Para la chica que siempre me...

By MurdererMonster

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Adrián nunca fue creyente del verdadero amor, o no lo fue hasta que conoció a Ana, la chica que se convirtió... More

Dedicatoria
Para la chica que siempre me amó
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
EPÍLOGO

Capítulo 7

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By MurdererMonster

Caminaba rumbo al estacionamiento de la escuela, jugueteando con mi manojo de llaves y tarareando por lo bajo una canción. Había pasado la mayor parte de las clases adormilado por el cansancio, intentando no llamar la atención de mis profesores, aunque para algunos de ellos les fue inevitable cuestionarme respecto a la herida de mi labio, haciendo que todos en el salón me miraran, y que mis amigos se carcajearan igual de estruendoso que la primera vez. A lo que sólo podía responder con un simple, pero vergonzoso "me resbalé".

En ese punto del día el sueño comenzaba a vencerme, los párpados me pesaban y mi cuerpo anhelaba un descanso, pero no tendría oportunidad de dormir hasta que cumpliera con mi necesidad de hacer sonreír a Ana, y que me perdonara luego de hacerla pasar una terrible noche en vela preocupada por mi bienestar. Durante mis lapsos de lucidez planifiqué diversas opciones para nuestra tarde juntos, aunque terminé por descartar gran parte de ellas al no contar con los medios necesarios para su realización o por su dificultad a causa de mi carencia de buenas habilidades. Yo le importaba, me lo había dejado en claro, y lo único que deseaba era corresponder a ese cariño de una forma apropiada, por ello consideré que invitarla a mi hogar sería ideal, para así hacerle saber que la quería en mi vida, cerca de mí.

Bajé los peldaños hacia la explanada principal de la escuela cuando una silueta se emparejó a mi andar. Por un momento creí que se trataría de Ana, pues me encontraba a pocos pasos del sitio donde la cité para irnos juntos a mi casa, sin embargo, al mirar a la persona que estaba a mi lado no pude evitar una ambivalencia de emociones, entre la sorpresa y la alegría.

—¿En serio eres tan patético?

Tania se me adelantó tres pasos y se detuvo frente a mí, obligándome a frenar de golpe para no estrellarme contra su menudo cuerpo. A pesar de su considerable estatura aún tenía que mirar ligeramente hacia arriba para encararme.

—¿A qué te refieres? —Sonreí por su expresión, pero confundido al no entender el motivo de su repentino comentario.

—Todo ese coqueteo durante la primera clase y ¿ni siquiera piensas pedirme mi número? —Se cruzó de brazos, indignada. Su rostro de molestia era curioso, apretaba la boca y fruncía el entrecejo, similar al inicio de un lloriqueo.

¿Coqueteo? —Su respuesta me dejó perplejo, haciéndome sentir una extrañeza en el pecho.

Entrecerró la mirada para escrutarme. —¿Ahora me dirás que no sabes de lo que hablo?

Puse mis manos sobre sus hombros, preparado para sufrir un rechazo de su parte, sin embargo, me sentí entusiasmado de que no se alejara ante mi tacto, por el contrario, pude sentir cómo su postura se relajó y su semblante recobró un ápice de la tranquilidad de antes.

—No me malentiendas, la verdad es que no esperaba que quisieras eso.

Suspiró, hastiada. —Confirmas mi teoría de que los hombres son muy lentos, pero creo que tú te llevas el premio mayor.

—Ehh... ¿gracias?

Nos quedamos serios por unos segundos, sin embargo, no pudimos resistirnos por demasiado tiempo y comenzamos a reírnos al unísono. Mis manos aún continuaban sobre sus hombros, y Tania sujetó mi antebrazo derecho sin parecer darse cuenta de ello. De nuevo me quedé cautivado por su imagen, se veía tan bonita cuando se reía, y saber que yo contribuí a eso me hacía sentir fantástico.

—Anda, date prisa. —Me soltó y dio un paso hacia atrás, alejándose de mí—. Saca tu teléfono antes de que me arrepienta de darte mi número.

Le obedecí con premura, sintiéndome nervioso sin una razón válida. Saqué mi celular y lo desbloqueé, aún lamentando la bochornosa condición de la pantalla. Tania dictó los dígitos que conformaban su número y cuando terminé de anotarlos me quitó el teléfono para asegurarse de que lo había registrado bien.

—¿Estás seguro de que no hay problema con tu amiga? —Enarcó una ceja, dubitativa, apartando su atención del celular para mirarme fijamente a los ojos.

—Sí, muy seguro —respondí con total honestidad.

Hizo una rápida anotación con los dedos y me lo devolvió con la pantalla bloqueada. No quise revelar la curiosidad que me calaba por ver lo que había escrito, por lo que metí de nuevo el aparato en mi bolsillo, fingiendo restarle importancia.

—Bueno... —Su actitud se transformó, pasando de ser una chica sobria a una con un mirada juguetona que me analizó detenidamente de pies a cabeza—, entonces esperaré tu mensaje.

No me dio oportunidad para responder, pues de inmediato dio media vuelta para regresar por el mismo camino, ondeando su largo cabello castaño y contoneando su cadera con la suficiente sensualidad mientras subía las escaleras para mantener mis ojos sobre ella hasta que desapareció al dar vuelta en uno de los pasillos.

Por fin estaba completamente convencido de su provocación, pero no haría nada al respecto hasta estar seguro de a qué me enfrentaba. Apenas conocía a la chica, y no quería enredarme en alguna clase de conflicto. Primero debía investigar si no estaba saliendo con alguien.

* * *

Al ser hijo único estaba acostumbrado a la parsimonia y soledad de mi hogar por las tardes después de la escuela. Mi madre llegaba hasta las cuatro, lo que me dejaba casi dos horas para mí solo. Me gustaba usar ese tiempo para recostarme en silencio en mi habitación y descansar, o para ver alguna serie o película. Sin embargo, aquél día llegué a casa en compañía de una chica que no dejaba de reírse de mis bromas a pesar de que argumentara estar furiosa conmigo.

Abrí la puerta principal y dejé que Ana entrara primero. Miró hacia todos lados, incapaz de ocultar su curiosidad. Dejamos las mochilas sobre el banco de la sala y la llevé hacia la cocina. Aún se mostraba malhumorada, pero noté que le costaba trabajo mantener esa faceta, pues su sonrisa era un gesto que la caracterizaba por su permanencia.

Se acomodó en uno de los taburetes de la barra y recargó los codos sobre ella, inclinándose hacia adelante para descansar el mentón en sus manos.

—¿Qué vamos a comer?

Me asomé dentro del refrigerador, el cual estaba casi lleno, había una gran variedad de alimentos, ya que los domingos por la tarde mi madre y yo íbamos al supermercado a surtir la despensa, por lo que teníamos una vasta cantidad de opciones para elegir. La realidad es que había pensado en preparar un platillo complejo, de esos que aparecen en la portada de los libros de cocina, pero quería evitar cualquier error que pudiera fastidiar nuestra tarde juntos, por ello lo consideré de nuevo y opté por no arriesgarme demasiado. Prepararía algo sencillo, pero delicioso.

—Podemos asar pollo, cortar unos vegetales, y preparar pasta con salsa de tomate —comenté, no muy seguro de que fuese a gustarle la idea.

—De acuerdo —dijo con una sonrisa.

Saqué los ingredientes y los coloqué sobre la encimera frente a ella. Ana se levantó de su asiento y ambos nos lavamos las manos. No era muy bueno cocinando, sabía preparar los platillos más simples y algunos que no requerían de complicados procedimientos. Ella, en cambio, parecía desenvolverse con naturalidad, sorprendiéndome con sus dones culinarios y la facilidad con la que manejaba los instrumentos; picó los vegetales con rapidez y puso el pollo sobre la plancha en la estufa, agregando las mismas especias que consideré desde un inicio. Se le daba bien aquella labor, aunque me hizo sentir insuficiente y mezquino, pues se suponía que debía ser yo quien le cocinara a ella y no viceversa, pero no me quejé, al percatarme de que estaba disfrutando de la actividad en mi compañía.

Tardamos alrededor de treinta minutos para terminar la comida, estábamos hambrientos cuando nos sentamos en la mesa del comedor con los manjares listos frente a nosotros. Nos miramos con una sonrisa triunfante antes de probar la comida. Ana emitió un ruido de goce e hizo un pequeño baile sobre su silla para demostrar lo placentero que era comer luego de un cansado lunes en la escuela. Degusté la comida y comprendí su reacción, el sabor era exquisito.

Comimos entre una plática amena con ocasionales risas, conversando sobre las trivialidades de nuestro día en la preparatoria. Me contó que su compañero Miguel —el sabelotodo, como a ella le gustaba decirle— las había invitado a Samantha y a ella el sábado por la tarde al cine y por un helado, pero su amiga rechazó la invitación y Ana no quería ir a solas con él para no prestarse a incómodos malentendidos.

Una vez que terminamos de comer, pusimos un empaque de palomitas de mantequilla en el microondas, y la invité a pasar a la sala para continuar con el siguiente punto en la pequeña lista de cosas que planeé para hacer con ella. Nos sentamos en el sillón, frente a la chimenea, donde se hallaba la televisión sobre una repisa alta. Necesitábamos elegir una película de entre cientos de posibilidades, aunque intenté reducirlas filtrando la búsqueda con la palabra romance, sabiendo que eran sus favoritas. La verdad es que yo no conocía el género, quizá la única cinta que había visto de ese tipo fue en compañía de mi madre cuando era más joven y no comprendía con exactitud de lo que trataban las relaciones amorosas. No sabía lo complicadas que podían ser ni lo mucho que llegaban a herir a las personas, y tal vez por eso aún no me había aventurado a entablar un noviazgo con alguien.

—Es todo tuyo. —Le entregué el control remoto de la televisión—. Elige lo que quieras ver, no me quejaré ni opondré ninguna condición.

Se quedó seria unos segundos, pensando. —Tengo tantas opciones en mente que es difícil decidir.

—¿Cuál es tu favorita? —Crucé los brazos por detrás de mi cabeza, observando a Ana—. Si quieres podemos verla.

—Como si fuera la primera vez... —Sus mejillas se ruborizaron y apartó la mirada de mí para centrarse en la televisión—, pero ya la he visto más de treinta veces, y en todas he terminado llorando y no quiero que te burles de mí —respondió con una risa.

Intenté resistirme, pero terminé haciendo lo que ella no quería que sucediera: me reí de sólo imaginarla abrazada a una almohada, llorando desconsoladamente por una trama y diálogos que quizá ya conocía de memoria. Se giró para mirarme emberrinchada y se inclinó hacia mí sólo para darme un golpe en el hombro, lo que hizo que me riera con más fuerza.

—Si es tan buena para hacerte llorar más de treinta veces yo también quiero verla.

Me levanté del asiento cuando se escuchó la alarma del microondas avisando que las palomitas estaban listas. Le dediqué un guiño a Ana antes de retirarme hacia la cocina. Estaba disfrutando de la tarde, esperando que ella también gozara de nuestro momento, aunque aún podía percibir un indicio de malestar en su actitud. Sólo quería hacerla feliz, hacerle entender que lo último que deseaba era dañarla, y más por una situación de la que perdí el control.

Llevaba pocas semanas conociendo a Ana, pero con ella sentía un vínculo especial, una clase de unión que no me había sucedido con ninguna otra chica. Confiaba plenamente en su presencia, sabía que nunca me defraudaría y temía perder su amistad por una estupidez.

Regresé a su lado con el tazón de botanas y dos latas de una bebida energizante sabor a moras azules. Dejé las cosas sobre la mesa y me lancé a un lado de Ana, la cual acababa de seleccionar una película y la pantalla se puso negra con el símbolo de carga en el medio.

—¿Cuál elegiste? —Rodeé sus hombros con mi brazo—. ¿Debo traer los pañuelos?

Me miró de soslayo. —La mujer del quirófano.

—Pero... esa es de terror. —La volteé a ver, pero no se inmutó, ni siquiera cuando el filme comenzó, adentrándonos en una escena oscura en un hospital durante los años ochentas—. ¿Estás segura? A ti no te gustan esta clase de películas.

No me respondió, sino que se adelantó para tomar el plato de palomitas y su bebida, la cual emitió un chasquido cuando la abrió. Le dio un largo trago, aparentando que su decisión no le causaba ninguna clase de conflicto, por lo que decidí no insistir en el tema.

Me acomodé junto a ella, extendiendo los pies hacia adelante y con los brazos recargados en el respaldo del sillón. Conforme fue avanzando la película la tensión cada vez era mayor. Los escenarios eran tétricos, sombríos y deteriorados, muy adecuados para la trama que se desenvolvía. Los ruidos eran lentos, pero rígidos. Ana parecía estar pasando un mal rato con ello, estaba hecha un ovillo a pocos centímetros de mí, ocultando la mitad de su rostro detrás de sus rodillas, las cuales estaban casi pegadas a su pecho.

Un médico caminaba a través de un largo pasillo utilizando una linterna para alumbrar su camino debido a un repentino apagón en la sección del hospital donde se encontraba. Sus pasos resonaban sobre las baldosas, entonces se detuvo cuando sintió un cosquilleo en la nuca, sin embargo, el ruido de pasos sobre el suelo continuó a pesar de que estuviera solo.

Y de pronto la puerta de mi hogar se abrió, haciendo que los dos diéramos un brinco al mismo tiempo en que el actor emitió un grito de horror que resonó por toda la primera planta de mi casa. Ana escondió su rostro entre sus manos y se hizo pequeña, yo me reí cuando vi a mi madre entrando al lugar con una expresión desconcertada cuando pausé la cinta en un fragmento donde sólo se veía una habitación poco iluminada.

—Perdón si los asusté.

Colgó su bolso en el perchero detrás de la puerta cuando cerró ésta, y se detuvo a contemplarnos por un segundo. Pude notar su reacción ante la presencia de Ana, mostrándose sonriente y curiosa por acercase a ella para descubrir de quién se trataba. Conocía a mi madre, y estaba seguro de que le sorprendía que hubiese invitado a la casa a una chica que no fueran Melissa o Catalina, a quienes identificaba como mis amistades desde años atrás. Ella sabía sobre la falta de interés que tenía para entablar una relación, así que no me extrañaba que pareciera confundida, aunque intrigada por la situación.

Ana se descubrió el rostro y se puso de pie de inmediato. Por un instante pareció nerviosa, pero supo esconder esa emoción detrás de una reluciente sonrisa que podría cautivar a cualquiera. Recobró la serenidad y después caminó varios pasos para acercarse a mi madre.

—Mamá, ella es Ana... —Al notar su inquieta sonrisa me apresuré en agregar—: Una amiga.

—Mucho gusto, señora. Soy Ana Salazar. —La pelirroja extendió su mano hacia Valeria, quien se la estrechó con afecto.

—El gusto es mío, Ana. Yo soy Valeria Rivera. —Le sonrió mientras escrutaba su rostro, aún sin soltarle la mano—. Tienes un nombre muy lindo, y tú eres una chica preciosa.

Las mejillas de Little Darling adquiriendo una tonalidad rojiza intensa. —Se lo agradezco.

Valeria fue quien terminó con aquél gesto de cortesía, acercándose a mí para darme un beso en la mejilla y reprocharme en silencio de nuevo por la costra de mi labio, negando por lo bajo con una mueca de disgusto. Al parecer también tendría que redimirme con ella, y la mejor manera de conseguirlo sería haciendo todas las labores domésticas por cierto tiempo e invitarla a cenar a su restaurante favorito.

Mi madre intercaló una mirada entre ambos. —¿Qué estaban haciendo?, ¿ya comieron?

—Preparamos algo hace rato, y estábamos viendo una película —respondí mirando hacia la televisión.

—¡Oh! Entonces no los entretendré más. Estaré en mi habitación, con la puerta abierta y el volumen de la televisión bajo... —Curvó una ceja, mirándome con intimidante atención. Se giró hacia la pelirroja—. Fue un gusto conocerte Ana, aquí tienes tu casa, no dudes en venir cuando gustes.

—Muchas gracias. —Sonrió con timidez, pero denotando una actitud amable.

Mi madre me lanzó una última advertencia con la mirada antes de subir las escaleras emitiendo un pequeño repiqueteo con sus zapatos de tacón. Por mera curiosidad escuché con atención: había dicho la verdad, no cerró la puerta de su habitación. Me reí en silencio ante la actitud protectora de mi madre, como si fuera posible que hiciera algo indebido con Ana mientras ella estaba arriba.

Volvimos a nuestro cómodo asiento y continuamos con la película sin molestarnos en regresar a la parte donde el protagonista gritaba de la desesperación cuando el espíritu de la mujer atrapada en el hospital lo sujetó y llevó hasta una habitación.

El rumbo que tomó la trama se convirtió en algo predecible para mí, seguro de que para liberar al espectro debían de ayudarla a terminar con sus asuntos en el mundo carnal. Sin embargo, Ana parecía estar aterrorizada, sujetándome del brazo e intentando no gritar ante cada escena donde un fuerte y sorpresivo sonido se escuchaba a través de las bocinas. Su actitud me causaba gracia, pues había comenzado con desinterés por el género de terror, pero ahora no podía ocultar el miedo que la embargaba.

Fue cuando una niña gritó, que Ana no pudo evitar pegar demasiado su cuerpo al mío, apretujándose más y más contra mí conforme la tragedia sucedía, mandando un molesto y bochornoso cosquilleo a través de mi columna, el cual se extendió con rapidez a todas mis terminaciones nerviosas.

—Ana...

Intenté apartarme un poco de ella, pero estaba aferrada con fuerza a mi extremidad. Tener mi brazo atrapado entre sus pechos me estaba poniendo nervioso, lo cual generó una ola de calor en todo mi cuerpo. Estiré el otro brazo para alcanzar el control remoto sobre el sillón y pausé la película en una escena donde una mujer caminaba a través del oscuro sótano del hospital buscando a su hija.

Ante la calma Ana se apartó de mí y pude respirar con profundidad, calmando cualquier efímero pensamiento ante la reacción hormonal que sufrí por unos segundos. Su rostro estaba sonrosado y sus ojos levemente cristalizados por los sustos que sufrió.

—Lo lamento —dijo con voz temblorosa, mostrándose indefensa—. Te dije que odio las películas de terror.

Inhalé, aún estremecido por aquella cercanía de su cuerpo con el mío.

—¿Entonces por qué elegiste esa? —pregunté con dificultad, deseando que no se percatara de ello.

—Porque sé que a ti te gustan.

Se le veía tan atormentada que ansiaba abrazarla, pero sabía que era demasiado pronto para exponerme a otra reacción involuntaria de mi cuerpo ante su toque, por lo que sólo pude acariciar su mano para tranquilizarla.

—No tenías porqué hacerlo. —Negué, agradecido de que todo estuviese volviendo a la normalidad—. Se supone que era una tarde para compensarte todo, no para asustarte.

Se rió muy apenas. —¿Podemos cambiar de película? Sé que no disfrutarás de ver tantas cursilerías, pero es tu turno de sufrir.

—Por ti, lo que sea Little Darling.

El resto de la tarde transcurrió con velocidad, durante la cual disfrutamos de la nueva elección del filme, el que me pareció demasiado acaramelado, pero disfruté de las partes cómicas y de una canción que el protagonista le compuso a su amada. Aunque lo que verdaderamente gocé fue de ver a Ana tan alegre y relajada, justo lo que ansiaba para concluir ese día con éxito. Verla recobrar su sereno semblante me causó un estado de bienestar tanto mental como físico, consiguiendo que mis músculos se relajaran a pesar de que no hubiese notado esa tensión con anterioridad.

Eran más de las siete cuando su madre pasó por ella, evitándose las presentaciones al esperarla dentro del vehículo estacionado en la acerca de enfrente de mi hogar. Nos limitamos a despedirnos con rápido beso en la mejilla, sin abrazos ni cualquier otra clase de demostración afectuosa que pudiese generarle un problema con ella. Ana me agradeció por el rato que compartimos, y me dedicó una última sonrisa que me dejó con una sensación placentera.

Volví al interior de mi hogar y subí las escaleras rumbo a mi habitación, esperando con ansias tomar un baño y poder dormir luego de un largo día. Sin embargo, mi madre me detuvo llamándome desde su habitación, fui hacia ahí y la encontré tumbada en su cama viendo un programa de repostería.

—¿Ya se fue Ana? —preguntó enderezándose contra la cabecera y silenciado la transmisión.

—Sí, su madre pasó por ella. —Me senté en el borde de su cama—. Quería asegurarse de que en realidad estuviera donde le dijo.

—Es una chica agradable, ¿dónde la conociste?

—En la casa de Mario, su amiga es prima de Catalina —respondí con una sonrisa, recordando aquella fatídica noche.

—Mmm, ya veo. —Meditó durante un instante—. ¿Ella te gusta o por qué la invitaste?

—Mamá, por favor no empieces tú también —pedí con cierta molestia, hastiado de que todos insinuara que entre nosotros había algo más que una simple amistad.

Se rió. —¿No puedo interesarme en las amistades de mi hijo?

Me levanté de la cama y me detuve recargándome sobre mi hombro en el marco de la puerta.

—Sí, siempre y cuando no hagas más insinuaciones incómodas como la de hace rato. —La observé de forma acusatoria, a lo que ella levantó las manos en forma de redención.

—Son adolescentes, debo cuidar que no cometan tonterías y menos cuando estoy presente —comentó con cierto tajo de diversión, pero pude percatarme de que lo decía en serio.

—Sólo no vuelvas a hacerlo.

—Ay, ¡no aguantas nada! —Me gritó una vez que salí de su habitación.

Llegué a mi refugio y cerré la puerta detrás de mi espalda, aliviado de estar solo. Había sido un día lleno de intensas y contrarias emociones, y necesitaba tomar un descanso de ello. Me senté al filo del colchón y saqué mi celular, recordando por primera vez que tenía un nuevo número registrado y que la tutora de él había escrito algo que aún no había podido averiguar hasta ese momento. Entré a la lista de contactos y me sorprendí cuando encontré el nombre de mi compañera guardado de la siguiente manera: Tania♥.

Tragué saliva, incapaz de creer lo que estaba viendo. Quise escribirle, sabiendo que era lo que ella deseaba, pero me reservé la intriga para el día siguiente, decidido a averiguar de una vez por todas lo que esa chica quería de mí.        

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