Cuidando de ti (Dragon's Fami...

De LyluRys

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Ella iba a ser un medio para un fin. Él iba a ser su salvador. Un amor inesperado. Lo escuché mientras soñab... Mais

ANTES DE LEER
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Epílogo
Agradecimientos
Capítulo Extra
Capítulo Extra
Capítulo Extra

Capítulo 33

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De LyluRys

Ajuste de Cuentas 1
Daniel

—Hermano, estoy impaciente. ¿Vamos a entrar? —me pregunta Dylan, y asiento sin mirarlo, pero todavía no me muevo de mi motocicleta.

Mis manos pican por golpearlo, pero nuestro club tiene reglas, y como el presidente que soy, debo respetarlas. Aun así, la oportunidad está ahí.

Mi vicepresidente me mira analizándome como siempre, y dice: —Tómate tu tiempo, Daniel. El viejo no irá a ningún lado. Infiernos, no.

Muevo mi cabeza en otro asentimiento, y me quedo pensando en lo que me dijo Samantha hace un tiempo. Al principio ella no quería contarme lo que le pasó aquel día, cerca del albergue La Rosa, cuando corría asustada y herida para después desmayarse en mis brazos. A veces le preguntaba, por que estaba muy intrigado, pero ella evadía la respuesta. Le di su tiempo y no la presioné más, hasta que una noche después de hacerle el amor, ella realmente comenzó a hablar. Lloró y rio recordando los buenos y malos momentos junto a su abuela, pero entonces me contó cómo fue su vida después de que su amada Abu muriera, y todas las penurias que tuvo que pasar hasta llegar a mí, y me quedé helado, pero después ardía de furia pura.

Ella tomó mi cara en sus manos, tratando de tranquilizarme y me dijo con vehemencia: —Todo ha terminado. Fueron días difíciles que ya están en el pasado. Olvídalo, Daniel.

Ella es fuerte y la admiro por eso y mucho más, pero yo no puedo olvidarlo. Rotundamente, no.

Todos pagarán.

Cada uno.

Me encargaré de ello personalmente.

Hace mucho que planeé esto y ahora es el momento indicado. Samantha no sabe que estoy aquí y que estoy haciendo esto por ella. Es mi deber y es mi privilegio. Nadie ofende ni maltrata a mi mujer, y se queda respirando normal como si nada.

Pienso una y otra vez en las palabras que ese hombre le dijo a mi chica: —"Ya que has crecido y te has convertido en una hermosa mujer, sé muy bien con qué otra cosa puedes pagarme".

¡Hijo de puta!

Nada más pensar en que ella estaba sin dinero, con frío, con hambre, y pidiéndole algo de comer a este bastardo, y él negándose a menos de que ella accediera a sus sucias peticiones, ¡me hace querer romperle cada hueso de su viejo cuerpo!

Con nueva furia corriendo por mis venas, me levanto de mi Harley y voy hacia su tienda de mierda, la tienda de comestibles de don Raúl. Siento a mis chicos Dylan, Lucas, Ben y Carl, hacer lo mismo y venir detrás de mí, apoyándome. Iba hacer esto solo, pero cuando me preguntaron en el club por qué demonios me fui del trabajo a la una de la tarde, y por qué tenía la mochila de Samantha en mi espalda y estaba listo para subirme a mi moto, tuve que contarles mis planes, y todos me miraron indignados. Todos menos Carl. Él me miraba con una media sonrisa conocedora, porque ya le había pedido información sobre lugares y personas sin decirle para qué la necesitaba.

Les dije que haría esto por mi cuenta, pero Dylan les dio voz a todos cuando bramó indignado: —Estás malditamente loco si crees que te dejaremos hacer esto solo. ¡Iremos jodidamente contigo!

Y aquí estamos, a las tres en punto de la tarde, para ajustar cuentas.

Abro la puerta de la tienda y eso hace sonar una campana anunciando nuestra llegada. Entro primero, y enseguida lo veo en la caja registradora coqueteando con una clienta que está pagando por su compra. El viejo murmura palabras y le sonríe con malicia mostrándole su diente de oro. Me quedo mirando a la mujer, y noto que es joven y luce muy incómoda. Bastardo enfermo. Está acosándola. Acomodo la mochila de Samantha en mis hombros y camino hasta detenerme detrás de la mujer. Mis chicos se paran detrás de mí, y veo a Dylan tomar una bolsa de papas de un estante, abrirla y comenzar a comer.

Alzo mi ceja y le pregunto con la mirada: ¿Qué coño, hermano? Pero él solo se encoge de hombros con su sonrisa de comemierda.

Negando y resoplando por lo bajo, espero impaciente mi turno.

Observo al tal don Raúl, y ahora él nos está mirando fijamente. Desafiante, le devuelvo la mirada, y lo evalúo con desdén. Él tiene sesenta años, mide cinco pies y dos pulgadas de estatura, y tiene una notable panza. Tiene el rostro grasiento, su cabello está peinado hacia un lado, y tiene canas que difícilmente oculta tras un tinte de color negro. Está vestido como si tuviera treinta años menos, y tiene una cara de pervertido que quiero quitársela de un manotazo. Bueno, mierda, pues que comience el espectáculo. La mujer termina de pagar sus compras, entonces se voltea y nos mira con agradecimiento porque el viejo dejó de decirle sus mierdas depravadas al vernos en su tienda. Le doy solo un asentimiento y después se va. Entonces me muevo lentamente hasta quedar frente a él. Miro de reojo a mis chicos y ellos ya están a mi lado. Me quito la mochila de Samantha, la pongo en el mostrador, y veo reconocimiento en su mirada. El viejo sabe a quién pertenece.

Sin rodeos, le pregunto: —¿Cuánto te debe?

—No sé de lo que estás hablando, muchacho, y no quiero problemas. Mejor váyanse antes de que llame a la policía —amenaza con actitud desafiante y mis chicos se ríen.

—No llamarás a nadie, viejo —le advierto—. Sabes muy bien de lo que estoy hablando, pero te refrescaré la memoria. Samantha, la nieta de doña Elizabeth, ¿te suena de algo? —Lo veo tragar nerviosamente, y ya lo tengo agarrado por las bolas.

—Ah sí, ahora las recuerdo. E...ellas solían comprar sus víveres aquí.

—Exacto. ¿Y recuerdas la última vez que Samantha, mi mujer, estuvo aquí?

Al escuchar mi pregunta, su rostro se pone pálido y ahora yo sonrío.

—¿Tu...mujer? —pregunta susurrando con pánico, y sus ojos se mueven al parche en mi chaleco con la palabra Presidente.

—Sí, mi mujer —le respondo tranquilamente, pero después le espeto mordaz—: A la que le faltaste el respeto con tus insinuaciones lujuriosas de mierda.

—Yo no quise jamás...fue, fue un malentendido nada más —explica, riendo nerviosamente, pero entonces yo ya no sonrío—. Quiero disculparme. Dile que puede venir cuando quiera...

—¡Como el infierno que no volverá! —gruño molesto y ahora luce intimidado—. Pero volviendo a mi pregunta original, ¿cuánto malditamente te debe?

Temblando, él saca una libreta grande de debajo del mostrador, la abre, y cuando encuentra lo que está buscando, dice: —T...trescientos cuarenta y cinco dólares con veinte centavos.

Abro la mochila, busco, y luego doy el dinero exacto, ni un centavo más. Él lo toma con manos temblorosas y lo pone en la caja registradora.

Me echo la mochila al hombro para largarme de aquí antes de hacer algo realmente estúpido como tumbarle su diente de oro, pero antes de irme, le espeto: —Dale gracias a la mierda de que eres un pobre viejo, porque si no, ahora mismo estarías de camino al hospital con los huesos rotos. Y no vuelvas a hablarle así a mi mujer ni a ninguna otra, porque romperé las reglas y vendré por ti. ¿Está claro?

—Sí, sí... Lo lamento, yo no...—dice tragando nerviosamente y no quiero oír sus patéticas excusas.

Me doy la vuelta y camino hasta llegar a la puerta, pero antes de salir, la voz del viejo nos detiene cuando tartamudeando, dice: —La...bolsa de papas...son dos dólares.

A mi lado, escucho a Dylan reír a carcajadas. Va hacia él sacando su cartera del pantalón y le dice: —Viejo, al contrario de lo que piensas, no somos unos ladrones ni unos matones. Iba a pagar, simplemente, te estaba probando. Nosotros respetamos la ley y protegemos a los niños, los ancianos y a las mujeres, pero también aborrecemos las injusticias, y si tenemos que romper las reglas como dijo nuestro prez, no será bonito.

—No...no por favor. Seré bueno con todas mis clientas, lo prometo —dice solemne.

—Esperemos malditamente, que sí. —Dylan le tira el dinero en el mostrador y salimos todos de esta tienda de mierda.

Frente a nuestras motocicletas, le pregunto a Ben: —¿Lo tienes?

El saca la evidencia de su chaleco y nos la muestra sonriente: —Pan comido.

Con el video de seguridad de la tienda en nuestras manos, y con la adrenalina en alto, me subo a mi Harley, y nos dirigimos hacia la próxima parada. Tengo toda la maldita tarde para ello. Uno menos, faltan dos hijos de puta.

* * *

Ajuste de Cuentas 2

—Así que ese es él —murmura Ben y asiento sin mirarlo. Él masculla—: Luce como todo un perdedor.

—Sí —confirmo furioso mirando al tipo.

—El hombre es grande —comenta con desdén mi Sargento de Armas—. Y nuestra pequeña Samantha pudo escapar de él —En su tono hay admiración.

—Lo mordió en el brazo como pudo. Era eso o ganaba él —digo mi mandíbula apretada, y la indignación y la furia son palpables en nuestra mesa.

Tomo un trago de mi cerveza de botella. Un trago que me sabe amargo al rememorar lo que él le hizo a mi chica. Son las siete de la noche, y estamos sentados en una de las mesas del bar de Tom, desde donde puedo ver perfectamente bien al tipejo de Wilson Morton, el exjefe de Samantha. Él llegó hace media hora y está sentado en uno de los taburetes de la barra con un trago en la mano y ligándose a la mujer joven a su lado. Una rubia con un vestido rojo y ajustado. Si ella supiera quién realmente es él, no estaría sonriéndole encantada como lo está haciendo ahora. Estuvimos rondando el edificio en donde él trabaja, y cuando al fin salió, lo seguimos hasta aquí sin que se diera cuenta. Ahora que está cerca, quiero ir a golpearlo tan jodidamente mal, pero soy paciente. Ya tendré mi oportunidad porque de aquí no saldrá sin pagar por lo que hizo. Tengo toda la maldita noche para eso.

Pienso en mi hermosa chica. Ella rompiéndose el lomo trabajando para la empresa tecnológica Píxel, en donde este Don Juan de mierda es el jefe de mantenimiento, y por culpa de sus malos tratos y acoso, ella salió lastimada física y emocionalmente. Recuerdo ese día como si fuera ayer porque no logro sacar de mi cabeza la imagen de mi Samantha desmayada y frágil en mis brazos, y con una herida en su sien por estar huyendo de Wilson. No quiero, pero tengo que agradecerle a Max por haberme robado aquellos documentos porque si él no lo hubiera hecho, entonces yo no habría ido tras Samantha, ni la hubiese visto nunca más, y mi vida sería un total desperdicio sin ella.

—Está peinado y vestido como un galán de una maldita telenovela. Traje negro, corbata roja y encantadora sonrisa ensayada, es su modus operandi. Hijo de puta —bufa Carl devolviéndome al presente, y no puedo estar más de acuerdo con él.

Ese bastardo gasta todo su jodido dinero en lucir como un ejecutivo de traje y corbata, pero sé muy bien que debajo de esa falsa elegancia, se esconde un cobarde que tiene que recurrir a la violencia para conseguir las atenciones de una mujer. Mi mujer. Al infierno con todo, ¡este hombre es mío! Es grande sí, pero no tanto como yo, y más grandes que él los he visto muchas veces caer.

—¿Qué más encontraste sobre él, Carl? —le pregunta Lucas, y ya yo sé la respuesta porque Carl me dio un informe detallado de este malnacido.

—Muchas cosas. El tipo es toda una joya, tiene varias querellas de acoso sexual, pero ninguna ha prosperado hasta el momento. ¡Es un maldito suertudo!

—Eso tiene que terminar, prez. ¿Ya hablaste con Chris? —me pregunta Ben, y asiento.

—Le envié todo lo que Carl consiguió. Como oficial de la ley, él no puede permitirme hacer esto, pero lo entiende. Además, no pienso entregárselo sin un maldito rasguño. Solo me aconsejó que no lo maltratara demasiado, como con los secuestradores de Samantha, pero me importa un carajo. Este hombre se lo merece. Vendrá por él y pondrá su culo arrogante en el Departamento de la Policía. Con suerte, dormirá en una celda esta noche.

—¿Ya lo llamaste? —pregunta Dylan.

—Sí, ya le dije que estábamos aquí. Viene en camino.

—Bien. Cuando quieras, Daniel. Estamos contigo —su mano palmea mi hombro.

Asiento hacia Dylan, y vuelvo a mirar a Wilson. El tipo tiene labia y funciona porque la mujer no para de sonreír y de sonrojarse. Imbécil.

—Quiero otra cerveza —dice Lucas de repente, y Dylan llama a una de las meseras para pedirle otra ronda de cervezas.

Ella viene sonriendo y muy entusiasmada hacia nosotros, dándome cuenta enseguida de sus intenciones. Ella quiere pertenecer a alguno de nosotros.

—¿En qué les puedo servir chicos? —pregunta con una voz tan dulce que empalaga.

—Queremos otra ronda de cervezas. ¿Puedes hacer eso por nosotros, cariño? —le ronronea Dylan mirándola de arriba abajo, y ella casi se derrite en el suelo.

—Las traeré ahora mismo, guapo —le contesta guiñandole un ojo, y después se va moviendo sus caderas sugestivamente.

Me volteo hacia Dylan, que sigue mirando su trasero, y le espeto: —¿Qué mierda, hombre? No venimos para esto.

—No pude evitarlo, hermano. Ella es caliente.

Resoplo y le digo: —Puedes venir otro día e invitarla a salir o a follar si quieres, pero en este momento te necesito concentrado, hermano.

—Lo sé, prez, pero eso no me impide que pueda disfrutar de semejante vista. ¿Ya viste sus tetas? Son realmente geniales —comenta sonriendo como un tonto.

—Las únicas tetas geniales que veo son las de mi mujer. No me interesa ninguna otra.

—Lo sabemos, Daniel, pero ya sabes que me gusta tomarte el pelo.

—Vete a la mierda, Dylan —le espeto bufando, y él se ríe.

Después de un momento, la chica llega con nuestra orden y comienza a poner las cervezas frente a cada uno de nosotros. Cuando llega hasta mí, me doy cuenta de que ella está mirando fijamente mi parche, y su sonrisa se hace más grande.

—Aquí tienes, presidente —dice con voz sensual y entregándome mi cerveza. Se agacha y me susurra al oído: —Salgo a las once.

La miro y le digo: —Bien por ti. Yo por el contrario, a esa hora estaré en mi cama y haciéndole el amor a mi mujer.

Ella me mira desconcertada, como si no estuviera acostumbrada a ser rechazada, y luego se da la vuelta resoplando enojada. Me encojo de hombros y mis hermanos se ríen por lo bajo.

—Oye, se supone que me la estaba ligando yo. No volveré a salir contigo. ¡Me espantas a las mujeres! —se queja Dylan haciéndose el ofendido.

—Ya te dije que no estamos aquí para eso. Estoy seguro de que si vienes solo, no tendrás ningún jodido problema en encontrar a alguna chica dispuesta.

—Puedes apostar tu moto a que volveré, hermano —afirma sonriendo con entusiasmo, y luego toma un sorbo de su cerveza.

Negando, vuelvo a mirar a Wilson, y aprieto mis puños al verlo acariciar el muslo interno de la mujer rubia. Ella no parece sorprendida en lo más mínimo porque le sonríe todavía más. Miro lo que ella está tomando, y entonces se me ocurre una idea. Llamo de nuevo a la mesera, y cuando llega a mi lado veo que está malhumorada, pero no me importa.

Le doy unos cuantos billetes y le digo: —Quiero un Martini, pero no para mí. Entrégaselo a la mujer del vestido rojo que está en la barra. Dile que es de mi parte.

Ella me mira interrogante y alzando una ceja, pero sin decir una palabra, toma el dinero y se va resoplando.

—¡Qué mierda, hombre! —me espeta enojado Dylan, y veo a mi chicos mirarme de igual manera.

Tomo un trago de mi cerveza y les sonrió recostándome en la silla tranquilamente.

—¿Qué carajos estás tramando, idiota? —Dylan me pregunta, su ceja levantada.

Les explico sencillamente: —Voy a quitarle a Wilson su ligue de esta noche.

Ellos me miran fijamente por un largo momento, y veo que los dejé sin habla.

—¿Es una broma, no? Tú no le harías esta mierda a Samantha —me espeta Ben.

Vehemente, le respondo: —Infiernos no. Nunca lastimaría a mi chica de esa manera. ¡Ella es mi jodida para siempre!

—Entonces explícate, hermano —exige serio Lucas.

—Sí, porque como la mierda que queremos saber —añade Carl.

Y mirando a Wilson, les explico: —Quiero que vea que le quitaré a su chica en sus narices. Quiero verlo furioso por eso, y entonces él querrá pelear, vendrá a mí, y no puedo jodidamente esperar a que eso pase.

—Tu...eres...eres...

—Soy un hijo de puta, lo sé, Dylan —digo sencillamente.

—Carajo, que comience la pelea, y me gustaría apostar. El tipo tiene músculos y puede que te dé unos cuantos golpes, pero siempre iré a ti, hermano. Lo dejarás hecho mierda. ¡Salud por eso! —exclama Dylan con su botella de cerveza en alto.

Brindamos, y dando otro trago a mi cerveza, miro hacia la barra solo para ver que Wilson y su acompañante me están mirando fijamente. Sonrío hacia ella, y la mujer me devuelve la sonrisa encantada. Wilson mira de ella hacia mí y viceversa con cara de "¿qué coño es esto?" Ella toma un sorbo del Martini que le regalé, y levanto mi botella de cerveza hacia ella en un brindis silencioso. Veo a Wilson ponerse rojo de ira e indignación, y siento la adrenalina correr por mis venas al ver que se levanta del taburete y viene hacia mí.

—Mierda. Él está enojado —sisea Carl, y yo sonrío complacido.

El imbécil llega resuelto a nuestra mesa, y se detiene justo a mi lado.

Con voz dura, me dice: —Me gustaría tener unas palabras con usted, señor...

—Baxter. Daniel Baxter.

—Señor Baxter —dice con desdén—. ¿Podemos salir un momento?

—Claro, Wilson Morton —contesto sin ninguna emoción, pero por dentro estoy eufórico.

Él me mira con asombro, obviamente al escuchar que dije su nombre. Sin dejar de mirarlo, le doy un último trago a mi cerveza, y dejo la botella sobre la mesa. Me levanto, miro a mis chicos, y ellos asienten porque acordamos en que me darán tiempo a solas con este abusador y después saldrán también. Wilson y yo somos de igual estatura, y caminamos hasta salir por la puerta trasera del bar en donde está el solitario callejón. Jodidamente perfecto porque justo hasta aquí iba a arrastrarlo.

Él no pierde tiempo y me espeta enojado: —Creo que estoy en desventaja porque al parecer me conoces. ¿Te conozco yo?

—No lo creo —respondo secamente.

—Entonces, ¿cómo demonios sabes mi nombre y mi apellido?

—Tenemos un conocido en común o mejor dicho, una conocida —le espeto enojado también.

Y al verlo sonreír como un cabrón engreído tengo que contenerme para no golpearlo en este preciso momento.

—Oh, el problema es una mujer, ya veo. Mira, no tengo la culpa de que las mujeres me deseen —dice con pura arrogancia, sus manos sobre sus caderas, y lo miro con desdén. Él sigue alabándose—: Tengo dinero y un puesto ejecutivo que las atrae como un imán. Como por ejemplo, mi conquista de esta noche. Estuve detrás de ella por semanas, y ahora que por fin la tengo donde quiero, ¡no vas a malditamente arruinarlo!

—Puedes quedártela. No estoy interesado en ella en lo absoluto. Al que quiero, es a ti.

—¿A mí? —pregunta sorprendido, pero después se ríe a carcajadas—. Me siento halagado, pero no juego en esa liga, hombre. Me gustan las mujeres y mucho. Ahora, tengo amigos que puedo presentarte...

No lo dejo terminar porque mi puño conecta con su mandíbula enviándolo hacia atrás por el impacto, y se siente un infierno de bien liberar un poco de esta furia que siento por dentro.

—¡Qué diablos! —me grita escupiendo sangre, y se quita su chaqueta con movimientos bruscos.

Con furia, le espeto: —Escúchame bien, imbécil. Para lo único que te quiero es para sacarte la mierda a golpes por abusador y por meterte con mi mujer.

—No sé de qué coño hablas, ¡pero yo no soy ningún abusador! Ya te dije que las mujeres vienen a mí. Si la tuya lo hizo, es porque no la estás follando como se debe —dice con desdén, sus puños en alto.

Y con furia asesina le lanzo otro puño, pero bloquea el golpe, y me empuja con fuerza.

Lo miro midiéndolo, acechándolo y le espeto: —Despídete de tu cara de Don Juan. Saldrás de aquí con una nueva, y no te preocupes, no te cobraré nada.

—¡Vamos delincuente! —ríe—. ¿Crees que tus tatuajes me asustan? No podrás conmigo —declara con prepotencia, y alzando su brazo, señala su bíceps—. ¿Ves estos músculos? ¡Voy al maldito gimnasio todos los días! A las mujeres les gusta mi cuerpo de dios griego, y creo que a la tuya le gustó. Apuesto a que ella quería más de mí, tú te enteraste, y vienes a reclamarme.

Me río en voz alta de su desfachatez y le espeto: —Tienes toda la maldita razón. ¡Vengo a jodidamente reclamarte! Pero déjame decirte que a ella no le gustaste una mierda.

—Mentiras. ¡Les gusto a todas!

—¿De veras? Apuesto a que tienes una cicatriz de una mordida en tu brazo. ¡Una mordida que te hizo mi mujer! —le grito furioso, y él me mira impactado.

Noto en su estúpida cara el reconocimiento de mis palabras, y sus puños flaquean.

De reojo, veo a mis chicos salir al callejón, y lentamente lo rodean. Sin ningún lugar a donde escapar, Wilson nos mira a todos con aprensión fijándose por primera vez en nuestros chalecos con nuestros parches de los Dragones MC. Sé que tenemos mala fama en esta ciudad por culpa de los manejos de mi padre, y aunque estoy trabajando para redimir eso, estoy muy agradecido de que esa mala fama nos acompañe en este momento.

—¿P...podemos arreglarlo? Nadie tiene por qué enterarse —dice riendo nervioso—. Tengo dinero y puedo compensarla por las molestias causadas.

Niego dándole una mirada asesina y le digo con voz hostil: —¡No necesita tu maldito dinero!

—Puedo devolverle el trabajo. Samantha era muy buena limpiando baños. Incluso, puedo darle un puesto más importante y un salario mejor...

—Infiernos, no. ¡Ella jamás trabajará para ti!

Al ver que se quedó sin opciones, él me mira, y todo rastro de inseguridad se evapora como por arte de magia.

Se endereza, acomoda sus ropas caras y me espeta con desdén: —Entonces vete a la mierda. No te debo nada.

—¡Me lo debes todo! Cada lágrima, cada gota de sangre que derramó por el golpe que sufrió cuando la empujaste, y el llamarla "Sammy" cuando ella lo odia, pero sobre todo, querer besarla a la fuerza cuando su boca y sus labios ¡son jodidamente míos! ¡Hijo de puta!

—¡Ella es una maldita provocadora! —me grita de vuelta—. ¡Se merecía eso y más! ¿Quieres pelear por ella? Aquí te espero, imbécil tatuado. No sabes con quien carajos te estás metiendo...

Con otro puñetazo a la mandíbula, le callo la maldita boca.

Él se tambalea hacia atrás, pero se repone rápidamente, y viene con furia hacia mí, pero lo dejo sin aire cuando mi puño conecta su costado cerca de las costillas. Espero haberle roto algunas.

Tomando una bocanada de aire y agarrado su costado, me grita: —¡Cabrón! ¡Me...me las pagarás!

—No. ¡El cabrón eres tú, y voy a cobrarte lo que le hiciste a mi mujer! —le respondo furioso y ya estoy cansado de su estúpido juego.

Voy hacia él con mi mente llena de imágenes del rostro de mi Samantha ese día que se desmayó en mis brazos...y entonces comienzo a golpearlo, a realmente golpearlo sin darle tregua. Lo pego contra el muro de ladrillos, y él trata de defenderse, pero conmigo no tiene una jodida oportunidad, y los golpes que me devuelve, carecen de precisión y fuerza.

—Es suficiente, Daniel. No queremos un muerto en nuestra conciencia. —demanda Chris.

Y cuando volteo mi cabeza, lo veo recostado contra la otra pared de ladrillos y fumando un cigarrillo tranquilamente. Dos oficiales más lo acompañan.

No es suficiente en lo absoluto, pero asiento, y lo suelto.

Él cae de rodillas en el suelo, y tomándolo por su cabello despeinado, le espeto jadeando por la pelea: —Eres un maldito fanfarrón. ¿Tanto músculo para nada? —me burlo sin piedad—. Deberías ir al gimnasio y pedirles que te devuelvan el dinero porque no te ha servido ni para una mierda —halo fuerte su cabello para que me mire directamente a los ojos y le advierto en su cara ensangrentada y llena de moretones—: Ahora, esto es lo que vamos a hacer. Tienes varias denuncias de acoso sexual en tu contra, y el oficial Peterson aquí, te dará un lindo paseo al Departamento de la Policía de Delta. Ya tengo lo que vine a buscar de ti, hijo de puta. No vuelvas a acercarte a Samantha o lo lamentarás —lo suelto bruscamente, y me giro de nuevo hacia Chris para decirle—: Es todo tuyo.

—Maldición, Daniel, te dije que no lo maltrataras tanto. Además, ya no soy un oficial, ahora soy el Comandante Peterson —declara sonriendo con orgullo.

—Bueno mierda, felicidades entonces. —lo saludo con un abrazo de hermanos y le ofrezco —: Te invito una cerveza.

—Otro día será, hermano. Estoy trabajando. ¿Qué tal está todo por el club?

—Todo marcha normal, y antes de que preguntes, Samantha está perfectamente bien.

—Me alegra saberlo, Daniel. Tú sí que sabes llevar el club por buen camino.

—Hago lo mejor que puedo.

—Sé que lo haces, pero hablando de otra cosa, tengo noticias para ti, y no te gustarán, por Samantha.

—¿Qué noticias? —le pregunto con cuidado y él suspira tomándose su tiempo. Les ordena a los dos oficiales a su lado—: Pónganlo en la patrulla. Iré enseguida.

Ellos van hacia Wilson y se lo llevan casi a rastras.

Con esa cuenta saldada, suspiro de alivio por la venganza saldada, y siento las manos de mis chicos golpeando mi espalda en señal de apoyo.

Asiento hacia ellos en agradecimiento, miro a Chris y le pregunto sin titubear: —¿Qué ha pasado?

—Hubo un motín en la cárcel.

—¡Qué! —digo pasmado y mis hermanos también—. ¿Cuándo?

—Ayer, y fue tremendo. Hubo varios heridos y muertos.

—Max... —supongo con aprensión, pero él niega.

—Lo siento, mira, primero tengo que decirte que Max declaró en contra de Jake. Eso fue hace una semana. Dijo todo y con eso me refiero a algo que te incumbe.

—Hablas del asesinato de mi padre —le afirmo.

—Así es. Está confirmado. Jake mató a tu padre. Fue por una venta de drogas que salió mal. Tu padre quería el control total de la distribución de las drogas. Jake se enteró y le disparó. Tenemos la declaración escrita de Max, y junto con las pruebas que ya teníamos, añadimos otro cargo más en la lista del buen Jake —termina con sarcasmo, y estoy sin palabras.

—No sé qué decir —exhalo.

—Yo sí sé que decir, Daniel. Tu padre era un padre de mierda. Una mirada a su extenso expediente y lo supe inmediatamente.

—Sí, lo fue. Lo que no entiendo es porque Max declaró en contra de Jake. ¿Qué está tramando?

—Que yo sepa no está tramando nada, más bien él y su abogado están buscando una reducción de su sentencia.

—Le envió una carta a mi mujer hace dos semanas, ¿y ahora esto?

—Creo que quiere redimirse, no habla con nadie, y apenas come. De todos modos lo estamos vigilando. ¿Qué hay de Sharon? ¿Ya la encontraron?

—Aún no, pero en el club estamos en alerta. No quiero a esa mujer cerca de Samantha.

—Haces bien en proteger a tu chica. Ella ha sufrido demasiado y no merece sufrir más, pero con lo que voy a contarte —suspira—, lo veo difícil, amigo.

Me quedo mirándolo fijamente, y aprieto mis puños sintiendo aprensión porque si es lo que me imagino...

—Chris, ¿qué coño pasó en allí?

—No puedo darte todos los detalles porque todavía lo están investigando, pero Jake compró gente y cobró favores. Él quería el control de la cárcel también. Allí los presos tienen sus propias reglas, y él creía que podía pasar por encima de ellas. El motín fue sólo para despistar porque iban tras Jake. Ya te dije que hubo varios muertos, y Jake fue uno de ellos.

Lo miro incrédulo, y escucho los murmullos atónitos de mis hermanos también. Un latigazo de ira me llena también porque murió demasiado pronto y sin haber pagado lo que debía.

Chris sigue diciendo: —Lo apuñalaron y lo golpearon hasta matarlo. Y Max está gravemente herido. Ahora mismo, está inconsciente en el hospital, y no se sabe si lo logrará.

—¡Mierda! Mi chica... Esto la destruirá —digo aturdido y todavía sin poder creerlo.

Cuando le diga a Samantha lo que le pasó a su hermano, ella sufrirá y no quiero que pase por ese trago amargo.

—Lo sé, Daniel, pero tú estarás ahí para ella cuando eso pase.

—¡Que me condenen si no! —respondo vehemente.

—Bueno, ya tengo que irme. Tengo un montón de papeleo esperándome en mi nueva oficina. Espero que no te metas en más problemas, Daniel Baxter, aunque si me necesitas, ya sabes dónde encontrarme —conviene con media sonrisa, y dándome la mano para despedirse.

Se despide también de mis chicos, y se va caminando por el callejón.

Todavía sigo sorprendido como el infierno, y no puedo pensar en otra cosa más que en mi chica.

Ben toca mi hombro y me pregunta con preocupación: —¿Le dirás a Samantha sobre Max?

—Sí, se lo diré esta noche. Ella no me perdonaría si se lo ocultara.

—Ella es una mujer fuerte. Entenderá —me alienta Ben.

—Lo sé, ¿pero cómo carajos le dices a tu mujer que su hermano fue golpeado hasta casi la muerte en la cárcel?

—Mierda, prez, sabes que cuentas con nosotros, y Samantha también. —interviene Dylan, y asiento en silencio hacia él.

Tendré una conversación difícil con mi dama, y ahora estoy un poco estresado a pesar de haber sacado toda esa furia con Wilson. Todavía no quiero ir al club y no voy a regresar al bar de Tom tampoco. Entonces me acuerdo de algo que he querido hacer desde hace tiempo.

Me doy la vuelta para salir de este callejón y les digo a mis hermanos: —Vámonos como el infierno de aquí.

—¿A dónde vamos ahora, Daniel? —pregunta Lucas mientras caminamos hacia nuestras motos estacionadas al frente del bar—. Aún te falta una cuenta por saldar.

—Sí, pero el tipo se mudó y aún no sabemos en dónde demonios está viviendo. Carl sigue buscando, pero no ha encontrado una factura, ni un documento, y ni una maldita multa de tránsito. Creemos que dejó la ciudad.

—Hombre, ese otro perdedor ya aparecerá, y espero que esta vez no nos dejes de lado y nos digas tus jodidos planes —me espeta Dylan.

—Lo haré, hermano. Maldita sea. Debí decirles porque somos familia y nos apoyamos siempre, pero simplemente pensé que era algo que debía hacer solo.

—¡Y una mierda! ¿Tengo que golpearte para que lo entiendas de una vez por todas? —Dylan aprieta sus puños, pero sonríe.

—Deja de joder, Dylan. Lo haré, les diré mis planes, lo prometo.

Ellos asienten, y Carl me pregunta: —¿Vamos al club?

Niego y respondo: —Todavía, no. Vamos a la tienda de Fred. Quiero un nuevo tatuaje.


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