Epílogo

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La brisa helada revolvía su cabello una vez más, sin que aquello le incomodara

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La brisa helada revolvía su cabello una vez más, sin que aquello le incomodara.

Ya había revisado su brújula, e hizo los vínculos necesarios con su reino para asegurarse de que estaba en la dirección correcta, pero aquello no era suficiente para detener la manera tan apresurada en que latía su corazón con cada instante que pasaba, y se hacía nuevas preguntas. Algunas eran buenas; quería saber cómo de lindo iba a verse, y a qué tipo de flor olería en aquella ocasión.

Y otras preguntas las quería evitar al instante, pero eran las que más insistían en su mente, y algo se revolvía dentro suyo en cuanto les hacía caso.

¿Y si se arrepentía y lo dejaba solo? No sería la primera vez...

¿Y si llegaba tan solo para decirle que aquello no iba a funcionar?

Tenía que admitir que era un verdadero peligro estar tan enamorado, y sin embargo, cada vez que pensaba en él, podía asegurar con total certeza que no se arrepentía de nada. Era capaz de repetirlo todo, desde el principio, hasta ese preciso momento sin cambiar ni un detalle, y crear muchos momentos más.

Después de todo, aquello no era más que un nuevo inicio.

Aun así...

No.

Sacudió la cabeza, y prefirió concentrar su mirada más en el océano, que en las nubes, y soltó un pesado suspiro.

Se mantuvo cabizbajo mientras se apoyaba en la baranda del mirador y cerraba los ojos. Necesitaba pensar en algo distinto para que la impaciencia no lo consumiera.

Confiaba en él.

Quizás se distrajo tanto, que al escuchar un corto y tímido carraspeo, no pudo evitar sobresaltarse, y justo cuando creía que su corazón no podía ir más rápido y fuerte, allí tenía al causante de todo.

—¿Te hice esperar mucho...? —preguntó Lyn con la voz temblorosa, sin dejar de acariciar al búho que lo ayudó a llegar a la isla en un intento de calmar los nervios.

Durante todo el viaje temió que Marseus cambiara de opinión respecto a todo, y que dijera que era una mala idea antes de que siquiera, pudieran intentarlo en realidad.

Sin embargo, aunque estaba muerto de ansiedad, trató de verse lo más normal posible, y en pasos largos se acercó a él, que parecía que había enmudecido por la sorpresa.

—Lo siento de verdad. Astrea es muy novato aún y al parecer, le daba miedo la idea de volver a Wækas, así que me costó manejarlo...

Y el capitán se dio cuenta de que no tenía que decir nada, en realidad.

Atrapó la cintura del chico entre sus manos para atraerlo más a sí mismo, y en menos de un parpadeo, se encontraba presionando sus labios con una suavidad aún temerosa, como si solo quisiera confirmarse a sí mismo de que no estaba soñando.

Sorprendido y casi sin aliento al principio, Lyn no demoró en cerrar sus ojos y aceptarlo. Acarició su mejilla con la punta de sus dedos, como un roce, y sin embargo, eran sus labios los que presionaban con mayor fuerza, porque también necesitaba sentir que ese momento era real.

Se separó muy despacio y buscó su mano para entrelazarla con la suya y llevarla hasta sus labios, dejando un pequeño beso sobre su dorso.

Miró con tanto cariño a Marseus, mientras este aún no sabía qué palabras pronunciar, y colocó su mano sobre su pecho, resguardándola allí, un poco tímido porque tampoco sabía qué decir ya.

—Lamento haber hecho esperar tanto a su Majestad... —murmuró casi tembloroso, pero se le ocurrió agregar algo más a su disculpa, que sin duda, ayudaría a romper el hielo—. Ojalá exista alguna forma en la que pueda compensar la demora...

Fue instantáneo cómo el capitán contuvo apenitas su sonrisa, y apretó más su mano y se acercó a él.

—Se me ocurren bastantes, solo si su Majestad tiene tiempo...

—Tienes mucho más que solo mi tiempo —aseguró el rey, antes de mirarlo un poco más juguetón—. Pero me gustaría saber qué actividades se encuentran en el itinerario de mi visita a su reino...

—Su Majestad estará muy ocupado tendido en mi escritorio y con las piernas sobre mis hombros.

El calor en su rostro invadió a Lyn de inmediato, y apretó sus labios en un intento de contener lo mucho que le emocionaba aquella idea. Asintió muy lento, estando de acuerdo.

—Dijo alguna vez que necesitaba practicar algunos nudos...

Era inevitable sentir que se moría de vergüenza de solo decirlo, y ni siquiera se atrevía a ver qué expresión tenía Marseus en ese momento, aunque casi podía sentir que estaba a nada de ser devorado allí mismo.

—Se puede complementar... —respondió el capitán fingiendo mantener la calma, pero no tardó en recordar algo importante, y su semblante cambió por completo, mostrándose un poquito más tímido mientras guardaba su mano en el bolsillo interior de su saco.

—¿Sucede algo? —preguntó Lyn acercándose más, mientras el capitán tomaba de su mano y jugaba al entrelazar sus dedos como un niño de lo más enamorado.

—Tengo un pequeño regalo para ti —anunció con timidez, alarmando un poco al rey.

Era él quien lo estaba visitando, por lo que debía ser el de los regalos, pero se mantuvo un poco a la expectativa, porque le intrigaba saber qué regalo podía ser.

De repente, sintió lo que Marseus dejaba en la palma de su mano. Era pequeño, un poco redondeado y metálico.

«Un anillo...»

Mientras lo sostenía, elevó la mirada al capitán, intrigado.

—Yo tengo el mío, y lo usaré siempre —anunció él con la firmeza con la que debían ser pronunciadas las promesas—. Y no tienes que aceptarlo si no quieres, pero si lo llevas, y mientras lo lleves... Es una forma de decir que tú eres mío, y yo soy solo tuyo...

Sin palabras, y guardándose las de Marseus para siempre en su corazón, Lyn contuvo el deseo de sonreír mientras aún tocaba con curiosidad su regalo, y no tardó más en colocarlo en su dedo.

Lo admiró por un momento, y alzó la mirada hacia el capitán.

—Lo llevaré siempre, también —prometió, y de repente llevó sus manos a los bordes del saco de piel del capitán mientras se alzaba un poquito más, y este no tardó en unirse a él con un suave pero muy profundo beso, probándolo con todo el cariño que contenía por él. En cuanto se separaron, no dejaron de mirarse con necesidad, pero Lyn notó que Marseus entreabría sus labios a punto de pronunciar algo, y él quería ser el primero en decirlo—. Te amo...

Sorprendido en un instante, Marseus no tardó en capturar el rostro del rey entre sus manos.

—¡Dilo de nuevo!, por favor —pidió conteniendo apenas su emoción, queriendo guardarse también ese instante para toda la eternidad.

—Te amo —repitió Lyn con mayor seguridad y una sonrisita, antes de volver a impulsarse hacia él para besarlo.

No duró demasiado, pues Marseus se separó mientras le acariciaba la mejilla, y todo lo que Lyn podía mirar en ese momento, eran sus profundos ojos, perdiéndose en ellos, y en cómo la brisa le movía el cabello y le dejaba inspirar esa fragancia dulce que tanto le gustaba.

—Te amo, Rojito. 

Almas de cristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora