Cuidando de ti (Dragon's Fami...

By LyluRys

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Ella iba a ser un medio para un fin. Él iba a ser su salvador. Un amor inesperado. Lo escuché mientras soñab... More

ANTES DE LEER
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Epílogo
Agradecimientos
Capítulo Extra
Capítulo Extra

Capítulo Extra

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By LyluRys

Samantha

Hoy es domingo y la tienda no se ha vaciado. Es así todos los días, y me siento bendecida. Estoy en la cocina en la parte trasera de mi tienda, preparando unas trufas de chocolates porque hoy es día de San Valentín, y mis clientes vienen a comprar todo tipo de dulces, pero las trufas de chocolates son muy solicitadas por ellos un día como hoy. Gracias al cielo que el olor a chocolate ya no es un problema para mí, y puedo hacer cualquier tipo de receta con ese ingrediente. Las trufas son fáciles de hacer, pero me gusta que queden perfectas, y por eso me tomo mi tiempo haciendo el procedimiento con mucho esmero y con ingredientes de calidad.

Cuando están listas, las coloco en envases especiales, y después suspiro contenta al ver mi obra completada. Las guardo en el congelador y miro el reloj en la pared. La una de la tarde. Debo ir a recoger a Danny, a Frank, y a mi pequeña Sammy en la casa de Daisy y Ben. Esta mañana, mi amiga me llamó para decirme que quería llevar a mis hijos al parque porque su hija, Thara Grace, quiere jugar a las muñecas con Sammy. No sé por qué, pero su voz se escuchó demasiado entusiasmada. Así que dejé a mis hijos en su casa y me vine directo a la tienda en mi auto Mini Cooper convertible rojo. Sí, ya tengo mi licencia de conducir, y me he convertido en una experta al volante. Lo único que me falta es conducir una moto. No he podido aprender bien por mis embarazos y mi trabajo, pero mi hombre me ha dado unas cuantas clases bastante...interesantes. Unas clases que terminan con los dos jadeando encima de su motocicleta.

Cuando le cuestioné, él solo dijo: —Tú, ¿en mi moto? Te ves jodidamente caliente, y que me condenen si no puedo resistirme y follarte encima de mi Harley.

Le respondí: —Pero, Daniel, ¡así no aprenderé nunca! Además, es grande, pesada, y difícil de manejar.

—Estás segura de que estás hablando de mi moto y no de mi pene.

—¡Daniel! —lo reprendí, poniendo mis manos en mi cintura.

Pero él, sonriendo engreído, me abrazó, me dio vueltas en el aire y luego dijo: —Nena, ya lo tienes. Un poco más de práctica y listo. Aunque tengo que admitir que tú manejando una moto, y yo solo en la mía, no me gusta una mierda.

—No será todo el tiempo, amor —le aseguré y besé labios enfurruñados. Susurré—: Además, sabes que me gusta jugar contigo cuando me subo a tu moto y volamos sobre el asfalto.

—¡Infiernos, sí! Podemos jugar otra vez mientras vamos de regreso a casa —ronroneó en mis labios, y después de besarme hasta dejarme sin aliento, nos fuimos a nuestro hogar.

Y sí, jugué y lo acaricie como a él le gusta.

Lo llamé hace un rato y le dije que recogiera a los niños, pero me dijo que está ocupado reparando el motor de un Chevrolet Camaro. El taller de mecánica Baxter está en su mejor momento y hasta ha tenido que contratar a más empleados.

Me quito el delantal, el sombrero, y voy hacia mi oficina. Una vez llego, me dirijo directo al baño para cambiarme de ropa, y nunca me cansaré de transformarme de chef repostera a mujer motera. Esa es mi vida, y amo mi vida. Lista y arreglada, voy al escritorio para buscar mi bolso, y mi teléfono suena en ese preciso instante. Miro el nombre en la pantalla y suspiro sintiendo aflicción. Max. Mi hermano tiene un buen trabajo como mecánico y una linda casa a las afueras de la ciudad, pero él no ha estado bien últimamente por Alison. Aunque los he ayudado a ambos a buscar alternativas para que puedan formar una familia, hasta el momento nada ha resultado.

Disfrazando mi preocupación con un tono animado, lo saludo: —Hola, Max, ¿cómo estás?

—Hermanita... —Se queda callado, pero noté que le tembló la voz, y enseguida me lleno de preocupación.

Le pregunto: —¿Qué ha pasado, Max? ¿Están bien?

—Seré padre, Sam —dice—. El tratamiento funcionó.

—¡Qué! —grito conmocionada.

Y él también grita, pero emocionado: —¡Jodidamente funcionó!

Mi corazón se aloca: —¡Dios mío! ¿Cuándo...? Oh, Max. —susurro con voz quebrada y limpiando las lágrimas de mis ojos—. ¿Cómo está Alison?

—Ella está feliz, conmocionada, ilusionada... Mierda, también yo. Ahora mismo está durmiendo porque la emoción la dejó agotada.

—¡También estoy feliz por ustedes! —exclamo contentísima—. Les daré unos días para que asimilen todo esto y después iré a verlos.

—Trae a los niños. Mi esposa les compró juguetes, y dile a Daniel que venga también.

—Allí estaremos, Max —exhalo una sonrisa.

—Bien. Debo irme. Estoy hecho mierda, pero feliz.

—Te lo mereces —digo sinceramente—. Descansa, hermanito. Te veré luego, y saluda a Alison de mi parte.

—Lo haré. Adiós, hermanita.

Cuelga, y feliz con esa linda noticia, salgo de mi oficina y me dirijo hacia el estacionamiento. Saco las llaves de mi bolso, y antes de abrir la puerta, me detengo abruptamente al ver una nota en el parabrisas de mi auto. Miro a ambos lados, pero no hay nada extraño.

Con aprensión, saco la nota lentamente, desdoblo el papel y leo.

Bosque Green Woods. Conduce hasta allí. Te espero.

Sonrío aliviada porque es Daniel. Esa es su letra. ¿Qué estará tramando mi hombre? Pensé que sería un día normal para nosotros con una cena romántica hecha por mí, y luego le daría su regalo, pero veo que él tiene otros planes al igual que el año pasado.

Emocionada y ansiosa, me subo al auto y me dirijo hacia allá. Mientras conduzco, recuerdo el día en que visité ese bosque por primera vez. Fue cuando salimos del club de las Serpientes, terminando así, la peor pesadilla de mi vida. Daniel me llevo allí, me pidió perdón por no aceptar que estábamos enamorados, y volví a ser su dama. Desde ese momento nos volvimos inseparables.

Llego al bosque Green Woods solo para ver a Lucas recostado en un árbol y con las piernas cruzadas. Extrañada, estaciono el auto a un lado del camino. Me bajo y él viene hacia mí al mismo tiempo.

Me saluda alegremente: —¡Qué hay, Sam!

—Todo bien, Lucas. ¿Y Daniel?

—Dentro —dice, haciendo un gesto con su cabeza para señalarme hacia el bosque.

—¿Sabes que está tramando?

—No, señora Baxter, y aunque lo supiera, no podría decirte porque el prez patearía mi culo.

—Lo sé —digo riendo porque es verdad—. ¿Pero qué estás haciendo aquí?

—Dame las llaves porque me llevaré tu auto —extiende su mano y se las doy.

Le pregunto: —¿Y quién te trajo aquí?

—Carl me trajo, y ya debo irme porque Daniel está muy impaciente. No sé en qué lugar exacto está, pero él dijo que tú sabrías.

—Oh, bueno...

—No te preocupes por nada, Samantha. Los niños están con Daisy y el prez siempre cuida de ti. Disfruta este día de los enamorados —me guiña un ojo y se va sonriendo.

Le grito: —Muchas gracias, Lucas, y feliz día para ti también.

Me saluda con la mano, se monta en mi coche, y se va. Se ve incómodo porque Lucas es un tipo grande y mi Mini Cooper... Niego, mientras camino por el sendero que conduce al lugar al que me trajo Daniel aquella vez.

Él siempre me sorprende con algún gesto o un regalo, y estoy ansiosa por saber que preparó para mí. Con razón me dijo que estaba ocupado en el taller, con razón mi amiga Daisy sonaba muy entusiasmada, y con razón hay más empleados en mi tienda que de costumbre, porque Daniel organizó todo para este día. Todos lo ayudaron con este plan al igual que hizo con el de regalarme el local y devolverme la casa de mi abuela.

Me toma un poco de tiempo llegar porque estuve admirando la naturaleza y la tranquilidad a mi alrededor, y entonces lo veo. Está parado al lado de un gran árbol, sonriendo y esperando por mí con una rosa blanca en la mano. Detrás de él, en la hierba, veo una manta, una cesta con comida y frutas, una pequeña hielera con una botella de vino, y su motocicleta al otro lado del árbol.

Mi aliento se traba. Corro hacia él, y me lanzo hacia sus brazos envolviendo mis piernas alrededor de su cintura y beso su sonrisa traviesa. Mi esposo me devuelve el beso y nos besamos por lo que parecen horas. Camina conmigo aún en brazos, y me acuesta sobre la manta. Termina el beso, para después, besar mi frente, mi nariz, ambas mejillas, y también deposita un tierno beso en mi boca antes de apartarse levemente.

Con voz ronca, susurra: —Te amo.

—Te amo más —respondo, acariciando los cabellos de su nuca.

Él olfatea mi cuello, y con un gemido hambriento, murmura: —Hueles deliciosa, como a algo oscuro, cremoso, dulce, y que me jodan si no quiero comerte ahora mismo.

—Estaba haciendo trufas de chocolates, y se me quedo el olor.

—Mmm, pues entonces, quiero jodido chocolate.

—¡Ahhh! —chillo y me rio cuando muerde mi cuello, pero luego jadeo cuando succiona en ese lugar específico que me eriza todo el cuerpo.

—Te deseo tanto —gruñe excitado—, pero antes debo preguntarte, ¿tienes hambre? Traje comida.

—Tengo mucha hambre porque no he tenido tiempo de almorzar.

—¿Una mañana ajetreada?

—Sí, la tienda está a reventar porque hoy es día de los enamorados.

—Me alegra saber que no volverás porque te quiero aquí conmigo —sentencia con una sonrisa.

—Y tú te encargaste de todo, ¿no? —le cuestiono tratando de no reír—. Bien jugado, presidente.

—Nena, amo a nuestros hijos, pero hoy te quiero solo para mí. Así que hice lo que tenía que hacer para que eso fuera posible.

—Me gustó que lo hicieras. ¿Tendremos sexo en medio del bosque?

—No, haremos el amor en medio el bosque, pero para eso, primero tengo que desnudar a mi bella esposa.

—Daniel —dudo, mirando alrededor.

Pero él me tranquiliza: —No hay nadie por aquí, pequeña. Puedes gritar todo lo que quieras y tengo la intención de hacerte gritar y mucho.

—Bueno, en ese caso...

Lo volteo y me siento encima de él, y enseguida siento su erección haciendo contacto con mi excitada feminidad. Lentamente, me quito el chaleco, le sigue la camisa con el logo del club, y mi hombre levanta sus grandes manos para acariciar mis pechos por encima del sujetador de encaje negro. Sus dedos se mueven hacia el broche delantero de mi pantalón y lo abre fácilmente.

Masajea y aprieta las puntas de mis senos como solo él sabe hacerlo, y complacido, susurra: —Tu piel es tan suave y estas dos bellezas son más grandes desde que tuviste a nuestros hijos. ¡Jodidamente me fascinan!

Gimo mientras besa y succiona uno de ellos para después hacer lo mismo con mi otro pecho.

—Quiero sentir tu piel también, amor. Vamos a quitarte la camisa.

Él se levanta un poco para que pueda sacar su chaleco y después su camisa blanca. Vuelve a tumbarse y sigue jugando con mis pechos.

—¿No te dije que quería chocolate? —pregunta de repente.

—Sí, lo dijiste, pero no tengo...

—Estira tu brazo hacia la cesta y saca el envase de chocolate que hay allí.

Lo miro con la boca abierta, pero luego, sonriendo con malicia, hago lo que me dice.

Veo la marca de chocolate cremoso con avellanas que me gusta, y se lo tiendo preguntando al mismo tiempo: —¿Qué estás tramando con esto, presidente?

—Ya te lo dije, nena. Quiero chocolate.

—¿Trajiste cuchara?

—No la necesito —dice y abre el envase de chocolate, mete el dedo y comienza a pasar el chocolate por las adoloridas puntas de mis pechos.

Él sigue trazando con sus dedos, muy concentrado como si fuera un pintor y yo su lienzo. Cuando termina, contempla su obra, y complacido, sonríe ampliamente. Pone a un lado el envase de chocolate, y cansada de esperar, tomo su mano y succiono el dedo lleno de chocolate cremoso.

Hago un sonido de: —Mmm.

Y él masculla: —Mierda.

Lo miro a los ojos mientras sigo trabajando su dedo, dándole una idea de lo que le haré después. Me encanta ponerlo así de excitado y respirando agitadamente.

Cuando su dedo está todo limpio, muerdo la punta con suavidad, y mi hombre vuelve a maldecir: —¡Maldita sea! Esto va a terminarse antes de tiempo. Mira como pones mi polla, cosita traviesa —confirma sus palabras presionándose contra mí y siento la dureza a través de sus pantalones.

Muevo mis caderas para ir a su encuentro y beso esos labios gruesos que me vuelven loca.

Sin aviso, él me tiende de nuevo en la manta, y besa mi cuello con ganas para después bajar hacia mis pechos. Succiona uno de ellos de tal manera que casi tengo un orgasmo allí mismo.

—Ahh, Daniel. —susurro con voz temblorosa mientras me aferro a sus anchos hombros.

Miro, escucho, y los sonidos que hace al chuparlos me tienen al borde. Él no responde porque está gimiendo perdido en las sensaciones.

Cuando termina, su mirada pasa de mi pecho a mi rostro y con voz maliciosa, dice: —Todavía tengo hambre.

Ataca mi otro pecho y lo trata con la misma devoción. Me retuerzo en el suelo, y cuando siento que ya no puedo más, su boca deja mi pezón con un fuerte plop. Y estoy tan húmeda y palpitante entre mis piernas.

Gimo en voz alta, y digo sin aliento: —Casi me haces llegar, Daniel.

—No sería la primera vez, pequeña, y que me jodan si no amo ver como tu cuerpo se estremece con solo adorar estas tetas perfectas. Voy a desnudarte, hacerte el amor, y después voy a alimentarte.

Hace lo que promete al pie de la letra, y mientras nos amamos en medio del bosque, me regala dos maravillosos orgasmos antes de que mi hombre se derrumbe al fin encima de mí. Amo sentir su duro y musculoso cuerpo y su aliento en mi cuello mientras que aún sigue profundamente enterrado en mi interior. Acaricio su espalda, sus cabellos, me da un suave beso en los labios, y luego se aparta para dejarme respirar mejor.

Él resopla sonriendo: —Tenemos que escaparnos más a menudo, cariño.

—Voto que sí —concuerdo, saciada y feliz.

Él se ríe y cuando nos recuperamos del todo, saca unas toallitas húmedas de la cesta y comienza a limpiar todo mi cuerpo.

Termina satisfecho, y dice: —Ahora, a comer.

—¿Qué trajiste? —pregunto curiosa, mientras se sienta a mi lado y comienza a hurgar en la cesta.

—Hice mi receta secreta de emparedados de jamón y queso.

—¿Me la dirás algún día?

—Lo haré, pero hoy no, cosita curiosa —sonríe y me guiña un ojo.

Niego sonriendo, y él saca un emparedado, lo desenvuelve y lo acerca a mi boca. Le doy un gran mordisco porque en verdad estoy hambrienta.

Mastico. —Mmm...por Dios, Daniel, sabe delicioso —lo alabo cuando trago el bocado.

Mi esposo sonríe complacido mientras me sirve una copa de vino.

Me la entrega, tomo un sorbo, y él comenta: —A nuestros hijos también les gustan mis emparedados.

—Por eso quiero que me la digas, amor. Así podré hacerla para ellos cuando no estés en la casa.

—Prometo que te la diré, nena. Aunque pensándolo bien, creo que mejor te la venderé, así podrás hacerla para los clientes de tu tienda.

—Oh, ¡eso sería genial! —chillo emocionada.

—¿Qué? ¡Pero solo bromeaba!

—No, Daniel, ¡es una idea estupenda! Así acompañan el emparedado con su café o cualquier bebida. Lo llamaré emparedado Daniel...no, mejor El Presidente, ¡sí, ese me gusta más!

Al escuchar mi parloteo, él me mira como si me hubieran salido dos cabezas, pero luego niega sonriendo y acepta: —Haz lo que quieras, nena. Lo mío, es tuyo.

—Gracias, amor.

Desnudos, seguimos alimentándonos y conversando sobre nuestros hijos, nuestro trabajo, sobre los Dragones MC, y le comento sobre la noticia de Max.

—Me alegra saberlo. ¿Iremos a visitarlos?

—Sí, iremos en unos días. Quiero darles tiempo para que asimilen esa maravillosa noticia.

Terminamos de comer, y creo que puedo dormir de lo llena y saciada que me siento. Daniel recoge todo y lo coloca nuevamente en la cesta. Me acuesto en la manta y mi esposo hace lo mismo quedando frente a mí, y nunca me cansaré de admirar su cuerpo lleno de músculos y tatuajes. Me encuentro con su mirada, y en esos ojos verdes veo lo mismo que estoy sintiendo. Aunque mi cuerpo no es perfecto después de mis embarazos, a mi hombre eso no le importa en lo más mínimo. Al contrario, me demuestra todos los días que le gusta lo que ve, besándolo de arriba abajo con adoración. Con mi dedo recorro su entintada y dura piel, pero noto que su brazo está a su espalda como si estuviera escondiendo algo. Él sonríe porque sabe que lo noté, y luego coloca entre nosotros una pequeña caja negra.

Rio cálidamente, y mi hombre simplemente dice: —Ábrela.

Lo hago y adentro veo una llave. La tomo en mi mano y lo miro interrogante.

Él explica: —Tu regalo.

—¿Qué abre esta vez, Daniel? —le pregunto con una sonrisa feliz.

—Vamos a averiguarlo —dice emocionado, y se levanta para vestirse y ayudarme a vestir.

Entre ambos, recogemos la manta, y Daniel la coloca dentro de la cesta para luego dejarla cerca del tronco del árbol. Extiende su mano, la tomo y me lleva hacia su moto.

—¿Y la cesta? —pregunto.

—Vendremos en el auto y la recogeremos después.

Asiento, me pongo el casco, y Daniel hace lo mismo. Me subo con él en su Harley y salimos del bosque Green Wood hacia la carretera.

Viajar con él en su moto siempre es emocionante, y a mis gemelos también les encanta subirse a dar una vuelta con su padre. Mi pequeña Sammy todavía está un poco temerosa de subirse con su papi, pero estoy segura de que en el futuro lo amará también. Esta es nuestra vida: motos, el club, los hermanos. Todos somos familia, y es una divertida y maravillosa.

Seguimos nuestro viaje de carretera hasta que llegamos al taller de mecánica Baxter. Un taller de mecánica...cerrado. ¿Qué extraño? Deben ser como las cuatro de la tarde y los domingos cierran a las cinco. Daniel se estaciona en la parte trasera, apaga la moto y me bajo. Me quito el casco y él también. Mi hombre me sonríe misteriosamente, y mi estómago dio un vuelco porque amo esa sonrisa. Abre la puerta del taller y entramos tomados de las manos. Adentro está silencioso y se siente extraño porque siempre que vengo aquí se escucha el típico ruido de un taller de mecánica.

Pasamos por las distintas zonas que tiene el taller, cuando Daniel se detiene de repente y mirándome a los ojos, explica: —Tu regalo está en la zona de reparación, pero antes quiero decirte que todos estos años a tu lado no los cambiaría por nada del mundo. Me diste el mejor regalo que pueda recibir. Una familia. Feliz día de los enamorados, preciosa Samantha.

Me besa suavemente, y con un nudo de emoción en mi pecho, contesto: —Feliz día de los enamorados para ti también, Daniel. Todos los días agradezco por ese momento en el que te conocí. Mi vida cambió totalmente porque pasé de sentirme abandonada y sin familia, a cuidada y protegida por ti. Soy la mujer más afortunada del mundo porque contigo lo tengo todo. Te amo —susurro en sus labios y luego lo beso largo y profundo, acariciando sus cabellos un poco más largos que de costumbre.

Con un suave jadeo termino el beso y mi esposo dice en voz baja y ronca: —Te amo más, pequeña. Espero celebrar más días como este.

—Estoy de acuerdo contigo, cariño, aunque el amor debería celebrarse todos los días.

—Sí. Y bueno, ¿quieres tu regalo o no?

—¡Sí! —grito emocionada.

Y mi hombre sonríe mientras veo como saca del bolsillo de su pantalón una venda ya conocida porque la usamos cuando hacemos el amor...y la usamos mucho y no para taparnos los ojos únicamente.

—Quiero que te pongas esto —me pide con voz ronca y muerdo mi labio para no sonreír.

Me la coloca en los ojos, ¡y estoy ansiosa y emocionada por saber! Toma mi mano, la besa, y me lleva despacio hacia ese lugar.

No puedo contenerme y pregunto: —¿Dime qué es, Daniel?

—Lo siento, nena, pero si te digo entonces arruinaría la sorpresa.

Hago un puchero y él se ríe.

Caminamos un poco más, y con apreciación mi hombre declara: —Nena, te ves jodidamente caliente y no puedo pensar en nada más que en follarte encima de algún capó o en mi oficina. Así que me daré prisa.

Lo siento parado detrás de mí, y lentamente me quita la venda. Parpadeo, y veo el lugar en donde se almacenan todos los coches para luego trabajar con ellos, veo dos filas de autos alineadas de tal manera que deja un enorme espacio en el medio, y allí, adornada con un enorme lazo blanco, veo una motocicleta.

Jadeo, y miro a mi hombre con la boca abierta. Incrédula, murmuro: —Me compraste una moto...

—Sí —asegura contento.

Yo balbuceo: —P...pero yo...Yo solo te compré ropa, un reloj Lotus, y unos guantes de cuero para la moto. Mierda. Tendré que esforzarme más para el año que viene —digo lastimosamente.

—Eso no importa, amor. Además, me hacía falta un reloj. ¿No te gusta? —pregunta con voz insegura.

Y enseguida exclamo: —Oh, Daniel. ¡Daniel! —chillo emocionada, y le doy un abrazo aplastante que lo hace reír mientras también reparto besos por todo su atractivo rostro.

—Entonces, ¿te gusta? —pregunta riendo.

—¡Me encanta! ¡Me encanta! —contesto con fuerza y saltando como una niña pequeña.

—Bueno, mierda, vamos a verla de cerca entonces.

Nos acercamos, y suelto su mano mientras rodeo la moto para verla por todos lados.

—¡Vaya! Es una Harley Davidson Street setesientos cincuenta, color negra y asiento bajo. ¿El motor es V-Twin...? —pregunto, pero me detengo al escucharlo gruñir.

—Nena, no sigas. Me excita como el infierno que mi mujer hable de motos. Has aprendido demasiado.

—Bueno... —me acerco a él moviendo mis caderas, le echo los brazos al cuello, y ronroneo en sus labios—: Tengo un buen y sexy profesor. ¿Me ayudarás a montar? —mi tono es inocente.

—Te ayudaré en lo que sea, maldición.

Devoro su boca y mi hombre devora la mía. Me arrastra hasta el capó del auto más cercano, me desnuda, me pone la venda en los ojos, y me hace suya. Y yo lo hago mío.



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