En busca de la felicidad

By Miriam0019

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Mel es una adolescente rebelde e incontrolable desde que su padre murió cuando ella tenía nueve años. Desde e... More

Capítulo 1
Capitulo 2.
Capítulo 3.
Capítulo 4.
Capítulo 5.
Capítulo 6.
Capítulo 7.
Capítulo 8.
Capítulo 9.
Capítulo 11.
Capítulo 12.
Capítulo 13.
Capítulo 14.
Capítulo 15.
Capítulo 16.
Capítulo 17.
Capítulo 18.
Capítulo 19.
Capítulo 20.
Capítulo 21.
Capítulo 22.
Capítulo 23.
Capítulo 24.
Capítulo 25.
Capítulo 26.
Capítulo 27.
Capítulo 28.
Capítulo 29.
Capítulo 30.
Capítulo 31.
Pido opinión.
Capítulo 32.
Capítulo 33.
Capítulo 34.
Capítulo 35.
Capítulo 36.
Capítulo 37.
Aviso, final.
Capítulo 38.
Capítulo 39.
Capítulo 40 (Final)
¡¡Trailer!!

Capítulo 10.

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By Miriam0019

No entiendo el motivo pero desde hace días me está gustado la forma en la que me trata y, de hecho, temo acostumbrarme a algo que no durará, como mucho se alargará este verano o me volveré loca antes, que es más probable.

No consigo coger el sueño, y eso que me encontraba cansada. Ahora, con el estómago lleno pero mil cosas en la cabeza, estoy totalmente despejada. Pongo algo de música en el móvil, lo primero que encuentro, y dejo el teléfono a mi lado, en la cama, pero apenas pasan unos segundos cuando suena el corto sonido de WhatsApp.

Duerme ya, es tarde. — Es Hugo. Me desconcierta que haga algo así, apenas está a unas puertas de distancia y me escribe por el móvil.

Eres un poco vago, ¿no? — Contesto, siendo consciente de que sigo un juego que me puede acabar quemando — Dormiré cuando tenga sueño, pero gracias por preocuparte... una vez más.

— Buenas noches, pequeña.

— Buenas noches, Hugo.

Pequeña, nunca me habían llamado de esa manera y siempre he sentido cierto rechazo a ciertas muestras de cariño, de hecho, las pocas veces que las he recibido me las he tomado de mala manera, pero no ahora.

¿Quién me ha visto y quién me ve? Hugo ha conseguido que cambie tantas cosas en apenas dos semanas... que creo que está mejorándome como persona.

•••

En serio, odio la tecnología, odio los teléfonos móviles y a quien los inventó.
Anoche casi consigo quedarme dormida por el mismo motivo que ahora me despierta. La maldita melodía predeterminada del WhatsApp, esta vez es Sara.

Perdona por no decirte nada anoche, llegué tarde — Leo con un ojo abierto y el otro todavía cerrado — ¿Hay alguna novedad del culebrón del momento?

— Madrugar te está volviendo loca, ¿de qué hablas?

— Oh, claro, que no te lo he comentado, lo he llamado: Humel — ¿Qué dice esta ahora? Creo que mientras dormía me he perdido algo.

¿Humel?

— Hugo y Mel, que cortita eres a veces, hay que explicártelo todo. — Tengo que aguantar una sonrisa al leer semejante estupidez, ¿cuándo y cómo se le ocurren estas cosas? — En vez de estar preguntándote a diario por él, hablaremos en clave, te guste o no están pasando cosas misteriosas en esa casa y necesito saberlas.

Como quiera usted, psicóloga de las narices. Me voy a desayunar, luego hablamos.

— Te odio. — Se despide a su forma.

Yo más — Concreto yo y de hecho, recuerdo que esta es una más de esas famosas claves que usa.

Sabe de sobra cuánto me cuesta mostrar cada cosa que siento, así que cada vez que deseaba decirme que me quería, lo hacía de esa forma para que yo pudiera responderle igual, y desde entonces así ha sido.

Por gran parte de la casa suena una canción que no reconozco en el momento, aunque sí me gusta bastante. Procede del comedor y cuando llegó hasta ahí me encuentro a Hugo haciendo limpieza. Coge el cepillo de barrer y hace como si fuera un micrófono. Me quedo tal y como estoy observándolo, es una faceta suya que no conocía.

— Oye, Elvis Presley, las fans están en la puerta esperando que les firmes sus partes más íntimas. — Interrumpo, alzando la voz para pillarlo infraganti.

— ¿Cuánto tiempo llevas ahí? — Le interrumpo y se detiene, aunque nada avergonzado, me mira

— Lo suficiente — Le sonrío — Pero tranquilo, guardaré tu secreto — Continúo guiñándole el ojo ante su atenta mirada — Puedes seguir, eh. Desayuno con espectáculo, todo en uno.

— Parece que te has levantado graciosilla esta mañana. — Se hace el ofendido pero está de broma, como yo.

— ¿Y te extraña? — Voy hacia la cocina y me sirvo un tazón de leche y cereales. La canción sigue sonando por toda la casa. — ¿Quién canta esto?

— ¡Es un clásico, Mel! — Exclama, sorprendido — Canta The police, la canción se llama Every Breath You Take, ¿es que te gusta?

— No es de mi época... — Me burlo, sacándole la lengua — Pero sí, está bien.

Me siento en el sofá y él sigue con sus labores de casa. No le interrumpo en ningún momento y cuando he terminado, me levanto para darme una ducha, salir a dar una vuelta y despejarme.

— ¿Dónde vas? — Lo escucho, ¿pero no estaba en sus cosas?

— No lo sé ni yo, pero llevo dos días sin salir, necesito aire — Y pensar en mí, en ti y en todo lo que me atormenta últimamente, aunque esto último me ahorro decírselo.

— ¿Vamos a tomar algo? — Eso me pilla por sorpresa.

— ¿Tú y yo? — Pregunto.

— Pues claro que tú y yo, Mel, ¿quién iba a ser?— Se encoge de hombros — Ya te lo he dicho, me encantaría seguir conociendo cosas sobre ti, vivimos en la misma casa, qué menos que saber algo más el uno del otro.

— No pierdas el tiempo, soy muy aburrida. — No es buena idea, en absoluto. No quiero hacerlo, es un paso más, de eso estoy segura, pero, ¿cuánto camino llevo atravesado sin darme cuenta?

— Aunque seas aburrida, que no lo pareces — Resopla, quizá desistiendo — Si tienes otros planes no tienes nada más que decírmelo, buscaré cualquier otra cosa que hacer.

— No tengo nada, pero... — ¿Por qué no puedo enfadarme con él y salir por cualquier lado para que se arrepienta de haberme invitado? — En fin, está bien, salgamos por ahí un rato.

— Genial, dame un segundo — Me guiña un ojo mientras va a cambiarse, y lo sé porque cuando todavía está subiendo las escaleras empieza a quitarse la camiseta y noto el calor en mis mejillas.

Tengo que disimular y mirar a la televisión. Yo no voy a cambiarme, me he puesto ropa cómoda, como siempre, una camiseta una talla más grande y pantalones cortos. Espero a que Hugo esté de vuelta.

— Estoy listo. — Me sonríe, se ha puesto unos vaqueros cortos y una camiseta ajustada.

La otra noche apenas me fijé, pero lleva un coche negro que parece bastante caro, ¿cómo lo hace? Si nunca está en el trabajo.

— No entiendo de coches pero... este me gusta — Lo observo, es grande y lo tiene como los chorros del oro, como para reflejarte en él, vaya.

— Me alegro que te empiecen a gustar varias cosas de mi — Contesta, sacándome la lengua.

Antes le hubiera mandado cerca, lo sé, pero ahora, en estos momentos, solo me sale una pequeña sonrisa, como dándole la razón.

— ¿Donde vamos? — Pregunto, cambiando de tema.

— Solo espera y verás. — Murmura, metiéndose entre el tráfico de la ciudad.

Está bien, al llegar al sitio me queda claro que no es ningún tipo de cita, nada que ver.
Paramos con el coche en un McDonald y pide un par de menús gigantes para llevar, sigo sin saber dónde me lleva.

Ahora se aleja del ajetreo y conduce hasta la parte antigua, posiblemente la menos transitada, entorna los ojos hasta dar con un aparcamiento alejado y bastante tranquilo. Desde ahí podemos verlo todo acompañado por el atardecer, es un bonito paisaje.

— Antes me gustaba venir aquí. — Dice, antes de bajar del coche, rodearlo y abrirme la puerta.

— ¿Y ya no? — Me interesa saber.

— Ahora no tengo tanto tiempo. — Se encoge de hombros.

Observo toda la ciudad desde lejos y me siento libre. Es como si yo pudiera verlo todo pero nadie pudiera verme a mí. Justo como si Hugo me hubiera traído al sitio indicado.

— Toma, espero haber elegido bien. — Me da una bolsa con una hamburguesa gigante, patatas y una Coca Cola, después se sienta en el capó del coche y da unos golpecitos a su lado para que acuda. Desde luego es espacioso, así que no me siento demasiado cerca.

— Si se trata de este tipo de comida, siempre vas a acertar conmigo — Asiento, desenvolviendo la hamburguesa — Gracias Hugo.

— Últimamente no haces nada más que dármelas.

— Ya, cierto, pero como te dije; no te acostumbres — Replico, me suele gustar tener la última palabra.

Nos quedamos en silencio mientras comemos, miro al horizonte, comienza a hacerse de noche pero no hace frío en esta época del año, solo compruebo como poco a poco se encienden las farolas de la ciudad, ahí a lo lejos.

— Y dime, ¿has elegido alguna universidad? — Su pregunta casi consigue asustarme, estaba metida en mis pensamientos.

— Todavía no, hay muchas que parecen estar bien, pero no consigo decidirme. — Y es cierto, por mucho que lo intento es como si nunca supiera dónde está mi futuro.

— ¿Que estudiarás? — Se interesa también

— No he sacado una gran nota — Pienso, de hecho me sorprendí que fuera tan alta, menos mal que Sara me ayudó durante los últimos días antes del examen de selectividad — Aunque si lo suficiente para varias carreras... y no me veo en ninguna.

No responde esta vez, y yo observo su perfil, su nuez subiendo y bajando cuando bebe su refresco.

— Oye Hugo, ¿cuántos años tienes? — La pregunta me viene a la boca antes que a la cabeza.

— Veintiocho, ¿por qué? — Ahora mira hacia mí, frunciendo el ceño.

— Eres más joven que mamá, ¿es que te gustan mayores y bien curtidas? — Bromeo.

Él ríe, tanto que casi se atraganta con la Coca Cola. Después, una vez que se recompone, hace que sus ojos coincidan con los míos.

— No, pequeña. — Sonríe — La mujer que me guste tiene que ser fuerte, tener carácter y también ser impulsiva. Además, tiene que tener unos ojos azules preciosos, de hecho, los tuyos no están nada mal...

— No me vaciles — Rompo nuestro contacto porque la tensión se rompe con un cuchillo.

¿Qué está haciendo? ¿Esta queriéndome decir que le gusto o algo parecido, es que está loco?

— ¿Por qué siempre ves la parte mala? — Pregunta, creo que algo molesto — Si te digo algo así es porque lo siento, Mel. No te infravalores,

— Veo la parte que tengo que ver, Hugo — Subo el tono sin darme cuenta — No puedes venir a vivir con mi madre y pretender que me tome esas palabras en serio, es ridículo.

— No me escuchas, nunca lo haces aunque te hemos explicado la situación — Deja los codos apoyados en el capó, mirando al cielo — Nunca sé cómo acertar contigo.

— ¿Podemos irnos? Por favor — Le pido. Esto no ha sido buena idea.

Asiente, sí, está enfadado, nunca lo había visto así, ¿por qué se comporta como si él tuviese la razón y yo me equivocase? Solo digo una obviedad, que sale con mi madre y han decidido vivir juntos, ¿donde entro yo ahí?

La respuesta es clara; en ningún sitio.

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