Veintiuno

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Algo que Zéphyrine debía reconocer, era que el mercado de Yfat era su lugar favorito en toda Gewër

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Algo que Zéphyrine debía reconocer, era que el mercado de Yfat era su lugar favorito en toda Gewër. Cualquier excusa le venía bien para volver, y en aquella ocasión, se aseguraba de conseguir lo necesario para que Galathéia y Andrómeda pasaran desapercibidas en el reino, por más complicado que pareciera.

Las dos extranjeras no querían perderse. La noche les dificultaba reconocer entre las tantas calles que el mercado ocupaba, y además, era bastante concurrido. Según podían ver, se encontraba desde lo más importante para cuidar a los animales —agua y frutas, que imaginaban que debían ser muy costosas—, como semillas, u otras cosas no tan necesarias como telas y joyería.

La bruja mayor pasó su mano por un retazo de tela negra con bordados, capaz de cubrir tanto durante el calor usual del día sin incomodar, como abrigar en el frío de la noche.

—¿Qué tal? Sería mejor que lo uses, en lugar del animal muerto que llevas encima... —le dijo a Andrómeda, quién enseguida, observó su propio abrigo, sin haber pensado antes que podría tener algo de malo.

—Está muy linda, pero ahora tengo solo... —Se tomó un momento para meter la mano a la bolsita de cuero que llevaba amarrada a su pantalón— veintiséis jacks, lo que de por sí es una miseria en Wækas, y un puñado de semillas de girasol con sal... Galathéia, ¿tienes algo así como oro? Estoy segura de que eso se acepta en todos lados.

Odiaba admitirlo, pero trabajar en favor de su reino no salía tan rentable como cualquiera se imaginaría, y se debía a que Marseus insistía en que todas sus comodidades estaban cubiertas para recibir más dinero, a menos que trabajara fuera del reino, como en viajes.

Sin embargo, más sorprendente le pareció ver a la guardiana negar con la cabeza.

—En Wölcenn no tenemos dinero —explicó con normalidad.

Aunque sí podía usar monedas de oro en caso de viajar fuera de su reino, pero como se había ido sin el permiso de Lyn, no contaba con ello.

—Debe ser un chiste —murmuró Andrómeda.

—No, no lo es —añadió Zéphyrine, consciente de las extrañas medidas financieras que tomaba su hermano—. Dame las semillas, de seguro puedo cambiarlas...

Al verla irse, Andrómeda volteó a Galathéia, y decidieron ir a sentarse cerca de las columnas entre las calles mientras esperaban a Zéphyrine. Notó que la guardiana apretaba todavía su mano, aunque ya había pasado un tiempo del golpe, y no parecía que lo hiciera por el dolor.

—Abre la mano —pidió, al tiempo en que ella extendía las suyas a cierta distancia, creando una bola de agua pequeña que dejó sobre su palma.

Era muy fría, por lo que le ayudaría a disminuir el dolor.

—Gracias, pero... —Se tomó un momento para pensar en su decisión—, creo que le vendría mejor esto a Zéphyrine...

Andrómeda volteó de inmediato a ver a la bruja que hablaba animadamente en uno de los puestos, y se regresó extrañada a Galathéia.

Almas de cristalWhere stories live. Discover now