¿Quién se casó con Mikaela Hy...

By Simpira

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[MikaYuu x YuuMika] Mikaela Hyakuya, próximo soberano del reino de Sanguinem, le importa un bledo terminar co... More

IMPORTANTE: Obra original
⚜️Prefacio
⚜️01: El primer encuentro
⚜️02: Amor a primera vista
⚜️03: Una reunión lasciva
⚜️04: Un loco en el castillo
⚜️06: Trabajo en equipo
⚜️07: Solo una caricia
⚜️08: Esto no es amor
⚜️09: Don Vampiro
⚜️A: Especial
⚜️10: La Gran Madame
⚜️11: La otra cara de la moneda
⚜️12: Una buena oportunidad
⚜️13: Poco a poco
⚜️14: Magia multicolor
⚜️15: La cena esperada
⚜️B: Especial
⚜️C: Especial
⚜️16: Puedes hacerlo
⚜️D: Especial
⚜️17: El pretendiente real
⚜️18: No se salvarán
⚜️19: El arte en su máxima expresión
⚜️20: Esto es amor
⚜️21: Final
⚜️E: Especial Final
Obra Original 2022
⚜️¿Quién se casó con Michirou Hyakuya?
⚜️Prefacio II

⚜️05: La primera lección

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By Simpira

Las sirvientas se habían cerrado en un pequeño círculo, cuchicheando cuanto chisme podían intercambiar, intentando disimular su risa, apretando sus labios juntos y dándose codazos a los lados. Pero el brillo de su mirada las delataba. Esa divertida chispa de la juventud. La senil ama de llaves lo sabía de antemano al percatarse de sus temblorosos hombros y graciosas muecas.

—¿Por qué no actúan como las señoritas que son? ¡Dan vergüenza! —les amonestó la señora, mandándolas a guardar silencio—. Deberían aprender de Mahiru. Es la menor y tiene mejor postura que ustedes.

La pequeña Mahiru se ruborizó ante el comentario, apartándose del grupo de ellas que se encontraban en medio del corredor junto a los demás sirvientes y soldados. Vaciló en alzar la cabeza, pues sentía la hostilidad que iba dirigida hacia ella.

Desde que había llegado a servir a los vampiros en el castillo, no hubo un trato cordial, y no se sorprendería si la odiasen mucho más de lo que ya lo hacían por aquel inoportuno comentario.

—¡Ja! Solo porque es la favorita de los reyes —murmuró una lo suficientemente alto para que todos escuchasen—. Me pregunto cuántos penes habrá tenido que atracarse para llegar hasta aquí.

—Los suficientes para dejarla muda —rio otra, señalándola—. Es tan inútil. Y fea. Mira esas larguiruchas orejas.

Las muchachas estallaron de risa, felicitándose por escupir aquel vil insulto. Aunque Mahiru estaba acostumbrada al maltrato, ella no era de piedra. Las lágrimas se estaban acumulando en sus ojos, listas para iniciar su descenso por su sucio rostro. Odiaba que la tratasen como un paquete de basura por ser un elfo.

Las puertas del dormitorio se abrieron de golpe, mandando una potente fuerza que levantó las faldas de las mujeres e hizo caer los cascos de los soldados al suelo. Su Alteza marchó fuera de su habitación con uno de los semblantes más extraños que hayan podido presenciar en tantos años de servicio: Mikaela sonreía. Avanzó con una risueña expresión, la cual fue borrada cuando sus ojos se posaron en una diminuta figura.

—Por el amor de Sanguinem, ¿quién le ha robado su caramelo? —gruñó Mikaela al observa a Mahiru, y viró hacia el primer guardia que viese—: Soldado, retírenla de mi vista y denle un maldito chupete. Me da calambre al ojo ver tanta miseria.

El soldado de arrodilló y babuceó:

—Con todo respeto, su Alteza, la muchacha trabaja para usted. Es un elfo, no una niña.

—Mucho peor. Denle comida para un mes y devuélvanla al pueblo.

Mahiru estaba petrificada. Su corazón cayó al suelo, rodando muchos metros más allá. Ella buscó a la ama de llaves con ojos suplicantes, pero solo encontró los burlones murmullos de sus compañeras y una dura espalda senil.

La joven se acercó a la anciana que había sido como una madre para ella durante todo su entrenamiento, tratando de aferrarse a la vasta de su vestido cuando el guardia la tomó de los hombros, apartándola con brusquedad.

Ella deseaba gritar, suplicar y tirarse a los pies de quien fuese para no tener que volver a la dura realidad que le esperaba afuera. A las frías noches de la ciudad en donde la menospreciaba, a la discriminación en varios restaurantes y lugares en donde ella podría trabajar para mantenerse. A la terrible ciudadela de los pretenciosos vampiros.

Y volver su región no era una opción. El trato era mucho peor.

Por favor, no me botes. ¡Te seré fiel! —vocalizó, deseosa de gritar a todo pulmón. Mahiru se apretó la garganta con los ojos llorosos, mas no salió ni un solo sonido de su boca. Con la desesperación carcomiéndola, se tiró a los pies de Mikaela.

Lo único que podía hacer era abrazar una de sus botas y sollozar, esperanzada en que Mikaela se diese cuenta de todo lo que había tenido que experimentar para poder llegar a servir al castillo. Cada golpiza, cada insulto, cada patada.

—Me das asco.

Yuichiro empujó al vampiro, bloqueando la patada que hubiese marcado aún más la mejilla de la pobre mujer. Yuichiro se paró en medio de los dos y se ganó la despreciable mirada de Mikaela. El zorro también apartó al soldado, quien intentó cogerla de los tobillos. Yuichiro chasqueó sus dedos, provocando una llamarada y lanzó una diminuta bola de fuego azul en advertencia.

—¿Tienes que ser tan déspota con la gente que cuida de ti?

—Es un elfo. ¿Qué hay de malo en ponerlos en su lugar? No debería de haberse acercado tanto con sus sucias manos. Nadie tiene permitido tocarme. —Mikaela se volvió a una de las criadas, y dijo—: Tú, la de vestido verde, tráeme otro par de zapatos.

La mujer hizo un ademán de haber entendido y se retiró de inmediato en dirección a la habitación del vampiro.

—Eso no te da derecho a golpearla. ¿No tienes corazón?

—Tengo uno y solo lo necesito para que bombee sangre. ¿Derecho? Lo mismo me gustaría preguntarle a su gente.

De un gran suspiro, Yuichiro le dio la espalda al vampiro y se arrodilló ante la joven. Mikaela y el resto se sorprendieron ante el acto. Los únicos que deberían estar en el suelo son los mendigos y los de menor rango. Jamás en la historia vampírica se ha presenciado que un noble o un miembro de la familia real haga ese tipo de actos tan humillantes.

—Tranquila —aseguró el zorro con una reconfortante sonrisa cuando ella retrocedió ante su tacto, y le ofreció su mano—. No pienso hacerte daño. Vamos. Levántate.

Temerosa de que fuese una trampa, la aceptó con recelo. Yuichiro la recibió afectuosamente, impulsándola. Luego se rasgó una de sus mangas y llevó ese pedazo a sus rosadas mejillas, limpiándole las gruesas lagrimas que no dejaban de caer por su bondad.

Yuichiro le entregó la tela y le acarició la cabeza de forma paternal, susurrándole las palabras mágicas que nunca había escuchado ni de su propia madre: todo saldrá bien.

—¿Qué es lo siguiente? ¿Hacerla tu reina? No me sorprendería si terminases con una pobre diabla a tu lado. Son tal para cual —espetó Mikaela, cruzándose de brazos ante la escena—. Es enervante que hagas eso por los menos desafortunados. Sería más fácil que terminen muertos y...

Una bofetada fue a parar directo en la mejilla de Mikaela. El capitán Shinoa, quien había estado presenciando todo desde lejos, se quedó perplejo ante las acciones de su joven gobernante. Shinoa muy bien sabía que el príncipe de Sanguinem se lo merecía, pero hacerlo frente a sus sirvientes es un error gravísimo. Nula su autoridad.

—Tú jamás aprenderás a amar, Mikaela.

Mikaela giró su cuello en la posición en la que estaba y se frotó la marca carmesí que había quedado impregnada en su blanquecino rostro de porcelana. Sus hombros empezaron a temblar y soltó una gran carcajada, la cual finalizó en una sombría mirada de odio.

—Y tú jamás obtendrás ningún volumen de mis libros si desistes en enseñarme. Tal vez ignore lo que acabas de hacer si te apartas de esa criatura para que la manden fuera de este castillo.

—No importa. No permitiré que dejes a alguien sin trabajo solo porque se te dio la gana. Se supone que tú aclamas actuar como un príncipe con todas las de la ley, pero solo saber hacer berrinches como un estúpido niño mimado con una cuchara de oro en la boca.

—Y tú eres un gran ejemplo a seguir, me imagino. Con tu ropa de pordiosero y su peinado de granjero —mofó Mikaela.

—Mi vestimenta es mejor que tu actitud —contraatacó Yuichiro con severidad—. Si tú no la quieres bajo tu mando, tendré a mi capitán velar por ella mientras estemos aquí. Una vez que me marche, me la llevaré conmigo.

Mikaela se tensó, sintiendo un despreciable sentimiento por aquel estúpido animal bondadoso. Era rabia. La necesidad de despedazarlo en frente de todos. De ponerlo en su lugar. Sin embargo, parte de él le divertía. Le gustaba que lo tratase de esa forma.

Era un enfermo placer.

—Como bien dicen, la basura de uno es el tesoro de otro.

Yuichiro le lanzó una mirada rígida y prefirió ignorar sus terribles comentarios.

—Shinoa, lleva a esta niña con los nuestros. Mira que sea atendida.

Su capitán asintió, abriéndose paso entre los demás para poder llevársela. Antes de que pudiese entrelazar sus grandes dedos con los de la nueva sirvienta, ella se aferró a Yuichiro e intentó vocalizar una palabra. Un extraño ruido escapó de sus labios y el príncipe de Inari supo de inmediato la condición de la muchacha.

Yuichiro señaló con las manos un simple «De nada».

—¿Continuamos con la lección? —interrumpió Mikaela, viéndolos retirarse por el corredor contrario—. No tenemos mucho tiempo porque esos idiotas retornarán del carnaval y querrán toda mi atención durante la cena.

Yuichiro se quedó en silencio, observando a todos en medio del pasadizo. Parte de él estaba a punto de descontrolarse por su pestilente actitud y deseaba pulverizarlo con una fuerte llamada de atención. Darle una lección en público que jamás olvidaría. Consideró que darle una golpiza también podría funcionar. Pero ello no cambiaría su actitud. Su tan nefasta actitud con los demás.

La idea de poderle enseñar qué era el amor fue terrible desde el comienzo. Yuichiro sospechó que Mikaela estaba imposibilitado de elaborar tales sentimientos. Y ahora que veía su real naturaleza, la meta era más que un simple sueño. Un milagro que ni los mismos dioses podrían cumplir con toda su divinidad. Convertir a Mikaela en un personaje de buen corazón era imposible. Era irreal.

—No —dijo finalmente—. No puedo hacerlo.

—Pruébame, zorro.

Yuichiro viró sus ojos, recordando que Mikaela era más terco que cincuenta mulas juntas.

—Lo haremos. —Yuichiro lo tomó de la muñeca—. En privado.

—¿Quieres tenerme para ti solo, pervertido zorro? —canturreó Mikaela, permitiéndole arrastrarlo por el pasadizo en dirección desconocida—. ¿A dónde vamos?

Ambos se mantuvieron en silencio por un largo periodo de tiempo, caminando con los dedos entrelazados hasta que salieron a un jardín posterior.

La vegetación era espesa y de varias clases, flores de cada tipo de color y divertidas formas que se alzaban hasta lo alto de las estatuas, enredándose con toda la decoración de madera. Yuichiro lo llevó a un par de asientos cubiertos de pétalos y lo mandó a sentar sobre la superficie de piedra, bajo la sombra de múltiples enredaderas que cubrían los arcos.

—¿Podrías ser más gentil, bruto? Te recuerdo que soy un príncipe y tú un...

La mano de Yuichiro había caído sobre sus labios. Las mejillas de Mikaela se encendieron por la proximidad. Aquella exasperante mirada de completa irritación que le daba el zorro, lo ponía de un raro humor. El color de sus bellos orbes, su respingada nariz, su oscura tez y delgados labios que formaban inentendibles palabras. Sí, Yuichiro era un hombre muy bello.

—¿Me estás escuchando? Dejaré que hables si dejas de estar quejándote.

Mikaela asintió. El zorro la retiró de inmediato.

—No puedo enseñarte, ¿de acuerdo? La forma en que trataste a esa chica fue deplorable. Simplemente, no puedo hacerlo. Tú no fuiste cortado para amar. Es así de simple.

—¿Y qué te da derecho a decirme que soy apto o no para hacerlo? —preguntó con ligera irritación—. Hicimos un trato. Es muy tarde para que te estés arrepintiendo.

—Déjame preguntarte algo, Mikaela. ¿Por qué? Por más que logres enamorarte, en alguna extraña dimensión o por obra del mismísimo demonio, ¿qué te hace pensar que esa persona sentirá algo por ti con esa actitud que tienes?

Mikaela arqueó ambas cejas, dando a entender que la respuesta era obvia.

—¿No es obvio? Soy el paquete completo. Tengo la inteligencia, el porte, la belleza y las riquezas para poner a cualquiera a mis pies. Todos quieren algo de mí. Sea por mi cuerpo, mi territorio, mis conocimientos... E inclusive, mis libros —musitó Mikaela con picardía—. Eso te incluye, zorro.

El comentario de Mikaela no fue bien recibido por su maestro, ganándose una mirada reprímete. Yuichiro supo de inmediato que no había un largo camino por recorrer. Era un camino imposible de recorrer con aquella mentalidad. Típica mentalidad vampírica. Creen que todos están en un maldito pedestal de oro.

—Mejor olvidémoslo. Quédate con tus libros —dijo Yuichiro, dándose media vuelta para volver a su habitación—. Iré a comprar mi propia ropa al pueblo y te devolveré la que llevo puesta. Perdóname por haberla arruinado...

Los finos dedos de Mikaela tironearon de la manga de Yuichiro, haciéndolo retroceder. Mikaela se había levantado y lo siguió hasta el umbral de la entrada. Lo cogió con fuerza cuando Yuichiro quiso quitárselo de encima, y se aferró a su brazo.

—No —sentenció Mikaela—. Quiero que me enseñes. Hicimos un trato.

Yuichiro le dio un codazo en las costillas, mandándolo a tambalearse para atrás. No le dolió, pero fue lo suficientemente fuerte como para tumbarlo al suelo.

—No hay trato. Lo reconsideraría si te disculpas con la niña.

—¡Imposible!

—Lo mismo pensé —reconoció Yuichiro, ignorando sus llamados—. Adiós, vampiro.

La opción de quedarse un día más no era aceptable. Yuichiro se marcharía en la noche. No estaba dispuesto a continuar con tal estúpido evento si no podía acercase a aquellos libros. Ya no había razón para permanecer en este castillo. Volver a Inari era la mejor opción. Regresar a sus preciados dragones lo era.

Yuichiro atravesó los largos corredores, perdiéndose nuevamente en ellos. Todos eran amplios y demasiado largos para su gusto. Cada vez que se asomaba por una de las ventanas, solo veía más y más cristales que formaban pabellones de cientos de pasadizos. Al voltearse, su nariz fue la primera en impactar con el firme pecho de una figura mucho mayor que él.

—¡Quién es el imbécil que...! ¡Su Majestad! —Yuichiro se tiró al piso, chocando su frente contra el mármol—. Discúlpeme, no lo vi venir.

—Descuida, príncipe de Inari.

René esperó a que se levantase, permaneciendo en silencio. Cuando Yuichiro se puso de pie, René rodeó su brazo alrededor de sus hombros y ambos caminaron sin dirigirse la palabra. Pasaron varios sirvientes en el camino, quienes bajaban la mirada cuando los veían. René los saludaba con afecto, asintiendo con una sonrisa. Yuichiro lo imitaba.

Al estar a una distancia prudencial, René se detuvo y miró a Yuichiro sobre su hombro, dándose la vuelta para darle el encuentro.

—Escuché lo que paso hace un momento con nuestro hijo.

Yuichiro se paralizó, permitiendo que su rostro se tiña de un rojo vivo. Había levantado la mano contra su príncipe y probablemente, se ganaría una llamada de atención, o en el peor de los casos, ordenarían a que lo decapiten.

Los labios de Yuichiro temblaban. Necesitaba disculparse ahora mismo.

—Espero que lo puedas disculpar —dijo René con decepción en el tono de su voz—. Él siempre ha sido muy engreído desde que Lacus lo comenzó a consentir a temprana edad. Aunque no entiendo su reciente interés por saber qué es el amor.

—Su interés no equivale a disposición —replicó Yuichiro. Él notó lo que acababa de escapar de su boca y se la cubrió—. Disculpe, no fue mi intención.

—No, no. Tienes razón —le aseguró entre risas—. Yo también pienso lo mismo, y por ello, Yuichiro, me gustaría que lo ayudases.

René se puso de rodillas.

Los ojos de Yuichiro se agrandaron y miró a todos lados, batiendo sus brazos en completa desesperación. Yuichiro lo siguió, y se arrodilló ante René, intentando ponerlo de pie. No era posible que un gran gobernante este haciendo ese tipo de ademán por un miserable príncipe de otra nación.

—¡Por favor! ¡Levántese! —chilló Yuichiro—. ¡Por favor!

—Yuichiro, te suplico que accedas a enseñarle. Sé que él es un chico difícil, pero es la primera vez que se ha interesado por algo que su padre y yo hemos estado añorando desde que cumplió los cien años. Por favor. Enséñale.

—¡Bien! ¡Lo que usted desee, pero póngase de pie! —suplicó Yuichiro al percatarse del gran número de pisadas que se aproximaban hacia ellos—. ¡Lo haré! ¿De acuerdo? ¡Haré lo que quiera!

De un brinco, René se había incorporado. René se paraba majestuoso ante un revoltoso chiquillo, pretendiendo que nada había sucedido cuando un escuadrón de soldados pasó por su lado. Ellos continuaron marchando en silencio, saludando a su gobernante para luego perderse en uno de los pasadizos.

—Gracias. Haré todo lo posible para que ustedes estén más tiempo juntos.

—¿Qué? —balbuceó Yuichiro—. No creo que sea necesario.

René asintió, sonriente.

—¡Zorro!

Aquella voz se le era tan familiar. Yuichiro despegó sus ojos momentáneamente del rey para posarlos sobre su heredero. Mikaela estaba agitado, caminando en su dirección a zancadas. Cuando Yuichiro se volvió al rey, René había desaparecido.

—Te encontré —refunfuñó Mikaela, tomando una gran bocanada de aire—. ¡Me tuve que ir corriendo por todos lados para encontrar tu pulgoso trasero!

—¿Qué quieres? Ya te dije que no te enseñaría nada si no te disculpabas con ella. Y sé que no lo harás.

—Tienes razón —contestó Mikaela con honestidad—, no lo haré.

—Entonces no me hagas perder el...

—Quiero que me enseñes a hacerlo. Enséñame, zorro.

Si Mikaela estaba comenzado a demostrar un poco de emociones en esa carcaza suya, es posible que sí haya una luz en el final del recorrido, una esperanza para que deje de ser un reverendo hijo de puta, un psicópata, un desgraciado.

De alguna manera, Yuichiro también se había comprometido con René. Tampoco podía decepcionarlo si toda la responsabilidad de cambiar a su hijo recaía sobre sus hombros. Y la mejor noticia de todas era que, todavía tenía el chance de leerse esos deliciosos libros de dragones.

—¿Y qué ganó yo con eso?

—Libros. —Mikaela hizo una pausa y sonrió provocativamente—. Y mi afecto.

El zorro viró sus ojos, ignorando lo molesto que podía llegar a ser aquel vampiro. Pero si Mikaela quería cambiar por sí mismo, entonces no tenía más remedio que ayudarlo. Gracias a su horrible comportamiento, la primera lección era evidente.

—¿Y ahora quién es el pervertido, pomposo vampiro?

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