Veinticinco

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Lyn quería pensar que tomar a toda la corte de Wækas como sus prisioneros había salido bien, pero al borde de la impaciencia, admitía con odio que, una vez más, la situación era más grande que él mismo

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Lyn quería pensar que tomar a toda la corte de Wækas como sus prisioneros había salido bien, pero al borde de la impaciencia, admitía con odio que, una vez más, la situación era más grande que él mismo.

Necesitaba conseguir lo que buscaba para poder irse lo más pronto posible, y fingir que no había pasado nada. En realidad, volver en el tiempo, era todo lo que más quería.

Deseaba nunca haber tenido que salir de Wölcenn, nunca haber pactado aquella alianza, y sobre todo, jamás haber tenido que cruzar sus caminos con él, porque aunque su vida no era perfecta, había conseguido que luciera de lo más impecable, y ahora todo amenazaba con desmoronarse.

Sabía que jamás volvería a ser el mismo, y eso le asustaba. Ya había cruzado la línea una vez, y consiguió mantenerlo en secreto, pero en ese momento, cada vez que miraba a Elyon —su único cómplice—, no sabía ni cómo dirigirle la palabra para algo que no fuera una orden.

—Están jugando con nosotros —masculló poco después de que Leo anunciara a sus compañeros que no había noticias—. Ely, estamos perdidos... —musitó con desesperación, y al verlo, Elyon se recostó un poco sobre la pared, y el cansancio se reflejó en su rostro por primera vez desde que decidieron tomar Wækas.

Solo en ese momento, Lyn se dio cuenta de que no fue el único que cruzó el punto sin retorno, y se odió lo inimaginable, porque no había arrastrado a otro más que a la persona que juraba amar.

—Tenemos que conseguirlo de alguna forma —suspiró el guardián—. Ojalá supiera cómo está Galathéia ahora mismo...

Lyn llevaba algún tiempo sin sentir ese dolor; ese que se asimilaba mucho a una fisura, y que punzaba como un recordatorio de que perseguía lo imposible.

No era algo en lo que quería persistir, aunque por cortos momentos, sus deseos lo traicionaban, y acababa mirándolo con súplica, rogando por algo que jamás sucedería. Bajó la cabeza, y soltó un suspiro muy pesado.

—Hablaré con su Majestad una vez más. Deséame suerte —pidió en tono de ironía, y antes de que Elyon pudiera responderle, él ya había dado vuelta para irse.

Sus pasos, lentos al principio, se aceleraron más conforme se acercaba, y al entrar, tomó con fuerza de la camisa de Marseus, jalándolo hacia sí mismo.

—¿Crees que vas a poder jugar conmigo? ¡Te advierto que yo jugaré cien veces mejor! —espetó con una mirada amenazante. No obstante, su rabia incrementó más al ver esa sonrisa tranquila, burlándose de él.

Aunque Marseus no tenía idea de a qué se debía la presencia de Lyn, esperaba que no fuera porque detectó el vínculo que hizo, y debía aprovechar el momento para asegurarse.

—¿Deseas que juguemos, Rojito?

Con la mandíbula apretada, la mano de Lyn subió de la camisa hacia el cuello del capitán, aplicando un poquito de presión, aunque no era ni de lejos, toda la fuerza que quería.

Almas de cristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora