Un lugar olvidado (COMPLETA)

By SILVIADEFALCO6

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Una sospechosa muerte ocurre en un pueblo del sur de Córdoba... Bruno Altamirano será el investigador asigna... More

El comienzo...
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 28
CAPÍTULO 29
CAPÍTULO 30
CAPÍTULO 31
CAPÍTULO 32
CAPÍTULO 33
CAPÍTULO 34
CAPÍTULO 35
CAPÍTULO 36
CAPÍTULO 37
CAPÍTULO 38
CAPÍTULO 39
CAPÍTULO 40
CAPÍTULO 41
CAPÍTULO 42
CAPÍTULO 43
CAPÍTULO 44
CAPÍTULO 45
CAPÍTULO 46
CAPÍTULO 47
CAPÍTULO 48
CAPÍTULO 49
CAPÍTULO 50
CAPÍTULO 51
CAPÍTULO 52
CAPÍTULO 53
CAPÍTULO 54
CAPÍTULO 55
CAPÍTULO 56
CAPÍTULO 57
CAPÍTULO 58
CAPÍTULO 59
CAPÍTULO 60
CAPÍTULO 61
CAPÍTULO 62
CAPÍTULO 63
CAPÍTULO 64
CAPÍTULO 65
CAPÍTULO 66
CAPÍTULO 67
CAPÍTULO 68
CAPÍTULO 69
CAPÍTULO 70
CAPÍTULO 71
CAPÍTULO 72
CAPÍTULO 73
CAPÍTULO 74
CAPITULO 75
CAPÍTULO 76
CAPÍTULO 77
CAPÍTULO 78
CAPÍTULO 79
CAPÍTULO 80: EPÍLOGO FINAL

CAPÍTULO 9

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By SILVIADEFALCO6

Bruno

De regreso a la cabaña no dejo de pensar en Julián.

Estoy seguro que estuvo en el puente con su padre antes de que saltara o fuera empujado al vacío.

Necesito hablar con él.

Mañana será el entierro de Evaristo, esta misma noche lo están velando en la casa.

Debí preguntarle a Trinidad como llegar a la hacienda del difunto, de esa manera podría haberlo interrogado.

Los últimos rayos de sol contornean el horizonte, son cerca de las ocho.

Tendré que postergar mi interrogatorio para mañana, después del entierro del cuerpo de Contreras.

En media hora más, Pilar tendría lista la cena, lo que me daba el tiempo justo de darme una ducha y presentarme con puntualidad.

El olor a comida casera hace rugir mi estómago.

—Buenas noches— dice la mujer cuando me ve aparecer en la cocina—. ¿Qué tal la ducha?

— Perfecta. Todo en la cabaña está perfecto.

— Espero tengas apetito, porque hice mucha comida.

— Muero de hambre— confieso sin vergüenza.

Hace desde medio día que no he probado bocado.

— Siéntate y te serviré.

La carne al horno con papas que Pilar había cocinado se parecía a los sabrosos platos caseros que mi madre solía hacer para las fiestas de fin de año. Estaba delicioso.

Devoré con gusto dos platos repletos, ante la mirada asombrada de mi hospedadora.

— Veo que eres muy buen comer.

— Estaba riquísimo todo—respondí mientras limpiaba mi rostro con una servilleta a cuadros roja y blanca.

— Me alegro que te gustara. ¿Quisieras alguna fruta? ¿O un pedazo de pastel de manzanas? —preguntó mientras levantaba los platos de la mesa.

Me hubiera comido la fruta y el pastel de manzana también, pero no quise abusar de la hospitalidad de Pilar, así que solo tomé una banana y me fui a la cabaña.

Quería revisar las fotos de manera más detallada.

Debía admitir que Trinidad había hecho un excelente trabajo, cubriendo todas las áreas del puente y las huellas tanto de neumáticos como calzados de personas.

La madrugada me sorprendió repasando una por una las imágenes y realizando anotaciones en mi cuaderno.

Los ojos me ardían de tanto mirar la pantalla.

Al estar tan metido en mi trabajo, había ignorado el profundo silencio que envolvía todo el lugar.

Estiré mis brazos mientras un bostezo salía de mi boca.

Eran las tres y media cuando apagué mi ordenador y me dispuse a dormir.

Sonreí ante el pensamiento de que esa mañana anterior al despertar en mi rutina diaria, jamás imaginé que horas más tarde terminaría a 300 km de distancia, en un solitario pueblo y por dos largos meses.

Así de improbable y variante es la vida de un detective.

Salí del baño y corrí las frazadas que cubrían la cama.

Un suave y delicado perfume inundó mis fosas nasales.

Pilar estaba en cada detalle.

Su cabaña era mejor que cualquiera de los hoteles donde había parado en toda mi vida. Aun de los de varias estrellas.

Todo aquí es cálido, armonioso, transmite tranquilidad y paz. Es como una invitación a olvidarse de las preocupaciones y la locura de la ciudad.

A lo lejos puedo escuchar el sonido del río, como un murmullo lejano, también algunos insectos y animales.

Todo es tan diferente a mi pequeño y ruidoso departamento.

Aunque resulta absurdo, debo confesar que extraño los motores de los vehículos que transitaban durante las 24 horas por la avenida Colón, ese ruido propio del centro de la ciudad que ya se ha hecho parte de mí.

Di un par de vueltas en la cama hasta que un caí rendido en un profundo sueño.

Había sido un día estresante y agotador y mi cuerpo me estaba pasando factura.

Cuando sonó la alarma del celular, tuve la sensación de no haber dormido ni una hora.

Aún me sentía cansado.

Debía asistir al entierro de Contreras y avanzar en la investigación.

Interrogar a doña Catalina y Julián era una de mis prioridades.

Sin dejarme vencer por el sueño, me senté en la cama y obligué a mi cuerpo a ponerse en marcha.

Pilar tenía listo el desayuno sobre la mesa.

Parecía haber escuchado mi alarma desde la casa.

—Buenos días Bruno. ¿Descansaste bien?

—Muy bien, gracias.

—¿Café?

—Sí, por favor.

Unas rodajas de pan casero y mermelada de fresa le dieron a mi casado cuerpo la energía que necesitaba para comenzar el día.

— La hacienda de los Contreras... ¿Cómo hago para llegar?

— ¿Asistirás al sepelio?

— Es parte de la investigación.

— Creo que deberías respetar el dolor de la familia— sugirió Pilar con seriedad—, tu presencia solo complicará y alterará más los ánimos. Si quieres que ellos colaboren y respondan a tus preguntas, será mejor que esperes hasta después del entierro.

La mujer tenía razón.

No conocía a nadie en el pueblo y nada tenía que ver con la víctima o su familia. Ellos acababan de perder a alguien que amaban. Nadie colaboraría conmigo en un momento así.

—Tiene razón, quizás no sea conveniente...

—Te aseguro que no lo es— afirmó con seriedad—. Puedes aprovechar el tiempo libre y recorrer un poco los hermosos paisajes de Alpa—agrega mientras me sirve otro poco de café—. Este lugar tiene tanta belleza que conquista y atrapa el corazón. Cuando 50 años atrás llegamos con Rogelio, solo veníamos de paso, a tomar unos días de descanso. Esos días se transformaron en meses y años... hasta que decidimos que este era nuestro hogar.

» Rogelio amaba cada árbol, cada piedra del río, la cañada, las cascadas y montañas. Este lugar es especial... sería bueno que conocieras nuestro pueblo, sus paisajes y su gente.

Sabía que Pilar trataba de entretenerme durante el funeral para que respetara a la familia y las tradiciones de este lugar. Su consejo era razonable, y aunque moría de ganas por presentarme ante la familia del difunto y confrontar a Julián con mis preguntas, preferí cambiar mis planes originales y dar un recorrido por el pueblo,

—¿Qué lugar me recomienda conocer primero?

—Puedes ir por la costanera del río, encontrarás playas hermosas, remansos de agua... si continuas el camino te llevará directo a los pinares.

—Bien. Espero no perderme.

Pilar sonrió divertida.

—Si lo haces, enciende una fogata y no te muevas, el grupo de rescate llegará en unas horas.

La mire incrédulo de su respuesta.

—¡Era una broma! — afirmó ante mi seriedad— no puedes perderte cuando hay un solo camino principal de ida y vuelta.

Terminé el sabroso desayuno, me despedí de Pilar hasta el mediodía.

Subí a mi auto y me dispuse a dar mi primera vuelta de reconocimiento.

Las calles del pueblo estaban desiertas.

Imaginé que, como buenos vecinos, la mayoría estaría en el velatorio de Contreras.

Kilómetros más adelante, me detuve cerca de una gran playa de arena junto al río y me dispuse a caminar.

El sol tibio de la mañana brillaba con intensidad sobre las cristalinas aguas en movimiento.

Mis pies se enterraron en la arena al acercarme al agua.

La paz y tranquilidad de aquel pedazo de tierra se metía por los poros de mi piel produciendo una sensación extraña pero agradable.

Respiré profundo ese aire puro y cargado de diversas fragancias.

Debía reconocer que allí parado en medio de aquel paisaje se podía sentir la presencia de un ser superior, alguien había puesto especial detalle en cada piedra, en cada árbol, en la forma de pincelar las nubes en el cielo, en todo.

No podía creer que el necio corazón humano creyera que todo se había creado por medio de una explosión cósmica.

Mirando cada detalle de esa maravillosa creación uno no podía negar la mano de Dios.

Ni yo, que había decidido voluntariamente dejar de creer.

En realidad, mi conflicto era diferente.

Sabía que Dios era real. No me atrevía a negar su existencia.

Lo mío era peor. Yo cuestionaba a Dios.

Estaba enojado con Dios.

Quería que Dios destruyera el mal y aniquilara a todos los ladrones, asesinos y mafiosos del mundo de una vez por todas.

Contemplando la maravillosa creación, sabía que Dios tenía el poder para hacer eso y mucho más, y me causaba impotencia y frustración ver la maldad triunfar y arrasar con las vidas de tantos inocentes... y Dios sin hacer nada.

Levanté la mirada al cielo.

Hacía tanto que no hablaba con Dios.

Antes por lo menos me enojaba y le reclamaba, pero desde hacía unos años, había optado por ignorar su presencia o existencia.

—Tú sabes qué pasó con Contreras, ¿verdad? —digo hablando solo, aunque sé que hay alguien que escucha mis palabras— ¿Vas a dejar que el asesino siga libre? ¿Acaso no eres justo? —reproché— no puedo entenderte. De verdad quisiera...pero no puedo.



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