Dos

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Moverse dolía bastante

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Moverse dolía bastante.

Galathéia sentía que su cabeza daba vueltas, y por extraño que pareciera, el suelo la arrullaba para que volviera a dormir, pero a medida que recobraba la consciencia, el miedo la obligaba a recomponerse y recordar, a pesar de que sus últimas memorias eran de lo más borrosas y muy confusas.

Sin embargo, tenía la certeza de que estuvo al borde de la muerte, y le llenaba de pánico el saber que su cabello y sus ropas se encontraban ligeramente húmedas. Incluso, al llevar el dorso de su mano hacia sus labios, percibió con la punta de la lengua un extraño sabor salado.

Sin poder comprender la situación, elevó un poco más la mirada para descubrir el lugar en el que se encontraba. Ante un panorama muy distinto al palacio de Wölcenn, la guardiana sintió que tenía que hacer un esfuerzo por levantarse y conocer más.

El lugar parecía un cuarto amplio y vacío, con ventanas gigantescas que llegaban hasta el techo en forma de cúpula. Corrió en dirección a un balcón abierto, atraída por el cielo azul y sus nubes como si fuera un instinto. Sin embargo, al detenerse ante el alféizar, creyó necesitar su propio tiempo para digerir la confusión.

Estaba muy lejos de casa, no tenía duda de ello.

Al mirar abajo, se percató de que se encontraba en una torre muy alta, pero al fondo solo veía rocas, y un extenso océano azul.

El sonido de las olas impactando contra la isla era constante, y aunque escuchaba a las aves graznar a su alrededor, se veían un poco más distintas que las que habitaban en Wölcenn. No eran muy grandes, y parecía que no volaban tan alto, y solo surcaban el viento a la espera de atrapar una presa marina.

Sus dedos acariciaron el alféizar de lisa piedra oscura. Incluso cada detalle tallado en la torre, como conchas y caracoles, era muy diferente al ambiente al que ya estaba familiarizada. Todo lucía imponente y temible, a pesar de que de los enormes ventanales y el balcón se filtraban grandes rayos de luz.

No tenía duda alguna de que se encontraba en un lugar del que había platicado con sus compañeros, a veces entre bromas mezcladas con curiosidad, y otras veces, como si se tratara de una leyenda de terror. Nada más y nada menos que Wækas, el reino pirata.

Sentía estremecerse al llegar a esa conclusión, y se consumía entre más dudas y temores. Llevó su mano hacia su cinto, solo para descubrir que no tenía su daga, y aunque quiso creer en un inicio que se había perdido en medio del remolino, estaba segura de lo peor: era una prisionera.

Temía moverse de la habitación, pero le aterraba más esperar el momento en que alguien llegara a verla. Ni siquiera tenía el único instrumento que le servía de defensa, y lo que le asustaba más, era no saber cuánto tiempo permaneció inconsciente, y sin tener noticias de su hogar.

Si lograba salir de allí y retomaba su misión, ¿quedaría algo que salvar aún?

Galathéia no pudo notar que sobre uno de los ventanales, en lo alto, la vigilaba una especie de águila cuyo cuerpo estaba conformado solo por luz, y de repente, esta se desvaneció.

Almas de cristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora