El capricho de amarte

By nacaridportal

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Ella está completamente rota. Yo tengo la manía de querer repararlo todo. Ella es un perfecto desastre. Yo... More

Sophia Pierce.
Ser rara está bien
Una dosis de vida
¿Has sentido el dolor?
Al carajo el futuro
Las personas no queman
Te necesito a ti
Tú también eres una princesa
Detrás de las estrellas
Fabricantes de esperanza
Ojalá nunca te vayas
Concéntrate en mí 😏
Gracias por sostenerme Julie.
A veces necesitas irte
Conociendo Christopher
Del cielo al piso
Mi innegable verdad.
Mucho más que el dinero
Para: Julie
Sonrisas y dolor
Mi sueño es ella
Mi solución en su sonrisa
Adiós a las reglas
Universo para dos
11:11 mi deseo eres tú
Nunca vas a ser tú
Érase una vez
Ebriedad
Somos más que el dolor
Solo de ti
¡Tuya!
"No voy a abandonarlo".
En busca de un sueño
Destruyó a la princesa
El mundo perdido
La leyenda de las estrellas
Duerme conmigo
El hilo rojo
Asco de mí
"El paso de las lágrimas"
Nunca más voy a sentirme sola
Tú nunca vas a terminar
Epílogo
Fin
Escalera al cielo
¿FIN?
El Capricho de Amarte - SEGUNDO LIBRO - La sombras de Sophia Pierce
Y conocí a una princesa
El presente - Sophia Pierce
Tres meses antes - Sophia Pierce
No todo tiene un precio - Sophia Pierce
Hay tristezas que no se van
EL ABIERTO DE AUSTRALIA
MÁS QUE UN SIMPLE JUEGO
Se acabó el juego
La Diosa del caos
Caos en mi interior
Julie Dash - Pasado
Julie Dash - Pasado
Heridas que vuelven
Un nuevo comienzo
JULIE DASH - CÍRCULO VICIOSO
Cantándole a las estrellas
La fiesta del descontrol
Enfrentar los miedos
La maga
11:11 mi deseo sigues siendo tú.
Heridas que se vuelven a abrir
JULIE DASH - TORPEZA
Sophia Pierce - Querer en libertad
Julie Dash - Montaña rusa de emociones
No supe desear
JULIE DASH - Encontrando mi voz
JULIE DASH - Después del placer
SOPHIA PIERCE - DOS MESES DESPUÉS
Sophia Pierce / Celebrando a Paula
Sophia Pierce - Almas que te salvan
JULIE DASH - Pequeña eternidad
TE QUIERO DE VERDAD
TE ESCOGERÍA A TI
TE QUIERO LIBRE
SUEÑOS QUE SE CUMPLEN
EN OTRA VIDA SERÁ
LA MAESTRA DEL SEXO
"SOY TU PREMIO"
JULIE DASH - NO SOY TU CHICA
JULIE DASH - DE NADA
JULIE DASH - NOCHE DE EBRIEDAD
JULIE DASH - VERDADES
LAS REGLAS SON LAS REGLAS
Julie Dash -NO PUEDO VIVIR SIN TI
SOPHIA PIERCE - MILLONES DE EMOCIONES
SOPHIA PIERCE - PREMIO DE CONSOLACIÓN
LA ECUACIÓN DE DIRAC
JULIE DASH - DESPEDIDA
¿PODEMOS HACERLO DISTINTO?
SOPHIA PIERCE - INSTANTES PERDURABLES
QUIERO ESTAR CONTIGO MIENTRAS SANAS
Julie Dash - Antes del final
SOPHIA PIERCE - EL INICIO DE MIS PESADILLAS
SOPHIA PIERCE - NO SOY UNA ASESINA
SEAMOS SINCERAS
PENICILINA - SOPHIA PIERCE
5 MESES DESPUÉS
SOPHIA PIERCE - DEBO SOLTARLA, AUNQUE ME DUELA.
CONTINUACIÓN
¿GANARÍAS POR MÍ?
JULIE DASH - ANDREA VS SOPHIA
LA FINAL
KSENYA KHOKRYAEVA - LA ÚLTIMA VEZ
KSENYA KHOKRYAEVA - TU VIDA ES LA MÁS VALIOSA
JULIE DASH - LA ELIGIÓ A ELLA
KSENYA KHOKRYAEVA - MIS MURALLAS
JULIE DASH - "El Final".
SOPHIA NO TIENE FINAL
Para: los bebés del futuro De: Sophia Pierce
LIBRO 2 - JULIE DASH
Besar los Sueños
Cuando los conocí. Julie Dash.
Rotas en la irrealidad - Julie Dash
Para: Ksenya
Ksenya K. La vida sin ti.
Ksenya K - Cuando te conocí
Julie Dash - Realidad irreal
Julie Dash - Realidad Irreal

Sophia Pierce - Mi vida sin ella

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By nacaridportal


Me desperté temprano con la noticia de que volvíamos a Boston. La rusa no preguntó nada, como si de algún modo supiera que algo salió mal y prefiriera la prudencia. Cuando llegamos a la ciudad nos despedimos de los niños y de su madre, aunque ellos insistían en que siguiéramos celebrando, que mi cumpleaños aún no se había acabado. Le agradecí sin palabras porque de inmediato se excusó diciendo que teníamos unos torneos, que debíamos entrenar. Lo importante es que salió del paso y retornamos solas a su apartamento.

Quería encerrarme a pintar, necesitaba hacerlo, pero Ksenya tenía otros planes. Ese mismo día llamó al abogado de Demian y fuimos a visitar la galería que había comprado para mí. La arquitectura y el diseño eran diferentes. Dignos de ser un obsequio del líder de Renacer. Me froté los ojos para quitarme el sueño y para comprobarlo, era mío. Por fuera se veía como un planeta, la forma, su estructura, y el color en blanco, solo me decían una cosa y la rusa se apresuró robándome el pensamiento:

-Está hecho así para que seas la que lo pintes, a tu estilo -soltó, para luego de quedarse observando los detalles, añadir-: Fascinante. Debo admitir que este regalo es mejor que todos los que yo te he hecho, pero no será el más impresionante que te darán en tu vida por mucho tiempo, así que disfrútalo. Ya sabes que me gusta ser la mejor.

Me toqué el collar que me había regalado Julie, cuando la rusa no estaba viéndome, sin duda no había competencias, pero jamás se trataría de la grandeza de algo, sino del significado. Y mi regalo favorito era el que tenía puesto, y no me quitaría ni para dormir. De algún modo, ese collar me hacía sentirla cerca.

Ambas entramos al interior luego de que el abogado me hizo firmar unos papeles y de que Ksenya se asegurara de que estaba todo bien. Cuando avanzamos al interior, las paredes eran como arcillas, era un gran lienzo, y quise saber quién hizo su diseño. Que maravilloso artista había sido capaz de crear para mí un sueño. Imagínense estar en el interior de un planeta, con sus capas, con tres pisos y repleto de todo tipo de pinturas, de lienzos, de blogs de dibujos, e incluso de sprays.

-Aquí dejaron una hoja -informó Ksenya subiendo al piso dos y señalando un papel que estaba pegado de forma ordinaria sobre una pared en blanco.

Eres mejor con spray que con lienzos, y mi sueño sería que al menos en tu próxima exposición hagas de esta pared tu mayor obra de arte. Espero que te guste, trabajé con 4 arquitectos y 83 ayudantes para replicar lo que pintaste aquella noche.

Al principio fue odioso conocerte, me molestaba que no dijeras ni una palabra y pensaba que eras una exagerada con complejo de víctima, pero luego pude mirar dentro de ti a través de tus obras, pude sentir un poco de tu alma y me identifiqué contigo.

Compartimos un escape, una puerta trasera, una salida de emergencia y por eso me esforcé tanto por replicar lo que pintaste la noche del concierto en Perú.

Siempre vas a ser mi amiga y no necesito que hablemos todos los días, o que hables para buscar entenderte. No quiero hacerlo. Solo quiero que me prometas que nunca dejarás de expresarte a través de tu arte.

Y no, no pagué tu estudio, ese fue Demian, yo solo compartí mi talento para ayudarlo a que fuera exacto a como lo querías.

¿Te gusta? Obvio, serías ciega si no te gustara, pero la única forma en la que puedes agradecerme es trabajar en tu próxima exposición y titularla: "Una reverencia al maestro Aaron Cevallos, el más crack, el genio, el verdadero, el épico. xD".

P.D.: Te quiero mucho, y siempre serás mi muda favorita, aunque insisto, nadie debería tener el poder de hacer que pierdas tu voz.

Quien te quiere,

A. Cevallos.

Sonreí porque no podía ser de otra forma, era evidente que había sido él, ese artista que conocí cuando me uní al grupo Renacer y que incluso sin hablarnos, nos convertimos en buenos amigos.

Nadie tenía sus dotes artísticos ni me conocía tanto como para hacer exactamente la galería con la que tanto tiempo soñé. Además, era un exagerado y malgastador de pintura, era evidente. ¡Todo estaba repleto de pinturas, de todo tipo! De colores, marcadores, temperas, pinturas al frío, sprays de cada marca. Lienzos de diferentes tamaños y cuando la rusa me gritó: -Tienes que ver esto. -No imaginé que había más.

Entramos a un cuarto que era como un escondite, y pasabas a través del piso. Por supuesto ella lo descubrió porque había otra nota con una gran X roja sobre lo que era el compartimiento, pero de no estar eso allí tampoco habría sabido, ni ella ni yo.

Cuando quieras escapar de tus adeptos, de los vehementes de tu arte, del mundo en general, o de una molesta exposición que ya te haya cansado en la misma o mayor medida que la prensa que cree conocerte y se ahoga en su ignorancia, solo entonces podrás subir al último piso y dirigirte a tu oficina. Aparentemente es abierta, todos la pueden ver, pero hay puntos ciegos, así que justo cuando te coloques sobre la X y aprietes el botón, estarás sumergiéndote en tu propio mundo y pasarás a la oficina dentro de tu oficina, a tu guarida.

Un espacio oportuno para que te conozcas o para que huyas, para que te quieras, o para que te odies. Me da igual cuál opción escojas, todos precisamos un momento lejos del ruido adverso, de la putrefacta sociedad, del eco del orbe y de nuestra propia consciencia. Que cuando llegues a este punto dejes de escuchar, que tus pensamientos arranquen su propio rumbo y tu alma decida su próxima dirección.

Todas las paredes son blancas porque así, como en la vida, los colores variarán según tus acciones y decisiones: lo que sigue lo elijes tú, y nadie más podrá elegir el color de los espacios. Este sitio puede ser tu guarida, el lugar en el que te escondas y huyas, o puede ser lo contrario, puede ser tu verdad, el punto de quiebre donde te reconoces y admiras, donde aciertas y avanzas, donde dejas de correr de tu propia realidad y comienzas a domarla.

Este sitio puede ser tu infierno, o tu edén. Puedes controlar tus pensamientos o seguir viviendo víctima de tus emociones. La sensibilidad a rienda suelta es el fracaso de los más grandes artistas, pero aquellos que sienten y controlan, que se doman y luego se desbocan, esos que controlan sus tiempos y su dolor... terminan convirtiéndose en los que gobiernan el mundo. Para cambiar algo, debes hacerlo desde adentro y esta es tu oportunidad.

Muéstrate y ámate, rebélate y sopórtalo, recuerda y añade, porque el recuerdo solo es eso que fuiste añadiendo hasta que la obra llegue al punto final.
Sin más acto al cual suscribir, se despide quien valora lo que escondes dentro del lienzo de tu interior. Y no te felicitaré por un año más de vida, sino por un día más en el que te animas a limpiar la brocha y mezclarla con la vehemencia de quien no se detiene, ni paraliza, de quien solo toma espacios para buscar nuevos colores, para eliminar capas que hayan dejado de fluir. Es tu turno, Sophia, ahora, fóllate al arte.

Demian Page.

La rusa leyó cada palabra de Demian y luego me dijo:

-¿No podía decirte solo que era un sitio para que follaras sin que nadie te viera en medio de una exposición? Hubiese sido más divertido que toda esa verborrea. -Y la vi encogerse de hombros entregándome la nota-. Es broma. Estuvo lindo solo que tengo mucho tiempo sin sexo y ya lo necesito.

-Pero yo no necesitaba saber eso -le respondí.

-Mojigata.

-Exhibicionista.

-Monja.

-Zorra.

-Y mucho que me gusta. -Se mordió los labios y me mostró el sistema de música, antes de preguntarme-: ¿Tú bailas? Porque no sé, dicen que las latinas bailan muy bien, pero tú no tienes mucha pinta de latina. ¿Tu cuerpo sabe moverse o tienes dos pies izquierdos?

-Obviamente sé moverme -respondí ofendida-. ¿O es que acaso que sea rubia es sinónimo de que sea un palo que no se sabe mover?

-Yo creo que sí -se rio.

-Entonces tú debes bailar de la mierda, mírate, eres de Rusia y allá todos bailan horrible.

-No sabes lo que dices, artista.

Me fui a pintar alejándome de ella porque en realidad no tenía muchos ánimos de nada excepto de que ese sitio cobrara color, quería darle vida. Quería poder escapar de mis pensamientos, de lo que sentía. Durante todo el vuelo no hablé con Ksenya, ni con nadie. No quería hablar, pero las últimas veces que sucedió eso, terminé sin ganas de alzar mi voz. Yo no quería perderme y después de leer las palabras de Aaron, recordé el tiempo en el que estuve sin palabras, los momentos en los que me hundí tanto en mí que no supe cómo salir.

Por eso mi única certeza es que eso no podía volver a suceder. No otra vez.

Pero allí estaba el instinto, una parte de mí quería ahogarse en sus silencios.

-¿Te puedo ayudar? -me preguntó la rusa, persiguiéndome-. Nuestro entrenamiento será desde las nueve de la noche hasta las once, así que tengo tiempo. ¿Por dónde empiezo? -Y la vi coger el spray y hacer un desastre en cuestiones de segundo.

Una raya negra que no tenía ni sentido.

-¿Qué se supone que es eso? No tiene ni forma -la regañé.

-Es tu estado de ánimo de hoy: negro, sin forma, oscuro -se burló de mí y siguió haciendo un desastre.

-¿Puedes parar, por favor?

No quería que arruinara mi pared y me daría trabajo arreglarlo.

-Cuando cambies tu sentido del humor, dejaré de pintar de negro, muéstrame colores, muéstrame el blanco de la paz, mira que me siento culpable porque gracias a mí tienes esa cara de culo porque fui yo quien... -Se quedó callada.

Sabía a lo que se refería. Ella había traído a Julie con la mejor intención. Había sido quien se lo había pedido y ahora...

Dejé de pensar.

Necesitaba estar bien. Necesitábamos estar lejos y así como ella seguramente pasaría su tarde con Belén haciendo una clase de meditación, o encargándose de su vida. Yo también quería hacer lo mismo en el día de mi cumpleaños.

-¡Espérate! -le grité al tiempo que puse música-: Si logras demostrarme que sabes bailar, puedes hacer lo que quieras. Ya sea pintar, o pedir otra cosa, tú mandas.

-¿Es una apuesta?

-Con tu rígido cuerpo europeo, sí. Es exactamente una apuesta que perderás.

La canción fue Loco - Justin Quiles, Chimabala, Zion & Lennox. La música comenzó a llenar nuestros silencios, pero no mis tristezas. Aun así traté de anular mis pensamientos. No quería hundirme. Quería dejar de recordar.

La vi bailar moviéndose de forma un poco extraña, pero llamativa. No tenía un cero, tampoco un diez, pero su actuación y la forma en la que se movía, la iba acercando y subiendo de número. Movía la cabeza, las caderas, y no, no tenía el mejor ritmo, pero sí los mejores movimientos. No era rígida, solo parecía estaba escuchando una música diferente a la que estaba sonando.

Así que decidí ayudarla.

-Sígueme y siente la música. -La acerqué a mi cuerpo, para bailar juntas.

Y de pronto estábamos allí moviéndonos al ritmo que proponía la canción, y me di cuenta de que tampoco eso era algo que Ksenya haría. Me di cuenta de que era solo su estrategia para hacerme reír, para sacarme de mi humor negro, de mis tristezas, y de mis silencios que buscaban atraparme, pero en ese momento entendí que no, no me dejaría alcanzar. Esta vez iba a apostar por el crecimiento. No perdería mi voz.
Enseguida se terminó la canción comenzó a sonar «Mi pecadito - Greeicy y Mike Bahía» y la rusa se pegó completamente a mi cuerpo, pero por inercia di dos pasos hacia atrás.

-¿Qué? ¿No me digas que no sabes bailar bachata? ¿Y te haces llamar una artista latina? -me dijo con incredibilidad, mirándome desde arriba, y retándome con la mirada.

-No es eso, de hecho bailo muy bien.

-Sí, claro. -Se volteó recogiendo el spray del piso y cuando iba directo a la pared, la cogí del brazo, atrayéndola de nuevo a mí.

Y no sé cómo, pero terminamos bailando y contra todo pronóstico no iba perdida, al contrario, más tarde me contó que Mateo la había enseñado a bailar bachata. Que al culminar uno de los torneos de tenis más importantes de Estados Unidos, el grupo de chicas siempre organiza un concurso de baile y en ese año fue de bachata. Me contó que la retaron tanto que terminó asistiendo y perdiendo. Pero que al menos aprendió algo.

Bailaba bien, se movía con gracia, las vueltas y los pasos los estaba dando de forma acertada. Pero se pegaba a mí más de lo necesario. Su aire era sexual, ella transmitía sex appel inagotable, uno que pegaba con su personalidad y lo adicta que era al sexo. Y tenerla tan cerca me parecía incorrecto. Me agarraba a su modo, adhiriéndose a mi cuerpo y pasando las manos por mis caderas, o incluso un poco más abajo, al tiempo en que se movía de una forma tan... ni siquiera sé definirlo, pero llegó a saturarme y poco a poco, sin dejar de bailar, fui marcando distancia entre las dos.

-¿Te doy miedo, artista? -preguntó en mi oído acortando la distancia.

Lo estaba haciendo a propósito. Se movía rítmicamente sobre mi cuerpo, ambos brazos estaban sobre mis hombros y con sus manos me acariciaba sin dejar de moverse al tiempo que la sujetaba por la cintura. Seguí su juego. Olvidé por un momento cualquier pensamiento y solo me dejé llevar, sabiendo que probablemente estábamos haciendo el baile más sexy del mundo. Si ella quería retarme con la intención de que huyera, no iba a suceder. No iba a dejar que ganara su ego, que fuera lesbiana no significaba que tenía que volverme loca por ella como todos los demás.

-¿Gané o no gané la apuesta? -susurró en mi oído moviéndose al ritmo de la canción.

-Ganaste -tuve que admitirlo-. ¿Qué quieres de apuesta? ¿Cuál pared quieres pintar?

-Te quiero a ti. -confesó y dejó de bailar posicionándose cerca de mi boca. Me paralicé pensando en todas las formas bonitas en las que podía rechazarla, pero cuando estuvo a punto de besarme, añadió-: ¡Tenía que grabar esto! Para que tu cara quedara para la posteridad.

Y se soltó de mí lanzándose al piso para reírse. Tenía un ataque de risa y el motivo era yo.

-Mírate, sigues blanca, ¿se te bajó la tensión? -me molestó, y solo me di la vuelta.

-Eres demasiado infantil.

-Y tú una lesbiana comedida y amargada. ¡Ya quisieras tú ser digna de un beso mío! -su voz de burla me estaba molestando-. Lamento decirte que sigo comiendo lomito, la ensalada no me va.

Y cuando la vi coger el aerosol negro sin parar de reírse, para seguir haciendo desastres en la pared, se lo quité.

-Quiero pintar sola.

Quería que se fuera, y sí, me había molestado.

-Pues mi apuesta es pintar contigo, ¿o eres de las que no cumplen sus apuestas?

-Una mujer como tú no debería insistir tanto para pasar tiempo con una lesbiana comedida y amargada, ¿no te parece que te estás encariñando mucho conmigo? Deberías ir a comer lomito y dejarme sola.

-Sí, artista -bufó, encogiéndose de hombros-. Tu psicología barata no funcionará. ¿Dónde es que puedo pintar mi agujero negro? -Me arrebató de nuevo el spray-. Podría decirse que hoy prefiero ensalada, solo para que tu ego esté tranquilo por ser tu cumpleaños.

-Eres muy idiota.

-Y eso te encanta -contestó pintando la pared y
no me quedó más remedio que enseñarla e ir guiándola para que mi lugar de ensueño no se viese arruinado.

Lo hacía horrible y quería pintar por todos lados, todo el tiempo. Como si una niña fastidiosa se hubiese metido en su interior y estuviese empeñada en hacer un desastre.

-¿Puedes controlarte, Ksenya? -le pregunté cogiéndola por los hombros-. Escúchame, yo voy a pintar y tú vas a ayudarme con algunos detalles, ¿podrías dejarte enseñar?

-No me gusta que me enseñen, deberías saberlo -respondió rápido-: me gusta enseñar.

-Bueno, entonces ve a la pared de tu cuarto y haz todo el desastre que quieras, aquí no.

-Si yo hago un desastre en mi cuarto, tú lo arreglarías por mí. -Me sacó la lengua.

-No todo se arregla con dinero -debatí.

-¿Y he dicho que te pagaría? -Alzó la ceja-. Sin darte un céntimo, harías de mi desastre algo increíble, así como lo harás ahora.

Y no quise discutir, o comenzó a divertirme verla disfrutar y gastar cada aerosol o quizá sí tenía razón, probablemente sí hubiese arreglado sus desastres.

-¡Siempre quise pintar un grafiti en la calle!

-Pero esta no es la calle.

-¿Puedes dejar de matar mis ilusiones? Empiezo a pensar que te gusto más cuando soy una perra.

-De las dos facetas que me has mostrado, una es una perra, y la otra es una niña que ve todo como un juego que tiene que ganar, ya entiendo cómo lograste ser la campeona del mundo.

-Ah, lo siento. Lamento que mis dos facetas no sean queridas por usted, queen. -Me volteó los ojos.

-Nunca dije eso, que no sepa cuál me gusta más o menos, es diferente -debatí, sacándole la lengua, pero ella cambió el playlist y puso algo de los años prehistóricos.

Simple Plan - Welcome to my life, pero sonreí porque me gustaba la banda, me gustaba lo viejo, me gustaba esa canción y la atmósfera que comenzó a brindarnos.
-Esa canción parece que fue escrita por ti, artista -dijo en tono de burla y comenzamos a pintar.

Supongo que cuando menos lo buscas el sol nuevamente brilla para ti. Como esa tarde de mi cumpleaños donde en realidad no quería hacer nada y terminé viviendo dentro de mi sueño, pintando dentro de mis ilusiones, dentro del planeta que estábamos haciendo real. Agradecí por mis amigos, por la chica loca que imitaba una guitarra con sus manos para cantar casi gritando, mientras batía su cabeza sin perder su postura, sin perder el aire supremo, su control, el poder que la representaba y esa sensualidad con la iba transitando por el mundo.

Cogí el aerosol y empecé a hacer mi arte, haciéndole caso a Aaron, me envolví en mis quimeras tratando de usar la pared que dispuso para hacer de ella un universo. Ksenya siguió poniendo la música, pero cuando vio que ya estaba pintando en serio, se convirtió en mi ayudante, me pedía que le pusiera más colores, incluso era ella quien autoritariamente me pasaba algunos. «Quiero morado. Le falta morado. Sin morado no será igual». «Suficiente morado, ahora necesitamos del naranja». «Quiero que ahora uses el azul pero que sea del azul de mis ojos». Y así pasaron las horas y ninguna de las dos quiso comer. Solo teníamos agua, pinturas y nuestra propia compañía.

-Ahora es tu turno, ven -le pedí luego de cuatro horas trabajando sin descanso.

-No, no, no -se apresuró a responder-. No puedo dañarlo, sigue tú.

-No vas a dañarlo -contesté halándola por el brazo hasta posicionar su cuerpo delante del mío y pasarle la lata-. Coge el aerosol y solo déjate llevar, yo estaré guiando tu mano. Vamos a llenar de color esta galaxia y tú participarás en ello.

Sonaba la canción de «Payphone - Maroon 5» desde su móvil y Ksenya estaba tan asustada de arruinar la pared que su mano le temblaba. Debí decirle que era imposible, que de hecho, la haría más especial, pero no dije nada. Ya su ego era muy grande como para seguir expandiéndolo.

Su mano que al principio estaba petrificada comenzó a soltarse y lo más importante, logró dejarse llevar. Para una persona como ella ceder el control resulta imposible, pero terminó de pintar conmigo el universo y la primera pared de la galería. Para alguien que valora tanto mi arte, supe que fue un momento importante.

-¿Lo hice bien? -preguntó y sus ojos reflejaban dudas, como cuando éramos niños y queríamos ser aprobados por nuestros padres, o amigos.

-Lo hiciste increíble. -Y la vi sonreír con la sonrisa más grande que le había visto hasta ahora.

-¡Ya sabía que en esto también tendría talento! Soy buena en todo -Volvió su media sonrisa y se despidió de mí dándome un beso por mejilla.

Era la primera vez que se despedía con un beso, de hecho, ni siquiera para saludarme lo acostumbraba. Su madre decía que de pequeña tenía que rogarle para que le diera un besito, y que apenas con su hermana es que «más o menos cedía en ese aspecto». Pero allí estaba, me había dado un beso por mejilla y un corto abrazo para luego decirme: «Te mandaré comida. Yo voy a ir a entrenar, Mateo va a llevarme. El cuerpo de seguridad está dividido, una parte en mi casa, cuidando a Kira. La otra estará contigo, y yo me quedo con el resto. ¡Nos vemos en la cancha».

La música se pausó cuando se llevó su móvil y aproveché el silencio. Me quedé sola en ese nuevo espacio y supe que tenía mucho por hacer.

Después de ese día ajustamos nuestros horarios.
Ksenya logró equilibrar el tenis con el arte, e incluso armó un estudio de música en uno de los pisos de su casa solo para que Christopher y yo pudiésemos grabar cómodos allí, aunque en secreto lo hizo porque quería espiarnos y poder oír algunas de nuestras grabaciones.

La verdad era una explotadora, las primeras semanas quise tirar la toalla. No quería seguir practicando con ella. «No es sencillo. No te conviertes en la mejor siendo una mediocre Sophia, y lamento si no estás preparada, pero no puedes rendirte». Me sacaba de quicio. Entrenábamos, hacíamos crossfit, íbamos al gimnasio a las seis de la mañana, aunque termináramos de jugar tenis a las once, o doce de la noche.

Parecía incansable, pero mierda, debía entender que mi cuerpo no me daba. «Tu cuerpo sí te da, elimina los límites. Los limitantes van a aplastarte en la cancha. El tenis es vida y da vida. Piensa en eso y deja de justificarte porque esas piernas las manejas tú, así que sigue corriendo», me gritaba cuando brincábamos los cauchos, para luego pasar los obstáculos con los brazos. «Donde tienes que tener más fuerza es en los brazos, pero tus piernas deben poder sostenerte, ¿lo entiendes? Todo es igual de importante. No quiero que seas una tenista de mierda y ya, como todas contra las que compito. Quiero que seas mi verdadera competencia, pero hasta ahora no llegas ni a la mitad». Honestamente prefería su faceta de niña, la que me retaba a bailar y cantaba a todo volumen, la que quería ganarle a nuestros hermanos y era competitiva, pero había desaparecido. Ahora solo estaba la Ksenya ruda que vivía por y para el tenis.

«Te conseguí una Wild Card gracias al video que te hice jugando con Silvia. Y es una invitación que solo dan los organizadores para permitir entrar en torneos a jugadores que no tienen ranking, como tú. Para ganar primero debes estar preparada y para el primer torneo faltan dos semanas», me dijo después de una de esas tardes de explotación en la que parecía preocupada. Llegué a pensar que no era tan buena y quise esforzarme, no quería que pasara pena al haber intervenido para que yo jugara.

Supe por su escolta Mateo, que la agencia de representación que firmó a la rusa cuando era niña fue la que movilizó las piezas para que estuviera dentro del torneo. De ese desempeño vendrían los demás pasos a seguir. «Si no clasifica se acabó su carrera, lo entiendo, ¿puedes callarte? Maldita sea, estoy trabajando con mi tenista para que funcione», la oí gritar por teléfono, una de esas noches cuando bajé a la cocina.

Los días siguientes me esforcé más. Pintaba menos horas, pero mi galería estaba avanzada. Después del tenis mi terapia de relajación eran mis cuadros. La rusa a veces, cuando era más dura conmigo en los entrenamientos, me sorprendía con comida, o con detalles en mi estudio. Eso me hacía pensar que no era tan déspota, porque en realidad cada prueba física era peor que la otra. Me llevó a centros de entrenamiento, me ponía a levantar pesas, corríamos cada día cuarenta minutos más. Intentaba que bajara mi tiempo, me gritaba mil cosas cuando me detenía:

«No, no. ¡Esos segundos que no bajaste son los que te harán perder cualquier partido! Por Dios, ¿qué tan jodidamente difícil es concentrarte?». «¿Y si me dejas en paz y ya? Llevamos día y noche practicando y no sirvo, ¿por qué no te rindes y me liberas de toda esta mierda?», le grité respondiéndole a sus reclamos.
Estábamos subiendo una montaña, pero ella quería que lo hiciera corriendo y además, que me tardara veinte minutos. Aun así, dando lo mejor de mí, tardé veintiún minutos.

No me jodas. Esa tarde me pegó contra un árbol con tanta fuerza que pensé que iba a golpearme, pero cuando dejó caer su frente contra la mía, quedándose allí con la respiración entre cortada hasta que habló, entendí que de verdad quería que lo lograra. «Si no supiera lo que eres y lo que puedes hacer no perdería mi tiempo, Sophia. No me voy a rendir nunca contigo, incluso si pierdes, que no vas a perder, no me rendiré porque lo que tienes es único y estoy orgullosa de ser tu maestra al menos en esta área. Ahora, volveremos a bajar esta montaña y volverás a subirla, pero no en veinte sino en diecinueve minutos, y si no lo logras, volveremos y volveremos hasta que lo hagas o te saque desmayada».

Y lo logré, pude subir la montaña no en veinte, sino en dieciocho minutos y una vez arriba, de la emoción me tumbo al piso para proceder a subirse sobre mí: «¿Viste que la que me torturas eres tú? Nos haces sufrir a las dos y de la nada subes esto en dieciocho minutos. Para yo lograr ese tiempo tuve que practicar seis meses, apenas llevamos subiendo cuatro días seguidos», la escuché expresarse y sus ojos azules se veían más claros por el sol, había un brillo extraño en ellos, y percibí un destello de orgullo.

Estaba emocionada y lo comprobé porque esa fue la segunda vez que me besó en la mejilla y me abrazó por impulso después del día de mi cumpleaños. Fue la primera vez que volví a sentirla cerca desde que comenzamos a entrenar. Era tan profesional que a pesar de compartir la mayor parte de mi tiempo con ella, se mantenía disciplinada exigiéndome hasta hacerme llorar de la frustración, pero al final del día, nunca dormíamos molestas. Terminábamos jugando juntas y llegaba a ganarle uno que otro set, pero por alguna razón la rusa quería que la derrotara, quería verme vencerla.

No lo entendía, ¿por qué una persona tan competitiva estaba entrenándome sabiendo que si todo resultaba bien, le quitaría su puesto como campeona del mundo? Eso significaba Ksenya para mí, un gran interrogante.

Pero gané el primer torneo y ella me inscribió en otro, del que también salí victoriosa. Era un nivel inferior, pero estaba ganándolos, así que me metió en torneos cada dos semanas, y mi vida se resumía en entrenar, jugar, componer y sobre todo... mi arte.

El primer mes pasó rápido. Escribía cartas a diario tal y como me lo pidió Christopher, con quien compartía tiempo para desarrollar el álbum. Intenté no escribirle a Julie y lo estaba logrando, pero el dolor no desaparecía. Pintaba sobre ella, escribía sobre ella, jugaba pensando en ella, pero el tiempo pasaba rápido y a cada segundo presentía que estaba cumpliendo su palabra: me estaba olvidando.

No voy a mentir diciendo que dejé de ver sus historias, o que no miraba sus publicaciones desde otra cuenta después de que me bloqueó. Incluso conversé con Paula para saber sobre su beca, y si la había recuperado. Me dijo que eso se sabría cuando terminaran las clases, para el siguiente semestre.

Después de hablar con Pau me quedé pensando en ella, en cuánto me gustaría haber podido, en su momento, convertirme en su apoyo.

Volví a mi escape. Empecé a pintar y la noche se me pasó rápido.

Eran las cuatro de la madrugada cuando los ojos empezaron a cerrarse, pero quería terminar la obra. Ni siquiera sé cómo me quedé dormida, pero la pesadilla volvió. El mismo día repitiéndose. Un disparo. Mi madre desfigurándose en fragmentos que no iban a unirse jamás. La sangre habitando el espacio hasta llenarlo todo, cubriéndome los pies, las caderas, hasta llegar a mi cabeza. Estaba sumergida en sangre y debajo de ella el asesino seguía mirándome, implacable: «Tu madre murió por ti, no me mires así. Ella es tu muerte, no la mía. Fuiste tú quien la obligó a protegerte, dio su vida para salvarte, ¿no es un acto heroico? Mi pequeña asesina, lo mejor que podrías hacer es unirte a ella. Tu sangre se mezclaría con la suya y de nuevo estarían juntas. Muerte por muerte. Tú también debes morir». Traté de alcanzar los restos del cuerpo de mamá, pero no podía nadar, el agua que era sangre llenaba mis pulmones, y solo veía sus ojos fuera de órbita, su cara deformada.

Yo le había hecho eso. Yo la había asesinado.

Desperté gritando y cuando abrí los ojos encontré a la rusa, sosteniéndome por los brazos, antes de abrazarme. Tenía la misma ropa del día anterior. ¿Por qué se había quedado a dormir allí? Odiaba dormir incómoda y aun así estaba frente a mí, repitiéndome que fue un mal sueño, que no había sangre, que estaba a salvo.

-Mañana juegas, tienes que estar durmiendo, en tu cama -le reclamé, secándome el sudor de la frente, estaba transpirando, y debía verme fatal, no quería que me viera así-: ¿Por qué sigues aquí?

-¿No es evidente, Sophia? Estoy cuidando tus sueños.

Me regaló su media sonrisa y negué con la cabeza.

-Tienes partido, sabes que no debes quedarte aquí.

-Tú no me mandas, artista, y no volveré a repetirte que si te quedas a dormir yo me quedaré contigo, ¿entendido? No quieres decirme qué sucede con tus sueños y lo entiendo, pero tampoco me digas dónde debo estar si sabes perfectamente que puedo ganarle a cualquiera sin haber dormido en un año -enfatizó petulante, con esos aires de superioridad que la caracterizaban, pero el cabello le caía de lado, tenía ojeras y lucía cansada-. ¿Un día me contarás sobre la sangre que aparece en tus sueños? De nuevo estabas gritando que te quitaran la sangre, y también gritabas «mamá, mamá, mamá» muchísimas veces hasta que abriste los ojos.

Era la quinta vez que tenía pesadillas cerca de la rusa. La primera fue en un avión rumbo a un torneo en España y desde ese día, Ksenya ha decidido «cuidar mis sueños» y quedarse conmigo en la galería. Aunque le dijera que volvería a casa, que luego de pintar iría, siempre que despertaba ella se encontraba a mi lado. Muchas veces llegaba a traerme comida y luego se quedaba, otras, no la conseguía sino cuando despertaba en las mañanas, o por las pesadillas. Y es que comencé a obsesionarme tanto con mi arte que me era difícil separarme de él. Faltaba poco para que estuviera lista mi exposición, pero mi galería abriría sus puertas en meses. Me hacía feliz poder mostrar mi mundo y podía pasar el día y las horas pintando sin que nada más importara. No podía vivir sin eso.

Un día, teníamos un partido juntas, pero en diferentes categorías (por supuesto, la mía inferior), yo necesitaba pintar, había soñado algo diferente, algo que quería plasmar, algo hermoso. Tenía respuestas para pintar sobre «Lo supremo, lo que conecta todo, por encima de las galaxias, de los planetas, de las diferentes razas» y así llamaría el cuadro. "Supremo", el problema fue cuando la rusa pidió detenernos para buscarme un lienzo.

«No podemos simplemente buscar lienzos y pinturas en cada ciudad que vayamos solo para que tu amiga pinte. Vinimos a jugar» le dijo Mateo, que desde hacía días había comenzado a tratarme de forma bipolar, unos días era agradable y otros no tanto. «Sí podemos porque para eso te pago, y si me vuelves a tratar así estás despedido. Que el afecto que siento por ti no te haga perder tu lugar. Busca los lienzos y ella, así sea en el vestuario, en el hotel, donde sea que quiera podrá pintar. ¿Entendido?», me sentí incómoda de que lo tratara de ese modo por mi culpa y cuando se fue le dije que no era necesario, que él tenía razón, podía esperar a volver a Boston. «Un artista no espera porque la inspiración no espera a la artista. La musa es como yo, no estará esperándote, y solo puedes vivirla cuando aparece, cuando está disponible, porque luego, ya es muy tarde», fue su respuesta y terminé pintando mi lienzo. Él mismo que Mateo tuvo que cargar cuando terminó el torneo, viéndome con molestia. Enseguida, los tres bajamos en el ascensor del hotel, que se detuvo en el piso 12, y la que entró fue Silvia, que había perdido su último partido contra Ksenya, quien estaba jugando mejor que nunca.

«Me gustan las cuerdas que se unen como hilos siendo sepultadas por la magia del universo», dijo Silva hacia mí interpretando mi cuadro a lo que la rusa contrarrestó: «No están sepultadas, son los hilos los que dominan el universo, ¿cómo no vas a verlo? Es evidente», y la vi poner los ojos en blanco como si fuera una ofensa no admirar lo que ella admiraba, pero así era ella. «¿Acaso eres la dueña de la verdad? Sophia es quien debería decirlo. Para mí están sepultadas por el universo» contradijo Silvia. «Solo dices que están sepultadas porque tú fuiste sepultada por mí en la cancha, como siempre. Pero que tú vivas en un sepulcro no quiere decir que el cuadro signifique eso», y Mateo y yo nos veíamos queriendo que el ascensor llegara al fin a nuestro destino. «Eres tan creída, pero yo también disfrutaré ganarte cuando sea mi turno», «O sea cuando vuelvas a nacer, ah, no, tampoco. También te ganaré yo», le respondió la rusa mirándola con superioridad. «¿Pueden parar ya? ¿No les enseñaron de la sana competencia?», intervine aunque no debí hacerlo. «¿Sophia, qué significa el cuadro? Quién tiene razón de las dos», me preguntó Silvia y Key insistió en que respondiera.

Mateo me miraba como diciéndome: tu cuadro, tu problema. Pero en realidad los hilos no dominaban el universo, ni tampoco estaban sepultados por él, coexistían sin tratar de demostrar quién era más, quién amaba más, quién tenía más poder. Eso insignificante no estaba en mi cuadro, en mi cuadro habitaba la tranquilidad de saber que nadie es mejor que nadie, y que la grandeza infinita se centra en no competir. Los hilos eran las conexiones que se tejían en medio de la existencia. Un universo infinito repleto de almas que se van tejiendo en medio del caos y que son iguales porque nacen en la misma medida y solo avanzan cuando su ser evoluciona y no por poder. En mi cuadro se tejía la vida en todas sus formas, en todas las constelaciones, planetas, y especies. Pero esos hilos no dominaban al universo, ni eran sepultados, al contrario, se forman en el universo y de su amor surgían esas conexiones como la mía con Julie, con mi madre, o con Ksenya, que estaban destinadas desde antes de nacer.

Pero estaba con dos tenistas que se odiaban y dependían de mi respuesta y tuve dos opciones, explicar y decir que las dos estaban equivocadas, o dejarme llevar por lo que en realidad quería, y era volver a ver su media sonrisa. «Tiene razón Ksenya, lo siento. Los hilos dominan el universo», dije hacia Silvia para luego guiñarle el ojo a la rusa disimuladamente y salir del ascensor.

«Quiero comprar el cuadro», escuché decir a Silvia. «Merezco un cuadro tuyo, gracias a mí tendrás más compradores, debes expandirte. Por favor», me suplicó y pude ver cómo Ksenya trataba de controlarse, pero ya había enfurruñado sus cejas y labios, tenía los brazos cruzados y miraba hacia mí.
Pero no sé exactamente qué le hizo cambiar de idea, cuando asintió con la cabeza acercándose a mí para decirme bajito: «Es cierto, tienes que expandirte, solo déjame verlo un poco más antes de que se lo lleve, ¿sí?» asentí y se acercó a observar el cuadro: «Es muy rápido, ni siquiera pudimos admirarlo por más tiempo, aunque entiendo, está precioso y no puedo ser tu única compradora, pero quería verlo más», volvió a repetir y vaya que le estaba costando desprenderse, nunca entendí qué veía en mis cuadros que la atrapaba tanto. «Es solo un cuadro, Ksenya, tampoco es para tanto y puedes admirarlo cuando vengas a mi casa a visitarme. Si quieres puedes admirarlo esta noche, pero eso sí, con la condición de que yo te admire a ti, desnuda» soltó Silvia mirándola de forma lasciva. Vi a Ksenya sacarle el dedo del medio y por impulso aclaré: «El cuadro lo podrá admirar siempre que quiera porque es un regalo. Lo hice para ella, porque es tan dominante como todas las cuerdas que controlan el universo y tiene tanto poder en su interior que puede lograr imposibles» y antes de que nadie dijera nada más me la llevé del brazo caminando lejos de Silvia y de sus ojos que no dejaban de desnudarla con la mirada.

Volví a mi realidad y Ksenya seguía conmigo en la galería, pero estaba jugando con su celular, esa era otra cosa, era adicta a los videojuegos lo cual resultaba positivo porque cuando no respondía, o me quedaba inmersa en un recuerdo ella solo comenzaba a jugar, sin problema.

Recordé las veces que Julie tuvo que pasar por mis pesadillas y cuánto le afectaron los episodios más graves que viví gracias a los sueños. Por eso accedí a su terapia, quise que desaparecieran, pero no fue tan fácil y solo me sentía mejor con el cuadro de las sombras, el mismo que los dos psiquiatras que vi me pidieron destruir. Por supuesto que no iba a hacerlo. Ellos no sabían lo que significaba y cómo me curaba. Julie sí lo sabía, pero no confiaba en que con mi método sí podía sanar.

-Sigue repitiéndose en mi mente la forma en la que asesinaron a mi madre frente a mí, por eso Julie insistía en que fuera a terapia -fui sincera con Ksenya-. Ella solo quería lo mejor para mí.

-Kira está yendo a terapia con un equipo profesional que dispuse y son muy buenos, pero no te diré que debes que hacerlo, porque fracasarás de todas las formas si vas obligada y no por decisión -me respondió.

Esa noche volvimos a su casa y agradecí que no se volviera extraño, que no me preguntara cómo fue la muerte de mi madre y que guardara su distancia, era lo que quería y eso fue lo que hizo, sin saberlo. Me gustó que no hiciera énfasis en mi pasado y que antes de irnos marcara más importancia en mis cuadros, y en la exposición que estaba preparando.

Quise decirle que la forma de curarme no era ir a la terapia sino que me devolviera el cuadro, pero sin explicarle que mis pesadillas tenían su propio reclusorio, y era ese. Que cada vez que despertaba de madrugada pintaba en el lienzo ese sueño, desprendiéndome de él, sacándolo de mí con la ilusión de que un día no regresara.

-Si quieres que duerma mejor y gane todos los miles de torneos en los que me inscribiste de forma arbitraria y esclavista, lo único que debes hacer es devolverme el cuadro de las sombras -le dije, guiñándole el ojo-. Tienes en tus manos mi felicidad.

-¿Eres tú, manipulación? -dijo, haciéndose la graciosa, al tiempo que se levantaba del sofá y me extendía la mano para ayudarme a parar-: Ese cuadro volverá a ti cuando me ganes en la cancha durante un torneo, así que probablemente nunca lo recuperes, deberías darlo por perdido, negocios son negocios. Ya te lo he dicho. Me harás rica en el futuro.

-Ya eres rica.

-Con tu cuadro seré mucho más, será como tener un Da Vinci en casa, ni mil años ganándole a las demás frígidas lograrían eso. Así que lo siento, mi visión empresarial sabe que ese cuadro vale más que tú. -Me sacó la lengua y no me ofendí, sabía que bromeaba.
Pero también sabía que no lo devolvería a menos de que le ganara en la cancha.

Al día siguiente ganó su torneo y fuimos a grabar un comercial. La prensa hablaba de mí, ya las marcas deportivas me estaban seleccionando para sus comerciales y no había perdido ningún torneo, convirtiéndome en la nueva promesa. En ocasiones era necesario separarnos porque nuestros juegos coincidían en hora y día, entonces podía percibir la frustración en su actitud malcriada por no poder verme jugar. Así como también sus miles de consejos que terminaban en: «Si pierdes te mato. Si pierdes serás mi esclava por un mes», pero me gustaba ganar, me gustaba que se sintiera orgullosa, que brincara de la emoción, pero lo que más me impresionaba, era el hecho de que, con lo competitiva que era, nunca sintiera celos por mí y siempre me deseara lo mejor.
Se encargó de las negociaciones cuando Pepsi me quiso para protagonizar un comercial, así que la rusa consiguió contrato con Coca Cola, logrando que recibiera una cifra ilusoria que en ni en diez vidas me imaginé cobrar.

Se hacía cargo de mis negocios, de hablar por mí, de reunirse con empresarios y trabajar en mi imagen. La veía esforzándose y se negaba a cobrar el 15% que cobraba cualquier representante. «Ni siquiera lo necesito, no me ofendas. Soy una máquina de hacer dinero y no dependo de ti», fue lo que respondió la última vez que insistí y desde ese día no volví a tocar el tema. Quizá ya sabía que mi cuadro le daría mucho en el futuro, así que por eso prefería no cobrar su %, fue lo que pensé.

De pronto, todos comenzaron a hablar de mí y seguían invitándome a los torneos. Mi ranking comenzó a subir, pero me sentía cansada. Me inscribió en dos torneos más. Literal mi resistencia había aumentado, pero necesitaba un descanso. Tampoco podía tomarlo si quería llegar a participar en un Grand Slam necesitaba sumar puntos. Pero también quería mi cuadro de vuelta, así que esa necesidad hizo que me esforzara aún más.

Cuando jugaba tenis podía descargar las tristezas, la rabia, incluso sentía que me liberaba de mis sentimientos al menos por el tiempo que duraba el partido. Nunca le dije a Ksenya que cuando iba perdiendo y remontaba, no seguía sus consejos y solo me limitaba a pensar en Julie, imaginándola con su nueva noviecita, que seguro estaba enseñándola a respirar por el diafragma y contándole ovejitas para transmitirle «paz». Eso bastaba para enfurecerme y mis celos jugaban un buen papel haciéndome ganar uno a uno los partidos. Hubiese sido gracioso si después de tanto entrenamiento supiera que mi punto fuerte era imaginarme a la persona que amo siendo feliz con alguien más, pero, ¿así es el amor, verdad? Si sabes que lo dañas tienes la opción de ser egoísta y quedarte para que vivan de su amor, aunque esa persona no esté brillando, o puedes apartarte para que descubra su brillo y no tenga que luchar con tus demonios, con tus puntos de quiebre, con tu dolor.

Christopher dijo que él no tenía el talento con el que yo nací para el tenis. Comencé a creerlo cuando en las ruedas de prensa de Ksenya me preguntaban directamente a mí, y ella, sin molestarse, más bien sonriendo, decía: «Mi chica tiene algo que nadie tiene, yo nunca me equivoco, ella marcará la historia». «¿Y qué será de ti cuando solo estés a sus sombras, seguirá siendo tu chica cuando te gane?», preguntó el pesado Luciano Petrocelli, periodista deportivo de la cadena ESPN y quise intervenir, cuando la rusa me quitó el micrófono. «Seré Ksenya Khokryaeva y te aseguro que para ese entonces tú seguirás viviendo de mis sobras, de las entrevistas que te concedo para que puedas llevar el pan a la casa después de hacer un mal periodismo, imbécil», pero el arremetió de nuevo contra ella: «Te costará perder, pero todavía no tienes que preocuparte por el segundo lugar. A tu chica aun le falta», y Ksenya iba a irse cuando la retuve por el brazo y hablé hacia el micrófono: «Ella es mi ídolo, mi maestra, y si algún día llego a ganar un Grand Slam será nuestra la victoria, y se la dedicaré a Ksenya, la que lo hizo posible, y respondiendo a tu última pregunta, seguiré siendo su chica gane quien gane», terminé de hablar y abandonamos la rueda de prensa, con los periodistas haciendo más y más preguntas y su seguridad cerrándoles el paso.

De pronto, mi vida había cambiado. Los problemas económicos desaparecieron rápido, pero mis gastos seguían siendo nulos, todos estaban dirigidos a mis hermanos y a los niños de Venezuela que ayudaba económicamente a través de Sergio y de Claudia. Ellos se encargaron de apoyarme en eso, yendo a atender a los niños, ahora que solo debían cuidar la casa de Julie, vivían allí con su hijo y tenían más tiempo, así que aceptaron trabajar conmigo. Por otro lado había buenas noticias, a Zach lo estaban persiguiendo y la rusa siempre alegaba que debía ser difícil para él ni siquiera poder correr de sus problemas, pero acompañaba esas declaraciones con la misma sonrisa como si no le hubiese disparado en ambas piernas y fuera la responsable de que no pudiera caminar. Pero la verdad es que la noticia de que estábamos a salvo nos tranquilizó.

Mateo fue quien nos dijo que habían descubierto una red de prostitución que traía chicas de bajos recursos de sur América para ponerlas a trabajar como esclavas sexuales de los grandes magnates.

Kira vivía al lado de nosotras, la rusa no permitió que viviera en la misma casa, ni aunque sobraran habitaciones. La amistad entre ambas fluía lento, la rusa se sentía incómoda en su presencia. Nunca se desnudaba, al contrario, odiaba que Kira la mirara sin ropa, y un día me lo dijo:

-Yo no sufrí por Zach. Sufrí porque la única amiga que tuve decidió enamorarse de mí. Sufrí porque utilizó mi adicción al sexo para llevarme a fiestas extremas, para verme cogiendo con otros y pensé que era normal, éramos amigas, las dos éramos mujeres, nunca hubiese imaginado que detrás de eso, ella estaría viendo mis videos y viéndome a mí, de esa forma. ¿No podía amar a alguien más?

-No escogemos de quien enamorarnos, pero aunque no le correspondiste te protegió de ese psicópata.

-Y estoy agradecida, pero no se lo pedí -respondió con dureza-. No debemos hacer nada por nadie si el día de mañana eso será una condición para que respondamos de la misma manera, ¿no crees?, ¿o ahora yo estoy obligada a darle un amor que no siento solo por lo que hizo? Porque parece que es así y no es lo que quiero, aunque ella me ayudó no puedo hacerlo.

-Y pude ver en sus ojos lo que estaba ocurriendo.
Una parte de Ksenya se sentía en deuda y pensaba que la forma en la que Kira querría el agradecimiento era con una relación sentimental.

-Lo que estás haciendo, la terapia, la casa, la seguridad y cuidar a su familia, eso es más que suficiente. No tienes que hacer nada que no quieras, ¿lo sabes?

-Ese es el problema, que si fuera por mí, si de verdad me gustaran las mujeres, hubiese escogido amarla por todo lo que hizo por mí, pero no puedo -agregó y pude ver la frustración en su mirada, en sus facciones, en el tono de su voz-. No siento nada más que un cariño de amigas, nunca hubo más.

-No tiene que ser nada más.

-Es incómodo saber que alguien que era tu amiga ahora te ame. Yo no quería eso.

-Es tu culpa ser tan encantadora -intenté cortar la tensión.

-Espero que a ti no te pase, Sophia -dijo Ksenya frenando en seco nuestro entrenamiento.

Ella nunca era la primera que se detenía.

-¿Que no me pase qué? -respondí aunque sabía a qué se refería.

-Que mi encanto te haga dudar -Y allí, la vi liberar la tensión para sonreírme-. ¡Concéntrate, Pierce! La vida no te espera, mueve tus piernas y trata de seguirme el ritmo, pareces una anciana.

Y así pasando de una emoción a otra, la vi correr dejándome atrás porque a último minuto decidió que nuestro entrenamiento no había culminado.

Ese día recordé lo mucho que me costó confesarle a Noah que no estaba enamorada. Incluso antes de conocer a Julie, intenté convencerme que era mi persona especial, para no aceptar que nos necesitábamos, que él podía quedarse siendo mi amigo, pero que no era las mariposas en mi estómago, los fuegos artificiales, el cosmos en cada caricia, ni las estrellas en sus ojos.

Yo quería una amistad que él no podía darme. Así como Ksenya quería lo mismo con Kira y tampoco sucedería.

Muchas parejas pasan su vida engañándose por miedo a entender que hay muchas clases de amor y unas, después de ser amor se convierten en amistad, pero otras nacen siendo amistad y se convierten en amor. Lo triste es cuando sucede en una sola persona. Piensan que solo pierde aquel que no es correspondido, pero la otra persona, en ese mismo instante, también está perdiendo a un amigo.

Después del entrenamiento fuimos a cenar en casa de la madre de Ksenya. También estaba Kira, como de costumbre, y aunque nosotras estábamos sudadas del entrenamiento, no pudo evitar su típico comentario.

-Ksenya está hermosa hoy -dijo hacia mí viendo a la rusa jugar con su hermanita.

-Ksenya siempre está hermosa -respondí con antipatía.

¿No podía dejar de hacerla sentir incómoda y entender que no era correspondida?

Kira se levantó del sofá y prendió un cigarrillo, no volvió a dirigirme la palabra en todo el día, y pasó el resto de la noche jugando con Ksenya y mis hermanos un juego de mesa. Las dos eran fanáticas y hacían equipo contra Jesús y Leo. Kira no dejaba de abrazarla cada vez que acertaban y aunque la rusa me invitó a jugar en varias ocasiones, no acepté en ninguna de ellas.

Hasta que decidí que estaba perdiendo mi tiempo, cuando podía estar pintando. Aún así esperé a que terminaran y cuando por fin decidimos irnos, la rusa comenzó a molestarme. Me bajaba la capucha de mi sweater tapándome la cara en el recorrido de la casa al carro. Le dije amablemente que no, pero seguía como si su mayor pasatiempo fuese molestarme.

-Amargada.

-¿Puedes dejarme tranquila?

-No es mi culpa que otra vez el despecho te tenga el ánimo como una mierda, y no tienes que pagarla conmigo -me respondió molesta.

-No asumas lo que no sabes y tienes la culpa de joderme a cada instante. Concéntrate en tus cosas y en las personas a las que sí les fascinan tus estúpidos juegos.

-Jódete, Sophia, eres una inmadura.

-Ah, disculpe, señora que tiene muchos más años que yo y juega con mi sweater como si tuviera cinco.

-¡Porque corre por mi cuerpo la sangre de la juventud eterna! En la tuya corre la de una vieja que preferiría pasar su vida tirandose pedos en el sofá y tomando café y por supuesto, pintando. No puede faltar el cuadro, lo único que te importa.

-Y lo que a ti más te gusta de mí, ¿o me vas a decir que no te encanta verme pintar? -pregunté arrinconándola con mis brazos, contra el carro.

-Me encanta ver cómo te tiras peos mientras haces tus obras de arte.

-¡Nunca me tiro peos!

-No puedes saberlo, estás tan concentrada en el elixir de la constelación: i d i o t a, que no te das cuenta. ¡Pedorra!

Y me dedicó su media sonrisa, guiñándome el ojo para luego pasar por debajo de mi brazo y entrar al carro.

-Puedes irte en el otro carro -intervino Mateo-. Es mejor que se den un espacio.

-¡NO! -dijimos al unísono Ksenya y yo.

Y ella me haló de la chaqueta (sabiendo que me molestaba) para hacerme entrar al carro. Como si pensaba que pudiese irme con sus otros escoltas. Pero eso no iba a pasar.

-No permitas que te hable así y se exprese de esa forma, eres su jefa -dijo Mateo, mirándonos a ambas.

Su voz sonaba molesta, casi indignada y un significativo gesto arrugó su entrecejo.

-Yo decidiré cómo permito que me hable -cortó Ksenya con una sonrisa altiva-. Retírate al otro carro.

La orden de Ksenya quedó en el aire y Mateo asintió en silencio, obedeciendo.

Una vez arrancamos se recostó de la ventana, pero el camino era largo de casa de su madre a la nuestra. Terminó por quedarse dormida sobre mis piernas. Era loco cómo podía ser tan exigente y atemorizante con el resto, pero conmigo... sacaba una parte infantil.

Terminé riéndome de nuestra discusión, de cómo me sacó de quicio y de cómo nuestras discusiones nunca trascendían a más de diez minutos. Se movió entre mis piernas sin dormida y aunque pedí que bajaran el aire acondicionado, estaba fría. Me quité la chaqueta para cubrirla y ella se acomodó más, acunando su cabeza en mi abdomen.

-Gracias... pedorra -dijo entre dormida.

La había despertado con el movimiento de quitarme el sweater, pero aún más dormida que despierta, conseguía la fuerza para seguir fastidiándome.

Nota de autor:

1. ¿Parte favorita?
2. Personaje favorito del capítulo
3. Personaje que no soportaron

Los leo y los quiero. Gracias por tanto amor a este libro. Quiero saber qué piensan de este capítulo.

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