¿Quién se casó con Mikaela Hy...

By Simpira

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[MikaYuu x YuuMika] Mikaela Hyakuya, próximo soberano del reino de Sanguinem, le importa un bledo terminar co... More

IMPORTANTE: Obra original
⚜️Prefacio
⚜️01: El primer encuentro
⚜️02: Amor a primera vista
⚜️03: Una reunión lasciva
⚜️04: Un loco en el castillo
⚜️05: La primera lección
⚜️06: Trabajo en equipo
⚜️07: Solo una caricia
⚜️09: Don Vampiro
⚜️A: Especial
⚜️10: La Gran Madame
⚜️11: La otra cara de la moneda
⚜️12: Una buena oportunidad
⚜️13: Poco a poco
⚜️14: Magia multicolor
⚜️15: La cena esperada
⚜️B: Especial
⚜️C: Especial
⚜️16: Puedes hacerlo
⚜️D: Especial
⚜️17: El pretendiente real
⚜️18: No se salvarán
⚜️19: El arte en su máxima expresión
⚜️20: Esto es amor
⚜️21: Final
⚜️E: Especial Final
Obra Original 2022
⚜️¿Quién se casó con Michirou Hyakuya?
⚜️Prefacio II

⚜️08: Esto no es amor

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By Simpira

El zumbido de un pestilente mosquito fue lo necesario para mandarlo a abrir sus ojos de par en par. Irónicamente, no escuchó el escándalo que Mikaela había generado en su cuarto, pero el danzar de aquel insecto fue fuerte y claro.

Yuichiro se incorporó de golpe y batió sus brazos desenfrenadamente para que aquella bazofia alada lo dejase en paz. Sin éxito alguno, comenzándose a cabrear por la irritante canción, deslizó una de sus piernas sobre las sábanas para descender e iniciar una campal batalla. En su descuido, su pierna se enredó con la tela y su mentón fue parar directo contra el suelo, despertándolo por completo.

—¡Rayos! —gruñó Yuichiro, estremeciéndose por la punzada—. ¡Por las mil pu...! ¡Mujeres que ofrecen servicios sexuales a cambio de dinero!

Después de maldecir de forma educada, Yuichiro permaneció recostado sobre su espalda, observando el techo y escuchando a la distancia a su enemigo. En una fracción muy corta, el mosquito se había escabullido por uno de los ventanales. El zorro suplicó a todos sus ancestros para que no volviese a entrar o perdería la razón.

Yuichiro se agarró del borde de la cama para levantarse. Una vez de pie, se acercó a la ventana y contempló los cielos. El sol seguía oculto entre los montes. Aliviado de que aún tuviese un par de horas para dormir, se apoyó contra el marco y se relajó con el silencio de la madrugada.

De repente, una fría brisa entró, lo suficientemente agradable para calmar su disgusto, e inhaló toda su frescura. Aquel viento meció las finas cortinas, envolviendo parcialmente el torso de Yuichiro, quien las retiró de su cuerpo, empujándolas hacia un costado para que dejen de mandarle leves cosquilleos a su pecho. Yuichiro esperó por un corto tiempo y se estiró para coger el seguro de la ventana.

«Si no la junto, puede que pesque un resfriado. Lo que menos quiero es tener a Shinoa preocupándose por mí», pensó al dejar una diminuta abertura.

Ni bien estuvo a punto de dar media vuelta, una mancha le llamó la atención. En su reflejo, gracias a la luz que caía sobre él, Yuichiro se percató de un corte en su labio inferior. Con la punta de su lengua, la humedeció. Una pequeña costra se había formado, aunque no recordaba haberse lastimado antes de dormir. Tampoco pudo habérsela proferido cuando cayó de la cama, pues estaría sangrando en estos momentos.

—¿Y esta marca?

Desconforme, se aproximó al escritorio que tenía cerca de su cama y rebuscó cada cajón hasta que encontró un espejo de mano. Yuichiro examinó la curiosa herida y la palpó con las yemas. Repentinamente, un hilo de electricidad lo invadió hasta la punta de sus pies.

Pareció recordar algo, un sueño, tal vez.

Si se concentraba, la imagen de uno de sus dragones peludos venía a su mente. Colmillo. No obstante, había algo diferente en su apariencia... Colmillo gozaba de un hermoso pelaje rojizo en la parte frontal de la cabeza, no rubio. Era de escamas duras con púas, no de piel suave; y casi nunca olía bien, ya que su aliento apestaba a restos de pescado y cebolla.

Yuichiro no le dio más vueltas al asunto y devolvió el espejo a su sitio. Luego se lanzó de vuelta a la cama con un mejor semblante. En su descuido, pudo haberse mordido él mismo y no lo notó. Era el incidente más razonable, y así lo quiso creer, porque si hubiese pensado que Mikaela tuvo la osadía de ingresar a su habitación para realizar una de sus vampíricas payasas, no sabría cómo hubiese reaccionado a tal indecoroso encuentro.

«¡No otra vez! No necesito que ese idiota esté invadiendo mis pensamientos», pensó malhumorado, y agitó sus brazos como si desease espantarlo. Yuichiro sacudió su cabeza y se despojó de sus prendas, permaneciendo en ropa interior. Seguidamente, se envolvió con su cobertor y se dispuso a descansar.

Un tiempo después, Yuichiro concilió sueño a diferencia del individuo del cuarto de al lado.

Mikaela no podía dormir.

El vampiro estaba arropado en las telas más caras de todo su reino, abrigado hasta la punta de los pies por las temibles corrientes de aire que corrían en lo alto del castillo, pues la temperatura tendía a disminuir en esa altura. En notificaciones anteriores se les había recomendado a todos los habitantes que fuesen cuidadosos con su salud, aunque fuese cierto que la mayoría de los pobladores y ciudadanos eran vampiros, y que todos tenían conocimiento de que su especie no se podían enfermar. Pero podían sufrir dolencias en las piernas y brazos, pues su organismo no resistía bajas temperaturas. Se podían congelar en el peor de los casos, y Mikaela era uno de los pocos desafortunados que contaba con tal defecto de nacimiento. Era propenso a tener hipotermia a temperaturas bajo cero.

El vampiro había intentado irse a la cama como todas las noches, después de haber tomado más de diez tazas de sangre con chocolate. Desafortunadamente, esta noche no estaba funcionando. Su corazón seguía latiendo con fuerza después de la caricia con el zorro.

No importaba cuantas veces quiso dirigir su atención a sus labores diarios, no podía. Suspiraba e imaginaba el contacto directo de sus labios, y repetía la escena como una película. No conforme, tuvo el descaro de ir más allá de cualquier pensamiento pudoroso. Eran imágenes inmorales y no propias de un futuro rey.

—Un beso.

Mikaela dirigió su mirada al espejo de su tocador y vio su reflejo. Fijó su vista en sus labios, y esa palpitación comenzó de nuevo al igual que la respiración entrecortada y la pérdida de fuerza en sus rodillas. Esa rara calidez lo hacía sonrojar como si tuviese treinta años menos.

—No puede ser posible que siga pensando en eso. Debe de ser un malentendido y me estoy sintiendo raro por haber tomado demasiada sangre —se dijo a sí mismo.

El cantar de los gorriones fue la primera indicación que ya iba a amanecer. Mikaela se sorprendió de haberse quedado despierto por tantas horas, y miró por la rendija de sus cortinas.

El sol se estaba asomando entre las grandes montañas de Sanguinem, iluminando todo a su paso. En tan poco tiempo, sus sirvientes vendrían para atenderlo y acompañarlo hasta el comedor para desayunar.

El vampiro soltó un último suspiro, sin muchas ganas de salir de la cama, y se recostó sobre su almohada. Necesitaba olvidarse de aquel incidente y concentrarse en sus quehaceres y lecciones.



Los cocineros y sirvientes se habían despertado hace no mucho. Norito, que iba corriendo de lado a lado con nuevos ingredientes para el desayuno; la vieja mucama, indicándoles a las jóvenes cómo colocar el menaje correctamente; Mahiru, quien se vestía para atender a su nuevo amo; y Ferid, quien se preparaba para salir al jardín para encontrarse con un invitado especial.

Con elegancia, Ferid bajó por los peldaños de mármol y se desplazó por uno de los grandes pasadizos. Uno paralelo al del comedor y salón principal. Los atravesó rápidamente para llegar a las grandes puertas de cristal que daban al bellísimo jardín de en medio.

Al salir al aire libre, una ventisca lo empujó con sutileza, y sintió un aroma distinto, pero placentero. Era una colonia difícil de conseguir, muy elaborado, y de un alto precio en el mercado rojo.

Sentado sobre el borde de una pileta, una alta y esbelta figura batía su larga pierna en aburrimiento. Botas hasta los muslos, pantalones rojos acompañados de una delicada camisa que era cubierta por un largo saco negro. Sus bellos ojos violetas mostraban un brillo melancólico que reflejaban un genuino interés por una cama de rosas verde menta en particular.

Ni bien escuchó a Ferid acercarse, éstos se posaron sobre el tutor del príncipe, y aquel muchacho de corta cabellera esbozó una sonrisa.

—Ferid Bathory, ¿por qué esa cara de aberración total? —inquirió el hombre en un tono agradable.

—¿Qué te hace pensar que te odio, pequeño?

—¿Tienes que ser tan malditamente hipócrita? Si no fuese por mi título, me hubieses decapitado. Además, los reyes estiman mucho a mi familia.

—Para alguien que ha roto el corazón del príncipe, tienes muchas agallas para venir aquí —contestó secamente, retirándose la careta y demostrándole cuanto lo odiaba con su escalofriante mirada, y ladró—: ¿Por qué viniste, Tepes?

El elfo hizo bailar sus cejas de arriba abajo con gran satisfacción, sin remover esa molesta mueca de su rostro. Krul Tepes sacó una envoltura negra de su abrigo y esperó a que Ferid la tomase de sus dedos. Ferid, a regañadientes, se la arranchó.

Al inspeccionar la carta, Ferid supo que era correspondencia real por el sello de Valaisland, el reino de los elfos. La abrió con recelo y leyó su contenido.

—¿Así que la reina pide que te incluyan formalmente en el evento para que las otras naciones no te vean como un candidato inadecuado? —bufó Ferid, arrugando la nota—. ¿Por qué deberíamos mentirles? Es muy obvio que después de encamarte con el novio anterior de la prima de Mikaela, no eres apto para este tipo de eventos.

Krul se sacó el molesto mechón rosado que caía sobre su nariz, y metió la mano dentro de su chaqueta para sacar un encendedor artesanal y un cigarrillo a base de hierbas silvestres. Lo encendió y dio un par de golpes. Era claro que la molestia de Ferid estaba incrementando, y Tepes lo disfrutaba al máximo, tomándose su dulce tiempo para sacarlo de sus casillas. Si Ferid llegase a alzarle la mano, sería ejecutado. Tepes lo sabía. Ambos lo sabían a la perfección.

—Sabes que las cosas no sucedieron así —alegó Krul al exhalar—. Dime, ¿qué te hace pensar que todos los pretendientes aquí son puros y castos como ellos dicen serlo?

—Al menos tienen la cortesía de hacerlo en privado.

Krul estuvo tentado en probar su suerte y continuar exasperándolo como lo solía hacer hasta que sintió aquella presencia avecinándose desde lo alto de una de las habitaciones. Ferid fue el segundo en notarlo.

—Es hora de irme. Te están buscando —dijo el elfo—. Entiendo que no quieran que sea participe, pero hazle saber a los reyes. Habla con Mikaela primero, si tienes las pelotas bien puestas.

Krul lanzó el resto de su cigarrillo en la pileta y de un brinco se desvaneció entre los matorrales. A Ferid le hubiese gustado botarlo a patadas por lo que le hizo a Mikaela, pero no podía hacerlo si la reina había metido su cuchara en la gran sopa de problemas. La acción correcta sería ir con la noticia a los reyes, aunque Mikaela no estará feliz de tener su presencia de regreso.

—¿Qué haré contigo, Tepes? —Ferid suspiró, escondiendo la carta dentro de uno de su bolsillo y levantó la mirada para darle el encuentro a Mikaela, quien lo observaba desde lo alto—. Buenos días, su Alteza.

—Buenos días, Ferid.

Su saludo fue breve y bastante formal, pues Ferid hizo un breve ademán y se marchó de vuelta a uno de los pabellones. Mikaela se hubiese retirado del borde de la ventana, aunque podría jurar que un olor muy familiar se expandía en su jardín. Por un momento pensó que se trataba de él, pero eso no era posible. Krul había sido prohibido de acercarse al castillo a menos de que los reyes de Sanguinem lo permitiesen.

Los ojos de Mikaela se posaron en una cama de rosas que habían sido traídas el día de ayer. Eran especiales y el olor de aquel perfume era el mismo que el de aquel muchacho. Solo era la fragancia de las rosas nuevas, eso debió ser.

Ese hombre le había hecho mucho daño. Mikaela no recordaba con precisión qué había sucedido entre ellos, pues ni podía recordar su rostro. Sin embargo, ese aroma siempre tendía a abrir una vieja puerta. Una conexión que ya había sido cerrada centurias atrás por un mago.

—¿Su Alteza? —Una voz femenina provino desde el otro lado de la puerta—. ¿Su Alteza? Tiene visita.

—Pase.

Mikaela, completamente vestido y aseado, se volvió hacia la entrada para darle la bienvenida a quien fuese que estuviese interrumpiéndolo a temprana hora. Lo que no se imaginó fue que la criatura menos pensada decidiese venir a verlo. Le hubiera gustado rechazarlo, pero Mikaela estaba sumamente curioso de saber qué había llevado a este príncipe venir hasta acá.

Bajo el umbral de la puerta, cerrándola tras él, Eusford se inclinó para saludar al vampiro y se acercó hasta que estuviesen separados por una corta distancia. Mikaela ofreció el sofá que había cerca de su escritorio y se sentó en el mueble del lado opuesto.

—Eusford, príncipe de los dragones, ¿qué le trae por aquí? —cuestionó Mikaela, sosteniendo una pequeña campana que hizo tintinear para llamar a un criado—. Es una sorpresa que venga hasta mi alcoba. ¿Desea tomar algo?

Un sirviente ingresó con un carrito, empujándolo hasta la esquina, y empezó a colocar varios bocaditos sobre la mesita de café.

—No, gracias —replicó Eusford cuando la mujer le dio una taza de té vacía—. Príncipe Mikaela, hay algo de lo que quiero hablar con usted.

Mikaela aceptó ser partícipe de la fastidiosa petición de uno de sus pretendientes e intentó ponerle atención por más que desease saber qué estaba haciendo Yuichiro en estos momentos. Si seguía durmiendo de esa forma tan sensual o si notó que él había estado en su recámara la noche anterior. Lo que no se imaginaba era que Yuichiro se encontraba tomando un placentero baño en aquel mismo recinto.

En esta ocasión, el zorro tenía una muda de ropa.

—¡Esto es celestial! —exclamó Yuichiro, disfrutando del vapor y de los bocadillos salados—. Si tuviésemos más comida salada en Inari, sería tan feliz. Juro que podría comerme la sal en paquetes.

—Siempre pensando con el estómago —comentó Shinoa, seleccionando un jabón de avena en uno de los estantes—. ¿Por qué no sales de una buena vez de ahí? Te vas a arrugar como una pasa.

—¿Por qué? El desayuno comenzará dentro de una hora —protestó Yuichiro—. Quiero aprovechar que no hay ningún sirviente aquí, ni tontos pretendientes que se orinen en la piscina.

—¿Y qué te hace pensar que no se han orinado la noche anterior? Todos estaban ebrios. Seguro que uno que otro se bajó los pantalones y no se dio cuenta...

—¡Basta, basta! ¡No prosigas! ¡Siempre sabes cómo arruinar las cosas buenas! —abucheó Yuichiro, alzando una de sus piernas por el borde para salir de inmediato.

Shinoa suspiró e intentó disimular la risa. Siempre había maneras de que Yuichiro le haga caso, quiera o no. Su capitán le entregó el jabón y le alcanzó una cubeta de agua tibia de uno de los pozos de agua anexos.

—Una vez que termines de lavarte el cuerpo, avísame para enviar a alguien para que te vista.

—¡Puedo hacerlo solo! Tan solo anda y verifica que todos estén bien. Mira que sean atendidos. En especial la niña nueva, Mahiru. Debe de tomar un buen desayuno para tener la energía suficiente como para colaborar con las demás muchachas de nuestra nación. Observa que no vengan las anteriores y la fastidien.

—¿Algo más? No sé. ¿Una barrera protectora y ajos para que los vampiros no la toquen? —dijo Shinoa con picardía, ganándose una mueca desaprobatoria—. Es broma. En fin, me marchó.

En silencio, Shinoa se retiró de cuarto, y una placentera sonrisa invadió su rostro. Shinoa estaba seguro de que Yuichiro sería un magnifico rey. Siempre preocupándose por los demás antes que él. Shinoa estaba feliz de ser su capitán y uno de sus hombres más confiados, aunque esa actitud, esa virtud... Podría ser un arma de doble filo si Yuichiro todavía probaba ser muy ingenuo. Shinoa se sacudió esos malos pensamientos y prosiguió su camino. Al doblar la esquina, retrocedió y abrió los ojos de par en par.

—¡Discúlpeme, su Alteza! —dijo con firmeza, inclinándose.

Mikaela no le dijo nada cuando lo reconoció. Mikaela bajó su mirada y se percató del estado de las botas de combate del capitán, ligeramente húmedas, y supo al instante a dónde debía dirigirse. El vampiro ignoró su respetuoso ademán y continuó por el largo pasadizo, siguiendo las huellas que Shinoa había dejado en su recorrido. Mientras recorría el lugar, conociéndolo como la palma de su mano, Mikaela recordó la conversación que tuvo con Eusford.

»—Él está aquí. Uno de sus pretendientes ha venido con malas intenciones, su Alteza. Sé que es difícil de creer, pero mis informantes me dieron la noticia la noche de ayer. Cuando me dirigí a la habitación, me avisaron que encontraron una carta sospechosa en el pasadizo. La firma había sido arrancada del extremo inferior, pero va dirigida a uno de los príncipes con una suma de dinero importante y un permiso.

»—¿Lo que dices es cierto? Muéstrame la carta.

Mikaela no podía creer que uno de estos pelmazos este atentando contra su vida. Al inspeccionarla, aquel príncipe tenía planeado casarse con Mikaela para luego vender la mina más exitosa de Sanguinem con un permiso que los zafaba de las multas por contaminación de tierras.

En breve, Mikaela llegó hasta la puerta.

«¿Seguirá aquí? Debe ser. Nos hubiésemos cruzado si hubiese concluido con su baño», pensó él.

Sus dedos rozaron la manija de la puerta y ésta se abrió de inmediato antes de que tuviese el chance de girarla. Ante sus ojos, un joven con el pantalón desabrochado y el torso completamente expuesto y mojado se chocó con el vampiro.

La toalla que traía sobre su cabeza se cayó sobre Mikaela, empapándolo. Poco a poco la humedad llegó hasta el pecho del vampiro, la cual fue apagada por los fuertes brazos que lo envolvieron en un apresurado abrazo, una caricia brusca que terminó en una lasciva posición: Mikaela sobre Yuichiro. Adoloridos, ambos aullaron por el golpe que se dieron al resbalar.

—Tenías que jalarme, estúpido zorro. —Su pulso aumentó por la calidez del pecho de Yuichiro.

—¡Y tú tenías que asustarme! —aulló Yuichiro, llevándose ambas manos a la parte posterior de su cabeza para frotarse—. ¿Qué haces aquí? Tus lecciones son más tarde. —Lo empujo, y cuando no hubo respuesta del vampiro, Yuichiro llamó—: ¿Mikaela?

El vampiro estaba en silencio. Su respiración se había vuelto pesada, los nervios lo invadieron, había perdido fuerzas en todo su cuerpo, y sus mejillas se carbonizaban por la proximidad. Todo empeoró cuando Mikaela se sentó sobre su regazo.

—¿Mikaela? ¿Estás bien?

Yuichiro se sentó correctamente, preocupándose de que el vampiro estuviese teniendo algún tipo de ataque del que no haya sido informado. El zorro lo abrazo con un brazo y deslizó su otra mano bajo el mentón de Mikaela para inspeccionar su rostro. Cuando ambos se miraron fijamente, Yuichiro se perdió en sus orbes. El vampiro era un hombre muy bello, frágil, y aquella expresión tan dulce era mucho mejor que el frío y malhumorado semblante que siempre tenía puesto.

—En verdad, eres muy hermoso... —dijo Yuichiro, embelesado por sus radiantes facciones.

Mikaela se sorprendió, y él no fue el único. Antes de lograr procesar lo que él mismo había dicho, sus palabras ya habían salido de su boca. El zorro quiso quitárselo de encima de inmediato, desviando su mirada por la creciente vergüenza.

Por primera vez, su corazón había latido un poquito más rápido de lo normal, y esa señal no le gusto. Incomodo por tener a Mikaela tan de cerca, Yuichiro quiso pedirle amablemente que se levantase.

Fue muy tarde.

Un terrible sonido hizo que sus orejas se enderecen. Yuichiro pegó un grito horrorizado al tener a Mikaela vaciar todo su estómago sobre ambos. Mikaela vomitaba sin parar. Yuichiro deseaba lanzarlo muy lejos de sí mismo, pero al ver la horrible reacción que tuvo Mikaela, supuso que debe de estar enfermo, y como el buen zorro que es, empezó a frotarle la espalda con asco.

—Expulsa todo, Mikaela —dijo resignado. Tendría que volver a bañarse—. ¿Qué rayos comiste?

Mikaela se atoró y escupió lo último que comió en su habitación. Después de arrojar más de tres litros de sangre, Mikaela tosió y se limpió la comisura de los labios con su manga. Muy avergonzado, no levantó la mirada y susurró:

—Perdóname.

—No te preocupes —replicó un Yuichiro derrotado, sentando a Mikaela a un costado para no mancharlo de sangre. Todo el pecho y piernas los tenía embarrados—. ¿Puedes levantarte? Llamaré a alguien para que te aliste un baño y...

—No es necesario —le dijo sin levantar la vista e intentó alzarse del suelo—. Puedo ir al baño solo.

O eso creyó. Mikaela todavía seguía nervioso por el encuentro. Jamás pensó que estar tan cerca de Yuichiro lo mandaría a vomitar a presión como una manguera de jardín. Se había estado sintiendo mal desde la madrugada, y su condición empeoró cuando se cruzó con el zorro.

Todavía no entendía qué era ese mal, esa enfermedad. Por más que Ferid le haya dicho que los vampiros nunca se enfermaban, él supuso que su condición era especial. Mikaela tenía un virus o le habían hecho brujería. Era una de dos.

—Déjame ayudarte.

Yuichiro deslizó sus brazos bajo sus piernas y lo cargó con gentileza hasta la banca de madera de la habitación. Sentó al vampiro y le dio la espalda para ir a buscar ayuda.

—Espera —le comandó Mikaela—. Espera un momento, zorro.

Yuichiro se volvió hacia él.

—No llames a nadie —susurró Mikaela, sintiendo un deseo creciente dentro de él. El vampiro se armó de valor y por fin, sus orbes se posaron en las de Yuichiro—. Quítame la ropa.

—¿Qué cosa estás diciendo? —preguntó nervudo, sonrojándose ante la propuesta—. Llamaré a tu tutor o a tus sirvientes para que lo hagan, Mikaela. Sé que me odias y me aborreces. Es mejor no juntarnos tanto, salvo para tus lecciones. Hasta podría llamar a Eusford.

Lo último le fastidio a Mikaela. Ese era el nombre que menos quería escuchar. Con todas las fuerzas que restaban, el vampiro se levantó y empujó a Yuichiro contra la pared sin importarle que la puerta se mantuviese abierta.

—¿Por qué llamarías a Crowley? —rugió Mikaela, encabronado por el comentario—. No entiendo qué tiene que...

—Lo que hiciste ayer fue muy evidente, Mikaela. No me puedes engañar.

«¿Se habrá dado cuenta que lo hice apropósito para que no estén juntos?», pensó Mikaela, aterrado, y retrocedió. Sus mejillas se pintaron carmesí.

—Lo hiciste para llamar su atención. Te gusta Crowley.

Mikaela lo contempló anonado y batió sus largas pestañas una infinidad de veces. Le urgía reírse a lo grande y mearse por tal falacia y estupidez. Mikaela no quería llamar la atención de Crowley, quería llamar la suya.

—Eso no es cierto. A mí me gusta...

Mikaela se detuvo.

No.

No podía ser posible. Solo había sido un día. Una noche en la que se conocieron. No sabía nada de ese zorro. Pero era muy obvio. No entendía mucho de lo que había discutido con Yuichiro, mucho menos con sus abuelos o con sus padres sobre las bases del amor. Pero de lo que no le cabía duda era que estaba comenzando a entender qué era el amor.

—¿Qué te gusta? ¿Fastidiarme? Porque estás haciendo un buen trabajo.

Mikaela estalló de risa.

Darse cuenta de esa manera fue completamente inesperado. Le habían robado su primer beso y le habían robado el corazón de una forma tan ridícula. Mikaela había encontrado a alguien digno.

Yuichiro era interesante y buenamente estúpido. Lamentablemente, era un hecho que el zorro no sentía lo mismo por él. Pero eso no sería tan difícil de lograr, ¿o sí? Después de todo, Mikaela confiaba en que podría tenerlo a sus pies en cuestión de días.

El vampiro se sentía mucho mejor. El negarlo le había estado dando horribles dolores de cabeza.

—No es nada. Solo que... —Mikaela enmudeció y le sonrió abiertamente—. Tú me gustas, Yuichiro.

Yuichiro también se empezó a reír.

—Muy gracioso. En fin, iré a buscar a tus sirvientes.

—No es broma. Lo digo en serio.

Yuichiro vaciló, y se quedó con la mente en blanco. Rebobinó y repitió la escena en su mente hasta que pudo comprender lo que el vampiro había escupido.

—Espera, ¿qué?

Cuando Mikaela repitió lo que dijo, Yuichiro dejó de escucharlo por completo. Se quería jalar de los pelos. La mandíbula se le cayó por el suelo, su lengua se desenrolló como una alfombra roja de gala, la saliva se le cayó y su corazón fue pateado hasta otro continente.

«No es posible. No es cierto», se repitió a sí mismo. «Él quería aprender qué es el amor y no es posible que, en tan solo un día, él se haya colado por mí».

El zorro dejó todo en ese lugar. Yuichiro salió despavorido, estaba huyendo. Aceleró el paso a trancadas, pasando por los guardias y sirvientes, e inclusive algunos pretendientes. Cuando dobló una de las esquinas, Mikaela no estaba.

Pero luego lo oyó. Pisadas rápidas y cortantes.

Al darse la vuelta, al ver sobre su hombro, Mikaela lo había alcanzado y se le abalanzó hasta tumbarlo en el piso. Yuichiro se abrazó, asustado de la forma en que su expresión se volvió sensual y cómo sus orbes brillaban. Mikaela lo presionó contra el suelo, y sentenció:

—Te lo advierto, zorro, te enamorarás de mí.

—¡Esto no es amor, Mikaela! ¡Estás sumamente equivocado! ¡De seguro vomitaste tu cerebro en el proceso! —Yuichiro forcejeaba.

Mikaela se echó a reír y se hizo a un lado.

—Hoy haré una excepción y te lo diré de corazón. Muchas gracias, Yuichiro.

Yuichiro se vio mucho más sorprendido cuando las palabras de agradecimiento salieron de su boca. Temeroso de que todo esté siendo una pesadilla o una jugarreta de mal gusto, retrocedió hasta pegar su espalda en la fría pared de los pasadizos. Con los pelos de punta, se incorporó como pudo e intentó huir nuevamente.

—¡Perdiste la cabeza, Mikaela! —le dijo a lo lejos, aún trotando.

Yuichiro no miraría atrás.

Trataría de olvidarse de lo que acababa de pasar, aunque Mikaela tenía otros planes. Descubrir que le gustaba Yuichiro fue un logro, y por fin, había entendido esa satisfacción de agradecerle algo a alguien. Haber descubierto que él también podía tener interés por alguien fue gratificante, y todo gracias a ese sucio animal.

—Prepárate, Yuichiro —murmuró Mikaela para sí mismo.

Mikaela estaba listo para la segunda lección.

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