El último Hawthorne: Sol de M...

By MavelyMelchor

187K 14.9K 5.7K

Mi nombre es Alessandro Hawthorne. Soy un vampiro. Y soy un fugitivo. Si me atrapan... More

Prólogo
1: El orfanato
2: Vampiro
3: Un ataúd en la habitación
4: Viaje en barco
5: La historia de Alessandro
6: Rebecca
7: Lo que sucedió con Sinuhé
8: La casa de Florencia
10: Mortimer
11: Visita en la celda
12: En la Plaza de San Marcos
13: Sol y sombra
14: Mediodía
15: Escape y muerte
16: Sed
17: Carta de despedida
18: Inesperado
19: Deducciones macabras
20: Emboscada y traición
21: Absolución
22: Esperanza
23: La biblioteca familiar
24: A campo abierto
25: Cambios
26: Sueños y máscaras
Epílogo
Agradecimientos y otras cosas...
Redes sociales
El último Hawthorne - parte II

9: El puente de los suspiros

6.4K 520 368
By MavelyMelchor

Rebecca esperó en silencio, sobre la rama del árbol, hecha un manojo de nervios.

El silencio a su alrededor era tal que pudo escuchar con claridad cómo algo se movía detrás de ella. Fue el sonido como de hojas secas moviéndose, pero fue un sonido tan leve que incluso pudo haber sido el viento. Sin embargo, después de lo que había aprendido durante los últimos cuatro años de su vida, decidió no dejar pasar ese pequeño sonido y dio media vuelta, intentando no caerse.

Al principio no pudo ver nada, pero después volvió a escuchar el mismo sonido, proveniente de otro lado. Sabía que no estaba paranoica. Sabía que había algo ahí.

Cuando volvió a girarse, se encontró frente a frente con un vampiro de ojos grisáceos y cabello oscuro. No pudo evitar un sobresalto y retrocedió tanto como pudo, hasta que su espalda chocó contra el tronco del árbol. El vampiro se le acercó y la tomó por un brazo y, sin importar cuánto intentara soltarse, no lo consiguió, a pesar de que notó que su agarre no era agresivo. Era como si sólo estuviera cumpliendo un trabajo que le era desagradable realizar.

—Tranquila —pidió, pero no aflojó su prensa. Era un tono calmado, como si le asegurara que todo estaría bien.

«Vaya mentira.»

El vampiro la tomó en brazos y se dejó caer hasta tocar el suelo. Rebecca se quedó sin aire con el impacto, pero el hombre la bajó con el mismo cuidado de antes, al tiempo que otro par de vampiros salían de la casa, llevando a un inconsciente Alessandro entre ellos, atándole las manos con una cadena para después arrojarlo al interior de un coche de caballos, sin ventanas, que parecía esperar por ellos.

Derek lanzó una mirada hacia la chica cuando notó que el vampiro la había hecho avanzar también hacia el carruaje.

—No creo que debamos llevarla a ella también —comentó el desconocido—. No es más que una simple humana.

—No intentes jugar conmigo, Mortimer. Ya todos sabemos que eres amigo de Alessandro.

—No soy su amigo —gruñó—. Que alguna vez haya pensado que era inocente no me convierte en su amigo —dijo enseñándole los colmillos al otro.

—Ella viene —puntualizó Derek antes de dar media vuelta.

Después de dar un par de pasos pareció cambiar de opinión, pues regresó y la tomó por el otro brazo, obligando a Mortimer a soltarla. La prensa de Derek era tan fuerte que amenazaba con formarle un enorme moretón ahí donde sus dedos apretaban su piel pero, por fortuna, no tardó en empujarla dentro del carro. No había una puerta, así que el aire invernal se colaba por la entrada.

—No es necesario que la inmovilicen a ella —dijo Mortimer con voz desganada, cansada—. Es humana. No escapará.

El carruaje comenzó a moverse. Los vampiros Collingwood avanzaban a pie a un lado del coche, pues no tenían problemas para seguirlo, aun cuando los caballos corrían. Rebecca se hizo bolita en el suelo, sentada a un lado de Alex, y se envolvió en el viejo abrigo que llevaba puesto. Tomó la cabeza de Alessandro y la apoyó en sus piernas, dejando salir un suspiro que le permitió ver el vaho de su aliento aun en la oscuridad. Un par de lágrimas se deslizaron por sus mejillas.




Alessandro despertó varias horas más tarde, con un terrible dolor de cabeza que no había sentido desde hacía mucho tiempo.

Intentó pensar en el embrollo en el que estaba metido, pero incluso con eso le dolía la cabeza. Supuso que, para haberlo noqueado así como lo hicieron, debieron haber usado algo muy pesado. Quizá un librero; uno lleno de libros. Gruesos libros.

El término "literatura pesada" pasó por su mente durante un ridículo segundo, pero le pareció que nunca había sido tan exacto como en ese momento.

«Ja, ja, ja.»

Atontado, separó los párpados y se encontró con Rebecca, que lo miraba con los ojos nublados. Notó entonces que su cabeza estaba en el regazo de la chica, y que ella tenía una mano sobre su frente. Una lágrima escapó de sus ojos azules de mediría y fue a parar a su mejilla.

—¿Estás bien? —preguntó con voz ronca, sin conseguir respuesta de Rebecca, quien sólo desvió la mirada. Intentó levantarse varias veces pero, con las manos atadas como las tenía, le resultó imposible—. Ayúdame a levantarme, por favor.

Rebecca lo empujó por la espalda hasta que, entre ambos, consiguieron que quedara sentado. La muchacha también intentó desatar sus manos, pero tenía los dedos tan helados que incluso Alessandro lo notaba cada que sus manos rozaban las de él.

Al darse cuenta de que las corrientes de aire helado enfriaban en interior del carruaje, Alessandro le indicó que se acercara más a él: si bien no podía proporcionarle ningún calor, su cuerpo al menos haría las veces de un muro.

—No te preocupes —murmuró luego de un rato en silencio, intentando sonar tranquilo—. Ellos no pueden, ni deben, hacerte nada.

Sin embargo, sintió como si estuviese intentando convencerse más a sí mismo que a ella.

Se preocupaba por Rebecca. Demasiado. Más de lo que era bueno para él.

«Y si le hacen algo...»

No dejó que el pensamiento se asentara, pues sólo la vaga idea amenazaba con hacerle gritar de desesperación.

—No me preocupo por mí. Tengo miedo por ti.

Su respuesta lo tomó por sorpresa.

—¿Qué te da miedo?¿Que intenten matarme? No te preocupes —negó con la cabeza, como descartando una idea—. Ven, acércate a mi corazón.

Rebecca lo miró extrañada un segundo, pero luego obedeció, pegando el su rostro a su pecho.

No había latidos. No había ningún sonido ahí.

—¿Lo ves? Podría decirse que ya estoy muerto. Sería inútil que intentes salvar la vida de algo que no la tiene.

Ante sus palabras, el rostro de la muchacha se contorsionó en una mueca que tenía al mismo tiempo asombro, desesperación y tristeza y, tomándolo por sorpresa, Rebecca lo envolvió en un abrazo, recargando la cabeza en su pecho. Alessandro le besó el cabello, aspirando su dulce aroma a vainilla.

—No te preocupes por mí —repitió—. No hay nada que puedas hacer ahora. Pero créeme que has sido la persona más maravillosa a la que he conocido y has hecho mucho por mí. No tienes idea de cuánto. Sólo lamento que no viviré para pagártelo.

Rebecca negó con la cabeza

—No digas eso —pidió en voz baja—. Tal vez haya alguna forma de que... —se interrumpió cuando uno de los vampiros que iban haciendo guardia se asomó por la puerta. Alessandro lo identificó como Ronan.

El vampiro no les prestó mucha atención, observándolos sólo un segundo antes de salir y anunciar a sus compañeros que Alessandro había despertado. Ambos pudieron escuchar que más vampiros rodeaban el carro, reforzando la guardia en caso de que Alessandro intentara escapar.

Sin embargo, Alex sabía que no podría hacerlo. No sin una forma de evitar que Rebecca saliera herida.

—No la hay —susurró.

Rebecca contuvo el aliento pero, al soltarlo y darle la espalda, Alex notó que estaba llorando. Contuvo un suspiro, maldiciendo para sus adentros al darse cuenta de que sus palabras parecían sólo haberlo hecho aún peor para la pobre chica.

Ninguno habló durante largo tiempo, pero fue Alessandro quien volvió a romper el silencio.

—Deberías dormir un poco.

Rebecca negó con la cabeza de forma rotunda, mirándolo por primera vez en mucho rato.

—¿Y si no estás aquí cuando despierte? —dijo en un susurro aterrado.

Por el miedo que estaba pintado en sus ojos, Alex dedujo que ella creía que sólo se alejarían de la ciudad, que el carruaje se detendría y que lo asesinarían en algún lugar solo y oscuro de la carretera.

«Ojalá fuese así de simple.»

Él sabía que sería mucho más allá de eso, y deseaba desde lo más profundo de su ser que Rebecca no tuviese que verse involucrada. O al menos no más de lo que ya estaba.

Si había alguna forma de sacarla de ahí...

«Tienen que dejarla en paz... ella es humana. Nuestras reglas no aplican para ella...»

Pero era sólo un pensamiento desesperado. Tenía que sacarla de ahí. Debía tomar la más mínima oportunidad para escapar y dársela a ella, incluso si eso significaba que la familia Hawthorne finalmente moriría con él.

No podía dejar que le hicieran daño a esa niña humana a la que tanto había llegado a apreciar, aquella que le había dado cuatro años de una vida con fecha de vencimiento.

—Vamos, duerme —insistió en voz queda—. Lo necesitas. Juro que estaré aquí cuando despiertes.

Rebecca se recostó en el piso, entre la pared del carro y él, envuelta en su abrigo y sin dejar de observarlo con atención, como temiendo que se desvaneciera. Pudo ver el vaho de su aliento y, cuando accidentalmente su cuerpo rozó contra el de Alessandro, él notó que estaba temblando.

Sabía que ella no iba a obedecerlo —sabía que no podría siquiera dormir—, así que decidió envolverla con su canción, llenando su mente de aquella pesada niebla de encanto que conseguiría hacer que no despertara en un largo, largo rato.

Daba la impresión de que la muchacha deseaba con desesperación una vía de escape a esa realidad, así que no opuso resistencia al encanto, quedándose dormida casi de inmediato en ese sueño inducido que tanto parecía necesitar.

El tiempo transcurrió con una lentitud desesperante, sin permitirles saber a ambos prisioneros cuántas horas más duró el viaje, pero finalmente el coche disminuyó la velocidad.

Alessandro fue el primero en ser obligado a apearse, mirando a todos lados en un intento por ubicarse sin lograrlo, sólo consiguiendo que la desesperanza en su pecho siguiera creciendo. Entre más pronto supiera en dónde se encontraba, tal vez pudiera encontrar una manera de escapar. Tal vez una forma en que ambos pudiesen salir de ahí...

«Pides demasiado.»

Lo soltaron por un breve segundo en el que se vio tentado a echar a correr. Huyendo como había hecho toda su vida.

Pero, en esta ocasión, se mantuvo estático. En esta ocasión no era sólo su vida la que estaba en juego.

Mortimer se acercó también al carruaje, tomó a una dormida Rebecca en sus brazos y, una vez que todos estuvieron afuera, comenzaron a avanzar. El vampiro le dio una mirada gris y asintió de forma casi imperceptible, haciendo que Alessandro sintiera un mínimo y traicionero alivio.

Rebecca estaría segura con Mortimer; él nunca le haría daño...

Mortimer era el vampiro del que le había hablado a Rebecca tantos años atrás. Había sido él quien le proporcionó vías de escape e información para poder adelantarse a los movimientos de la familia Collingwood.

Sin embargo, ya habían pasado algunas décadas desde que la familia había comenzado a sospechar de él, y Alex temía siquiera intentar pedirle ayuda. Era demasiado arriesgado.

Siguieron el camino a pie, encontrándose en una ciudad a la orilla del mar. Sin embargo, cuando Mortimer, Rebecca, Derek, Ronan y él subieron a un bote, Alessandro comenzó a sospechar en dónde se encontraban.

Varias góndolas iban siguiéndolos, todas con al menos cinco vampiros que las dirigieron un momento en mar abierto, pero entonces Derek hizo virar el bote, dejándolo ver por fin que no se había equivocado.

Estaban en Venecia. La ciudad de los canales.

Alex clavó la mirada en el fondo del bote, sintiendo que sus ánimos no dejaban de bajar. En ese lugar no habría manera de escapar: jamás había estado en Venecia, no conocía la ciudad y no tenía la menor idea de cómo salir de ahí. Además, la principal razón por la que no había ido ahí antes era porque esa ciudad prácticamente pertenecía a los Collingwood.

Mortimer había dejado a Rebecca en el piso del bote. Ella siguió dormida, recargada en los muslos de Alessandro, removiéndose un poco y aferrándose a su pierna derecha, luciendo incómoda en el pequeño espacio.

Alex siguió observándola dormir en el inquieto sueño en que la había sumergido, sintiéndose un poco culpable y se dijo que lo mejor era romper el encanto.

No cantó ni hizo ningún sonido mientras levantaba el velo de sueño que la cubría, dejándola despertar muy despacio, pues aún sentía los ojos de Derek clavados en él, analizando su expresión y cada uno de sus movimientos.

Alessandro soltó un suspiro casi sin querer. Justo cuando lo hizo, algo proyectó su sombra sobre ellos, haciendo que su mirada se alzara a los cielos para darse cuenta de que estaban pasando por debajo de uno de los puentes.

El Puente de los Suspiros.

Derek levantó la cabeza y observó el puente también, sonriendo de forma un tanto sádica.

—Qué irónica coincidencia —comentó de forma mordaz, haciéndole saber a Alessandro que lo había llevado por ahí de forma intencionada—. ¿Sabías, Alessandro, que el Puente de los Suspiros se llama así porque al pasar por aquí, los prisioneros suspiraban al ver el cielo por última vez, antes de ser ejecutados?




Rebecca despertó sintiendo su cuerpo adolorido gracias a la posición en la que estaba. Intentó estirarse un poco pero, debido al reducido espacio en el bote, optó sólo por sentarse mejor. Cuando vio que estaba despierta, Alessandro le regaló una triste sonrisa que no llegó a sus ojos del azul de la medianoche.

—Estamos en Venecia —susurró para ella.

—¿Venecia?

—Sí —bajó la voz aún más para evitar que los otros vampiros escucharan, y se acercó tanto a ella que cualquiera que los mirara podría pensar que sólo estaba dándole un beso en la mejilla—. Quédate con Mortimer. Él no te hará daño.

Permanecieron muy cerca el uno del otro, tan abrazados como las manos atadas de Alex se lo permitían. Hacía mucho frío y había comenzado a nevar, pero ni siquiera eso hizo que Rebecca se apartara de él. Sólo sus claros ojos azules se movían en todas direcciones, dejando ver una chispa del miedo que sentía.

El bote se detuvo ante un muelle unos minutos después. Empujaron a Alessandro fuera del bote, tirando de él con tanta violencia que provocaron que tropezara con la orilla y cayera al agua helada y pestilente del canal. Derek, que ya había bajado, metió la mano al agua y lo sacó, tomándolo por el cabello y luego por el cuello de la camiseta, y luego se acercaron dos vampiros más para sujetarlo por los brazos mientras él escupía agua con fuerza, haciendo que fuese a parar justo en el rostro de Derek.

Eso lo enfureció.

Se acercó a Alex con rapidez y le dio un fuerte golpe en el estómago que hizo que se doblara por la mitad mientras escupía todavía más agua. Sus rodillas cedieron y terminó por caer al suelo.

Rebecca intentó acercarse a él, pero Mortimer la detuvo antes de que pudiese bajar del bote, sosteniéndola por un brazo.

La muchacha tenía cada vez más miedo. Sentía que su espalda se estremecía una y otra vez con escalofríos que no sabía si eran provocados por el frío clima o por el siniestro grupo de vampiros. O porque sabía lo que iba a pasar a menos de que Alex lograse salir de ahí.

No quería detenerse a pensar. No quería ni siquiera imaginar lo que iban a hacerle... o lo que podrían hacer con ella.

Caminaron por varios callejones y puentes hasta que fueron a parar a la Plaza de San Marcos, iluminada por la luz de la luna que le daba a todo un color gris azulado. De un lado estaban las dos Columnas, la Este y la Oeste, y detrás de ellas el mar; del otro lado, la iglesia de San Marcos. La Plaza estaba cubierta por una fina capa de nieve que hacía el piso muy resbaloso, y Rebecca estuvo a punto de caer más de una vez, pero Mortimer la ayudó a recuperar el equilibrio en cada ocasión, sin decir nada.

Ahí ya los esperaba otro grupo de vampiros de la familia Collingwood. Tal vez diez. Rebecca analizó sus rostros, intentando leer sus expresiones de piedra, pero lo que encontró fue un rostro que creyó que jamás podría olvidar.

Renata se encontraba entre ellos. La vampira se le quedó viendo fijamente, ladeando la cabeza con una pizca de curiosidad. Cuando el grupo de vampiros se acercó a Derek y a su prisionero, queriendo ver con sus propios ojos que por fin el último Hawthorne había sido atrapado, Renata se separó de ellos para acercarse a Mortimer y a ella.

—Te ves... diferente —murmuró, observándola de arriba abajo—. Cambiaste.

—Me pregunto por qué será —replicó Rebecca, mordaz, consiguiendo que la vampira le diese una bofetada.

Si bien la fuerza que uso fue apenas la de un humano, la muchacha sintió que su mejilla ardía y que una lágrima se le escapaba por el rabillo del ojo.

Quiso encontrar una forma de replicar, pero Mortimer fue más rápido.

—A ella no le haremos nada, Renata. Es sólo una humana. No tenemos ningún derecho sobre los humanos y sabes perfectamente que nuestras leyes no se aplican a ellos.

—¡Ah, sí! —dijo Renata—. Pero es una humana especial. No por nada ordené que la trajeran también.

La mujer se alejó de ellos y fue hasta donde estaba el resto de su familia, reuniéndose con Derek y escoltando junto con él a Alessandro Hawthorne hacia las profundidades de Venecia.




Las miradas eran aplastantes.

No había par de ojos que no estuviesen fijos sobre él, haciéndolo sentir infinitamente pequeño. Sentía su peso, clavándolo contra el suelo, siendo sólo la prensa de Derek la que evitaba que se hundiera.

Cubierto de sangre, empapado en agua helada y apestosa, y luciendo como un cachorro asustado que intenta aparentar un poco de valor, Alessandro se sentía humillado.

«Pasé toda mi vida intentando pasar desapercibido, intentando convertirme en una sombra... y de repente soy el centro de atención.»

Sin embargo, hizo un esfuerzo más por mantener su rostro frío y su expresión vacía. Reconocía a muchos de ellos: si bien a algunos sólo los había visto de lejos, se había enfrentado cara a cara con otros...

...y había sido amigo de un par más.

Al verlos, una vampira de aspecto joven, con largo cabello castaño rojizo y pequeños ojos cafés, y un vampiro un poco más adulto, de ojos dorados y claro cabello castaño, tuvo que desviar la mirada.

Habían sido sus amigos. Habían intentado ayudarlo en más de una ocasión...

No podía permitir que lo vieran así. No quería que lo vieran así.

Bajó el rostro, escapando a las consternadas miradas de esos dos vampiros en especial, pero dejó que sus ojos vagaran otro poco entre todos los presentes. Al parecer había muy pocos nuevos: familias como los Collingwood no aceptaban a miembros humanos muy a menudo. Cuando lo hacían, eran muy selectivos y transformaban a varios nuevos miembros al mismo tiempo, por lo que cuando la familia crecía, aumentaba mucho, pero no volvía a hacerlo en mucho tiempo.

Hacía mucho frío. Con un movimiento de la cabeza hizo que se desprendiera la escarcha que había comenzado a formarse en su cabello por culpa del agua apestosa del canal. Su ropa, que estaba completamente empapada, había comenzado a congelarse también. Y a pesar de que a él no le molestaba, sólo podía imaginar cómo se sentiría Rebecca en ese momento.

No podía dejar de preocuparse por ella, incluso más que por sí mismo.

Sintió que algo parecía atorarse en su garganta cuando el callejón por el que habían entrado se vio interrumpido por una elegante puerta de madera. Daba la impresión de ser una casa grande y muy antigua, con la fachada despintada. Cualquiera hubiese dicho que el edificio llevaba varios años abandonado y, sin embargo, esa era sólo la apariencia que daba por fuera. El interior se encontraba exquisitamente decorado con muebles de aspecto caro, y las paredes estaban llenas de pinturas y murales.

El eco de sus pasos se vio ahogado por una enorme alfombra roja que cubría el suelo de mármol negro y que se extendía hasta llegar a una enorme escalera al fondo del recibidor, donde esperaban por ellos otro par de vampiros.

Estos dos eran idénticos. Gemelos. Alessandro los conocía a ambos: vampiros de nacimiento, Sergio y Sebastián aparentaban ser cinco o seis años mayores que Alex, ambos midiendo tal vez un metro noventa —veinte centímetros más que él—, delgados y de cabello completamente blanco. Su albinismo provocaba también que sus ojos fuesen rojos, cosa que sólo les daba un aspecto aún más aterrador. Odiaba a ambos casi tanto como a Derek; los gemelos eran igual o peor de sádicos que él.

—Suéltalo —ordenó uno de ellos, al que Alex creyó identificar como Sebastián—. Necesitará las manos libres para lo que vendrá a continuación.

Los dos aparecieron súbitamente junto a él y lo tomaron por los brazos antes de soltarle las manos. Agradeció apenas por un segundo el poder mover los hombros con libertad, pero de todas formas intentó no hacerlo. Incluso siendo tan delgados como eran, los gemelos eran dos de los vampiros más fuertes de la familia. Si intentaba algo... no quería ni pensarlo.

«En especial con Rebecca aquí.»

El apretón que ambos dieron a sus brazos al colocarse uno a cada lado de él le hizo saber que estaban dispuestos a arrancárselos apenas opusiera la mínima resistencia, así que avanzó de forma dócil escaleras arriba.

Alex intentó girar la cabeza para buscar a Rebecca, rogando a quien sea que pudiese escucharlo que no la hicieran acompañarlos también. Apenas logró ver que ella y Mortimer aún los seguían cuando Sergio lo obligó a mirar al frente una vez más.

Sentía que podría echarse a temblar.

¿Por qué querían que tuviera las manos libres?

¿Por qué hacer que Rebecca fuese hasta allá?

«Es humana. Nuestras leyes no aplican para ella —pensó con desesperación, hasta que una vocecilla traicionera hizo que comenzara a comprender la verdad—. Ellos ya no juegan bajo las mismas leyes que tú. A ellos no les importa

Un nuevo pasillo, una nueva puerta y desembocaron en un enorme salón rectangular, cuyas paredes estaban hechas sólo de ladrillos. Había varias sillas con el mismo aspecto caro de los muebles de la entrada, pegadas a la pared y rodeando todo el lugar. Casi al fondo había también una enorme chimenea cuya elegancia contrastaba de forma notoria con lo austero de las paredes, y en su interior ardía un lento y moribundo fuego. Derek se acercó ahí de inmediato y comenzó a avivar las llamas, poniendo entre ellas algo que llevaba en la mano al mismo tiempo que conversaba en voz baja con el hombre sentado en la silla más grande, justo junto a la chimenea. El líder de la familia.

Cada cierto tiempo, las familias grandes de vampiros escogían un líder, que era por lo regular el miembro más viejo o algún otro que hubiera ganado el derecho de estar en esa posición. Stephen era el nombre del vampiro que ocupaba el lugar en ese momento, un vampiro viejo no sólo en edad, sino también físicamente; aparentaba unos sesenta o setenta años, y su cabello canoso era ligeramente ondulado y largo hasta los hombros, enmarcando sus ojos color verde oscuro y rodeados de arrugas.

Alex trató de mirar una vez más hacia atrás, antes de que lo obligaran a arrodillarse ante la silla de Stephen Collingwood. Alcanzó a ver muy apenas que Mortimer llevaba a Rebecca a una de las esquinas del salón, cerca de la puerta.

«Por favor, Mortimer... por favor. Dale una oportunidad... déjala ir... me quedaré aquí, pero déjala ir...»

—Lo han logrado —dijo el viejo vampiro, haciendo que Alex volviera a mirar al frente—. Han traído al último de los Hawthorne.

—¿Podemos continuar ya? —pidió Sergio.

—Adelante —consintió él—. Traigan a la muchacha.

—¡No la metas en esto! —rugió Alessandro, debatiéndose al agarre de Sergio y Sebastián.

Sin embargo, los gemelos ni siquiera se inmutaron. Retorcieron sus brazos con tanta fuerza que Alex sintió el dolor recorrer desde sus hombros hasta la punta de los dedos cuando ambos amenazaron con desmembrarlo.

Dejó salir un jadeo de dolor, no logrando contenerse, y provocando que más de uno sonriera al verlo así.

Pudo escuchar pasos que ubicó como los de Renata, y su fino sentido del oído le dejó saber también que la vampira había tirado de Rebecca para hacerla avanzar. Supo que Mortimer no las acompañaba y, por el rozar de la tela, también dedujo que Rebecca intentaba hacer que la soltara.

Renata la condujo hasta llegar frente a Alex, dejándola luego en manos de Derek para ir a tomar su lugar junto a Stephen.

Derek sujetó a la muchacha con un sólo brazo de forma que ella no podía moverse, rodeándola como si la abrazara, mientras con su otra mano sacaba una pequeña daga, colocándola sobre la garganta de Rebecca. Deslizó entonces el otro brazo por su cuerpo, como si fuese una posesiva caricia, llevando la mano hasta su rostro y obligándola a ladear la cabeza y exponer el cuello.

Rebecca no podía moverse; estaba paralizada. Sabía que, de intentar moverse, el vampiro podría romperle el cuello con facilidad.

El silencio en el salón era tal que fue bastante audible el sonido que hizo la tela de su camisa al rasgarse, y el tintineo metálico que hizo su cadena de plata al reventarse, cuando Derek abrió de forma brusca la camisa de la chica.

La mariposa azul brilló al caer al suelo, reflejando la luz de la chimenea, pero Alex dejó de mirar, pues sus ojos se clavaron en el filo de la navaja que besaba la piel de su cuello.

—¡No te atrevas a hacerle algo! —gruñó mientras comenzaba a retorcerse de nuevo, luchando por soltarse.

La desesperación no dejaba de crecer, y supo, cuando ni Sergio ni Sebastián forzaron sus brazos otra vez, que eso era lo que querían.

Al darse cuenta de que era inútil, dejó de moverse. Rebecca permanecía muy quieta, expectante, tan quieta como él.

Una vez más, el silencio reinó en el salón, y sólo se escuchó el acelerado pulso de la muchacha. Cuando Alessandro alzó sus ojos apenas un poco más, pudo ver que las mejillas de Rebecca estaban rojas.

Ese color hizo que un instinto asesino despertara en él con un violento frenesí.

Sangre.

—Yo no le haré nada —dijo Derek con voz sedosa, cargada de veneno—. Lo harás tú.

Entonces, Derek hizo presión con la hoja. Rebecca jadeó y un fino hilo de sangre se deslizó por su hombro, bajando hacia su pecho y dejando detrás de sí una delgada línea de un rojo demasiado tentador.

Algo en su interior pareció romperse. Los últimos atisbos de cordura parecieron perderse como finos hilos en el agua cuando el olor captó su atención. Había dejado de cazar cuando se dio cuenta de que los Collingwood habían llegado a Florencia en un intento de no llamar su atención. Sin embargo, con la pérdida de sangre que había sufrido unas horas antes y al ver ese pequeño hilo rojo en su cuello, estuvo seguro de que no podría contenerse por más tiempo.

Todos esos días sin haberse alimentado, todo ese tiempo conteniendo la sed...

La mirada de Alessandro siguió la pequeña gota de sangre que bajaba por la piel de la muchacha, sintiendo que su boca se llenaba del amargo sabor del veneno de vampiro.

Todos los vampiros clavaron sus ojos en él.

Derek sopló sobre la herida y el olor de la sangre llegó más fuerte que antes hasta su nariz e hizo que la sed aumentara. Requirió de toda su fuerza de voluntad —cada vez más poca— el controlarse y hacer que su boca pronunciara alguna palabra.

—¿Por qué me están haciendo esto? —preguntó con un jadeo.

Todos podían ver la batalla interna que estaba sufriendo; la desesperación por el deseo de la sangre, la necesidad de romper su autocontrol para obtener aquello que necesitaba con tanta desesperación.

—Porque sabemos lo importante que es ella para ti —dijo Derek—. Además, ¿crees que vamos a dejar que un humano viva sabiendo nuestro secreto? Esa es otra falta que podemos cargar a tu familia, Alessandro.

Alex gruñó, comprendiendo por fin que nunca habían tenido oportunidad de escapar de ahí con vida, ninguno de los dos.

Y la peor parte era que ellos harían que fuese él quien la asesinara.

«La sed... esa maldita sed...»

—Ella no significa nada para mí. Es una simple humana, común y corriente, como todos los demás —mintió, gruñendo en un intento de contener la sed.

Seguía sintiendo los ojos de todos clavados sobre él, expectantes, esperando por ver cómo él mismo destruía aquello que tanto había aprendido a querer.

¿En qué momento se había encariñado tanto con ella? ¿Cuándo comenzó a importarle con tanta fuerza lo que pudiese pasarle?

Miró a Rebecca a los ojos, pero ella misma parecía resignada a lo que iba a suceder. Sabía que no podría contenerse por mucho tiempo más.

—Entonces, con mayor razón deberías hacerlo. Protegerás el secreto... y necesitarás la sangre —replicó Derek con un tono que le hacía sentir aún más sediento, si es que eso era posible—. Has perdido mucha y la necesitarás para lograr sobrevivir a los próximos días.

Sebastián y Sergio lo soltaron entonces, sabiendo que en cualquier momento daría rienda suelta a su instinto y a la necesidad que su cuerpo tenía.

Ahora, con mayor libertad para moverse, Alessandro sintió que todos sus músculos se tensaban, preparándose para hacer aquello que su mente le pedía evitar a toda costa, en especial ahora que Derek se había acercado a él, llevando a Rebecca consigo y soltándola a menos de un metro de donde estaba parado, soplando un poco sobre la herida en el cuello de la muchacha para hacer que su aroma llegara hasta Alex.

—Hazlo. ¿O acaso no tienes sed? —lo provocó Derek.

Claro que estaba sediento. Rebecca podía verlo en sus ojos, y sabía que en esa ocasión no podría librarse. No había forma humana posible de escapar de aquello, y si él no la mataba, lo harían los otros vampiros, y estaba segura de que ellos no tendrían la misma piedad que tendría Alessandro.

Sintió que el interior de su nariz ardía cuando las primeras lágrimas aparecieron en sus ojos, sin desbordarse, al tiempo que asentía, sosteniéndole la mirada a Alessandro.

Pero no lloraba por sí misma. Lloraba por el dolor en esos ojos azul de medianoche; lloraba porque sabía que ella tendría una muerte rápida, pero él no. Él, a quien había aprendido a querer más que como a un amigo, él que se había vuelto su compañero, alguien cuya vida se había ligado con la suya de una forma inexplicable y profunda.

Podía ver cómo Alex estaba luchando por contenerse, pero su cuerpo parecía ganar, obligándolo a dar pasos tambaleantes en su dirección y, al mismo tiempo, en su rostro aparecía el dolor de un enorme arrepentimiento.

No. No lloraba por ella. Lloraba porque sabía que, para él, aquello no hacía más que comenzar.

—Está bien —susurró de forma ahogada, sintiendo que sus manos comenzaban a temblar.

Alessandro parecía jadear cuando la distancia entre ellos se cerró. Incluso sus hermosos ojos azules parecían haberse oscurecido hasta ser dos pozos negros, nublados por la sed.

No era el Alex que ella conocía. Sólo era una máscara salvaje de él.

—Lo siento mucho, Rebecca. Lo lamento tanto... —gimió, apenas un segundo antes de que sus instintos actuaran por él.

Se movió tan rápido que la muchacha ni siquiera tuvo oportunidad de cerrar los ojos. La tomó por los hombros para acercarla a sí, y luego la envolvió en un abrazo para inmovilizarla mientras su boca se deslizaba sobre su pecho y subía hacia su clavícula, limpiando la sangre que ya había sido derramada. Sus colmillos rozaron su piel apenas por un instante, cuando sus labios fríos se acercaron a la herida que Derek le había hecho en el cuello.

Sin embargo, apenas los colmillos penetraron en su piel y él tomó el primer sorbo, la soltó, empujándola incluso.

—No. No puedo hacer esto —gimió de nuevo, dejándose caer de rodillas ante ella.

Él también lo sentía.

Sentía que algo había crecido entre ellos, más allá de una simple amistad. Más allá de un compañerismo inducido por los años. Y eso, precisamente, era lo que no le permitía hacerle daño. No podía.

El simple sabor de su sangre hizo que recordara aquella noche, cuatro años atrás, en que estuvo a punto de asesinarla.

No podía.

Stephen negó con la cabeza mientras Rebecca le ofreció las manos, ayudándolo a ponerse de pie. Alex se sujetó a ella muy suavemente, sintiendo su cálida piel sobre la suya, helada.

Sus ojos se encontraron y permanecieron unidos, como si con una simple mirada pudiesen decir todo lo que no podían expresar con palabras en ese momento. Como si con esa mirada, ambos dejasen saber al otro que sentían también ese vínculo que los unía.

—Es una lástima —dijo el líder de los Collingwood—. Pudo haber sido una muerte piadosa.

»Qué lástima que su sangre se desperdicie...

—No se desperdiciará —dijo Sebastián y, al instante siguiente, se interpuso entre Rebecca y Alessandro.

Ella retrocedió un paso al verlo, pero no pudo hacer nada por evitar lo que sucedió a continuación:

Sebastián la sujetó por la cintura y la hizo girar, como si interpretaran una extraña danza, para después inclinarla hacia atrás y dejarla suspendida en el aire, sujetándola con un sólo brazo y obligándola a sostenerse de él.

Alessandro pudo ver el terror en el rostro de la muchacha hasta que Sebastián tiró de su cabello, forzándola a dejar el cuello expuesto. Clavó sus colmillos con fuerza y sus ojos rojos fueron a parar a los de Alessandro, como esperando su reacción.

Sintió como si su corazón, un corazón que nunca había latido, quisiera comenzar a latir sólo para dar un vuelco y detenerse de nuevo. Vio cómo ella se retorcía en los brazos del vampiro albino intentando soltarse, mientras él la aferraba con fuerza y succionaba su sangre con velocidad, recostándola en el suelo y colocándose sobre ella, dándose incluso la libertad de pasear las manos por su cuerpo de una forma bastante desagradable.

Al escucharla sollozar, Alessandro perdió el poco control que le quedaba.

—¡Déjala, tú...!

Se abalanzó sobre sobre Sebastián, intentando alcanzarlo y quitárselo de encima a Rebecca, pero en ese momento sintió un fuerte golpe en la espalda baja que lo envió de bruces al suelo.

Sergio se había acercado a él y lo sostuvo con fuerza, obligándolo a ponerse de rodillas de nuevo y sujetándole los brazos a la espalda con una mano, usando la otra para tirar de su cabello y obligarlo a alzar la vista para contemplar el asesinato que se estaba llevando a cabo a pocos metros de distancia.

Todo sucedió en menos de tres segundos.




«Voy a morir.»

El pensamiento se repetía una y otra vez en la mente de Rebecca, constante, traicionero, incluso cuando se rebatía contra el peso de plomo del vampiro. Sentía sus manos heladas recorrer la piel que había quedado expuesta al romperse su camisa, y aquello sólo le causaba asco y desesperación que, aunadas a su miedo, sólo provocaba que su corazón se acelerara. Y eso obligaba al vampiro a beber con más rapidez y ansiedad.

Comenzó a sentir que el mundo daba vueltas y su vista se nubló. Incluso sus sollozos parecieron cesar, volviéndose muy bajos. Sus párpados se volvieron de acero y sus brazos pesaron una tonelada, cayendo a los lados sin fuerza alguna.

Había luchado demasiado contra la muerte. Se había rozado con ella más de una vez y la había burlado, pero estaba segura de que ahora la muerte no estaba nada contenta. No lograría evitarla en esta ocasión.

Rendirse. Sólo quedaba rendirse.

Su mente parecía viajar entre la nada y la conciencia, y eso le hizo saber que no faltaba mucho para que el vampiro terminara por fin con su cometido.

No quiso pensar en lo que sucedería después, en lo que harían con su cuerpo, o en lo que le sucedería a Alessandro.

No tenía sentido.

«No quiero morir. No quiero morir.»




Al otro lado del salón, Mortimer contuvo una mueca.

Se levantó despacio de su silla, indicando a dos vampiros —aquellos a los que Alessandro había reconocido antes como viejos aliados— que se mantuvieran ahí y que no intervinieran, a pesar de que él podía ver en sus rostros cuánto deseaban ayudar. Los dos observaron consternados la escena, pero optaron por obedecer al vampiro más viejo, porque sabían que era imposible. No tenían oportunidad contra todos los Collingwood: la familia terminaría por deshacerse de ellos cuatro y de la chica humana antes de que pudiesen hacer nada.

Mortimer se deslizó hacia allá en silencio hasta situarse a un lado de Stephen, intentando no mirar el rostro de Alessandro al pasar junto a él.

—Esto no era lo que planeamos —reclamó en voz baja—. Se suponía que sería rápido. Y la chica no...

—¡Ah, amigo mío! —exclamó Stephen, poniéndole una mano sobre el hombro—. Los planes cambian, Mortimer. Los planes cambian para adaptarse a las circunstancias, que siempre están cambiando.

—Lo estás torturando por algo que él no hizo. Si vas a matarlos, entonces hazlo ya. Que sea rápido. No merecen sufrir así. —reclamó aún en la misma voz baja y grave, intentando no perder los estribos.

Cada segundo que pasaba era precioso y, si estaba en lo correcto —si lo que había visto cada vez que Alessandro y la chica humana conectaban sus miradas era lo que el sospechaba, incluso cuando ellos mismos parecían no saberlo aún—, sería mejor dejar que ambos murieran en ese mismo instante, o sólo causaría una agonía mil veces más prolongada para el que lograse sobrevivir a ese momento.

—Como ya te dije, Mortimer, las circunstancias cambian.

Hizo una mueca nuevamente, sintiendo en su pecho la pérdida de su propia compañera, tantísimos años antes.

Había perdido a su esposa y a su hijo a manos de un par de vampiros nómadas, y sus muertes lo siguieron por muchos años, incluso cuando los Collingwood cobraron su venganza por él. El perder a un compañero y a un hijo era una herida terrible y muy difícil de sanar, y sospechaba que había sido esa la razón por la que, al ver al pequeño Alessandro Hawthorne aquella primera vez, huyendo de una casa que pronto ardería en llamas llevándose los cuerpos de sus padres con ella, decidió que no dejaría que otro niño inocente muriera.

El niño tenía entonces apenas seis años; la misma edad que había tenido su hijo al morir.

Tomó el coraje para mirar una vez más al frente. Sebastián aún sostenía a la muchacha entre sus brazos, a pesar de que ella ya no se movía, y su rostro estaba terriblemente pálido, con sus ojos cerrados y los labios de un color amoratado que poco a poco se iba volviendo blanco.

Alessandro, a su vez, tenía dos delgadas líneas rojas que iban desde sus ojos hasta su barbilla, delatando —para sorpresa de Mortimer— que esa era la primera vez que lloraba.

Un vampiro no solía llorar. Casi nunca se tenía un sentimiento de dolor tan fuerte luego de la transformación, y era por esa razón que las primeras lágrimas aparecían cargadas de sangre, volviéndose transparentes poco a poco. Sin embargo, Mortimer también confirmó con eso su teoría.

No hay dolor más grande que el de perder a un compañero.

Y, en ese momento, ambos estaban perdiéndose el uno al otro.

—Basta... por favor —suplicó Alessandro con la voz rota, incapacitado de ayudar a la chica—. Déjala, Sebastián.

—Detente, Sebastián —ordenó también Stephen.

El vampiro alejó su rostro del cuello de la muchacha con la mirada clavada en Alessandro y una sádica sonrisa en los labios manchados de sangre, y luego la soltó. El cuerpo de la muchacha quedó tendido en el suelo, inmóvil.

—Hay alguien aquí que debe probar su lealtad —siguió diciendo Stephen, acercándose hasta donde la chica estaba tendida—. ¿Mortimer? —llamó, girándose para mirarlo, señalándolo con la mano abierta—. Por favor.

Señaló ahora hacia Rebecca, y Mortimer supo de inmediato lo que le estaba pidiendo.

Mátala. Prueba que aún podemos confiar en ti.

Sabiendo que la alternativa sería el ser despedazado ahí a la mitad del salón por el resto de su familia, Mortimer se acercó de forma dubitativa a la muchacha y, ante la mirada de dolor de Alessandro, acercó los labios a su cuello.

Sin embargo, no bebió su sangre.

Hacía tiempo había descubierto que, así como podían inyectar veneno, los colmillos de vampiro también podían inyectar sangre. Era un truco difícil de lograr —e inútil, en opinión de algunos; incluso él mismo se preguntaba cuál era la función de poder hacer aquello—, pero era fácil una vez que se encontraba la manera.

Notó que el color volvía a su piel y se detuvo de inmediato, antes de que alguien más lo notara. La sangre que le había dado apenas sería suficiente para que sobreviviera tal vez unas horas, pero ni siquiera estaba seguro. Sabía que eso no bastaría para salvarla.

—Está muerta —anunció Mortimer en voz alta.

Dejó su cuerpo inmóvil en el piso, en donde Alessandro pudiera ver el cambio en su tono de piel, buscando sus ojos con desesperación, deseando que comprendiera lo que su mirada intentaba gritarle.

«Está viva, Alessandro. Sigue viva. Aún tienes algo por lo que luchar.»

Sin embargo, él no tenía ojos para nadie más.

—Rebecca... —murmuró.

—¡Qué pena! —se burló Derek al ver su rostro contorsionado por la pena—. El dolor emocional a veces es más fuerte que el dolor físico.

»Pero no te preocupes. Te garantizo que eso que sientes ahora no será nada comparado con lo que viene.

Se dirigió entonces hacia la chimenea, sacando lo que había dejado ahí antes. Una garra de metal, al rojo vivo.

—Stephen... —murmuró Mortimer, pero Derek lo interrumpió.

—¿Proseguimos?

—Primero hay que ocuparnos del cuerpo —intervino Renata.

Stephen asintió e hizo una señal a Sergio con un simple gesto de la mano, como si hubiesen tenido todo aquello planeado desde antes. Mortimer se descubrió pensando que, en realidad, no le sorprendería si así fuese.

Sergio soltó a Alessandro, dándole apenas unos segundos para acercarse hasta Rebeca y abrazarla. Las lágrimas siguieron bajando por su rostro y, justo cuando comenzaban a convertirse en agua otra vez, se detuvieron. Un muy sutil cambio en su rostro dejó saber a Mortimer que Alex por fin se había dado cuenta de que Rebecca seguía viva. Demasiado débil, al borde de la muerte... pero viva.

Sus ojos azulas vagaron hacia Mortimer, como queriendo preguntarle en silencio al respecto, pero entonces fue Sebastián quien se acercó a él, sujetándolo como había hecho su gemelo unos momentos antes y obligando a Alessandro a soltar a la muchacha.

Sergio regresó a los pocos segundos, trayendo consigo un ataúd.

—Era una muchacha bonita. Sería una pena que su cuerpo se quede en la fosa común —dijo Stephen—. Y ya que era tan importante para nuestro querido Alex —continuó con tono misterioso—, podemos darle un lugar especial.

Continue Reading

You'll Also Like

814K 70.9K 47
Remontándonos al siglo XVIII, una hermosa chica encontró en medio del bosque un, aparentemente, abandonado castillo. Entró y descubrió un millar de r...
2.7K 420 17
"Eres más de lo que tu hermano te hizo, eres alguien fuera de la venganza, lo fuistes antes y lo seguirás siendo después. Él no merece tu vida". "Tu...
11.2K 1.3K 33
Saga Marcas Celestiales - Ángeles II Orden Cronológico: Ángel Oscuro: El Sello Celestial. Ángel Blanco: El Llamador. Ángel de Sangre: El Pacto Final...
758K 74.1K 72
Donde Blake no habla mucho y Edward es la excepción. oc x Edward Cullen. Hermosa portada hecha por; @julssmirrorball #1 en twilight...