El último Hawthorne: Sol de M...

By MavelyMelchor

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Mi nombre es Alessandro Hawthorne. Soy un vampiro. Y soy un fugitivo. Si me atrapan... More

Prólogo
1: El orfanato
2: Vampiro
3: Un ataúd en la habitación
4: Viaje en barco
5: La historia de Alessandro
6: Rebecca
7: Lo que sucedió con Sinuhé
8: La casa de Florencia
9: El puente de los suspiros
10: Mortimer
11: Visita en la celda
12: En la Plaza de San Marcos
13: Sol y sombra
15: Escape y muerte
16: Sed
17: Carta de despedida
18: Inesperado
19: Deducciones macabras
20: Emboscada y traición
21: Absolución
22: Esperanza
23: La biblioteca familiar
24: A campo abierto
25: Cambios
26: Sueños y máscaras
Epílogo
Agradecimientos y otras cosas...
Redes sociales
El último Hawthorne - parte II

14: Mediodía

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By MavelyMelchor

—Parece que te has portado muy mal, hermanito —dijo Sinuhé de forma mordaz al ver que Alessandro despertaba y lo miraba. Intentaba hacer una broma cruel, pero no pudo evitarlo; era un gran alivio que siguiera vivo—: Quédate aquí. Voy a traer a Rebecca.

Al mirar al sitio donde Rebecca se había quedado, pudo ver que ahora Derek la sostenía con las manos en la espalda y estaba diciendo algo a la gente. Se había levantado la máscara y hacía gestos dramáticos y, por lo que Sinuhé pudo leer en sus labios, Derek estaba molesto.

—No —dijo Alex, haciendo un esfuerzo enorme por levantarse y consiguiendo que Sinuhé lo mirara de nuevo, notando que se tambaleaba, así que tuvo que ayudarlo, pues Alex amenazaba con irse al suelo de nuevo—. Yo iré —se tambaleó una vez más y Sinuhé temió que de verdad fuera a caerse.

—¡Alex!

—¡Sinuhé! —replicó.

—¡No puedes hacer eso, Alessandro! —gritó tan fuerte que algunas de las personas que pasaban se les quedaron viendo—. ¡Acabo de sacarte de ahí! ¡Si vuelves van a...! —se interrumpió. Su hermano menor siempre había sido un imprudente, un tonto. Sus manos se volvieron dos puños—. Si vuelves... Si vuelves, te juro que te golpeo.

—Pues hazlo de una vez, porque voy a ir —replicó Alessandro, testarudo y necio como siempre—. No puedo dejarla ahí. Ella ya sufrió mucho por mi culpa. No puedo dejar que le hagan daño.

Se quedó ahí parado, como si de verdad estuviera esperando que lo golpeara, aunque sabía que Sinuhé no sería capaz de hacerlo. Algo que Sinuhé se reprochaba a sí mismo, era que siempre terminaba perdonándolo.

Pensó en todo lo que había pasado y, después de respirar de una forma innecesariamente profunda, se tranquilizó. Ahí estaba de nuevo: había vuelto a perdonarlo. Se lo recriminó en silencio, pero era algo que no podía evitar.

Cuando las amenazas no surtieron efecto, intentó hacerlo entrar en razón. Puso sus manos sobre los hombros de su hermano.

—No tienes cómo cubrirte, estás muy débil y a duras penas puedes mantenerte en pie.

Pero resultó lo mismo que si le hubiera hablado a una mula.

«Creo que la mula hubiera entendido mejor; al menos ella se hubiera alejado del peligro.»

—Dame tu máscara —pidió Alessandro, extendiendo una mano como si de verdad creyese que eso iba a suceder.

—¿Estás loco?

Y antes de que Sinuhé pudiera hacer nada, Alessandro le arrancó la máscara de la cabeza, se soltó de sus manos y desapareció, llevándose la capa azul con él.

—¡Oye! —fue lo único que atinó a decir—. ¡Alex! —gritó, pero él no hizo caso.

Si alguna vez había tenido duda, ya no la tenía. Estaba completamente loco.

Cuidando que nadie lo viera, Alessandro se acercó hasta Rebecca y dejó que la capa proyectara una sombra sobre ella. Nunca antes la había visto a la luz del sol, sin nubes de por medio: su cabello negro tenía brillos azules ahí en donde la luz lo tocaba, dándole un curioso color casi hipnótico. Además, ahora que podía verla más claramente notó que había algo diferente en ella. ¿Por qué estaba quemándose con el sol?

Sólo acudió una respuesta a su mente. Sin embargo, aún podía escuchar su agitado corazón. No podía ser...

Cuando la sombra de la capa la cubrió, ella alzó la mirada, y sus ojos se iluminaron al verlo, con una sonrisa cruzando sus labios.

—No pensaste que te dejaría sola, ¿verdad? —preguntó, levantándose la máscara de Sinuhé y sonriéndole también.

Le ofreció una mano para ayudarla a ponerse en pie y, si bien Rebecca la tomó, no hizo palanca en ella, temiendo lastimarlo. Abrió la boca para decir algo, pero la cerró de inmediato, como si se arrepintiera de dejar ver que sus colmillos se habían alargado y afilado.

—¿Qué te pasó? —suspiró Alessandro sintiendo una infinita tristeza, pero sabiendo la respuesta.

Ahora Rebecca estaba condenada al mismo tipo de vida que él.

«Una vida manchada de sangre.»

Rebecca lo miró con ojos irritados, enrojecidos por la intensa luz y que le daban el aspecto de estar a punto de llorar. Sus labios temblaron como si quisiera hablar, pero no lo hizo.

—Después hablamos —interrumpió Alex con calma, pasándole un brazo por la cintura para mantenerla cerca de él y poder cubrirla también con la capa.

No habían caminado mucho cuando escucharon que, detrás de ellos, la representación terminaba con un aplauso. Rebecca volteó hacia atrás.

—Corre —murmuró.

Alex también lanzó una mirada hacia allá, y descubrió que Derek los seguía con una mirada llena de odio, avanzando despacio hacia ellos, apartando a la gente que se acercaba a los supuestos actores, justo cuando ellos dos consiguieron llegar a la protección de las sombras.

Entonces, todo pasó muy rápido. Demasiado rápido.

Alessandro la empujó y Rebecca pudo sentir las manos de Sinuhé atrapándola antes de caer al piso. Logró ver que Alex se daba media vuelta y se enfrentaba a Derek, los dos atacándose como animales salvajes y, aunque las máscaras les cubrían el rostro, estaba segura de que se enseñaban los colmillos.

Ambos movían demasiado rápido, tanto que ningún humano que pasaba por ahí se daba cuenta de lo que estaba pasando mientras los dos vampiros se enfrentaban.

Derek logró quitarle a Alex la capa de Rebecca y la máscara de Sinuhé, que salió volando lejos de ellos.

Alessandro gimió cuando el sol lo tocó de nuevo, pero, aunque sus piernas flaquearon un momento, se mantuvo en pie. Lanzó su cuerpo hacia adelante y él también logró quitarle la máscara a Derek, quien dejó salir un grito ahogado cuando el sol lo rozó y se tapó la cara con un brazo. A ciegas, golpeó a Alex en la cabeza y tanto Rebecca como Sinuhé pudieron escuchar cómo sus huesos aún débiles por la fractura de antes, volvían a romperse.

Alex volvió a caer al piso, una vez más por completo inmóvil.

—Le lastimó el cuello de nuevo. Sus huesos no estaban bien fijos y han vuelto a romperse —dijo Sinuhé, tan horrorizado como Rebecca—. Quédate aquí —ordenó mientras soltándola y entrando también en la pelea.

Sin embargo, ella no pensaba quedarse ahí sin hacer nada. Corrió tan rápido como pudo y recogió la capa del piso, cubriéndose con ella y volviendo hasta donde los dos vampiros peleaban, buscando acercarse a Alessandro para volver a cubrirlo con la capa. Intentó no moverlo, pero él abrió los ojos de repente.

—¿Estás bien?

—¿En dónde está Sinuhé? —inquirió, ignorándola.

La muchacha miró hacia todos lados buscándolo, pero sin lograr encontrarlo por ninguna parte. Le hizo soltar un grito cuando apareció de pronto a su lado.

—¡No me asustes así! —exclamó, dándole un empujón.

—Vamos, sólo tenemos diez minutos —replicó Sinuhé, sin prestar atención a sus reclamos—. Dejé a Derek tumbado por allá.

Entre los dos levantaron a Alex, pasándose cada uno un brazo sobre los hombros.

—¿Qué hiciste? —quiso saber ella.

—No estoy seguro, pero creo que también le rompí el cuello.

Al mirar atrás, Rebecca pudo ver a Derek tendido en el piso, pero bajo las sombras de un toldo.

—¿No pudiste dejarlo en el sol? —replicó, aunque sabía que Sinuhé no era tan cruel.

—Ya, vámonos —replicó el vampiro, evadiendo la pregunta, pero confirmando su sospecha al mismo tiempo.

Los tres se apretujaron bajo la capa. Alex parecía flotar entre la consciencia y la inconsciencia, pero al menos los huesos de su cuello habían comenzado a soldarse de nuevo y su cabeza se mantenía en su lugar.

Corrieron por varias callejuelas, intentando alejarse lo más posible de la Plaza. Los zapatos que Rebecca llevaba provocaban que tropezara constantemente, así que se detuvo sólo lo necesario para quitárselos y arrojarlos lejos. La fría nieve quemaba las plantas de sus pies descalzos, pero se dijo que ya tendría tiempo de atenderse si lograban salir de eso.

Tuvieron que detenerse cuando a ella le faltó el aire. Se refugiaron bajo las sombras del balcón de una casa y la muchacha jadeó en busca de aliento. Se sentía muy cansada.

Una mirada a Alessandro le dijo que él no estaba mejor, y que en definitiva, no iba a mejorar pronto.

—No ha podido cazar en todo este tiempo, ¿verdad? —preguntó a Sinuhé, quien negó con la cabeza.

Alessandro abrió los ojos apenas un poco, y entre Sinuhé y Rebecca lo ayudaron a sentarse en el suelo, sobre la nieve. La muchacha se dejó caer junto a él, mirando sus rodillas raspadas por el momento en que Derek la había tirado al piso, y viendo las pequeñas motitas de sangre manchaban su piel. Abrió mucho los ojos al darse cuenta de lo que eso significaba, y se levantó de inmediato y alejándose de Alex al ver que el olor de su sangre sólo lo hacía sufrir más.

Sin embargo, él le tomó la mano y le indicó que se sentara a su lado de nuevo.

Rebecca obedeció de forma dubitativa.

—En serio lo necesitas, ¿no es así? —murmuró, a lo que él asintió levemente—. Toma —ofrecí, apartándose el cabello para dejar al descubierto su cuello—. Anda. Bebe. Creo que sabe mal por el veneno, pero de algo debe servirte...

En vez de acercarse hasta su cuello, Alessandro le tomó la mano con la que se había apartado el cabello y la acercó a sus labios, besándola. Después, dándole una intensa mirada, justo a los ojos, mordió su muñeca. Rebecca dejó salir un leve gemido cuando sintió los colmillos traspasando su piel, pero no hizo ademán de retirar la mano. Él necesitaba sangre y ella podía proporcionársela. Ya no la necesitaba.

Echó la cabeza hacia atrás, recargándose en la pared y cerrando los ojos mientras esperaba a que terminara. Al tenerlo tan cerca pudo notar que su olor volvía a ser el de siempre lentamente: estaba mejorando poco a poco y recuperando fuerzas.

Sinuhé seguía de pie y observaba a ambos lados de la calle y al otro lado del canal, vigilando durante los dos lentos y angustiantes minutos que le tomó a Alessandro el poder soltar a Rebecca.

—Gracias —murmuró con los labios estaban pintados del color de la sangre.

La muchacha arrancó un trozo de tela que quedaba colgando de su vestido y le limpió la sangre de la boca.

—No tienes que agradecerlo. Lo necesitabas.

Sí, de verdad lo necesitaba. Incluso cuando su sangre estaba ahora contaminada por el veneno, fue un enorme alivio. Ignoró el desagradable sabor, intentando no pensar en ello, y luego volvió a besar su mano, cortando otro trozo de tela y enredándolo con fuerza alrededor de la muñeca de Rebecca para vendar la herida que le había provocado.

—Muchachos —dijo Sinuhé de repente—, ya debemos irnos. Nos quedan menos de cinco minutos antes del mediodía y debemos regresar a la Plaza para poder llegar al Gran Canal y llegar a donde dejé mi bote.

»Además... parece que Derek está un poquito enojado —añadió alargando la letra i.

Al mirar por la esquina descubrieron que, efectivamente, Derek se dirigía hacia ellos, aunque aún no los había visto, así que se levantaron para correr de nuevo, aún cargando con gran parte del peso de Alex, pues sus piernas parecían no responder más.

Sinuhé era el único que en realidad podía correr. Rebecca no podía moverse tan rápido como él y Alex apenas podía mantenerse en pie. Tenía los ojos cerrados y Rebecca se preguntó si se habría desmayado de nuevo.

Era lo peor que podría pasarles en ese momento. Con su peso entre ambos, y ella sin tener aún la velocidad o la fuerza de un vampiro completo, Sinuhé era quien llevaba toda la carga.

Iban a atraparlos si seguían así.

Sintiendo que el miedo crecía en su pecho, Rebecca miró hacia atrás al escuchar voces y pasos acercándose: los Collingwood habían llegado al callejón donde ellos estaban y comenzaban a seguirlos.

Los estaban alcanzando.

Al ver eso, recordó la noche en que Alex le había contado su vida; recordó que él había dicho que ya no podía seguir y que casi los habían alcanzado cuando Sinuhé se detuvo y, a pesar del peligro, lo transformó.

Sinuhé se había arriesgado muchísimo esa noche.

Y entonces, antes de que alguien dijera algo, Rebecca supo qué era lo que Sinuhé iba a hacer.

—Váyanse —dijo el vampiro, deteniéndose de pronto y dejando que ella cargara con todo el peso de Alessandro—. Los alcanzaré luego. Lleguen al bote blanco que está cerca de la Plaza.

—¡No! —replicó la muchacha—. No puedes quedarte. Sé lo que estás haciendo... Ellos van a matarte y...

—Tienen que ganar ventaja de alguna forma —interrumpió—. Si eso les da la ventaja para que tú puedas sacarlo de aquí, lo haré.

—¡No! Sinuhé, piensa en tu familia...

—No lo hagas —insistió Alessandro con voz ronca y débil, abriendo un poco los ojos cuando comprendió también lo que su hermano estaba a punto de hacer—. Una vez tú me dijiste que yo no debía pagar por algo que no hice. Tú tampoco. No te sacrifiques por mí —suplicó.

Pero no los escuchó a ninguno de los dos.

—¡Váyanse! —exclamó de nuevo mientras corría en otra dirección, protegiéndose del sol con un brazo sobre el rostro.

Sinuhé se alejó de ellos cada vez más, y Rebecca se debatió unos segundos entre obedecerlo o seguirlo; sin embargo, se dijo que no lo lograría: no era tan rápida como él, y dejr a Alessandro solo en ese momento no era una opción.

Se quedó ahí parada, indecisa por un eterno segundo. No podría hacer nada por Sinuhé, pero aún podía sacar a Alex de ahí; si al menos podía salvarlo a él, lo haría.

No sin un enorme remordimiento por dejar a Sinuhé atrás, comenzó a avanzar intentando no caer bajo el peso muerto de Alex.

Entonces, escuchó algo detrás de ellos, al otro lado del callejón.

Un golpe.

Un grito.

Una conmoción.

Se giró y se detuvo, pero ya estaban demasiado lejos de él.

Varios vampiros sujetaban a Sinuhé por los brazos, y se protegían bajo la sombra del balcón en el que habían estado unos minutos antes. Su mirada se cruzó con la de Rebecca, pero él sonreía. Le dijo, sólo con sus ojos verdes, que todo estaría bien.

"Váyanse" repitió sólo moviendo los labios. Varios vampiros más llegaron hasta ellos y los rodearon, haciendo que lo perdiera de vista por completo.

Nadie se fijó en que, al otro lado del callejón, ella y Alessandro observaban la escena.

Sinuhé estaba seguro de que Rebecca sabía lo que iba a hacer.

¿Había sido siempre tan predecible?

Se lanzó corriendo hacia otra dirección, sabiendo que los Collingwood lo verían a él y lo seguirían, dando tiempo a que Alex y Rebecca escaparan.

Cruzó un puente y deshizo el camino andado, haciendo ademán con sus manos como si animara a alguien a irse. Sabía que con eso los Collingwood creerían que seguía con Rebecca y con su hermano, así que lo seguirían a él. Intentó tomar otro puente y alejarse por un callejón cercano, pero era imposible que no lo alcanzaran.

Sin embargo, no contaba con que lo hicieran tan pronto.

Sintió un golpe en la parte baja de la espalda, antes de que entre varios vampiros lo hicieran caer al suelo, sujetándole las manos a la espalda, arrastrándolo unos metros y obligándolo a ponerse de pie.

Sus ojos se cruzaron con los de Rebecca por un segundo, mientras Derek se acercaba y se detenía ante él, demasiado concentrado en lo que iba a hacerle como para notar que Alessandro y Rebecca estaban a unos metros a su espalda.

—¿Por qué los ayudas? —espetó, mirándolo de arriba abajo, con un sádico brillo en los ojos al reconocerlo—. Te conozco. Ya habíamos tenido un pequeño incidente contigo. —Le levantó la camisa y dejó al descubierto las marcas que le había hecho con la garra, hacía ya mucho tiempo—. Creí que te había quedado claro. Te dejamos ir la primera vez. No volverá a pasar.

Sinuhé no replicó. Sabía que sólo empeoraría la situación si lo hacía. Había protegido a su familia y estaba seguro de que los Collingwood no sabían nada de Alina o Sophie y, si intentaba rebelarse, lo torturarían hasta obtener toda la información.

Las matarían también.

—Ya lo sé —respondió en un murmullo, sumiso, sabiendo que era la mejor forma de proteger a su familia.

—Entonces, no hay otra opción.

—Si vas a matarme, haz que sea rápido —pidió—. No he cometido ninguna falta.

—¿Por qué habría de hacerlo?

Todos los vampiros lo soltaron entonces, y sólo Derek lo sujetó por un brazo. Sinuhé comenzaba a temer que decidiera usar la garra otra vez, cuando Derek lo arrojó con fuerza al otro lado del canal.

Se estrelló contra una pared y sintió cómo más de un hueso de su cuerpo se rompía, pero el dolor no fue nada comparado con lo que siguió.

Su cuerpo cayó al suelo cerca de la orilla del canal, justo donde el sol lo golpeaba de lleno. El sol de mediodía quemaba toda su piel, haciéndola arder incluso con la ropa intacta.

Gritó, sintiendo que su cuerpo era abrasado por calor del sol, por la luz...

«Sólo unos cuanto segundos

Pensó en su hija, en su compañera, en su hermano, y, aun en la agonía, Sinuhé sonrió.

Sonrió por Alex; su hermano lograría salvarse después de todo.

Sonrió por su familia; ellas estarían bien y no las buscarían.

Sonrió por él mismo; porque había hecho lo correcto.

El sol llegó al punto más alto del cielo y sintió el momento exacto en que su cuerpo comenzaba a arder. Las primeras llamas comenzaron a la altura del estómago y rápidamente fueron extendiéndose en un ardor insoportable que dejaba un enorme vacío a su paso.

Aun así, la sonrisa no se borró de su rostro.

Abrió los ojos y vio por última vez el cielo.

«Es tan... azul...»

Sus ojos se cerraron cuando su voluntad terminó por ceder y su vida se apagó cuando las llamas lo envolvieron, más fuerte que antes.

Al mismo tiempo, en la Plaza de San Marcos, la Torre dell'Orologio, la Torre del Reloj, marcó las doce.

Mediodía.

—Síganlos. Iban en esa dirección —ordenó Derek, señalando hacia donde Sinuhé se dirigía al ser capturado, cayendo en la trampa que el vampiro había ideado antes de morir.

El grupo obedeció y sus pasos fueron ruidosos, descuidados, como si estuviesen seguros de que no necesitaban disimular que estaba ahí y que pronto atraparían a Alessandro.

Fue ese sonido el que hizo que Rebecca se atreviera a mirar, saliendo del escondite que habían encontrado: un porche, lo suficientemente amplio para que ella y Alex pudiesen refugiarse del sol y de la vista de los Collingwood.

Desde ahí habían podido ver el momento en que el cuerpo de Sinuhé se consumió entre las llamas.

Había sucedido tan rápido...

Alessandro había escuchado cada palabra que se había dicho. No había querido abrir los ojos hasta el momento en que sucedió, y no pudo volver a cerrarlos, ni siquiera con el cansancio acumulado en su cuerpo.

Sentía que su labio inferior estaba temblando, y notó que las lágrimas corrían por sus mejillas. Cuando Rebecca lo miró, descubrió que sus ojos estaban también enrojecidos y nublados, pero no podía llorar.

Sus ojos vagaron una vez más hacia la marca oscura que había quedado en el suelo, y sintió la ira hirviendo en su interior. No se había dado cuenta de que había soltado a Rebecca, dispuesto a regresar para matar a Derek, hasta que Rebecca lo sujetó por un brazo, obligándolo a reaccionar.

Haciéndole recordar que aún había algo que le importaba.

«Mi compañera.»

—No, Alex —pidió, con su voz cargada de tristeza—. Él se sacrificó por ti. No hagas que haya sido en vano. Por favor... sólo... salgamos de aquí. Salgamos de aquí, ¿sí? Por favor...

No reaccionó durante un segundo que, a juzgar por su expresión, a Rebecca le pareció una eternidad. Sin embargo, al final se obligó a asentir.

—Vámonos —concedió, tratando de evitar que su voz sonara quebrada.

Intentó apoyar los pies, pero sus piernas temblaron y no logró mantenerse en pie. Parecía que no querían obedecerle más, así que Rebecca tuvo que sostenerlo de nuevo. Se sujetó a los hombros de la chica, disculpándose una y otra vez por obligarla a sostenerlo, y usó su mano libre para apoyarse en las paredes, clavando sus dedos en el ladrillo hasta que sintió que sus uñas se rompían y sus dedos sangraban.

Abandonaron el lugar cubiertos con la capa, y aun así sentían que el sol los lastimaba. Pasaron de sombra en sombra.

—¡Ahí están! —exclamó alguien detrás de ellos, haciendo que ambos pegaran un brinco.

Sin embargo, Alex y Rebecca se relajaron al ver que se trataba de un rostro familiar.

—¿Dónde está Sinuhé? —preguntó Aidan, acercándose a ellos también ayudado por las sombras de los edificios y por una gruesa capa—. Tenía que llevarlos al bote...

Rebecca negó con la cabeza, sintiendo sus ojos arder con lágrimas inexistentes, y consiguiendo que el hombre callara a media oración.

—No... Alex, lo siento tanto...

Alessandro negó con la cabeza también.

—Vete de aquí, Aidan —ordenó—. Vete antes de que ellos te encuentren con nosotros. No toleraría que te hicieran daño. No otra vez.

—Ay, viejo —exclamó el vampiro, mirando de un lado a otro, antes de acercarse a ellos y echarse sobre los hombros el brazo libre de Alessandro, quitándole el peso a Rebecca—. Trataré de acercarlos lo más posible al bote. Sin discusiones —añadió antes de que Alessandro pudiera objetar.

Aidan los guió de regreso a la Plaza, atento a cualquier señal de los Collingwood. Sin embargo, su tiempo entre ellos parecía haber rendido frutos, pues ahora conocía sus estrategias, y conocía también pasadizos y rincones de la ciudad que nadie más conocía.

Los condujo por unas callejuelas que les hicieron dar rodeos, pero al final llegaron a un lugar seguro más cerca del bote de lo que habrían podido llegar ellos dos solos.

—Ahí está el bote —susurró Alessandro, intentando señalar con un dedo, pero descubriendo que su mano temblaba.

—Váyanse pronto —pidió Aidan, dejando que Rebecca ayudara a Alessandro una vez más—. Puedo distraerlos y crear una pista falsa para darles tiempo de llegar allá. No debería tomarles más de un par de minutos. Haré que los que están más cerca —señaló a un par de vampiros que aún llevaban los atuendos de la representación— vayan a buscar cerca de la Torre del Reloj y así les dejarán una vía de escape. Esperen mi señal. —Estuvo a punto de irse, pero se giró de último minuto y miró a Rebecca—. Cuídalo bien —–susurró, y la muchacha asintió con firmeza—. Buena suerte.

Aidan los dejó entonces y salió disparado en otra dirección. Tal como prometió, consiguió que los vampiros disfrazados se apartaran del camino, dejándoles la vía libre.

Rebecca hizo un esfuerzo, sintiendo que sus energías se renovaban un poco al ver un rayo de esperanza, y avanzó con el peso de Alessandro sobre sus hombros. Él intentó ayudarla tanto como le era posible, pero su cuerpo estaba demasiado débil, y así seguiría hasta que se alimentara de forma adecuada.

Al ver que, al otro lado, Aidan les daba un discreto gesto con la cabeza, ambos se deslizaron bajo las sombras de un viejo edificio hasta la orilla del Gran Canal. Sinuhé había tenido la precaución de dejar el bote donde las sombras lo cubrieran al mediodía.

Se acercaron despacio al bote, en parte gracias a que Alex no podía moverse muy bien, y al mismo tiempo en un intento por no llamar la atención. No podían estar cien por ciento seguros de quién era un Collingwood y quién no, pero notaron que algunos vampiros los veían y, debajo de sus máscaras y antifaces, les sonreían al pasar, como dándoles ánimos, apoyándolos. Seguramente, vampiros de otras familias que también desaprobaban esas supuestas deudas de honor y las reglas que los Collingwood tanto defendían. Sin embargo, ninguno se acercaba a ayudarlos.

Siguieron moviéndose, tratando de salir de ahí lo más pronto posible y, cuando por fin estuvieron cerca del bote, un hombre de unos sesenta años avanzó con paso rápido hasta ellos, gritando en italiano. Por su olor, y porque iba al sol sin ninguna protección, Alessandro supo que se trataba de un simple humano.

—¡No pueden pasar! —exclamó, deteniéndose justo ante ellos, bloqueándoles la entrada al bote—. Es propiedad privada.

Alessandro giró la cabeza apenas un poco.

—Atácalo —susurró al oído de Rebecca.

—¡¿Qué?! —exclamó ella, horrorizada ante la idea—. ¡No puedo hacer eso!

Alex frunció el ceño, extrañado. Algo andaba mal: Rebecca acababa de transformarse, de eso no había duda, pero aún no era capaz de beber sangre.

—Suéltame —pidió entonces, aunque no esperó a que obedeciera y se lanzó hacia adelante en un movimiento casi instantáneo, preparando los colmillos.

El hombre ni siquiera se enteró de lo que le pasó. 

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