¿Quién se casó con Mikaela Hy...

By Simpira

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[MikaYuu x YuuMika] Mikaela Hyakuya, próximo soberano del reino de Sanguinem, le importa un bledo terminar co... More

IMPORTANTE: Obra original
⚜️Prefacio
⚜️01: El primer encuentro
⚜️02: Amor a primera vista
⚜️03: Una reunión lasciva
⚜️04: Un loco en el castillo
⚜️05: La primera lección
⚜️06: Trabajo en equipo
⚜️07: Solo una caricia
⚜️08: Esto no es amor
⚜️09: Don Vampiro
⚜️A: Especial
⚜️10: La Gran Madame
⚜️11: La otra cara de la moneda
⚜️12: Una buena oportunidad
⚜️13: Poco a poco
⚜️15: La cena esperada
⚜️B: Especial
⚜️C: Especial
⚜️16: Puedes hacerlo
⚜️D: Especial
⚜️17: El pretendiente real
⚜️18: No se salvarán
⚜️19: El arte en su máxima expresión
⚜️20: Esto es amor
⚜️21: Final
⚜️E: Especial Final
Obra Original 2022
⚜️¿Quién se casó con Michirou Hyakuya?
⚜️Prefacio II

⚜️14: Magia multicolor

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By Simpira

Su espalda cayó contra el suelo y sus ojos se abrieron de par en par, los cuales volvió a cerrar por la intensa luz de la mañana. Yuichiro gruñó, se cubrió el rostro con ambas manos y las deslizó hasta su mentón sin dejar de maldecir bajo su aliento. Seguidamente, se cogió de las sábanas y se impulsó para incorporarse del alfombrado. Una vez de pie, se sentó sobre el borde de la cama y se lanzó de vuelta sobre el catre con la intención de recostar su cabeza sobre su almohada.

»—Ya te dije que me gustas Yuichiro. ¿Cabe la posibilidad de que te guste?

Aquel recuerdo había vuelto a resurgir... Yuichiro sacudió su cabeza mientras su confusa mirada se perdía en el techo y se movió como lombriz, pataleando desesperadamente. Un leve tono rosa es esparció sobre sus mejillas a la vez que las palabras de Mikaela inundaban sus pensamientos. Luego tiró de la almohada y se tapó la cara con ella para proferir un grito apagado. Cuando vio que no pudo más, se la retiró y tomó otra bocanada de aire. Nuevamente, se enterró en ésta y chilló a todo pulmón.

«No me gusta, Mikaela. No me gusta, Mikaela», pensó Yuichiro, y trató de convencerse que había pescado un terrible resfriado. «No cabe la posibilidad de que me esté empezando a gustar; ni en un millón de años. Soy fiel a mis dragones, soy fiel a mi castidad y soy consciente de que no quiero casarme con él. Mi esposo será una criatura noble, no un tonto vampiro.»

La imagen de Mikaela con el cabello oscuro y aquellos orbes castaños lo perseguían; y la manera en que pronunciaba su nombre, su sonrisa, el calor que le brindó esa misma noche...

«Mikaela olía tan bien.»

Yuichiro abrió los ojos de par en par ante aquella confesión y se palpó la frente momentáneamente, pues consideraba que había pescado una fiebre mortal. La temperatura no había aumentado. Yuichiro quiso volver a gritar y se mantuvo con la boca abierta, listo para soltar las lisuras más cochinas.

De repente, la puerta se abrió de porrazo y permitió el ingreso de un uniformado con la insignia de Inari. El capitán Shinoa traía una bandeja de metal con una abundante merienda: un delicioso pato asado bañado en salsa de champiñones y una refinada colección de vegetales. Shinoa marchó hacia la cama sin borrar aquella burlesca expresión. Sus ojos ámbar brillaban y destellaron una traviesa actitud. Depositó el almuerzo sobre la cama, se llevó las manos a las caderas y amplió su enervante sonrisa.

—¿Cuándo será la boda? Espero recibir una pronta invitación. Estuvieron toda la noche y no volvieron hasta la mañana. Me imagino que ya lo hicieron. —Fingió inocencia con aquel tono de voz y tomó asiento con una ceja arqueada. La hizo danzar—. ¿Qué tal estuvo?

Yuichiro apretó sus dientes y los raspó sin disimular lo encendido que estaban sus cachetes regordetes. Su nariz se arrugó cuando pretendió formular una respuesta factible, pero ni él mismo sabía con exactitud qué había pasado. Solo tenía la imagen de Mikaela en una posición inmoral y comprometedora. Automáticamente perdió los papeles y escupió:

—¿Qué te hace pensar que ha sucedido algo, enano estúpido? ¡No ha pasado nada entre nosotros! —Yuichiro pinchó su carne con brutalidad.

Shinoa mantuvo el mismo impertinente semblante y sus labios se encorvaron maléficamente.

—No lo sé, Yuichiro. Tal vez fue el hecho de que ambos se escurran del castillo, pasen una noche juntos, lleguen muy temprano en la mañana... —enumeró juguetonamente—. Sin contar los moretones en el cuello, claro.

—¡En primer lugar, los moretones fueron por el granizado del infierno! ¿Por qué tienes una mente tan pervertida? —Arranchó la carne con sus colmillos.

—No sé qué podría hacerme pensar de esa manera. En especial cuando toda la ropa que mandé a lavar olía a la colonia preferida del príncipe de Sanguinem. —Shinoa golpeó uno de sus puños sobre la palma—. Después te fuiste a tu cama y dormiste como un tronco. ¿Mucha acción nocturna?

—¡Shinoa, deja de hablar estupideces! —Escupió el pato en pedacitos.

Shinoa soltó una sonora carcajada. Yuichiro deseaba poder abrazarlo con una silla o acariciarlo con la bandeja. Ni bien Shinoa se detuvo, se encogió de hombros y giró su cuerpo momentáneamente para retirar una carta que llevaba dentro de su armadura. El sello azul de cera mostraba que todavía no había sido abierta. Shinoa se la mostró a Yuichiro y se la entregó de inmediato. Yuichiro se la quitó y la rasgó de un costado. Al desdoblarla, una voz le dio la bienvenida:

—¡Mi precioso hijo! —saludó Shinya—. ¡Nos hemos enterado de que tuviste tu primera vez con el príncipe de los vampiros! ¿Cómo fue? ¿Lo dejaste molido? Espero que no nos hayas avergonzado con un débil movimiento de caderas, corazón. El secreto está en la pelvis. Tú...

Yuichiro hizo de la correspondencia una bolita y la lanzó a la otra esquina de la habitación. En esta ocasión, ni se inmutó en levantar la mirada, porque sería más fácil de sobrellevar si ignorase las muecas llenas de sorna de Shinoa. Yuichiro pinchó una lechuga y al llevársela a la boca, se dio con la sorpresa que había un segundo mensaje. Shinoa retiró otra carta ya abierta y la desdobló.

—¡Gracias por las noticias, Capitán Shinoa! —dijo Guren—. Ya hemos alistado las maletas y estaremos en Sanguinem en lo que canta un gallo.

Yuichiro se atoró con su merienda y se golpeó el pecho reiteradas veces. Shinoa le ofreció un vaso de agua y lo vio engullirse de un trago. Al recuperarse, Yuichiro le arranchó el papel, pues asumió que la cera en sus orejas se había endurecido tanto que no le permitieron oír claramente.

—Mierda, mierda... ¿Qué rayos haré?

—¿Qué puedes hacer? Tus padres creen que ya te encamaste con Mikaela —replicó Shinoa. Cogió la carta y la guardó.

—¿Y por qué diantres vendrían solo por eso?

Shinoa miró a los lados.

—Cabe la posibilidad que piensen que lo has embarazado o viceversa —ofreció con una gama de culpabilidad.

Yuichiro parpadeó un sinfín de veces.

—¡Debes de estar bromeando, Shinoa! ¿Qué rayos les dijiste a mis padres? No me digas que tú... ¡Por un demonio! No me digas que hiciste semejante insinuación en el mensaje que les mandaste.

No hubo respuesta. Shinoa se mordió el labio inferior y asintió lentamente, casi hesitante del berrinche que se aproximaba. Yuichiro quiso estampar su frente contra la bandeja o saltar por la ventana para romperse una pierna. No podía estar sucediéndole. No a él.

—Si te sirve de consuelo —inició Shinoa, y rebuscó en uno de sus bolsillos para extraer una bolita nacarada del tamaño de una canica—, puede que necesites de esto.

—Esto no es una droga, ¿verdad? No pretenderás que abuse de él y me sobrepase. Eso sería cruel y asqueroso.

Shinoa suspiró y se comió las ganas de tirarle un cocacho en la cabeza.

—No seas idiota. Jamás te daría esa clase de cosa. Con la cabeza que tienes, serías capaz de tragártela tú mismo. Esta pequeñez es una poción en su estado sólido, la cual permite la facilidad de crear una familia.

Yuichiro examinó el curioso objeto, llevándolo hasta la punta de su nariz. Tenía un aroma muy frutal y rico en azúcar. Cuando sacó la lengua para conocer su sabor, Shinoa cubrió la esfera con una de sus manos, impidiéndole la degustación.

—No es un caramelo, Yuichiro. Cuando estés listo para volver a tener relaciones con el príncipe de Sanguinem, úsala en él. Su cuerpo amoldará sus entrañas a las de una criatura femenina y tu inseminación hará que quede embarazado.

Yuichiro se atoró con su propia saliva y su rostro se incendió como nunca. La idea de hacerle el amor a Mikaela no había cruzado su mente, mucho menos embarazarlo. Ni tenía la menor idea de que eso fuese posible.

—¿Embarazado? ¿Cómo? Quiero decir, sé que mi padre y la gran mayoría de zorros puede cambiar de forma cuando se le plazca, inclusive de una fémina, pero no sabía de otras especies que lograsen hacerlo por un medio alterno —carraspeó estupefacto.

Shinoa asintió.

—Entiendo que tú podrías cumplir con el rol, pero con lo miedoso que eres, no sé si serías capaz de soportar un embarazo y luego dar a luz a un cachorro. Tu padre rompió todos los huesos de la mano de su Majestad Guren cuando naciste. Fue un parto natural.

—No lo quiero ni imaginar.

—Como sea, ¿no deberías ir a chequear a Mikaela?

De otro bocado, Yuichiro colgó otro tomate en su tripa y siguió comiendo sin prestarle atención. El tema sobre procrear lo había dejado demasiado ansioso. Shinoa, quien odiaba ser ignorado, le dio un codazo en las costillas.

—Oye, tarado. Te dije que deberías ir a ver a Mikaela.

—¿Por qué debería ir a verlo? ¿Quién lo ha nombrado mi marido? Tch, qué malos modales tienes. Además, debe de estar durmiendo.

—¿Sabes que te has dormido un día entero? Llegaste al castillo el día de ayer en la mañana y la apuesta fue pospuesta para hoy. De seguro la debe de estar pasando mal.

—¡Por qué no dijiste nada!

Shinoa rodó los ojos.

—Acelera el paso, niño.

Yuichiro tragó con fuerza toda la bola de comida y brincó hacia su escritorio. Agarró su camisa y se la colocó encima sin abotonar; se encaminó en dirección a su armario y retiró un par de pantalones negros. Brincando como conejo, se los logró ajustar y salió disparado con las botas en mano. Mientras trotaba por los pasadizos, calzó sus pies con torpeza, por poco tropezando o resbalando.

Al llegar a la habitación de Mikaela, la encontró vacía. Frustrado, empezó a escudriñar en cada esquina. «Mierda, Mika. ¿Estás bien? ¿Están abusando de su poder?»

Se paseó por el baño termal, la biblioteca y cientos de cuartos, donde habían frecuentado en sus ratos libres. También fue a indagar al jardín con la esperanza de encontrarlo en la pileta. Tampoco estaba ahí. Sin pensarlo dos veces, se aventuró por otro pabellón y se deambuló por los salones reales de Sanguinem. Cada salón poseía un escenario en particular: algunos estaban pintados de carmesí con bordes dorados, otros mantenían una tonalidad verde agua con enredaderas de plata, y los más comunes, paredes blancas con cuarzos. En ninguno de ellos se encontraba su Alteza.

Con una infinidad de pensamientos asfixiando su estabilidad mental, Yuichiro se fue a parar contra una de las puertas. La acababan de abrir desde adentro. Los nobles restantes y príncipes salieron cuchicheando entre ellos. Súbitamente, Mitsuba y compañía notó la presencia del príncipe de Inari. El tigre torció una aborrecible mueca y le dio la espalda al igual que los demás. Mientras que Yuichiro se sobaba la nariz por el impacto, el curioso de Eusford le dio el encuentro y lo saludó:

—¿Dónde estuviste? Pensamos que vendrías a ver el desenlace. El día de mañana se darán las adivinanzas.

—Estuve descansando. —Yuichiro observó a los demás príncipes y sus gestos no muy amigables—. Para serte franco, no creo que mi presencia hubiese sido requerida. Siento que desean aniquilarme con esa mirada... ¿Cómo está Mikaela?

El semblante de Eusford se iluminó; se encogió de hombros y dio un paso al costado.

—Averígualo por ti mismo. Nos vemos luego.

Eusford marchó en dirección contraria y se perdió entre los pasadizos reales, silbando animosamente. Yuichiro dejó a un lado las distracciones y se adentró al salón. Su pecho fue el primero en chocar con otra figura más alta que él. El mismo individuo retrocedió.

—¡Yuu! —pio Mikaela.

—¡Mikaela! —Yuichiro lo sujetó de las muñecas—. ¿Estás bien? ¿Te hicieron algo? ¿Cómo te fue con la apuesta?

Yuichiro examinó cada parte del vampiro, buscando todo tipo de detalle que indique que había sido abusado. El traje de Mikaela estaba impecable al igual que su rostro; su peinado estaba intacto y no tenía mordidas ni moretones.

—Tranquilo, Yuu. —Mikaela llevó su mano sobre la cabeza del zorro y la acarició—. Todo ha salido muy bien.

—¿Ganaste? —Se tensó ante su tacto, pero lo permitió—. Ganaste, ¿verdad?

El vampiro asintió.

Mikaela lo guio fuera y cerró la puerta tras ellos. Luego le explicó con lujo de detalles lo ridículo que fue el evento, ya que tuvo que elegir entre cara o sello al momento de lanzar una de las monedas reales al aire. De un sencillo intento, Mikaela ganó la primera ronda con sello. Mucho después, los pretendientes habían decidido revisar los términos y condiciones del evento, donde se acordaba que el ganador tendría una noche con Mikaela y ganaría la mitad del reino con la condición de que Yuichiro no saliese lastimado. En sí, Mikaela podía casarse con quien él quisiese si es que ganaba o perdía; y si él ganaba, el vampiro elegía cualquier tierra que él quisiese de los reinos que se le iban a enfrentar.

Ambos salieron al jardín central y se sentaron junto a la pileta de siempre.

—¿Estás seguro de querer apostar la mitad del reino? —cuestionó Yuichiro, recogiendo sus pies del suelo—. ¿No crees que es más sensato apostar otra cosa? La gente no estaría para nada alegre de enterarse.

El vampiro se burló y le dio un ligero empujón.

—¿Cómo es eso, Yuichiro? ¿Dudas de tu futuro esposo? ¿Cómo puedes dudar de mí? Yo voy a ganar.

—¡Ja! ¿Estás demente? ¿Quién te ha nombrado mi esposo? —Le devolvió el empujón.

—Yo. ¿O acaso necesitas que te marque? Estaría dispuesto a hacerlo, si deseas.

—¡Mikaela, tú...!

Ambos escucharon un gritillo apagado, como el de una nena. Sus cabezas giraron en dirección de ésta, cerca de la cama de rosas preferida de Mikaela. Sobre el camino empedrado, una esbelta figura, cuya cabellera plateada había sido acomodada en un moño, los saludó eufóricamente. Detrás de él, un zorro más alto lo acompañaba. Por la vestimenta: las túnicas azules con patentes dorados de nueve colas y capas de peluche blanco, Mikaela supo de quienes se trataban.

Padre —balbuceó Yuichiro.

El segundo rey de mando, Shinya, levitó hasta posarse frente a ellos e ignoró por completo los quejidos de su marido. Shinya se abalanzó sobre Mikaela y le dio un fuerte abrazo. Se despegó y lo llenó de besos.

—¡Mika! ¡Cuánto has crecido! ¡Eres todo un galán! Con razón mi Yuichiro me pidió una de nuestras medicinas especiales para inseminarte. Estoy tan orgulloso de su iniciativa.

Mikaela se volvió a Yuichiro con los ojos tan grandes como dos platos de porcelana. Yuichiro estaba igual de petrificado y miró a Mikaela, negando con la cabeza reiteradas veces. Iba a explicarle todo el caos que había ocasionado Shinoa, pero Shinya terminó empujándolo dentro de la pileta para sentarse junto a su yerno.

—¿Y qué tal lo hizo, Yuichiro? ¿Tiene el movimiento de pelvis de su padre? Cuando nosotros lo hacemos, Guren tiene que ponerse al borde de la cama para un mejor desempeño, aunque esa posición hace que rompamos la cama...

—Señor Shinya —tartamudeó Mikaela con las mejillas rojizas como dos tomates—, creo que usted ha cometido un error.

—¡Llámame papá! Ya somos familia, querido. —Le dio una fuerte palmada en la espalda, provocando una leve fractura—. ¡Qué error ni qué nada, jovencito! Sé que mi Yuichiro es un poco mongolito, pero dele tiempo para satisfacer sus necesidades sexuales.

Antes de que pudiesen continuar con la festiva conversación, Yuichiro salió de la pileta empapado, y chilló una serie de lisuras, las cuales fueron calladas por una patada de Guren. Antes de que la situación se saliese de control, el capitán Shinoa hizo su aparición y les ofreció a sus reyes una grata invitación a la terraza real, donde se encontrarían con los gobernantes de Sanguinem. Shinya y Guren se despidieron y prometieron volverlos a ver durante la cena.

—Eso fue terrible —admitió Yuichiro, estrujando su camisa.

—Creo que no fue tan malo —dijo Mikaela. Extendió su mano y sacó a Yuichiro de allí—. Quiero decir, al menos tus padres me aceptan.

Yuichiro resopló.

—Te aceptan demasiado para mi gusto —gruñó y apretó su pantalón—. Ellos serían capaces de extorsionarme con tal que terminemos casados.

Yuichiro se sentó junto a Mikaela y se quitó las botas para vaciar el agua. Se retiró la camisa y la exprimió, dejando que las gotas se dispersen por el suelo. Mikaela solo lo observaba en silencio, admirando su contorneado cuerpo. Ante sus ojos, Yuichiro era demasiado bello para este mundo. Las cicatrices por el pecho, las estrías por el vientre y la leve pancita que se asomaba cuando se encorvaba. Su corazón se aceleró al verlo con un semblante tan angelical.

—Yuichiro, quería saber qué te gusta hacer en Inari. Muy aparte de concentrarte en los dragones.

—¿Por qué una pregunta tan vaga? —Tendió su prenda sobre el borde de la pileta—. ¿Quieres conocerme mejor o piensas extorsionarme?

—Extorsionarte suena tentador, pero no. ¿Recuerdas cuando te dije que me gustabas?

El zorro asintió, fijando su mirada en una mariposa que pasaba por ahí. Todavía no podía verlo a los ojos cuando lo decía con tal seriedad y alegría. Su corazón actuaba raro y la respiración parecía querer escaparse.

—Me lo dijiste cientos de veces. Cuando mueras, me aseguraré de poner en tu tumba una frase como, aquí yace el vampiro más pervertido del mundo, quien persiguió a un indefenso zorro.

Mikaela se dobló, carcajeándose ante la idea. Sin parar de reír, le dio otro empujón y le sacó la lengua. Yuichiro solo le sonrió, devolviéndole el gesto con un suave codazo.

—Te diré lo que hago en Inari si me dices qué haces tú, ¿trato?

—De acuerdo —aceptó y se incorporó. Mikaela se estiró, reacomodándose los huesos de la espalda que Shinya le había movido—. Aparte de pelear, me encanta bailar. Sé que suena estúpido, pero siempre me ha gustado danzar.

—¿Tú bailas, Mikaela? No te creo.

Mikaela levantó a Yuichiro de golpe y rodeó su mano alrededor de su cintura. Con la otra, sujetó la mano del zorro y le demostró con gentiles movimientos lo que había aprendido en secreto. Mikaela tarareó una canción típica de Sanguinem que podría pasar como una balada en el continente de los humanos; y guio a Yuichiro, quien tenía dos pies izquierdos. A cada momento pisoteaba las botas de Mikaela, quien no parecía importarle pues Yuichiro andaba sin zapatos. Mikaela lo hizo girar para volver a pegar sus pechos. El cálido aliento de Mikaela recaía sobre los labios de Yuichiro... ¡Oh, la tensión! Yuichiro necesitaba calmarse.

Continuaron bailando en el jardín, disfrutando del atardecer hasta que Yuichiro logró seguir a Mikaela.

—Nada mal —lo felicitó y lo dejó ir—. Un poco torpe al inicio... Para ser tu primera vez, mis pies no están tan abollados.

—No soy un experto como tú —gruñó Yuichiro, cruzándose de brazos al sentarse sobre el borde de la pileta.

—Nadie nace sabiendo. Si deseas, podemos practicar cuando tengas tiempo.

Yuichiro enmudeció y consideró que era demasiado extraño que estén entablando una conversación tan civilizada. Lo peor de todo es que lo disfrutaba. Mikaela podía ser un cerdo pervertido de vez en cuando, pero las otras veces... Era alguien divertido.

«No puede ser posible. No me puede estar gustado. No me gusta Mikaela. Es la fiebre, es el Zika. Si practico con él, mis sentimientos empeorarán y serán más profundos. Debo de evitar esta locura.»

—No lo creo. No soy muy bueno en el baile. Tampoco estoy muy interesado. —Yuichiro se colocó de pie—. Me alegro de que estés bien. Será mejor que me marche.

—¿Tan temprano? Pero me dijiste que me contarías lo que haces en Inari si yo te compartía lo mío —protestó Mikaela, sujetándolo de la muñeca—. ¿Estás molesto conmigo?

Yuichiro se quedó boquiabierto, zafándose de su agarre.

—¿Por qué estaría molesto contigo? Yo... ¡Bah! Olvídalo. Mejor me voy a mi habitación antes de que pesque un resfriado. También tengo que alistarme para cenar.

Mikaela torció una mueca, dejando que la tristeza lo consuma.

—Bien. Te veré en la cena.

El zorro, sin levantar la mirada, se retiró a toda velocidad.

«¿Por qué le dije eso? ¿Por qué no puedo actuar normal? Tan solo me ofreció bailar, nada más. ¿Por qué le tendría miedo a eso? ¿Soy idiota o qué?»

Yuichiro corrió en dirección a su habitación, llegó a la puerta y la cerró de un portazo ni bien ingresó.

«¿Por qué soy así? Mikaela no es como el príncipe de los enanos. Él nunca me ha obligado a tener relaciones sexuales, jamás me acorraló y atentó contra mi virginidad. ¿Por qué huyo?»

El corazón de Yuichiro comenzó a partirse lentamente; se apoyó contra la madera y se deslizó hasta el piso, extendiendo sus piernas sobre el alfombrado.

«¿Debería volver? ¿Debería disculparme? ¿No me veré necesitado de afecto? ¿Afecto? ¿Desde cuándo necesito afecto? En especial de un vampiro.»

—¿Yuichiro? —Alguien tocó la puerta—. Yuichiro, sé que no quieres hablar, pero...

La puerta se abrió abruptamente.

—¿Yuichiro? —Mikaela se mantuvo parado frente a él con una camisa, aún húmeda por el agua de la pileta—. Olvidaste tu...

Yuichiro lo abrazó.

Extrañado por la caricia, Mikaela soltó la camisa para rodear sus brazos alrededor de él. No entendía qué pasaba, pues su asombro fue abismal. Yuichiro nunca manifestó ninguna muestra de cariño ni voluntad de acercársele desde que lo conoció. Mikaela acarició su cabeza, pasando sus dedos por su enredada cabellera para terminar en la punta de sus orejas. Ambos se mantuvieron así, en silencio.

«¿Qué estoy haciendo?», recapacitó Yuichiro, adquiriendo un color tan rojo como la insignia de Sanguinem. Se separó y se quedó tieso como un ladrillo con la mirada fija en Mikaela, quien no parecía entender absolutamente nada.

—Mikaela, no es lo que tú crees.

—¿Estás bien? —inquirió preocupado y dio un paso al frente.

El zorro retrocedió.

—¿Yuu? No te pienso hacer nada. De verdad.

—¡No te acerques! ¡No des ni un paso más! —El semblante de Yuichiro pasó a una variedad de tonalidades rojas—.

—¿Yuu? —Mikaela ignoró sus suplicas y lo envolvió en un abrazo—. Todo está bien, Yuu. Calma.

Un sonido similar al descorcho de una botella hizo eco en todo el cuarto y una espesa capa de humareda los dividió. Mikaela tosió y agitó sus brazos para que la consistencia gris desapareciese. Tambaleándose en una oscuridad momentánea, se adentró a la habitación y abrió las ventanas. Poco a poco, la neblina bajó.

—¿Yuu?

Yuichiro, príncipe de Inari, se había transformado en la criatura más tierna de todo Sanguinem: una gruesa cola negra como un plumero, orejas peludas y puntiagudas, más un hocico negro que contrastaba con sus brillantes ojos verdes. Aquella imagen le dio la bienvenida al vampiro. Yuichiro agitó su cola y soltó un par de chillidos inentendibles.

—¿Yuu? ¿Eres tú? —Mikaela se arrodilló y una risa se le escapó.

El vampiro se desternilló a su antojo, pataleando mientras que las lágrimas saltaban por todos lados. Se meció de lado a lado sin poder creer que su Yuichiro podía ser tan bello en tan minúscula forma. Mikaela lo cogió por debajo de las axilas y lo alzó.

—¿Quién es la cosa más bella? —Lo acurrucó como a un cachorro, y añadió enternecido—: ¡!

—¡Suéltame! ¿Crees que me gusta esta forma? ¡Llama al maldito de Shinoa de inmediato!

Mikaela lo apretujó.

—Eres una cosita tan letal. Lo siento, Yuu. No te puedo tomar enserio cuando te ves tan lindo —admitió, abrazándolo con fuerza—. Me hubieras dicho que esto podía suceder. Te hubiese adoptado de inmediato. ¿Puedo acariciar tu cola?

—¿Quieres que te parta la cabeza, imbécil? —bramó Yuichiro, zarandeándose entre sus brazos—. ¡Déjame ir!

—¿Qué causó que te convirtieses en un zorrito? ¿Se te bajó la presión?

El zorro dio un sonoro ronquido.

—¿Estás tratando de cabrearme, Mikaela? Porque lo estás haciendo a la perfección. Y no es nada que debas de saber. Tampoco tengo la edad de mis padres para estar hablando de presiones, tarado.

El vampiro le exprimió la vida con su fornido abrazo.

—Sigues usando malas palabras y me veré tentado a extorsionarte, Yuichiro —advirtió con una suavidad calculadora—. ¿Entendido?

Al levantar la mirada, el semblante de Mikaela era uno de los más oscuros que había visto. Yuichiro asumió que el vampiro también tenía sus límites. Cuando Mikaela se enojaba, se molestaba de verdad. Yuichiro suspiró, resignándose y asintió.

—¿Puedes llamar a Shinoa? —suplicó en un tierno aullido—. ¿Por favor?

—¿Me vas a decir primero que te pasó? Te fuiste tan rápido que pensé que había hecho algo mal. ¿En verdad hice algo así? Tú sabes que tú eres... —hesitó en continuar, desviando su mirada—. Yo te considero mi amigo.

Las dudas de Yuichiro fueron disipadas. No había sido amor ni atracción física lo que sentía por el vampiro. Todo este tiempo había sido una completa confusión. Mikaela era su amigo. Le gustaba, sí. Le gustaba como un fiel compañero de juegos. Para un príncipe como él, hablarse con muchachos de su edad o entablar una relación de ese tipo era casi imposible. Nadie quería hacerse amigo del mismo príncipe del reino por temor a ser aniquilado por criminales o por la ridícula mentalidad que los pobres y los ricos no podían ser más que un príncipe y un pueblerino.

Yuichiro suspiró aliviado.

—No hiciste nada mal. Me comporté como un idiota. —Yuichiro alzó su hocico—. Tú también eres mi amigo, Mikaela.

—¿De verdad lo soy? ¿O me estás bromeando?

—De verdad.

Una fina sonrisa se dibujó en el rostro de Mikaela. Escuchar esas palabras era gratificante. Madame Kimizuki había sido todo un éxito. Una vez que finalicen con la cena, iría a agradecerle sus servicios.

Mientras la mente de Mikaela divagaba en sus actividades, Yuichiro continuaba llamando a Shinoa en los corredores.

—¿Dónde estará ese holgazán?

—Te ayudaré a buscarlo —ofreció Mikaela.

Aunque hayan declarado su amistad, había algo dentro de Yuichiro que todavía lo hacía dudar. Fue en ese momento, al andar por los pasadizos, en que volvió a ver a Mikaela para asegurarse que no le gustaba de esa forma. Desafortunadamente, cuando sus ojos se cruzaron, su corazón dio un brinco. Quiera negarlo o no, ese latir no podía ser guardado en secreto.

«Mikaela es... lindo.»

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