Doce

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Si de algo podía estar seguro Lyn, era de que Zéphyrine debía tener una fisura

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Si de algo podía estar seguro Lyn, era de que Zéphyrine debía tener una fisura. Una muy grande, por cierto.

Entonces no conseguía entender cómo cuando le había dado la espalda a todo su reino para siempre, y debía estar muy ocupada agonizando, se las arreglaba para seguir siendo noticia en Wölcenn. Tal vez, se parecía más a él de lo que se había podido imaginar.

La granja de la Isla Blæcern era más bien un frondoso bosque de gigantescos árboles, en cuyas ramas reposaban casas de madera de lo más elegantes, a pesar de poseer un único cuarto. Andrómeda miró hacia arriba, calculando que tendría que escalar cerca de diez metros para sacar de su refugio a Phoellie, hasta que llegaron Galathéia y Rygel a detenerla.

—¡Andy, espera! —se apresuró el chico, preocupado y dispuesto a impedir que se fuera—. ¿¡Qué acaso no te da ni un poco de miedo irte sola!?

—¡De hecho, sí! Pero me aterra más quedarme a sentir otro temblor —replicó, entregándole la maceta con las dalias que cargaba—. Tú también deberías volver a la isla, cuida de esto por mí.

Empezó a subir las escaleras que dirigían al nido de Phoellie, evitando mirar abajo en lo posible.

—Oye, forastera, ¿no te importa que me lleve a tu lechuza?

—¡Claro que me importa! —reclamó la guardiana.

Solo entonces, Andrómeda empezó a bajar la escalera y al volver al suelo, se cruzó de brazos y resopló.

—Bien, tampoco es que sepa cómo llegar a Gewër...

—Yo sí...

Por un segundo, Rygel quiso agradecer que no fuese tan difícil hacer cambiar de opinión a la bruja, y al siguiente, volteó a mirar a Galathéia con odio al escucharla.

Ella tampoco estaba segura del todo de por qué lo había dicho. Ni siquiera sabía si podría acercarse al cristal núcleo para recuperarlo, pero ansiaba tanto esa oportunidad, que no la dejaría ir.

—Puedo llevarte... —insistió, cabizbaja y en un murmullo.

—No suenas muy segura —le reprochó Rygel, escrutándola con la mirada. Ya había conocido a sus compañeros, y de todos, ella era la que menos tenía cara de ser una amenaza. Y de por sí, la mayoría le daban pena.

—¡No importa! Solo vas a llevarme, y cuando se termine, volveremos. ¿No es así? —dijo Andrómeda, antes de que Galathéia fuera capaz de responder que, en realidad, no estaba muy segura.

La guardiana llevó sus dedos a sus labios para soplar un peculiar silbido, haciendo que Phoellie bajara de su refugio y aterrizara frente a ella. Se acercó al ave, y tomó de sus poleas para llevarla a la salida del bosque.

Creía que Andrómeda debía saber que sus planes estaban un poco más lejos que ser su guía y transporte, y que la ayudaba a propósito.

Se detuvo en seco al encontrarse a Elyon en la salida, inmóvil y mirándola en silencio, pero con ganas de decirle muchísimas cosas y sin saber por cuál empezar.

Almas de cristalWhere stories live. Discover now