Almas de cristal

By leezluntz

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Cualquier acto atroz te condena a la destrucción, y enamorarse puede ser letal. Conoce el mundo donde mueren... More

|| Sinopsis y mundo
|| Guía de personajes + Nota de autora
Primera parte
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Cinco
Seis
Siete
Ocho
Nueve
Diez
Once
Doce
Trece
Catorce
Quince
Segunda parte
Dieciséis
Diecisiete
Dieciocho
Diecinueve
Veinte
Veintiuno
Veintidós
Veintitrés
Veinticuatro
Veinticinco
Veintiséis
Veintisiete
Veintiocho
Veintinueve
Treinta
Treinta y uno
Treinta y dos
Treinta y tres
Treinta y cuatro
Treinta y cinco
Treinta y seis
Treinta y siete
Treinta y ocho
Extra
Tercera parte
Treinta y nueve
Cuarenta
Cuarenta y uno
Cuarenta y tres
Cuarenta y cuatro
Cuarenta y cinco
Cuarenta y seis
Cuarenta y siete
Cuarenta y ocho
Cuarenta y nueve
Cincuenta
Epílogo
Nota de autora
Extra II
Extra III
¡Especial 100k! (Pt. 1)
Especial 100k (Pt. 2)
Especial 100k (Pt. 3)
Especial 100k (Pt. 4)
Especial 100k (Pt. FINAL)
Especial de San Valentín 2024

Cuarenta y dos

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By leezluntz

La flota de Wækas había cruzado el océano septentrional hasta detenerse al encontrar la que debía ser la flota enemiga de Gewër, en su mayoría, compuesta de galeras llevadas a remos, y con muy pocos cañones en sus proas.

Según lo que Wayra podía observar desde su catalejo, casi podía sentir lástima por todos los soldados que solo cumplían órdenes y eran arrastrados a una muerte muy segura, porque la ventaja les pertenecía indudablemente a ellos.

Desde su posición, Marseus notó igual, y pensó si en verdad estaba tan cerca de cobrar su venganza, y con tanto éxito. No iba a negar que fue todo, menos fácil, y aun así, ese momento era demasiado irreal para él.

Real o no, no daría marcha atrás, e incluso con la ventaja, no mostraría piedad.

—¿Órdenes, capitán? —preguntó Nashi a su lado con su seriedad habitual, mas, su mejor amigo lo conocía lo suficiente para saber que estaba tan ansioso como él y todos sus compañeros de reclamar la victoria que se merecían.

—Aguarden... —Marseus masculló entre dientes, sonriendo al ver a la flota enemiga avanzar hacia ellos.

Se dirigió a la proa cuanto antes, llegando al lado de Lyn. Por ese pequeño instante, su mirada fue mucho más dulce, y aunque no quería presionarlo, más que nunca, moría de ganas de ver todo lo que era capaz de hacer.

—Dime, ¿estás listo?

El pelirrojo soltó una risa seca, y no quitó la mirada de sus enemigos tampoco.

—No tienes que preguntarlo.

Cualquier miedo e inseguridad en él había desaparecido, y en ese momento, solo tenía la seguridad de que era capaz de todo por su reino, tal como siempre prometió.

Marseus se percató de que en la proa de una de las galeras enemigas se encontraba quien debía ser el Rey de Gewër, lo cual en principio lo sorprendió bastante. No lo creyó capaz de dar la cara en la batalla por su pueblo, de la misma manera en que se había escondido durante aquella lejana incursión donde fueron derrotados.

Aunque esperaba atrapar a Cælum, no negaría la recompensa de humillar al rey que permitió una guerra innecesaria.

—¿Realmente están aquí para defender a un rey que no ha hecho nada por ustedes? —inquirió en alto hacia sus enemigos, alzando un poco el mentón sin poder evitar mirarlos con lástima.

No obstante, Ahree de Gewër permaneció imperturbable, con expresión fría.

—Estamos aquí para defender nuestra nación de ustedes una vez más.

Al instante, el Rey de Wækas enserió la mirada y chasqueó la lengua.

—No quieres saber cómo sería una invasión real... —murmuró entre dientes. Pretendía dar cierto aire de diplomacia, por lo que no le convenía pronunciar esas palabras en alto—. No hay necesidad de un enfrentamiento entre nosotros —anunció de repente, llamando incluso la atención de los soldados de Gewër—. Tan solo pedimos la disculpa que nuestro reino merece, y desde luego, el precio que deben pagar por nuestro perdón...

Acabó esbozando una sonrisita maliciosa, consciente de que el Reino de la Arena jamás aceptaría aquellos términos, y se dirigió una vez más a sus enemigos:

—No seré el primero en atacar. Considérenlo mi última muestra de piedad.

Desde el Corvus, Ch'aska alcanzó a oír la declaración de su rey, y pese a lo amenazante que sonaba, quiso pedirle a Marseus que replanteara sus últimas palabras, puesto que aunque llevaban la ventaja, no podían darse el lujo de recibir un ataque frontal por mera cortesía.

Leo, que observaba a sus enemigos a través de la mira de su fusil, se dirigió a su matelot para conseguir que mantuviera la calma.

—Confía en el capitán, ¿sí? —le pidió, suave.

Ch'aska resopló.

—Es tan difícil últimamente...

Aprovechó para acercarse más a Leo, y tomar prestado su fusil, y también probar el aumento de la mira.

—No es tan bueno como el catalejo de Wayra... —murmuró bajito el inventor, nervioso ante la posible crítica, pero Ch'aska se sorprendió bastante.

—En realidad, es muy buena. ¿Qué tal el alcance? ¿Has hecho más?

El chico castaño negó con la cabeza.

—Aún es un prototipo, y qué mejor momento para probarlo...

El navegante sonrió un poquito, y aunque no era momento, aprovechó que Leo estaba agachado con su arma para poder dejar un pequeñísimo beso sobre su cabeza.

—Sigue así.

Ahree de Gewër analizó las palabras de su enemigo, seguro del precio que costaría su perdón.

Su vida, y tal vez, la de Cælum.

No lo habría dudado tanto si solo se trataba de él, pero aún quería a Cælum, y se rehusaba a la idea de que le hicieran daño.

¿Era amor, o solo sentía que estaba en deuda con él después de todas las veces que él lo protegió? Lo que fuera, de algún modo, pesaba más que las vidas del reino al que le debía protección.

Se dio cuenta de que ya no tenía más tiempo para divagar, y se dirigió a sus soldados, con una mirada fría.

Por una sola vez —y tal vez, la última—, debía ser el rey.

—Preparen las ballestas —decidió, y su mandato no tardó en ser llevada a la primera línea de la flota. Alzó su mano a punto de ordenar su ataque, consciente de que a la distancia, Marseus de Wækas lo miraba con un aire de decepción. No pudo sentir detestarlo más por ello, ya que sin importar sus equivocaciones, no tenía derecho alguno a señalarle cómo debía reinar.

Desde luego, Marseus mantuvo su promesa, y pidió a su flota aguardar, a pesar de lo mucho que sus compañeros querían negarse a ello.

Antes de que Ahree soltara la orden de ataque, a Lyn solo se bastó apretar su mano y en las cubiertas de las naves enemigas surgieron cadenas de cristal que se aferraban a los mástiles de cada una de estas naves.

Lyn apretó su puño con más fuerza, sin dar tiempo a sus enemigos de reaccionar, y las cadenas presionaron más los mástiles hasta conseguir quebrarlos.

El desastre que provocó con la caída de estos y las velas fue inminente, y los soldados de Gewër tenían que ocuparse de aquello cuanto antes.

Ahree miró hacia Marseus conteniendo la rabia por su mentira, mas este solo le dedicó una sonrisa burlona en respuesta.

—Desde luego, mi promesa no compete al Reino de Wölcenn —explicó, ladeando la cabeza en dirección a Lyn. Quería dejar en claro que la alianza entre ambos reinos no podía ser más real, y que también Lyn podía exigir sus propios términos.

El Rey de Gewër notó que el pelirrojo tenía su mirada más intimidante sobre él, a pesar de que guardaba silencio.

No obstante, Lyn sonrió un poquito al notar que lo había afectado tanto, porque aquello era solo el comienzo, y exhaló un suspiro antes de llevar su cabello hacia atrás con su mano.

—¿Podría seguir siendo el Rey de Wölcenn si no fuera capaz de hacer algo tan simple? —inquirió en alto, con el orgullo que lo caracterizaba.

Aún sorprendido por la manera tan precisa en la que el Rey de Wölcenn había neutralizado la amenaza, desde su fragata, Ch'aska giró los ojos al tiempo en que soltaba una risa áspera.

—Odio admitirlo, pero ese idiota sí resultó ser útil...

—No sabes lo mucho que te estoy adorando en este momento... —murmuró Marseus antes de dar vuelta para dirigirse a su primer oficial y tripulantes, pues no debían perder la oportunidad de seguir atacando.

Lo dijo de manera discreta, ya que no quería que Ahree de Gewër se diera cuenta de que la especial cercanía que tenía con Lyn, era otra de sus ventajas, ya que no mantenían tan solo una alianza política.

Nervioso en un instante, Lyn no supo qué responder. A pesar de la seguridad que mostraba, en su mente, se repitió una y otra vez que pudo haberlo hecho mejor. Quiso seguir a Marseus y demostrar que podía ayudar más, pero pensó que lo mejor era que ambos se centraran en sus respectivos trabajos.

—Bajen las velas, nos dirigiremos hacia la flota enemiga a toda velocidad. Preparen los cañones ahora mismo —ordenó Marseus con su voz más fría mientras se dirigía al timón de su nave para tomar el control de esta, y miró hacia sus soldados una vez más—. Pretendo causar el menor daño posible porque cada uno de ustedes me importan, así que no se dejen llevar y solo cumplan con su trabajo —declaró en alto, y buscó con la mirada a Lyn—. Su Majestad, espero que pueda ayudarme a reducir los daños en nuestros enemigos...

Lyn no tenía que recordar la mayor ley y el precio de esta al ser rota. Era la razón por la que, incluso si se tratara de sus enemigos, no podía estar más de acuerdo con Marseus en que debían reducirse los daño, y no dejarse llevar por el sentimiento del instante.

Asintió enseguida.

—Sí, Majestad.

Le siguió el resto de la tripulación del Tritón mientras llevaban a cabo la orden de su capitán.

Marseus sonrió ante la respuesta por un pequeño instante, pero no había tiempo que perder.

—¿Los cañones de la proa están preparados ya?

—¡Sí, capitán!

Ante la afirmativa, Marseus podía estar seguro de que era igual con el resto de la primera línea de su flota, y no tardó en bajar su mano con firmeza.

—¡Fuego!

Su orden fue ejecutada al instante, y el sonido de los cañones de las seis naves principales de la flota disparando casi a la vez fue de lo más ensordecedor.

Incluso si Lyn deseaba permanecer imperturbable, no pudo evitar sobresaltarse ante el ruido, y menos, al ver cómo las balas penetraban en las naves enemigas, reduciendo partes importantes a solo añicos.

Marseus giró a toda velocidad el timón hacia estribor, evitando chocar contra una de las galeras que recibía el impacto de su ataque, pero el solo roce del Tritón —mucho más grande e imponente— fue fatal, y debido a la cercanía, poco podía hacer los soldados de Gewër para responder al ataque, además de defenderse.

No obstante, faltaba lo peor.

—¡Prepárense para el abordaje! —anunció el capitán, antes de que los arpones fueran disparados contra la nave que abordarían.

Dejó el timón, y se acercó a un Lyn que todavía estaba muy confundido acerca del papel que debía cumplir.

Su mano se aferraba con fuerza a su daga, pero sabía que temblaba. No lo hacía porque pretendiera usarla, aunque sea para defenderse, pero el solo tenerla en su mano le hacía sentir la seguridad que ansiaba en ese momento.

Sin embargo, no era suficiente.

Lo que más odiaba el Rey de Wölcenn, era titubear, y vaya que ya lo había hecho muchas veces, dando pie a sus mayores errores, pero no conseguía reaccionar, por más que se lo pedía a sí mismo.

Solo cuando sintió su mano en su cintura, creyó que podía recuperar la respiración, y poco a poco, todos sus sentidos volvían a la normalidad, dejándole reconocer el panorama, y responder bien ante las circunstancias. Lo primero que necesitaba, era mirar a sus ojos. Era más que suficiente, para saber que iba a estar bien.

—¿Estás listo?

—Confieso que no... —admitió Lyn, aún tembloroso.

Marseus sonrió un poco ante la respuesta, pero muy en el fondo, se sentía culpable, y deseaba darle todo el tiempo y cuidado para que pudiera asimilar el suceso, mas ya era muy tarde, y tenían que actuar.

—Solo sujétate de mí. El resto lo sabes hacer más que bien —le prometió.

Una vez más, Lyn pensó que si estaba junto a Marseus, podía lograrlo.

Un poco tímido, acató la orden, y se aferró a él, pero en cuanto el capitán cortó la soga que los impulsaría para conseguir saltar hacia la galera enemiga, supo que tenía que sujetarse a él con mayor fuerza.

De vuelta al suelo, recobró la respiración, y cuando Marseus lo soltó, supo que tenía un trabajo que cumplir.

Lyn no podría salvar cada vida enemiga, lo sabía bien, pero daría su mayor esfuerzo en impedir que se lastimaran, o que cayeran al mar.

El Rey de Wækas, en cambio, buscaba a aquel que también tenía el peso de la corona de su reino en sí mismo. Incluso si había fantaseado durante tanto tiempo con la idea de una venganza, quería demostrar que no era como Ahree. Era la manera en la que podría acabar con todo eso más rápido, y evitar más daños colaterales.

No obstante, además de los soldados de Gewër, en aquel momento, Zéphyrine y Galathéia eran daños colaterales también.

Incluso si no entendían nada de lo que sucedía afuera de la nave en la que se encontraban, tenían muy claro lo grave que era el que uno de los cañones impactara justo cerca de su zona, destruyendo parte del estribor.

Aunque temían la idea de que el ataque se repitiera y les diera a ellas, tenían un problema mucho peor, y era el agua de mar que ingresaba a través de las grietas.

«Ay, no...», fue lo primero que pensó Zéphyrine, volteando enseguida hacia Galathéia.

—Hay que salir de aquí ahora —decidió, pero se detuvo al temer el daño que podría causarle a la guardiana el solo tocar el agua. No sabía cómo debía funcionar las debilidades propias de los seres de cristal que no eran como ella, pero prefería evitar que Galathéia se lastimara—. ¡Súbete encima de eso! —Señaló uno de los sacos, y entre tanto, se dirigió a la puerta de la bodega para abrirla, pero no tardó en darse cuenta de que estaba asegurada.

Aun así, en medio del clamor de la guerra, quiso creer que si golpeaba, alguien podría escuchar, hasta que se rindió.

Entre suspiros, trató de mantener la calma que de por sí le escaseaba, y regresó hacia Galathéia, a pesar de que caminar entre el agua dificultaba más sus pasos.

—¡Préstame tu arma! —le pidió, pero la guardiana miraba fijamente el agua con miedo, y a la vez, incertidumbre.

Siempre supo que era la más débil de sus compañeros, y que en una situación de riesgo, sería de las primeras en caer. No obstante, le sorprendía la idea de que así era como se terminaría todo para ella.

Atrapada, en medio de una de sus debilidades más naturales.

Atrapada, y sin siquiera haber conseguido hacer algo por su reino, o por la chica que quería.

Atrapada, y sin oportunidad de despedirse.

—¡Galathéia! —insistió la bruja una vez más, desesperada. Intentaba controlar su respiración, pero sus latidos eran cada vez más fuertes y veloces, en respuesta al temor que la invadía.

Era el hecho de que a pesar de haber nacido en el Reino de las nubes, y elegir al de la Arena, el agua ya cubría sus talones, y sin embargo, nada le sucedía. Era enfrentarse al hecho de que si no lo resolvía pronto, Galathéia moriría sin que pudiera hacer nada más que ver.

No podía culparla si no respondía ante el miedo, aunque solo aumentaba su desesperación.

Pensó que la situación no podía ser peor, hasta que sintieron el impacto de algo mucho peor que balas de cañones, y era alguna nave de Wækas estrellándose a propósito contra la galera para abordarla, provocando que empeorara el daño en las bodegas.

Debido al empuje, ambas cayeron, y mientras Zéphyrine trataba de reponerse para ir por Galathéia, al mismo tiempo creó un pequeño tornado con la idea de que filtrara el agua para así disminuirla.

Era inútil, el nivel del agua se había elevado bastante, y aunque había amortiguado su caída, el cuerpo de Galathéia no tardó en reaccionar ante la sal.

Creyó que no debía hacerle daño. Ya había caído al océano una vez, y a pesar de no recordarlo, sobrevivió.

No obstante, en esta ocasión fue de lo más distinto. Aunque su piel aún se veía intacta, sentía quemarse de manera insoportable.

Trató de levantarse, pero se resbaló una vez más, hasta que Zéphyrine la sostuvo en sus brazos.

—Te sacaré de aquí, te lo prometo... —murmuró, más como una promesa que quería hacerse a sí misma para que el miedo no se la tragara viva. Consiguió la daga que la guardiana llevaba, y aunque estaba inconsciente debido al dolor y la muerte que le esperaba, con sumo cuidado, Zéphyrine tomó su rostro entre sus manos—. No voy a dejarte sola...

Por más rápida que quisiera ser, se odiaba por tener que dejarla para intentar abrir la bodega una vez más, y a pesar de tener la afilada arma de Galathéia, la salida seguía sin responder.

«No, no, no, no...»

Tal vez era porque ya había caído hacia el agua, que no se percató hasta aquel momento de que el sabor salado que bajaba por sus mejillas hasta sus labios, eran sus propias lágrimas. Dejó caer la daga, y procedió a golpear la puerta repetidas veces, casi sin fuerzas, porque aunque quería romper a llorar, no se iba a permitir rendirse hasta el último instante.

Y todavía no había perdido las esperanzas cuando la puerta de repente empezó a ser golpeada desde el otro lado, hasta ser derrumbada, y a pesar de que el primer contacto con sus salvadores, fue ser apuntada por un largo rifle, la bruja no pudo evitar sonreír, y apartó el arma con su brazo, antes de jalar al chico con evidente apariencia de ser de Wækas hacia ella.

—¡Salvamos a tu amiga Andrómeda en Gewër, así que nos deben una en este instante!

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