Extra III

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Rygel de Wækas sabía que estaba por pasar la noche más incómoda de su vida en el momento en que aceptó casi obligado aquella invitación. Y lo confirmó cuando al esperar en el muelle, llegó al Rey de Wölcenn con su búho gigante llorón, pero también alguien más...

Lo vio con ese porte firme y tan confiado, y esa sonrisa tranquila de todo-va-a-estar-bien, y soltó un suspiro cansino, mientras aceptaba su mano y el vínculo.

No miró en sus recuerdos, ni siquiera para molestarlo, porque no podría importarle menos su vida, pero aun así, sentía aquel tiempo algo incómodo...

—¿Qué hay, gatito? —preguntó con una sonrisa un poco burlona, en un intento de recuperar la confianza y el ánimo, y admitía que por suerte, Elyon lo hacía fácil.

—¿Quieres que te ayude?

A Rygel le habría encantado demostrar que podía subirse solo a la garza del guardián, pero no alcanzaba el impulso suficiente para subir su otra pierna, hasta que Elyon se puso frente a él.

—Solo apóyate en mí —pidió, y el cartógrafo se dio cuenta de que obedeció al instante su orden, sin preguntar siquiera por qué, en el momento en que el pelinegro lo sostuvo de la cintura para ayudarlo a colocarse sobre el lomo del ave.

Habría discutido, o lo que sea, pero por un largo rato, sintió perder las palabras, al menos hasta que tuvo que presenciar el vínculo entre Marseus y el Rey de Wölcenn; uno de esos besos muy largos y muy intensos que pondría incómodo a cualquiera que tuviera el infortunio de estar cerca de ellos.

—Si van a empezar así, mejor vayan a una habitación... —masculló sin deseo alguno de guardarse sus pensamientos. Ni siquiera sabía si lo hacían a propósito, o si en verdad eran tan expertos en olvidarse de la gente a su alrededor cuando estaban frente al otro.

Se desconcertó al escuchar a su compañero contener apenas una risita, pero no dijo más, y preparó el ave para empezar el vuelo.

—Sujétate bien, ¿sí? —volteó a mirarlo, y no hacía falta que se lo dijera porque ya entendía lo que debía hacer, pero la sola idea le hizo desear tentar a su suerte y a la gravedad.

Apenas la garza se movió para tomar impulso, se agarró por inercia de la ropa de Elyon, y avergonzado, soltó un gruñido.

Cuando no creía que su situación podía ser más incómoda, no tenía de otra que colocar sus brazos alrededor del cuerpo del pelinegro, y la altura... Odiaba la parte de la altura.

Se preguntó una vez más si era tan importante que él tuviera que ir. Hasta donde sabía, el único cuya presencia sería importante, era Marseus.

Y además...

—De todos los guardianes de allá arriba, ¿por qué tuviste que venir tú? —reclamó, cerrando los ojos con fuerza durante el vuelo—. Prefiero al otro con quien volé la primera vez...

Elyon hizo memoria rápidamente de a quién podía referirse, y tuvo que volver a concentrarse en su tarea.

—¿Azhryl? —respondió extrañado. Incluso un poco ofendido—. ¿Por qué Azhryl?

Que no lo malentendieran. Consideraba a Azhryl su segundo mejor amigo, pero era consciente de lo pesado que podía llegar a ser, especialmente con él y sin motivo aparente.

Rygel estaba más ocupado con su propio temor al vuelo, que ni siquiera entendía a qué se debía la duda.

—Ah, no sé. ¿Es más gracioso?

Elyon enarcó una ceja, entre pensativo e incrédulo.

—Depende de tu tipo de humor...

—¿Ya se le confesó a su compañera?

Almas de cristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora