó. Mikaela lo aceptó con una sonrisa y se lo puso por encima de la cabeza.

—Gracias por tu hospitalidad.

—Solo lo hice para que no andes calato por mi habitación. Puedes dormir aquí, pero no harás nada más o me veré forzado a mandarte a otra nación de una patada.

—Espero que tú también cumplas esa regla —mofó Mikaela.

Al instante, Yuichiro lo miró perplejo por el comentario y se sonrojó. Su corazón volvió a latir rápidamente, y permanecer en silencio tampoco ayudaba a bloquear los recuerdos sobre las caricias que se dieron hace no mucho.

—No sé de qué estás hablando —replicó finalmente. Yuichiro caminó hacia la cama y se recostó sobre el respaldar. Mikaela lo cubrió con las sábanas y las compartieron sin problemas.

El silencio fue demasiado penetrante para su gusto. Yuichiro había deseado probar otro beso antes de irse a descansar, pero no estaba seguro qué tanto podría aguantarse y qué tanto podría limitarse si llegase a hacerlo. Si lo lograba, dudaba mucho de que pudiese negarse a otro tipo de interacción, una más íntima y profunda.

—Descansa, Yuu. —Mikaela le dio unas palmadas en el hombro, pero cuando se dispuso a voltearse para darle la espalda, Yuichiro lo detuvo.

Mika —llamó con firmeza y una gama de «¡enloqueciste, zorro!»

Mikaela le dio el encuentro y tildó su cabeza para un costado. El corazón de Yuichiro no paraba de golpearse desenfrenadamente. Se llevó ambas manos al rostro y la ocultó prolongadamente, porque sabía lo que le tenía que decir. Yuichiro respiró hondo y lo tomó de ambas manos con afecto.

—No lo malinterpretes, porque no es como si me estuviese muriendo por ti ni nada por el estilo. Es solo para experimentar... Quiero decir, nunca lo había hecho antes y me entró la curiosidad de saber cómo hacerlo, solo contigo. Si fuese con otro, creo que vomitaría. Después de frecuentar tanto, creo que no eres un grandísimo hijo de puta. Todo lo contrario, es una total maravilla saber que eres gracioso, que quieres cuidar de mí y...

—No se le llamaría experimentar si lo hacemos varias veces, ¿sabes? —interrumpió Mikaela y llevó sus dedos al mentón de Yuichiro—. Yo creo que a eso se le llama «afecto».

La tonalidad en las mejillas del zorro empeoró. Al ver a Mikaela directamente a los ojos, sentir la calidez de su cuerpo al costado suyo, oler su fragancia y adorar su feliz semblante; Yuichiro lo comprendió completamente: amor. Estaba enamorado del cascarrabias de Mikaela. Yuichiro no pudo responder por semejante revelación.

—Cuando me invitaste a Inari, creí que saltaría en una pata hasta llegar a la luna. Lo primero que hice fue ver a Shinoa y preguntarle de todas las cosas que se podía hacer.

La cola de Yuichiro se batió con vigor y sus orejas se alzaron.

—¿Estás bromeando? —Suprimió su risa—. La vez anterior, cuando los nobles de la nación de los hombres lobo vinieron, los mandó directo a uno de los bares más clandestinos de todo Inari. Deberías haber visto el grito que pegaron cuando volvieron al palacio sin vestimenta. ¡Estuvieron tan indignados!

Mikaela lo acompañó en su buen humor, observándolo detenidamente mientras que Yuichiro seguía contando más historias de las ocurrencias de su capitán. Se golpeaba el muslo, riendo cada vez más fuerte, y lloraba al recordar cada tontería que tuvo que soportar bajo el cuidado de Shinoa.

—Lo hice, porque quise saber más de ti, tonto.

—Aprecio que quieras conocerme mejor. Admito que me hace sentir contento. Pero tengo miedo de que si me llegases a querer de tal manera y encontrases algo que no es propio de tus estándares, te decepcionarías de mí.

—¿Por qué dirías algo así, Yuu?

Yuichiro suspiró.

—Una de las razones principales por las que no he tenido más pretendientes, es porque no sería un buen gobernante en el futuro. Siento que no soy lo suficientemente bueno para estar al mando por varias razones.

Mikaela consideró cómo se habían burlado de él y algunos comentarios que había escuchado a sus espaldas. Siempre había gente que se burlaba de su buen corazón, de cómo se vestía e incluso de su pobre sentido de autoridad. Yuichiro era más cercano al pueblo que con los otros nobles o príncipes.

—¿Por qué te gusta dibujar? —inquirió Mikaela.

Yuichiro presionó sus párpados, concentrándose en una respuesta y recordó la primera vez que tomó una de las plumas mágicas de Inari. Había sido un regalo de uno de los magos del santuario por octavo cumpleaños. Yuichiro no sabía con exactitud cómo hacer los trazos para formar un árbol o cómo dibujar las nubes en el firmamento. Día tras día, practicó arduamente hasta que dejó de hacer palitos y bolitas. Sus obras tomaron forma y textura. Luego de pintar paisajes, pasó a retratos, y después a animales.

—Porque siento que puedo plasmar todo mi ser en ellos... Para ser un príncipe, nunca fui particularmente excelente en nada.

Cuando la conversación respecto a Yuichiro comenzó, Mikaela supo que aquella oportunidad que siempre quiso se le había presentado. El zorro reveló un par de detalles de su vida, comenzando por el desinterés por vestir exquisitamente. Cuando uno de los príncipes se quiso sobrepasar con él, ello desencadeno una horrible necesidad por cubrirse en harapos. Supuso que no recibiría ninguna clase de acoso si siempre iba desaliñado; pensó que nadie intentaría ponerle una mano encima si se veía para nada atractivo. Y junto con ese temor de ser visto como un pedazo de carne, le tuvo pavor a cualquier acercamiento físico.

Luego pasó a su educación y cómo no podía retener información sobre las costumbres o cualquiera otra cosa por largos periodos de tiempo. Si algo no le interesaba, no podía concentrarse ni obligarse a sí mismo de aprender. Pero todo ello fue diferente cuando se pudo educar sobre los dragones. Se le podía considerar un maestro en el tema; sin embargo, no todos los magos aprendices lo veían con buenos ojos. Algo que debía de enorgullecerlos, al tener tan encantador heredero, solo los llenó de envidia.

—El santuario debe de estar muy agradecido contigo.

—Al contrario —se apresuró a responder—, más parece que soy una molestia que cualquier otra cosa.

Mikaela arrugó la nariz.

—Soy molesto porque aparentemente soy un sabelotodo. También arruinó vidas, porque me llevo todos los puestos de trabajo. Siempre me tiraban cosas y me gritaban, diciéndome que debería preocuparme por el estado de mi reino, que debería ponerle empeño a lo que importa. Pero como soy un mediocre, solo podían esperar a un segundo heredero. Lo he escuchado tantas veces...

Yuichiro se mordió el labio, controlando las ganas de quebrar todo a su alrededor. Apretó sus puños, hundiendo sus garras en su palma. Mikaela lo vio tensarse, conteniéndose las ganas de maldecir. Lo tomó del rostro.

Yuichiro —comenzó tranquilamente, pegando su frente con la de él—, probablemente te costará darme la oportunidad de hacerte mi esposo por los temores que tienes.

—¡Yo no tengo ningún temor de...!

—Ser rey no es una tarea fácil. Yo también tengo miedo de llegar a gobernar algún día. Pero añoro el día en que me llegues a dar tu corazón y podamos reinar las dos naciones. Yo te ayudaría.

—Me encantaría saber hasta dónde podríamos llegar en un futuro. Pero no me creo capaz de... —Yuichiro hesitó—. No podría verme arruinándote. Ni a ti ni a Sanguinem. Te suplico que termines esta tonta idea de darles la mitad de tu reino a esos malditos y lleguen a un acuerdo mejor. Yo no valgo esta lucha.

Mikaela solo siguió escuchándolo, cada una de sus quejas, cada uno de sus temores. Comprendió que Yuichiro tan solo era un muchacho sin una pisca de confianza en sí mismo. Posiblemente, eso fue lo que le atrajo desde un comienzo. El potencial de combatir todas esas barreras y ser un gran rey. Yuichiro le había demostrado la bondad, no solo en Sanguinem con sus propios sirvientes, sino también las cotidianas hazañas que realizó en Inari. Su convicción, su manera de ser. No era posible que tal estrella se estuviese opacando a sí misma con pensamientos tan impropios de un príncipe.

Como si hubiese tomado una bebida cargada de alcohol, Yuichiro vomitó toda la oscuridad que tenía dentro. Cada inseguridad salió a la luz de la luna. Mientras sus labios se movían, su lagrimas caían y rodaban por sus cachetes, perdiéndose en las manos que lo sostenían. Yuichiro rodeó sus brazos alrededor del cuello de Mikaela, forzándolo a abrazarlo sin dejar de sollozar. El vampiro le devolvió el gesto.

—Jamás me arruinarías, Yuu —susurró Mikaela, muy cerca de su oreja—. Tú no eres una molestia. Ese tipo de cosas se pueden corregir. Yo te puedo enseñar, porque tú con tu enorme corazón, me enseñaron a amar. Yuichiro, yo creo que eres increíble.

Mikaela.

Yuichiro se separó de golpe y fue el primero en inclinarse hacia el rostro de Mikaela. Sin poder esperar a que el vampiro iniciase la caricia, Yuichiro lo besó una y otra vez en los labios. Mikaela le devolvió el gesto y lo tuvo acurrucado entre sus brazos cuando perdieron el aliento.

Mucho después, Mikaela le dio un beso en la frente y permaneció con sus brazos alrededor de Yuichiro hasta que dejó de temblar. Poco a poco, sus irritados ojos se nublaron y sintió la comodidad del cuerpo de Mikaela. La tibia temperatura que lo envolvía en un gentil abrazo. Con su cabeza sobre uno de los brazos de Mikaela, Yuichiro se quedó plácidamente dormido.

Mikaela esperó a que iniciase sus ronquidos y se salió de la habitación de puntillas. Pronto iba a amanecer y debía de prepararse para la siguiente prueba. Mientras iba descalzo por los pasillos, no podía disimular su gran alegría y ese sentimiento que lo hacía querer cuidar de Yuichiro por el resto de sus días.

De un grito, el zorro se levantó con una cara de ultratumba y dio un brinco por el sonoro sonido. Al girar su cabeza, vio a la ventana golpearse contra la pared de ladrillos con menos fuerza. La fría brisa de la mañana aprovechó el pánico para hacer de las suyas, mandándolo a estornudar reiteradas veces. Yuichiro se limpió el moco con la tela y se salió del catre para cerrar la abertura.

—Los seguros de Sanguinem son pésimos —gruñó bajo su aliento, estirándose con la mitad del cuerpo fuera del castillo para tomar la llave—. Le diré a Shinoa que la mande a cambiar.

Luego de colocarle el seguro, Yuichiro se estiró, alzando ambos brazos, y bostezó, mostrando sus grandes colmillos. Al momento en que colocó una de sus rodillas, recordó brevemente lo que sucedió anteriormente. Examinó cada rincón de su habitación, pero no había señales del vampiro. También indagó bajo la cama y no hubo presencia alguna. Por último, se encaminó a la puerta y notó que también estaba con seguro.

—¿Por qué no se despidió de mí? Estúpido vampiro.

Todavía era muy temprano, demasiado temprano como para ir a visitar a Mikaela, pues se imaginó que estaría descansando. A decir verdad, en una de las habitaciones, Mikaela se encontraba muy bien vestido y acicalado, dándole vueltas a una botellita en particular sobre su escritorio. Con cada giro que le daba, la sal anaranjada brillaba como escarcha. Jamás se imaginó que los propios padres de Yuichiro y los suyos siguiesen insistiendo con ese plan tan vil. No lo usaría con Yuichiro, pero puede que tenga otro propósito. Mikaela la escondió en uno de sus cajones.

El zorro saltó de la cama de un brinco, corriendo en dirección al armario para coger las primeras prendas que encontrase: un pantalón azul marino, botas marrones y una simple camisa blanca fueron los elegidos. Yuichiro brincó para acomodarse los pantalones mientras que con una mano se abotonaba la parte superior del conjunto. Sin darse tiempo de peinarse ni de asearse, cogió un pan de la canasta que le trajo Shinoa y se lo mordisqueó en el camino.

Se había quedado dormido.

A grandes zancadas, recorrió todo el pabellón hasta llegar al otro lado del jardín e ingresó por otro pabellón, adentrándose en los corredores. Llegó a la puerta indicada. Estaba abierta.

—¿Qué haces aquí? —Mitsuba perfilaba una ridícula sonrisa de oreja a oreja—. ¿Viniste a reconfortar a Mikaela?

Yuichiro frunzo ceño y se preparó para responder.

—¿Qué no es obvio? —agregó Horn, parándose al lado del príncipe de los tigres mientras los demás salían—. Le vino a dar clases sobre cómo vestirse.

—¿Dónde compraste tu ropa, Yuichiro? ¿En un mercado de pulgas? O tal vez te la donaron unos vagabundos.

El zorro apretó sus puños y les dio una de las miradas más frías y vacías. Un pequeño tic apareció, haciendo que una vena en su parpado comience a latir de la ira. Su sien también cayó bajo ese mismo efecto.

—Si mi heredero caminase así por el palacio, me suicidaría.

Un puño salió disparado como un proyectil, impactando sobre la mejilla de su Mitsuba, quien se vio sorprendido por el repentino golpe. Mitsuba retrocedió en un tambaleo, llevándose la mano a la mejilla y descuartizó a Yuichiro en pensamiento cuando logró mantenerse de pie. El tigre alzó su brazo, listo para contraatacarlo cuando otro invitado lo paró.

—No lo hagas —ordenó Crowley, sujetándolo con fuerza—. Si lo lastimas, Mikaela ganará.

—Zorro astuto —escupió Mitsuba a sus pies, bajando su brazo—. Solo espera a que me acueste con tu príncipe. Te mandaré un mensaje de sus gemidos.

Yuichiro tuvo la extrema necesidad de carbonizarlo.

Eusford lo tomó de los hombros y lo arrastró en dirección contraria por donde había venido Yuichiro. Muchos de los otros pretendientes también los siguieron, mirando a Yuichiro con disgusto. Mientras el tumulto de gente se desvanecía, Mikaela solo los observaba en silencio. Reaccionó cuando Yuichiro se le acercó.

—¿Perdiste?

Mikaela asintió.

—Era una pregunta sobre dragones y el huevo que se obtendría de dos elementos diferentes. No estaba muy seguro y mencioné a los que recordaba.

—Debí de haber venido más temprano.

—No tienes que culparte, Yuu. Debí de haberme preparado mejor.

—Sé que no te vencerán en la siguiente ronda.

Mikaela le acarició la cabeza.

—Muchas gracias, Yuu.

Yuichiro se recostó sobre la puerta y se quedó mirando el suelo con las manos dentro de los bolsillos, tratando de olvidar las palabras de sus agresores. Hubo algo de verdad en ellas. Así lo sentía.

—¿Te encuentras bien, Yuu?

—¿Te gustaría desayunar conmigo? Solo me comí un pan.

Mikaela vaciló en cuestionarlo o darle palabras de aliento. A veces el apoyo que se le podía brindar a alguien de tan baja confianza en sí mismo, era su mera compañía y esperar a que la persona misma aborde el tema. Mikaela le daría el tiempo y le enseñaría cómo elevar su confianza poco a poco. Trató de borrar ese preocupante semblante y dibujó una sonrisa sobre éste.

—Me leíste la mente. Quería compartir tiempo contigo.

Yuichiro se le adelantó, caminando a grandes pasos por el pasadizo. Mikaela fue tras él y se aventuró a tomarle de la mano. Yuichiro lo observó por el rabillo del ojo y permitió que Mikaela entrelazara sus dedos con los suyos. Mikaela vio el buen resultado y tomó el riesgo de darle un beso en la mejilla. Yuichiro se sonrojó y sus orejas cayeron en sumisión. Su rabo danzaba.

—Me agrada que hayas sugerido comer juntos. Creo que eres muy bueno en hacer ese tipo de sugerencias. Dudé si podía invitarte a comer o no, pero me alegra que tú lo hayas hecho primero —dijo Mikaela, meciendo sus manos en el aire mientras iban por el jardín en dirección al comedor. Puede que no haya sido el mejor cumplido de todos, pero pequeñas muestras de afecto y de lealtad hacían la diferencia.

Yuichiro infló su pecho de orgullo. Había funcionado.

—Asumí que también podíamos hacer ese tipo de cosas juntos.

—Entonces, ¿querrías almorzar y cenar conmigo? No haber acertado la pregunta me puso de mal humor, pero cuando estoy contigo, creo que podría comerme una vaca entera.

Yuichiro rio.

—¿Qué clase de bicho te ha picado para que estés tan hambriento?

—El bicho del amor —contestó Mikaela.

—Eres un tonto.

Mikaela asintió.

Yuichiro se aseguró de que no haya moros en la costa y le dio un fugaz beso sobre la mejilla.

—Así me traes —replicó Mikaela, y le devolvió el mimo.

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