Catorce

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Al principio, Zéphyrine no tenía ni idea de lo que significaba realmente ser una bruja

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Al principio, Zéphyrine no tenía ni idea de lo que significaba realmente ser una bruja.

Solo sabía que debía llevar un sombrero todo el tiempo, a diferencia del resto de personas que veía en Wölcenn, y que estaría bajo el cuidado de Ceres, su maestra.

Aunque no sabía qué era ser una bruja, estar con ella era su parte favorita. Amaba ser una bruja, incluso si por ratos, le parecía que el resto de niños que fueron seleccionados para ser los futuros guardianes se divertían mucho más.

No obstante, Ceres no la veía de la misma forma.

En el momento en que conoció de la existencia de una nueva bruja, no supo cómo reaccionar frente a la Reina Talith. Pidió un momento a solas, y lloró todo lo que jamás había llorado en toda su vida. Las experiencias más amargas e intensas, con ironía, serían las últimas que tendría.

Muchas preguntas se acumularon en su cabeza. ¿Era verdad? ¿Cómo podían estar la reina y los guardianes tan seguros? ¿Cuánto tiempo exacto le quedaba a ella? ¿Cómo se sentía morir? ¿Le dolería?

Todo ser de cristal podía elegir morir cuando quisiera. A veces, lo hacían porque ya había pasado demasiado tiempo, o simplemente, no encontraron lo que buscaban en aquella vida. Su elección no era cuestionada, y la cristalización del cuerpo ofrecía mayor energía a su respectivo reino, como una especie de agradecimiento por haber vivido allí. Y como tantas otras cosas que no le eran permitidas por ser una bruja, elegir su propia muerte era también una de ellas.

Pocas cosas se podían entender de aquel caótico mundo en el que ni siquiera la noche y el día tenían sentido, pero si algo era muy seguro, era que solo podían existir tres brujas al mismo tiempo, una en cada reino.

La llegada de Zéphyrine fue su sentencia de muerte. Esa niña pelirroja que no la soltaba ni por un instante, y no dejaba de hacerle preguntas, era un recordatorio constante de que su final se acercaba.

Tal vez, estaba siendo muy injusta, porque su maestra nunca fue cruel con ella, y la despidió con cariño, pero no podía aguantar más esa pesadilla, y el hecho de que tenía que pasar sus últimos momentos con ella. ¿Tan maldita estaba?

Odiaba a Zéphyrine. La odiaba en verdad. Detestaba esa falsa inocencia, como si no supiera que ella sería su asesina; le aterraba tenerla cerca, como si de una bomba de tiempo se tratara.

«Cualquier acto atroz te condena a la destrucción...». Sí, Ceres lo sabía bien, pero el miedo y el odio terminaron por carcomerla, y decidió que debía deshacerse de su alumna para obtener un poco más de tiempo.

Lo que para Zéphyrine había sido solo un accidente con una de las aves de Wölcenn, terminó por costarle a Ceres la vida que tanto quería proteger, mucho antes de que tuviera que irse en realidad.

Lo último que vio, fueron esos malditos ojos verdes fingiendo llorar por su partida. Como una profecía certera, fue su alumna quien acabó con ella.

Luego de aquello, Zéphyrine tampoco podía entender qué era la muerte, y por qué Ceres se fue de esa manera. Tenía demasiadas preguntas que la Reina Talith no podía responder, y fue así como conoció a Moirean.

Almas de cristalWhere stories live. Discover now